MAKE UP MAKE DOWN (Y después ¿qué?)


por Andrea Byblos


Hay momentos de estos fascinantes en internet de todos los excesos en los que se produce el trasvase de millones de seguidores de una cuenta a otra de una manera gregaria e impulsiva, sin pensar apenas, y dejando detrás un reguero de odio y frases hirientes.


Una de estas situaciones ocurrió hace pocas semanas cuando una maquilladora norteamericana, Tati, acusó al famoso maquillador James Charles de numerosas tropelías: la primera fue haberla traicionado yéndose a promocionar a la competencia, y las otras, el que el maquillador, gay, supuestamente, había acosado a hombres heterosexuales.


Conocí la figura del maquillador James Charles hace unos meses leyendo la prensa inglesa. El chico, de 19 años, era un fenómeno con millones de fans, que tenía como principal atractivo el pintarse como una puerta y ser muy amanerado. En principio, parecía que su condición de gay reivindicativo y su estética de Drag-Queen eran admiradas y aceptadas por numerosos fans, que le hicieron ganar mucho dinero recibiéndolo como a una estrella en multitud de publicidades y eventos. Sin embargo, bastó un vídeo acusatorio de otra maquilladora examiga para lanzarlo al barro, perdiendo millones de seguidores en un día y recibiendo decenas de miles de comentarios de odio. De la noche a la mañana se convirtió en el personaje más perseguido y odiado de Instagram.


Y todo ello… Sin pruebas. Y es mejor, lo que, (flirtear con chicos heterosexuales intentando ligárselos, sin ningún tipo de violencia, sólo llamándolos guapos y cosas así) era celebrado antes como liberación o gracia, ahora era un horrible abuso. Es decir, era un horrible abuso preguntarle a un chico heterosexual si estaba seguro de serlo o decirle que le gustaba…


Es peligroso convertir la reivindicación homosexual en una moda sin que haya en realidad una base de respeto ni una solidez más allá de los colorines y unas cuantas frivolidades para pasar el rato. Porque las modas vienen y van, y todo lo que es guay y super trendy en cuestión de días puede ser demodé. Este chico, James, no es ni un ángel ni un demonio, y así como su condición de homosexual no lo hace ni mejor ni peor como persona, el hecho de querer ligar siendo un poco pesado tampoco. Pero su demonización demuestra lo poco sólido que es el fandom juvenil de la reivindicación homosexual.


Estamos en el mes del Orgullo Gay, todo un mes dedicado a ello, con arcoíris por todas partes: famosas vistiendo arcoíris, perros vestidos de arcoíris y mercancías variopintas (hasta snacks, bebidas y chucherías varias) que se venden para el beneficio de los avispados de turno. Todos son tremendamente LGTB, tolerantes, en el rollo del arcoíris, (que ya no pasa a ser algo que lo niños dibujan en la escuela, sino un símbolo gay, cualquier niño que dibuje un arcoíris es que se manifiesta por los derechos LGTB): Fiesta, lentejuelas, música, orgullo, mucho orgullo, y después ¿qué?


Porque tras ese jolgorio de colorines y banderitas tolerantes ¿hay algo de respeto para un chico gay de 19 años al que se le acusa, sin pruebas, de ser un depredador sexual, un delincuente de lo peor, sólo por flirtear con personas heterosexuales?


En la misma dinámica frívola de los colorines que van al precipicio va el feminismo actual que desea reescribir la historia y definir a la “mujer”, ese ente, como un ser mitológico de perfección exquisita y superioridad moral infalible. Es tal la pose, tan artificial todo, que me temo que bajo ella no hay solidez alguna. Es una moda, otra más.


Dicen, sin embargo, que actualmente muchas chicas jóvenes (supuestas estudiantes, porque ahora todos, hasta los que no tienen la mínima intención de estudiar algo o los que estudian cómo sacarle la pasta a un viejo rico se llaman así) se inscriben en internet, en páginas buscando viejos con dinero para que les paguen sus lujitos (perdón, los estudios sobre zapatos y bolsos de marca y eso) a cambio de sexo y pasearlas como trofeos –vamos, lo de siempre-. ¿No serán las jóvenes reivindicativas y llenas de fuerza feminista? En todo caso seguro que son víctimas de algo porque tienen que ser víctimas de algo, que si no el perfil de mujer no queda bien. Parece que el perfil de mujer siempre víctima es lo que mola.


Y a mí, ante tanta pose, tanta reivindicación de moda y tan poca solidez me preocupa el futuro. Si tuviera un hijo gay me preocuparía el futuro de ese hijo porque tanta reivindicación de moda no implica respeto por una condición que le acompañará toda su vida. Lo seguían porque era una moda, pero, en el fondo, seguía siendo el maricón de siempre en su función ancestral de chivo expiatorio.


No tengo un hijo gay pero tengo una hija que como futura mujer, se tendrá que enfrentar a las décadas que se avecinan. Y los mensajes de empoderamiento guays, tan poco sólidos, tan maquillados, tan gritones, fastidiarán los años a venir, en los que mucha gente huirá despavorida de todo lo que suene a lucha feminista para no ser identificada con ciertos engendros que, actualmente, se hacen mucho de notar. Y realmente, me preocupa que la lucha feminista con sentido común se haya echado a perder.


Las brújulas de la frivolidad de las redes sociales a veces indican más que estudios sesudos hechos por sociólogos sesentayochistas deseosos de imponer su ideología al precio que sea como única verdad. Hablan en la prensa de tendencia de izquierdas de revoluciones y nuevos valores de la sociedad con respecto a los gays y las mujeres basándose en las estupendas reivindicaciones de colorines, pero no le dan importancia a la resaca de fondo. Esa resaca que viene después. Y después ¿qué?