MICROPACK
A
través de nuestra habitual Beatriz Alonso
Aranzábal ya estaréis familiarizados con los microrrelatos: en esta entrada
dúplice incluimos un ensayo de la pantera Esther y, como espléndido postre, dos nuevos trabajos de Beatriz.
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Los
microrrelatos fascinan cada vez a más lectores
Literatura en corto
Por Esther Peñas
Microcuento, minificción, microficción, cuentículo, nanocuento,
cuentos diminutos o casos son algunos
de los nombres que recibe este nuevo género literario referido al cuento clásico
sintetizado hasta límites casi obscenos. Y de entre todas las denominaciones
posibles, la que parece haberse impuesto es la de microrrelato. Su propio nombre ya lo describe: se trata de
composiciones literarias breves, cuya extensión puede oscilar entre una línea y
un par de páginas o, como los definió David Lagmanovich, poeta y ensayista
argentino, de “cuentos concentrados al máximo, bellos como teoremas”.
Su fuerza expresiva es, por definición, inversamente proporcional
a su extensión. Ahí radica la complejidad del género, en el que el autor ha de
convertirse en un pulidor exquisito, en un profesional del arte de desbastar.
No es un esquema de un cuento más largo. Es, en sí mismo, el cuento exacto.
“El microrrelato pertenece a la estirpe narrativa, puede tener
parientes en la poesía, en la publicidad, en el aforismo, pero su línea directa
es el cuento. Tiene que contar algo, tiene que moverse”, explica José María
Merino, uno de los maestros del género en nuestro país.
El último libro de Merino, ‘La glorieta de los fugitivos’ (Páginas
de Espuma), reúne más de 200 relatos que no superan las 45 líneas, como ‘‘Final
infeliz’: “Un cuentín y una cuentina se encontraron en una mesa redonda y se
escaparon juntos, pero un profesor los logró atrapar de nuevo y los devolvió a
la antología. A ella la puso en la jaula de las minificciones y a él en la de
los microrrelatos. Nunca más volvieron a encontrarse”.
Hay quien observa en esta manifestación literaria una versión
occidental del haiku (esa bella composición poética de origen japonés surtida
por tres versos); otros, en cambio, sitúan su inspiración más directa en la
literatura lapidaria. Los expertos discrepan acerca momento en el que se puede
comenzar a hablar de microrrelatos. Es lógico, la novedad del género implica un
punto de improvisación sobre el mismo, no sólo en su forma y fondo, sino
también en su estudio académico.
Para rastrear los ancestros de los microrrelatos habría que
detenerse en
Lo que parece no ser objeto de controversia alguna es que el auge
del microrrelato hay que ubicarlo en la segunda mitad del siglo pasado. Es
entonces cuando deja de ser una agudeza lingüística, un recurso más o menos
forzado cargado de fuerza misteriosa y poética para convertirse en un género
con entidad propia, con una estructura y naturaleza diferente, única.
DE “ESTEREOTIPO CULTURAL” A
“CORRIENTE INSOPORTABLE”
Para el académico Merino –sillón ‘m’-, la fascinación que provoca
el microrrelato hoy en día “tiene que ver
un poco con la moda; proviene del famoso dinosaurio de Monterroso, tan
denostado por mucha gente, objeto de polémica, que puso de moda el relato cortísimo,
pero éste es tan viejo como el arte de contar. Tal vez ha habido o está
habiendo una nueva mirada sobre él; tiene mucho de irónico, de fantástico, de
onírico, de juguete, y eso, en los tiempos de libertad formal que vivimos, ha
caído bien, se adecua bastante a un momento en el que el canon tradicional no
está tan fijo como hace cincuenta años. Monterroso convirtió su dinosaurio en
un estereotipo cultural, que tiene la virtud –con independencia de que a mí me
parece que es un cuento heredero de ‘El soñador soñado’, de Chuan Zu- de poner
de moda el género. Todo lo que amplíe las fronteras de la literatura y de la
búsqueda expresiva me parece positivo”.
Claro, que no todos están por la labor de respaldar –siquiera de aceptar como tal- a este incipiente género y, aunque pocas y tímidas, no han faltado voces que le faltaran al respeto. Es el caso del escritor Javier Marías, quien afirmó, en un artículo publicado en ‘El País’, titulado, en homenaje a Antonio Machado, “O que yo pueda asesinar un día en mi alma”: "No digamos ya con los textos inanes que sin embargo hacen fortuna, como el ya insoportable cuentecillo del dinosaurio de Monterroso, que encima ha dado lugar a toda una corriente imitativa aún más insoportable, la de los llamados "microrrelatos" o algo así, con los que muchos escritores chistosos se sienten ufanos y cómodos".
Quizás, como afirma Merino y alude Marías, el microrrelato más
popular sea el que escribiese el guatemalteco Augusto Monterroso allá por la
década de los 60 del pasado siglo: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía
estaba allí”. Siete palabras que componían el que fuese el relato más breve de
Sin embargo, muchos otros nobles de Letras que precedieron a
Monterroso recalaron –consciente o inconscientemente- en las procelosas aguas
de este virtuosismo de lo pigmeo: Gómez de
PROPIEDADES DEL GÉNERO CHICO
“La elaboración de un
microcuento, su proceso creativo, puede devenir de un chispazo, un instante
lúcido, fruto de un argumento que atrapas y escribes, pero también puede ser el
resultado de trabajar una idea surgida de una lectura, una noticia, un cómic,
el cine o cualquier otro campo artístico, por supuesto de la vida cotidiana. En
cualquier caso, es fruto de una depuración máxima”, comenta Julián Sánchez, un escritor que
con su libro ‘Venidos del miedo’ (Páginas de Espuma) se ha convertido en una
referencia imprescindible en la materia.
Una de sus señas de identidad es, aparte de lo abreviado, la concisión.
Al componerse de un número reducido de palabras, éstas tienen que ser lo más
certeras posibles; de otro modo, perdería fuerza y capacidad de sorpresa en el
lector. Apenas arranca la historia, concluye. Eso exige una tarea escrupulosa
de depuración sin concesiones.
Asimismo, a diferencia de otros géneros, el título adquiere una
importancia crucial llegando, incluso, a superar en extensión al propio asunto
o a servirse el autor de él como respuesta al enigma que plantea la pieza
literaria, aunque también pueda no ser necesario en absoluto o presentar una
naturaleza meramente funcional o neutral. En otras ocasiones, recoge todo el
contenido, como el caso del relato de la argentina Luisa Valenzuela titulado
“El sabor de una media luna a las nueve de la mañana en un viejo café de barrio
donde a los 97 años Rodolfo Mondolfo todavía se reúne con sus amigos los
miércoles a la tarde”, cuyo cuerpo de texto completo es: “¡Qué bueno!”.
Es frecuente, dada su urgencia, que sus argumentos arranquen in media res, esa técnica literaria en
la que la narración comienza en mitad de la historia: “Cogió el hacha y no vio ningún árbol”,
escribe Julián Sánchez.
En cuanto a temática, lo fantástico y lo terrorífico son los dos grandes filones para este tipo de composiciones, tal vez, como reflexiona el escritor peruano Fernando Iwasaki, “porque lo macabro interesa mucho. Los sucesos truculentos ocupan más espacio en los medios de comunicación que los últimos avances científicos y eso, a veces, se refleja en los temas que aborda la literatura”.
Iwasaki es un maestro en el arte del desasosiego hiperbreve. Su
libro ‘Ajuar funerario’ sembró insomnio en más de un lector. Para muestra, un
botón, ‘Día de difuntos’: “Cuando llegué
al tanatorio, encontré a mi
madre enlutada en las escaleras.
–Pero mamá, tú estás muerta. –Tú
también, mi niño. Y nos
abrazamos desconsolados”.
Más allá de lo aterrador, el microrrelato es una fórmula apta para
abordar todo tipo de asuntos, sean estos filosóficos (‘El miedo’, de Eduardo
Galeano: “Una mañana, nos regalaron un
conejo de Indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la
jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula
adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad"),
eróticos (‘Mote justo’, de Marco Deveni: “A cierta Herminia la apodaban Democracia porque,
según decían los vecinos, en su vientre se juntaba todo el pueblo),
humorísticos (‘Memorias de Juan Charrasqueado’, de José Emilio Pacheco: “Yo no lo maté: él solito se le atravesó la bala”), u
otros no tan sucintos pero sí dispares en cuanto a la materia que abordan, como
los cuentos espirituales del rabino Nachman de Bratislava, los metafísicos de
Eugenio D’Ors, los juegos surrealista de Slavomir Mrozek o las charadas
lingüísticas de Borges.
La estructura del microrrelato, en definitiva, responde a los principios básicos de la narratividad; eso sí, de manera casi indecentemente exagerada y con un empleo constante de la elipsis, que hace que la parte oculta del relato sea superior a la contada de forma explícita. Presenta, por lo general, un hecho concreto, siendo poco amigo de lo abstracto.
Con más de doscientas mil entradas en Google (sólo del ítem si no
oficial, sí oficioso, microrrelato),
cientos de libros consagrados a esta porción literaria (tanto de creación como
de ensayo), y los abundantes escritores de reconocida solvencia que lo
practican, este género chico –adjetivo sólo admitido por lo menudo de su
extensión- pone en entredicho la máxima de Juan Valera que sentenciaba que el
cuento fue el último género que vino a escribirse.
UN DECÁLOGO COMO OTRO
CUALQUIERA
PARA
ABRIR APETITO
-
¿Conoce
usted a Hölderlin? –preguntó el Dr. KHG mientras cavaba el foso para el cadáver
de un animal reventado.
-
¿De
quién habla? –preguntó el centinela alemán.
-
Él
escribió el Hiperión –explicó el Dr. KHG, le gustaba mucho explicar-. La figura
cumbre del romanticismo alemán. Y a Heine, por ejemplo, ¿lo conoce?
-
¿Quiénes
son esos? –preguntó el centinela.
-
Poetas
–dijo el Dr. KHG-. ¿Tampoco le suena el nombre de Schiller?
-
Sí,
me suena –dijo el centinela alemán.
-
¿Y
el nombre de Rilke?
-
También
–dijo el centinela alemán y se puso colorado como un pimiento, y le pegó un
tiro, sin más, al Dr. KHG.
(István
Örkény, ‘In memoriam doctor K.H.G.’)
Me llamo Wu.
Me
llamo Wei.
Soy
una persona optimista y francamente emprendedora.
Soy
una persona pesimista y definitivamente pasiva.
Tengo
sueños azucarados de hadas y duendes y elefantitos rosa.
Tengo
terribles pesadillas de incestos, suicidios y monstruosas deformidades.
Vivo
unido a mi hermano Wei por la nuca, dándonos la espalda como en un duelo,
mochila irremediable el uno del otro.
Vivo
unido a mi hermano Wu por la nuca, dándonos la espalda como en un duelo,
mochila irremediable el uno del otro.
Mi
hermano Wu me roba los sueños.
Mi
hermano Wei me roba los sueños.
No
soy Wu.
No
soy Wei.
(‘Dos’, de Miguel Ángel Zapata)
Hubo un día en que el último hombre que todavía
creía dejó de creer, y Dios, decepcionado, se desvaneció en el éter y borró
toda huella de sí, como si jamás hubiera existido.
(‘Dimisión’, de Juan Pedro Aparicio)
·
“Aquel
hombre era invisible, pero nadie se percató de ello”. Gabriel Jiménez Emán.
·
“Cuento
que me contó una vez mi hija Adriana, fastidiada de que le pidiera un cuento: “Había
una vez un colorín colorado”. José Antonio Martín.
·
“El
hecho -particular y sin importancia- de que no lo veas, no significa que no
exista, o que no esté aquí acechándote desde algún lugar de la página en
blanco, preparado y ansioso de saltar sobre tu ceguera”. “Fábula de un animal invisible”, de Wilfredo
Machado.
·
“Júreme
que si despierta, no se la va a llevar -pedía de rodillas uno de los enanitos al
príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de
cristal-. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quien nos lave la ropa, nos
la planche, nos limpie la casa y nos cocine”. ‘Opus
“El ángel de la guarda le susurra a Fabián,
por detrás del hombro:
-
¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la
palabra zangolotino.
-¿Zangolotino?
–pregunta Fabián azorado.
Y muere.
(‘Tabú’, de Enrique Anderson Imbert)
“Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-
¡Sálvame! Encontré a
amenaza.
Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
- El
bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe
encuentra
a
- Esta
mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
- No fue
un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues
lo veía
lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán”.
(‘El gesto de la muerte’, de Jean Cocteau)
“Cuando el aterrado público esperaba ver al
inmenso King-Kong tomar entre
sus
manazas a la hermosa Fay Wray, el gorila con paso firme salió de la pantalla, y
pisoteando gente que no atinaba a ponerse a salvo, buscó por las calles
neoyorquinas hasta que por fin dio con una película de Tarzán. Sin titubeos -y
sin comprar boleto-, con toda fiereza, destrozando butacas y matando
espectadores, se introdujo en el film y una vez dentro, ansiosamente buscó su
verdadero amor: Chita”.
(“Corrección cinematográfica”, de René Avilés Fabila)
“… el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo
piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de
sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves
instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la
escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de
la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a
la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta
falsa valía la pena de ser vivida”.
(Gabriel García Márquez)
"Cuando era niño me encantaba jugar con mis hermanas debajo de las
colchas de la cama de mis papás. A veces jugábamos a que era una tienda de
campaña y otras nos creíamos que era un iglú en medio del polo, aunque el juego
más bonito era el de la cueva. ¡Qué grande era la cama de mis papás! Una vez
cogí la linterna de la mesa de noche y le dije a mis hermanas que me iba a
explorar el fondo de la cueva. Al principio se reían, después se pusieron
nerviosas y terminaron llamándome a gritos. Pero no les hice caso y seguí
arrastrándome hasta que dejé de oír sus chillidos. La cueva era enorme y cuando
se gastaron las pilas ya fue imposible volver. No sé cuántos años han pasado
desde entonces, porque mi pijama ya no me queda y lo tengo que llevar amarrado
como Tarzán.
He
oído que mamá ha muerto."
(‘La cueva’, de Fernando Iwasaki)
por
Beatriz Alonso Aranzábal
PLANES
Con rigor y pasión se entregó al cálculo del mejor
momento para engendrar a su hijo: luna nueva, mes de septiembre, alta humedad relativa
del aire, baja presión atmosférica. Había leído muchas revistas de bebés y un
libro sobre la personalidad de los niños nacidos en la primavera. Y lo más
importante: había alcanzado una holgada situación económica. Quedaban pues
pocas semanas para ponerse a la tarea. La excitación iba en aumento. Solo
faltaba conseguir una mujer que lo quisiera.
PARAÍSO PERDIDO
En un rincón y bajo una capa de polvo, aguardan un
barco pirata, un traje de astronauta y un aparato de radio, el momento de su
destrucción. Insiste mi mujer en que libere de una maldita vez el trastero, que
tiene que liberar los armarios de casa. Repite mi terapeuta que tengo que
soltar lastre. Exige mi hijo que le compre una tablet nueva. ¿Pero cuánta
presión se creen que puede aguantar un hombre que viajó a la luna y buscó el
tesoro enterrado mientras su abuela le freía rosquillas con la radio a todo
volumen? ¿De verdad se piensan que voy a tirar los restos de mi naufragio? Como
sigan así me cambio de isla y no me vuelven a ver el pelo. Ah, no, que ya no me
queda.