¿Qué nos depara el futuro?


Por Esther Peñas


imagen: Remedios Varo




La curiosidad del hombre por escudriñar su futuro es tan antigua que resulta imposible datarla con exactitud. Tal vez sea consustancial a él. Por eso la adivinación, a lo largo de los siglos, ha mantenido una inquebrantable salud y una feligresía que no ha menguado, resistiendo los embates de la Ilustración, el racionalismo y el empirismo.


Aceptemos como válida la hipótesis de que hay gente, personas que son capaces de adivinar lo que aún no ha ocurrido. Que tienen la potestad de predecir el porvenir. Partiendo pues de este postulado, adentrémonos en las procelosas aguas de los sortilegios, también llamados mancias. Es decir, técnicas adivinatorias.


Fueron los griegos y romanos los primeros que teorizaron sobre la adivinación, especialmente Platón y Cicerón. Aceptaban dos clases de predicciones, una inductiva, considerada como arte, y otra deductiva o intuitiva. La comparaban con la inspiración.


Tan respetada era la cuestión de los vaticinios que buena parte de los sacerdotes de la Antigua Roma se dedicaban oficialmente a la adivinación. Los augures. Instituido como un cargo oficial, sólo los magistrados podían consultarlos. En un principio, la profesión se reservaba para los patricios, aunque con posterioridad también accedieron al oficio los plebeyos.


Existían dos clases de augures, los que impetraban -o rogaban- a los dioses que les comunicasen su voluntad y los que la interpretaban por su cuenta y riesgo. ¿Cómo descifraban el futuro? Los augures se servían de señales del cielo (relámpagos, eclipses, tormentas…), vuelos de las aves (sobre todo de grajos, lechuzas y cuervos), de la gazuza del propio augur (se estimaba respuesta favorable a la consulta que el adivinador tuviese apetito) o de la posición de algunos reptiles.


PRESAGIOS COMO ESTORNUDOS

Frente a los augurios surgieron los presagios, que eran predicciones más improvisadas, en cierto modo. Así como para los augurios existían una serie de significaciones más o menos codificadas, los presagios resultaban mucho más abstractos y vagos. Se reducían a siete clases.


La que más respeto infundía era la que correspondía con el ‘ornen’, un presagio por el cual una persona escuchaba una voz que le transmitía cierta información. Si la voz no se manifestaba, lo que hacía la persona que quería conocer porvenir era interpretar las primeras palabras que escuchase pronunciar a cualquier desconocido. En ellas podría desentrañar la buena –o mala- fortuna.


También se consideraban presagios los estremecimientos, agitaciones o convulsiones de las distintas partes del cuerpo. Por ejemplo, si nos palpitaba el ojo derecho se avecinaba un feliz acontecimiento. No así sucedía cuando el corazón latía con un ritmo demasiado fuerte, ya que eso indicaba la traición de un amigo.


Los zumbidos de oídos, los estornudos, las caídas imprevistas, el encuentro inesperado con antiguos conocidos y determinadas palabras son los otros presagios que daban pie a interpretaciones de carácter adivinatorio.


Poco a poco, el oficio de averiguar el futuro se fue sofisticando, y la persona con esas fabulosas dotes se sirvió de herramientas más o menos ortodoxas, casi todas ellas todavía en vigor en nuestros días.


De entre todas las mancias, quizás el Tarot sea la más popular. El significado de las cartas en función de su disposición y orden es un arte antiquísimo, utilizado por los egipcios. Julio Fuentes Chavarriga, un gran estudioso del Tarot, nos explica que “la eficacia de encontrar respuesta certera dependerá, la mayoría de las veces, de la claridad con la que se plantee la pregunta. Y aunque parezca imposible que nuestro futuro pase por las cartas, cualquier profesional, con la suficiente experiencia y destreza, tendrá unos resultados certeros en un 90 por ciento de las ocasiones para desentrañar el futuro de quien le consulta”.


Quizás el éxito del Tarot radique en su simbolismo tan figurativo. Cartas como ‘El loco’, ‘El juez’, ‘El carro’ son fácilmente interpretables, hasta por un neófito en temas de ocultismo. Sin embargo, hay muchas otras mancias que cuentan con muchos adeptos.


Por ejemplo, la cristalomancia o catoptromancia, que utiliza el cristal para adivinar el futuro. El adivinador se concentra en una bola de cristal o en un pedazo de cristal hasta que aparezca sobre la superficie una imagen más o menos nítida que el augur tendrá que interpretar. Por su belleza plástica, la bola de cristal ha sido un elemento recurrente tanto en cine como en literatura para representar a las pitonisas y las brujas.


DEL QUESO PODRIDO A LA CASCARA DE HUEVO

Antiguamente, y para casos muy concretos como localizar al culpable de un acto malvado, por lo general un asesinato, se empleaba la tiromancia, un método de adivinación peculiar donde los haya. Se requería un queso podrido con gusanos dentro. Se escribían los nombres de los sospechosos en distintos papeles y, aquel sobre el que se aposentasen los invertebrados, sería ajusticiado.


Otro animal interviene en la alectromancia: el gallo. Esta técnica consiste en trazar un círculo en el suelo, dividirlo en casillas, dentro de cada una de las cuales se escribía una letra del alfabeto y se dejaba un grano de trigo. Se colocaba el gallo en medio y se iban apuntando las letras de las casillas que el gallo comía. La palabra resultante de aquello tenía la clave del oráculo.


También se utiliza la ornitomancia, interpretando el vuelo de las aves; la runamancia, que predice el destino con las piedras conocidas como ‘runas’, signos alfabéticos que empleaban los escandinavos en su escritura; la geomancia, que consiste en arrojar un puñado de tierra sobre una superficie plana e interpretar las líneas resultantes; la filoromancia, muy popular entre los griegos, es la predicción por medio de pétalos de rosa; la quiromancia, o lectura de las líneas de la manos, que goza, junto al Tarot, de una vigencia muy difundida; la cleromancia, que adivina por la disposición de huesecillos arrojados al azar…


Casi cualquier cosa puede catalizar lo que está por suceder. Por ejemplo, las cebollas, que se emplean en la croniomancia; el incienso, que protagoniza la técnica conocida como libanomancia; el vino, otro de los métodos de adivinación más populares, conocido como oneomancia; los huevos, que ocultan en el interior de la cáscara el porvenir y cuya práctica se denomina obomancia…


La interpretación de los posos del café, cafeomancia, tiene solera. De hecho, existe una especie de manual al respecto que data del siglo XVII, y cuyo autor fue un italiano, Tomás Tamponelli. Al café –siempre molido, nunca solubre- se le puede añadir azúcar, pero ninguna sustancia líquida, ni leche, ni licor alguno. Hay dos modos de interpretar los posos. O bien se arrojan los de la cafetera al plato y se leen, o bien se descifran las manchas que quedan dentro de la taza. A gusto del augur.


¿Y los sueños? Los sueños son otro mundo. Desde luego, otra dimensión. La oniromancia es un arte que practica todo sujeto porque ¿quién no ha tratado de conferir un significado a aquello que ha soñado? En culturas milenarias como la babilonia, la israelita, la persa, india o china había sacerdotes y chamanes dedicados a interpretar esta actividad de la mente.


Freud dedicó acaso su vida entera a catalogarlos y estructurarlos. Jung explica que nuestros sueños son portadores de mensajes simbólicos… y eso que los sueños apenas se recuerdan diez minutos después de habernos despertado. Por cierto, el diccionario más antiguo que se conserva a propósito de los sueños data del siglo II, y su autor, Artemidoro de Daldis, empleó un sentido común mucho más sensato que algunas interpretaciones ofrecidas por Freud, en exceso imbuido por una fijación sexual.


La curiosidad del hombre por escudriñar su futuro es tan antigua que, a día de hoy, lejos de participar de la crisis económica, ésta la acentúa. Son datos estadísticos: cuanto peor nos va en la vida, crematísticamente hablando, más recurrimos a los juegos de azar y a las técnicas que nos predecir el porvenir. Para que no nos pille desprevenidos.