LOLIPOP ICONS (she pisses you, yeah, yeah, yeah….)





Tal vez, en el principio, fuesen las imágenes prohibidas de una BB vestida de colegiala, los cabellos aún sin oxigenar y al oreo la bajura de sus recónditas frondas. De ahí podría haber ido laudando la levadura que, demiurgásmicamente, estuproductores como Vadim o Gainsbourg fueron alimentando en lo que, en sincronía con la cinematográfica Nouvelle Vague, sería conocido como la explosión de lo yeyé. Las bacantes que en UK adoraban a sus ídolos hasta el paroxismo más chorreante (me sorprendió en la biografía de Paul McCartney que me pasó en su momento el difunto Zancajo cierta frase en la que se me descubrieron las hasta entonces incógnitas propiedades enuréticas de la Beatlemanía -“Y no era solo la asombrosa velocidad de ascenso de los discos de la banda en las listas de los más vendidos, las multitudes que hacían cola para ver sus espectáculos, los chillidos incesantes que tapaban cada canción que interpretaban, las andanadas de caramelos jelly babies que lanzaban sobre el escenario ni las hileras de asientos que quedaban empapados de orina femenina.”- y que me hizo pensar en aquella muletilla de Millán Salcedo cuando performaba la mitomanía hembra más exacerbada -”ME MEO TOA!!!!!”-), al otro lado del Canal se convertían en estrellitas per se (venusinas de kindergarten que remozaban con infinito más glamour aquella imagen rancia de una Judy Garland recental suspirando por Clark Gable): en lo más ternasco (aún con el chupete a medio quitar), la estridente agitación de France Gall o la más paradita timidez de Chantal Goya (sublimada en la más intelectual androginia de la yeyé más profunda y pensante, Francoise Hardy o en la espiritada folkie Marie Laforet), o los lamentos exóticos de baby butterfly de Tiny Yong (insospechado presagio de las latitudes que muchos lustros después heredarían la tendencia de las lolipopis -tendencia que daría pie a una de mis mejores creaciones sonoras y a uno de los momentos más elevados de Kitano como cineasta-) o la altiva distancia de la emperatriz de lo yeyé, la esfinge Sylvie Vartan (cuyo alter ego en la pantalla se traduciría en la volcánica gelidez de la Deneuve debutando en LAS SEÑORITAS DE ROCHEFORT -aquella Deneuve que otro estuproductor, Polansky, exprimiría hasta sus más oscuros y letales jugos en la insuperable REPULSION y de quien Vadim, gran catador de debutantes, diría que en sus mañas íntimas dejaba a la Bardot al ras de la más inocente párvula-) o la dulzura levantina de la melancólica Vicky Leandros (más icónica que nunca en ese primer plano nacarado de la portada de su álbum APRES TOI, con ese belfo tembloroso con nostalgia de chupete-). Aquella explosión de las lolipopis yeyés se iría deshilachando en Francia (Mireille Mathieu en su rol de Juana de Arco canora, de ruiseñor portavoz de las esencias de la V República, ya daba un toque de retreta) con epígonas como la inicial Veronique Sanson o casi una década después la paródica Lio (vuelta de tuerca de la agitación francegalliana pero con mucho más descaro, rayando a veces en lo procaz -una traducción cinematográfica pero manteniendo un punto más inocente y cercano a lo más “candid” de lo yeyé lo hallamos en AMELIE-). Sería en Japón donde los protocolos de lo yeyé se recuperarían en toda su plenitud y así dejando claro que lo YEYE LOLIPOP sólo puede existir en situaciones donde prime la Autoridad como referente último (sea focalizada en una figura paternal como De Gaulle o permeada socialmente en la memoria colectiva de la tradición japonesa, siempre avasallada y siempre rampante en su continua y espiral retromutación). Y, volviendo a la mentada biografía de Paul McCartney, acabaré con esta sugerente parrafada, en relación con la detención de PMC en Japón por tenencia de cannabis: “Cuando terminó el interrogatorio se le permitió un breve encuentro con Linda y luego volvieron a meterlo en prisión preventiva en el cuartel general de la policía metropolitana. Cuando su escolta lo hizo salir por una puerta trasera, se vieron rodeados por unas doscientas jóvenes que lloraban de manera histérica y gritaban su nombre, y la dificultad de los japoneses para pronunciar la letra «l» le añadía una angustia adicional: «¡Paur! ¡Paur!». El tumulto se volvió tan incontrolable que hubo que llamar a la policía antidisturbios. «Era como la beatlemanía —recordaría él—. Solo que en lugar de ir de camino a un concierto, iba a una celda.»”. Y como acorde final, esa a modo de Hardy japonesa, vocalista, compositora y violinista, Kanon Wakeshima, reafirmando lo dicho, que lo yeyé llega a su más sublimada dinámica en en el país donde nace el sol y la diosa auroral dispensa su más dorada lluvia.