De literatura e instituciones



un repasillo a los premios literarios por MARTINA UWE







Vivimos época de decadencia, en la decencia, en las formas, en la indumentaria, en las ideas, en el lenguaje… Este sujeto de buena planta que acaba de recibir el Planeta es una imagen icónica de lo que quiero decir. Que el mundo, tal y como lo conocimos, se acaba. Como la caída de otros grandes imperios, que se van envileciendo hasta límites difícilmente soportables. Pero lo que se acaba ahora no es un imperio, es la civilización misma. Otro ejemplo es el Planeta. Porque hubo un tiempo en que el Premio Planeta tenía que ver con la literatura, cuando reconoció a autores como Marsé, Matute, Scorza, Benet, J. Sender… pero después pensó (la estructura empresarial que hay detrás) que qué carajo era eso de la literatura cuando podían multiplicar los beneficios económicos transformando la calidad en mediocridad y endogamia. Y así nos va, porque la desfachatez es tal que ni siquiera han de disimular. Se lo endosan (un endose muy goloso, hablamos de un millón de euros, al que hay que quitarle la mordida de Hacienda, de acuerdo, pero aún así) a tres tipos que firman con pseudónimo de mujer, en una mascarada grotesca. Luego, a la periodista de insigne apellido; ahora a este don Juan de calzas verdes. Estos últimos ganadores vinculados directamente con Antena 3, permitiendo que todo redunde en la economía familiar.

Se reabre ese debate entre la alta y la baja cultura, que no termino de entender. Porque siempre ha habido esas dos esferas, convivían y conviven, la zarzuela y la ópera, Sinatra y Carmen París, El sueño eterno y Mach Point, Velázquez y Antonio López, Proust y Martín Gaite, Vallejo y Mayorga… Pero hablar de cultura para referirnos a mercancías me resulta impropio y repugnante. Un ejercicio de cinismo mayúsculo.

Este dandi de provincias, ganador del Planeta, dice chorradas, y las dice muy bien; aspira a bufón, pero se queda a media asta, porque la figura del bufón tiene una categoría moral que al otro no le alcanza. Dice, por ejemplo, que ya no hay lucha de clases. Pero me da molicie entrar en esto. Entraré en esta: «La literatura tiene que entretener». Como si lo suyo fuera eso mismo, hacer de polichinela barato. No conozco buena literatura que no entretenga, desde El Quijote a Madame Bovary, pasando por El corazón de las tinieblas, Solaris, La saga/fuga de JB, Las moradas, Cántico espiritual, El manantial, La isla del tesoro, Frankenstein, Drácula, El juego de los abalorios… Entretienen, sí, pero es nutricia, además, cosa que jamás será un solo párrafo de este cenáculo del espectáculo.

Es un premio privado, hasta ahí, pueden dárselo a quien consideren que vaya a reportarles mayor rédito. Lo que resulta de espanto es ver, cuando hemos visto, a los reyes respaldándolo, o a nuestra dulce y virginal Yolanda, siempre amiga de los descamisados, que a veces se coloca, seguramente por inocencia o error, al lado de los poderosos y de los estafadores. ¿Qué leerá Yolanda en su intimidad? A Marx, seguramente, pero aprendió poco.

Y por seguir en las letras, qué decir de ese poeto viudo al frente del Cervantes institucional, que ataca sistemáticamente a Muñoz Machado porque, oh, cielos, tiene un despacho de abogados. Qué cosas. Hasta donde recuerdo, la mayor parte de los grandes literatos proviene de la burguesía, el clero o la aristocracia. Cuando escribir era cosa de quienes tenían un sustento que les permitía dedicar tiempo a la palabra. Esa idea de que quien es pobre o proviene de clase humilde tiene superioridad moral es perversa. Basta leer (otro libro entretenidísimo, por cierto) Las uvas de la ira. Dice, el poeto, que Muñoz Machado es un «gestor». Es posible. Sabemos que es un tipo elocuente, educado (no ha entrado en liza), culto. Demos por hecho que también es «gestor». Me van a disculpar, pero entre un gestor y un tipo que reparte canonjías a sus amigos, que apuesta por una única voz poética (la suya y sus epígonos), me quedo con el primero. Además, es un poeto mediocre. Por eso le gusta tanto Benedetti y no Gamoneda. Ustedes recuerdan. Hacer caja de la muerte tampoco es un blasón muy elegante. Ustedes saben.

Y remato con el Nobel, concedido a László Krasznahorkai. Se ha montado la tremolina porque hay un tufillo político en esta entrega. Es cierto que Krasznahorkai escribe que da gusto, ese estilo centroeuropeo, con una mirada más bien alicaída y melancólica, con ese humor tan socarrón de quien está de vuelta de todo, tan cerca del absurdo. Pero hay otros autores que lo merecían tanto como él. Sí, es casualidad que hayan escogido a un opositor de Orban, no me digan. Claro, que viendo los papables españoles (se apostaba por Marta Sanz, Muñoz Molina, Agustín García Mallo…), tan contentos de que se lo haya llevado Krasznahorkai.