FOTOS A PIE DE NOTA

 

lembranzas del Gaucho Errabundo

 

Cae la noche en el Puerto de Ferrol

Ferroliño es una ciudad magnética donde uno puede ser joven como Errol Flynn. Los jóvenes de hoy envejecen prematuramente...salvo aquí. Tal vez el pulpo a la mugardesa es el elixir de la eterna juventud. A mi espalda queda Ferrol Viejo y sus calles crepusculares. Tabernas de marineros y pisos donde habitan musas tarraconenses. Viejas tiendas donde encontrar cartas de navegación que seguro también sirven para surcar mares galácticos dirección a ningún sitio en particular, rumbo a lo absoluto, un nuevo estado regido por fuerzas que nunca podremos imaginar o descifrar.

El Voyager-1 atravesó la heliosfera contra todo pronóstico. Nadie daba un céntimo por esa vieja chatarra espacial de los setenta, que parecía aparcada en la puerta del bar de Star Wars.
Sin embargo ya ha salido de los confines de nuestro Sistema, como un viejo marino atravesando el Cabo de Hornos, la puerta del infierno. El punto de no retorno. Las llamas solares y sus tormentas no han fundido al eterno Viajero. Se dirige al centro mismo de la Vía Láctea, consciente desde hace mucho que ya no puede regresar físicamente. Como John Coltrane en sus últimos discos, cuando generaba capas de magma antes de pulsar las notas. Nadie recorrió jamás tanta distancia. Lo hizo impulsado por la energía divina del Cosmos.

El viaje es mejor que la posada.
Desde el puerto ferrolano imagino viajes líquidos por océanos de estrellas. Héroes anónimos que nunca regresaron, pero viajaron. Hoy en día, quién viaja. Pilotaría la Voyager-1 con la promesa de regresar a Ferrol. Aquí existe un triángulo más peligroso que el de Las Bermudas y es el que une tres puntos energéticos, tres vórtices llamados Carteles, Manchitas y Super 8. Imposible no querer regresar.

 

 

 

 

Amanece en Hendaya


Me aguarda un excitante trip por las playas surfers de Bretaña, todo un paraíso. Olas imponentes, gente joven por doquier, bellas surferas, relax extremo. El surf es un espectáculo que no hace falta practicar, sólo presenciarlo ya es tremendamente gratificante.
Puedo pasarme horas contemplándolo. No reúno aún las condiciones físicas para volver a subirme a una tabla. Anónimos surfers realizan sus acrobacias desde muy temprano, algunas verdaderamente insólitas.
Tal vez la fortuna acompañe a alguno y presenciemos un pipeline...
No conozco la historia del surf pero imagino que hace miles de años un hombre surcaría las olas por primera vez a lomos de una rudimentaria tabla. Debió ser un momento clave en la historia de la humanidad y la fiebre se transmitió entre hawaianos.
Siglos después aparece el último gran surfero: Silver Surfer. El surfer cósmico. Estela Plateada.

Alguien me preguntó en que consistía realmente la música surf. Desconozco la respuesta, así que empiezo a imaginarla.
Los Beach Boys cantaban sobre surf, como Bruce&Terry, Jan&Dean o los Super Stocks. Pero en el fondo era un pop con armonías vocales, deudor de vocal bands de los 50 como los maravillosos Four Freshmen.
Es en las letras donde aparece únicamente la conexión surfer; si rebobinásemos unos años, hasta el 58 (poquito antes de la explosión de la surf music) nos encontramos con mi canción favorita de entonces, la monumental y decisiva "To know him is to love him" de The Teddy Bears; pues bien, si la necrófila letra versara sobre un romance playero, tablas y olas, nadie discutiría que aquello sería un tema de surf.
Mi canción vocal surfer favorita es, sin embargo, "New York's a lonely town" de Trade Winds. Tan lejos de las playas pero con tanta morriña al mismo tiempo.

Musicalmente creo que son los grupos instrumentales la quintaesencia surf y la auténtica banda sonora de las olas californianas y el estilo de vida que tan bien reflejan "El gran miércoles" o "Endless summer".
Empezando por Dick Dale, claro.
El tipo logró un sonido acuático con su Fender, algo así como respirar en pleno océano, que diría el gran Julio Camba. No sé si he soñado que inventó su propia unidad de reverb junto a Leo Fender; en ese caso el gran Dale entraría en la categoría de superguitarristas e inventores, entre Les Paul y Clarence White.

Esas notas sordas de Dale que percuten en las pastillas de una Fender Jaguar a partir de una púa, cuerdas extremadamente gruesas y una unidad de reverberación es el auténtico y genuino sonido del surf, a mi modo de entender. Y seguidamente Jerry Cole, ese stajanovista genio de la Wrecking Crew spectoriana que hace no pocos guiños a Dale en muchas de sus composiciones.
No es casualidad que el mejor combo instrumental que ha dado el rock -con permiso de los Shadows- es decir The Ventures, también probasen fortuna en el género playero; otra duda que planteo: si "Walk, don't run" la hubiesen titulado "Surf, don't swim" ya tendríamos el himno fundacional del género.  Ídem para Link Wray o Duane Eddy, otros dos gigantes del rock instrumental. Bel-Airs, Lively Ones, Trashmen, Sentinals... Son por lo general instrumentales salvajes, con melodías inolvidables y un sabor muy exótico.
Se advierte la proximidad mexicana, muchos poseen un marcado aire español pues son revisiones de clásicos como "Malagueña", otros suenan árabes y misteriosos como la clásica y definitiva versión de "Misirlou".
Suenan guitarras trepidantes pero también trompetas, pianos, castañuelas...
El surf es instrumental y su receta bien sabrosa, especiada de sabores mediterráneos y fronterizos.

 

 

 

 

Encontré esta pila en mi bolsillo

Me hizo gracia su marca e ipso facto me vino a la memoria un hit que contiene el disco de Dave Kusworth junto a los formidables y santanderinos Tupper:  "Rocket in my pocket".
Sicalíptico tema llenapistas para incluirlo en una lista donde no falten "Rise in your Levi's" de Duffo, "Shadow Girl" de Los Bichos o mi favorito de este improbable género: "Hurricane Fighter Plane" de The Red Crayola.

Parece mentira que en colegios y bibliotecas no se ofrezca y divulgue esa obra magna de los 80 que es "Robespierre's Velvet Basement".
El sótano aterciopelado de Robespierrrrr (que diría el Divino) contiene más joyas que la cueva de Alí Babá o el tesoro de Rackham el Rojo y yace esperando ser visitado y profanado por las nuevas generaciones de músicos y melómanos inquietos.

Kusworth continúa en un momento musical fascinante, creando hermosas canciones ajeno a modas y modismos que duran dos telediarios. Busquen vídeos de Keith en el 72, 73, 74... Kus parece salido de allí. Cuando canta me es imposible no prestarle atención, como me ocurre con Nikki Sudden o Epic Soundtracks, que por desgracia ya no están. Johnny Thunders es otro bala perdida que me rompe el corazón en mil pedazos. No sólo son las historias sino el modo tan íntimo de contarlas, esa transparencia comunicativa que poseía San Alex Chilton. Y el innegable poso de melancolía de una vida hecha jirones.
Algún día muchos se darán cuenta de que Dave Kusworth es una de las mejores voces de la Pérfida Albión, junto a Mike Scott y algún que otro superviviente británico de los 80. Pertenece a la generación que recoge el testigo de Ray Davies, Bolan, Bowie, Stones, Pretty Things, Nick Drake, Steve Harley, Mott...
Las voces de ahora, salvo contadas excepciones como la del yanqui jacobita Kevin Junior, no me dicen nada.
Son sólo imitadores sin alma.

 

 

 

 

Quién quiere ser un joven samurai. Hace falta mucho tesón.
Quién quiere ser un hombre de acción
y demostrar su condición.
Quién quiere ser huésped de un cuartel
cuando se extingue la ilusión.
Quién quiere ser maestro oriental.
La pureza y la pasión.

 

 

 

 

¿Es John Kerry vasco?

Tengo un buen amigo donostiarra que parece hijo suyo. Kerry debe tener alguna euskoconexión.
Tal vez la comida favorita de Kerry sea una ensalada Sugarri acompañada de huevos de caserío con porrusalda. Es lo que suelo pedir por aquí.
En el barquito que cruza a Hendaya pienso en esta y otras naderías mientras el cielo comienza a despejarse. La jornada promete.
En la France suelo echar de menos la comida vasca. No me termina de convencer la gastronomía local, el único pero que le pongo al voyage.

Me pregunto qué habrá sido de mis amigos de Elurretan.... tenían canciones  vitamínicas y muy graciosas, una estaba dedicada a la máquina de café. Como cuando Erik Satie dedicaba sus composiciones minimalistas a los muebles de la casa. Por qué no, cualquier razón es buena para hacer una canción.
A pesar de ello la radio no para de emitir música industrial hecha por máquinas. Una materia putrefacta que no puede ser calificada de música popular sino de basura para cenutrios de hoy.
La playa de Hendaya afortunadamente es kilométrica y apacible, llena de gente con muy buena pinta. Asisto a una comida anual de pamplonicas; ofrecen excelentes bocadillos aunque mi actual integrismo vegano (y en ocasiones crudo) me hace recurrir a un simpático chiringuito regentado por un francés que creo viene de Bordeaux, donde me preparan un panini vegetal para chuparse los dedos.

Me gusta la comida francesa cuando cocinan platos que no son de allí. Mientras degusto el bocata acompañado de una deliciosa cerveza local, sentado tranquilamente en el fabuloso paseo marítimo, frente a las impecables villas, me pregunto cómo cocinan los franceses nuestro pisto; no debe ser un plato muy popular por estas tierras.
Soy un sibarita del pisto, perfeccioné tanto su técnica que podría desafiar a un par de cocineros profesionales. Esos magníficos que nunca salen en la tele ni publican sus recetas en revistas baratas, pues no necesitan sobreexponerse ni venderse al pan y circo.
Sigo siendo de la religión de la gran Simone Ortega, quien por cierto era francesa.

 

 

 

El Divino nos vigila

 

Encontré este cartel en pleno Agosto en la capital.

Crucé la calle para buscar el pan y el periódico y me encontré cara a cara con Ávida Dollars

Casi me atropellan. Hubiera muerto sublimado ante la sibarítica y desafiante mirada de El Gran Masturbador. Los coches me pasarían por encima y yacería inherte, viendo flotar a mi alrededor las moscas limpias de Port Lligat, esas que van vestidas como de Balenciaga

Escuchando sonar sin parar el teléfono langosta. 

 

Morir como un sumo sacerdote de la religión daliniana, ¿puede haber algo más sublime? 

La vida actual es una farsa, el Divino lo sabe y sus pupilas escrutan a los transeúntes.

Pero ver a Dalí me eleva. Me eleva y eleva como el famoso tren. 

Si el Genio sostenía que las fotografías de las obras de arte superan en calidad a las obras, entonces toparse con una foto suya en plena rúa es aún mejor que contemplar en un museo cualquiera de sus obras. 

Intuyo que el paranoico-crítico cartel pronto será eliminado por secuaces del relaxing cup of coffee. Ese dichoso torrefacto de posguerra que, cierto, aún se sirve por estos lares y estos bares.

Insidioso sabor a mediocridad.

 

Pero en el último momento, Deus Ex Machina: una gigantesca grúa demoledora hará añicos la pared y el trozo exacto donde se encuentra el Divino será interceptado por un helicóptero que lo transportará y lanzará a la bahía de Rosas, en ofrenda a Neptuno.

 

 

 

 

Uno de los placeres sibaríticos de vivir en San Lorenzo de El Escorial consiste en bajar desde el punto más alto del pueblo, donde resido, a la calle del Rey -una de sus arterias principales- siempre inundada de luz y color.

 

Allí se encuentra mi tienda favorita, La Carpetana. 

Rincón gastronómico delicatessen de primer orden donde encuentro mi merienda predilecta: panecillos suecos y queso fresco.

En casa añado un excelente aceite de oliva y orégano de Limodre.

Y todo lo acompaño de un café recién molido que también compro allí. 

Nada de relaxing y por supuesto sin leche.

Bien es sabido que el café con leche es una mezcla tóxica que ataca al estómago y desestabiliza nuestro cerebro humano.

 

Ese real cerebro que hizo a Felipe II poseedor de una de las bibliotecas más importantes de aquel tiempo.Y que le llevó a levantar el grandioso Monasterio que todo aquí lo preside.

Cuando nieva en El Escorial suelo visitar el herreriano Monasterio en plena noche. 

Iluminado, nevado, en perpetuo silencio y sin más visitante alrededor que yo. 

En noches de insomnio cuento una a una sus 2.673 ventanas. Es mejor que contar ovejitas.

Su imagen me transporta a 1.584, fecha en que Juan de Herrera termina las obras.

 

Pero doscientos años exactamente después nace Fernando VII en este sagrado sitio. 

El Deseado y El Ominoso. 

En las noches invernales me parece adivinar su burlona figura atravesando la Sala Capitular.

Conspirando en el silencio de la madrugada para restablecer el absolutismo.

Descolgando el teléfono-langosta para realizar una conferencia nocturna con los Cien Mil Hijos de San Luis. Ideando nuevas y terribles formas de perseguir a liberales y también a absolutistas.

A no dejar títere con cabeza. A despejar el panorama. 

Sale a despejarse.

Entre la bruma le veo caminar, imponente, portando el hábito de la Órden del Toisón de Oro.

 

Tal vez el excéntrico Felón beba el mismo café que yo, pues de relaxing no tiene nada.

Pero estoy con él: no hay que satisfacer los deseos de los súbditos. Bajo ningún concepto.

Goya se cebó y le pintó cara de psycho, con sonrisa diabólica.

Sus constantes ataques de gota debían fastidiarle y su humor sería entonces "de pronóstico reservado". Se debía sin duda a una pésima alimentación.

Entonces no existía La Carpetana y el monarca no podía mandar a buscar mis panecillos suecos y queso fresco, dieta charlista (que no carlista), tan ligera como saludable, que siempre recomiendo.

 

 

 

 

 

En el momento de escribir estas líneas me encuentro en Mainz (Maguncia) visitando la tierra de mis ancestros teutones, pues de la gloriosa ciudad de Gutenberg procede gran parte de mi familia materna.

Tras conocer el monasterio de cartujos acudí a tomar el té a casa de un viejo tío llamado Georg Ludwig, quien reside en Florsheim. Pasamos una deliciosa tarde charlando acerca de colores.
Me habló de un color típico de allí que se utiliza como fondo coloreado en la artesanía local llamado "Kupuzinerbraun" (marrón tostado), que se puso de moda hacia 1722. Como le vi muy versado en saberes cromáticos le pregunté acerca del famoso azul cobalto chinesco, uno de mis favoritos; mi sabio tío Georg Ludwig me explicó que se denomina "gros bleu" y que ya era popular en la Francia de entonces; pero me recomendó investigar acerca del color más preciado, el amarillo, que al parecer llegó un lustro después, como los majestuosos "bleu celeste", el violeta y el "rose Pompadour".
A propósito de este último me entraron unas irrefrenables ganas de contarle acerca de Viriato, ese monarca anglosajón hijo del gran Cicerón.
Pero mi tío Georg Ludwig es un hombre muy serio y tal vez no le hiciera ni pizca de gracia.

Motivos pastoriles y mitológicos, teteras, soperas, flores decorativas, cajas de reloj, estuches, tinteros, grandes centros de mesa, relieves, vasos de Frankenthal, hojas de bronce tan al gusto de, otra vez, la Pompadour. Parece que el salón de mi tío Georg Ludwig padezca de horror vacui. Suena de fondo la Quinta Sinfonía de Mahler, que aunque me gusta, siempre me ha parecido complicadísima.

Comparto con mi tío su afición romántica por las fortalezas en ruinas y las callejuelas serpenteantes. Hablamos de un próximo viaje al palacio de Heidelberg y de ese aura sagrada que irradian sus jardines. Y el placer de contemplar la ciudad vieja desde el mirador de Scheffel.
Aunque aquí en Meinz tenemos el Palacio de los Príncipes Electores, otro tesoro que visito religiosamente cada vez que vengo.

Mi tío Georg Ludwig es defensor de lo artesanal y provinciano.
Es su invernadero lo que más me llama la atención de toda la vivienda: muebles indios, cortinajes bordados a mano, un diván tapizado, palmeras y plantas exóticas. Como evocando un mundo lejano y enigmático.

De vuelta al Centro de Congresos, recibo una llamada  y me acicalo apresuradamente para visitar las vinacotecas y tabernas. Los vinos del Hesse Renano nos esperan, la noche se presenta muy peligrosa...