Doctores tiene la Iglesia. Yo sólo soy un advenedizo, un mangurrián, un cabezabuque, un destripaterrones. Pero me veo en una necesidad quasi metafísica de contarles mi experiencia mística. Esta experiencia viene a cuento cuando el verano pasado, entre rigores de calor que atormentaban el cuerpo y flashbacks que taladraban el espíritu, tuve la feliz idea de reencontrarme con un maestro italiano; bueno, reencontrarme y corregir aumentando mi percepción del que lego e inocente se enfrenta a una música, a un arte completamente receptivo, cosa que por razones de reserva moral y de miedo al rufián, casi nunca hago.


Retrocedamos. Una sala de una casa en el campo en la siesta. Chicharras. Una mesa de ping pong y un casette con walkman acoplado de color rojo. Mis primos mayores juegan con las paletas. Suenan éxitos de música en español y alguno en inglés. Entre medio aparece Battiato. Nómadas, Yo quiero verte danzar y Centro de gravedad permanente. Sólo esas tres. Suficiente. La capacidad de teletransportación  es innegable. Tan poderoso como lo fueron en mis retinas más infantiles aún los documentales del Huang He y de la Ruta de la Seda, Nómadas me imbuía en un viaje místico que quizás me recordaba a un libro, que dejaron olvidado en la imprenta para encuadernar, y en que salían láminas de tribus y lugares, de desiertos y derviches, de grandes mezquitas y morunas calles con olor a especia y papel viejo.


Desde la perspectiva de mi yo actual con mi yo niño, no me explicaba que el misterio de la teletransportación me dejara en el mismo sitio. Y es que las bocanadas de trigo cortado, olivos polvorientos y vides ya pimpantes que tragaba en la campiña de Córdoba de un país en desarrollo, no se aleja tanto de lo mediterráneo, de la mamma siciliana de Franco, de su origen, de algunos de los ejes de su centro de gravedad.


Hoy, pues puedo decir que Centro di gravità permanentees de La Voce del Padrone(1981), Voglio Vederti Danzarede L’arca di Noe(1982) y Nómadasde su álbumen español Nómadas (1987)pero esos datos son totalmente irrelevantes. No hay datos mensurables para elevar los ánimos. No tengo el buen gusto y el vasto conocimiento de Mysterio, o la sapiencia zen y la capacidad de observación de Dildo, pero desde mi gran losa terrenal, que me une, por muchos motivos a la Tierra —con mayúscula— que piso, y en la que me enraízo buscado furtivos acuíferos secretos de ominosas sabidurías olvidadas levito, o al menos lo hace mi mente, al escuchar al autor siciliano. A un individuo tan prosaico y —repito— terrenal como yo, tan pantagruélico, tan sólido, tan real, lo etéreo me acaba poseyendo, y aunque Battiato afirma que la meditación es una parte de su vida que no tiene nada que ver con su creación artística —son cosas separadas, nos dice— es una de la pocas formas que conozco de acercarme a eso que llaman el misticismo. Si bien lo místico supone premisas que me cuestan mucho de asumir, como el alma y una divinidad, seguramente en el humano, tan proclive a tantos vicios y a tan pocas virtudes, ese acercamiento del espíritu a algo sobrenatural puede ser en el caso de los mecanicistas sin remedio, una aproximación de la mente a la naturaleza o a un grado de consciencia más elevado.


Además, ahondado en las bondades de Battiato, y en las de su traductor al español, se disipa mi antiguo vicio de no fijarme en las letras y centrarse sólo en la música. Letras llenas de una enjundia poco comunes en una época en la que la banalidad y el lugar común, o directamente el atentado contra la inteligencia, son moneda corriente en un panorama musical agónico y pseudoapocalíptico —si fuese apocalíptico sensu stricto no estaría mal—. De nuevo un revulsivo para dejar a un lado las mamarrachadas de la cotidianidad y ahondarse ya sea en la mística mediterránea o el placer de los sentidos, en la dignidad ante la canallesca o retirarnos a lugares etéreos donde la podredumbre ni nos toque. No sé si es algo que sólo ocurre en mí, pero la música battiata apela a mi yo soñador de una manera única y especial, bastante diferente a lo que me sugieren Lord Dunseny o mi amado H.P.L. Sueños de música sufí, altiplanicies, serrallos e inciensos. Invitaciones a lo promiscuo, a lo sagrado, al no ser tan deseado tantas veces.


Adelantemos en lo retrocedido hasta el verano pasado. Me percato, me doy cuenta de que al igual que me pasara con otros músicos, que en teoría no tendrían nada que ver conmigo, la neomística battiata me cala. Progresivamente dejo de escuchar en español para hacerlo en italiano, y repito  Messa Arcaica —que es lo que escucho al escribir estas líneas— y Telesio hasta que se convierten en mantra. Una búsqueda, un bálsamo, una huida. ¿Acaso en la Tierra, que huele a tierra, y es dura como la tierra, ya no me quiere en su seno y me eleva a estratosféricos niveles? Pero después escuchas Currucucucú o —sobre— Un sentimiento nuevo te reconcilian con lo corporal, y quizás esa dicotomía sea lo más interesante; la elevación se compatibiliza con lo meramente carnal. Quizás peque de inocente, pero los hay que somos más lentos. No quiero decir de entendederas, sino que no nos bebemos el mundo, porque simplemente nuestra curiosidad no sea instantánea, sino de largo recorrido.


El plantearse o no si Battiato es para la mera intelectualidad aun habiendo vendido muchos discos no es una cuestión que me interese. Mucha gente cree que al  escuchar músicas —o no—distintas, raras, o contracorriente, lo aleja del rebaño; lo importante es que una música te llegue tanto que el sufrimiento que provoque, la risa, la felicidad, sea real. Poco importa que eso le pasa a uno o a un millón, pues como las experiencias místicas, los arrobamientos son para tenerlos uno, no vivirlos de los demás. La música contemporánea a mí no me ofrece lo que busco en su mayoría, por eso me refugio en Morricone —otro italiano del que otro día hablaré— o en melodías antiguas, ya sean de pasadas décadas —Neil Young, Nick Drake…— o pasados siglos —Sylvius Leopold Weiss es mi debilidad en viajes viejunos—. O es que me hago irremediablemente viejo, y redundando en lo anteriormente dicho mi curiosidad es perezosa, no por vaga, sino por lenta.


Pero al final de los finales, la vida va a su bola y nos pasa como que somos El animal… y vivimos la normalidad. La normalidad elevada a arte en esta canción. La sublimación de lo cotidiano no hace mejor lo cotidiano, pero escuchar esta canción hace que lo cotidiano haya servido para algo. Mas el animal que yo llevo dentro no me deja nunca vivir feliz, se lleva todo, hasta el café, me vuelve esclavo de mis pasiones y no se rinde jamás y no sabe esperar y el animal que yo llevo dentro te ama a ti.
El amor. Real. Demoledor. Lo más lejos posible. Inevitable.

Ya más no podemos deshacer lo retrocedo; ahora mismo suena otro que no es Battiato. Es indiferente, porque para mí siempre ya será indeleble esquirla, una muesca en mi mente el que me hizo, me hace, plantearme ser un místico entre tanta materia que amo, el que me dice que, aunque ya lo sabía, necesito otra vida, donde no sirven excitantes ni ideologías.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Amén. لو شاء الله. Volver a LDS
Da capo.