Labranza de afecto





Por Esther Peñas





Seguir el rastro de las comisuras de los pórticos, sentirlas bellas promesas de un domingo en las afueras de uno mismo y abandonarse al paso para que se pierda y nunca llegue. Compartir la palabra, arrimarse a la hoguera de la oscuridad de las esquinas, saber que la luna es un velo que preserva el pudor de los amantes y su temperatura, proclamar un silencio de cosecha, un silencio hondo como lo que al fin se comprende, sin gramática ni silabarios, se comprende porque se nos hace carne honda en su plenitud, y acontece, sin recorrido, y no se explica. Honda carne como el surco de la lenta agricultura de nuestro abrazo. Confiar en la labranza del afecto, en su misterioso discurrir, en su latifundio libérrimo de diezmos, pleno del placer inútil de la entrega. Desdoblar el hilo de los cuentos, segar su término, abrir el pórtico de la carcajada que trepa desbrozando agravios. Seguir el rastro de las noches insomnes, de las horas que no terminan porque no dejan de ser comienzo, exploradas con el temblor de quien descubre lo bello y su raíz.