Los labios de la metamorfosis
Por Esther Peñas
La discípula amada tuvo un sueño de voz. La voz de su sueño era previa a las palabras, y con las palabras esa voz, textura y saliva de luz, nombró cada una de las flores que salvan el mundo. Por cada una de ellas, un lugar; para el lugar profético revelado, un estado de alma.
Así, en el tacto lanoso del sueño, la discípula amada supo que los confines de la rosa conforman un territorio que se extiende entre las raíces de los cadáveres y el llanto silente de los vivos, allá donde los muertos mantienen a quienes los convocan y hacen llama de infinito y no lo saben.
Así, la quilla en el rumbo de la historia acontece en el paso que se habita y lleva lirios; la flor oscura de la angustia segrega luciérnagas en el corazón crucificado y lo despierta; las violetas comparten el pan de la tormenta y beben relámpagos; la flor de fuego es una lumbre alimentada de salterios desesperados que tejen la narración primera y hacen mundo; las orquídeas pastan en la siesta e invaden el silo en ruinas.
Así los falsos nenúfares aspiran y transpiran el corazón capaz de lluvia y lo alumbran, espumeante; la flor confidencial procura la hendidura de la agnición y nos cumple, profética.
Así, las campanas de los monasterios siembran melodías de pronombres y convocan a los libertinos enamorados que se besan de puntillas en un otoño que les pertenece, y los pétalos de sombra dejan en el alféizar del regazo la tinta necesaria para brindar por los astros. Hay abejas y hormigas que llegan desde lejos.
Así la flor azul entona tu nombre casto, Inés, nacido del cordero y del recinto sagrado porque tú lo eres más sin púrpuras, indefensa de ti misma, desnuda de máscaras y de cordones. El abrazo, zahorí de encuentros, nos anuda y hace sayo irreverente. Somos oración primera.
Así los que se comen las flores resucitan en el reino de las formas y besan los labios de la metamorfosis.
Hay pan ácimo en la mesa. Celebramos la Pascua, el tránsito. La discípula amada tuvo un sueño de voz y te va contando en el pespunte. Te lleva en su enagua, y se sonroja para ti. Esta última flor, la del asombro ante la bondad de una existencia es la que arranca del brote y te ciñe en los ojos.