MÁS ALLÁ DEL SILENCIO


Una conversación

con la maestra zen

Bárbara Kosen



Por Luis Landeira Caro



Desde el momento en que recibió la transmisión del Dharma, Bárbara Kosen Richaudeau (París, 1951) se convirtió en la primera mujer maestra Zen de Occidente, y una de las pocas personas que enseñan en la actualidad la práctica del verdadero Soto, tal y como lo transmitió Kodo Sawaki, recogiendo la antorcha de Dogen. Una práctica que gira en torno a Shikantaza, es decir, “estar simplemente sentado”, sin objeto, pensamiento o imagen.

La historia de la iniciación de Bárbara es sencilla y cotidiana. Estudiaba Historia en la Universidad, en París, cuando una profesora le habló sobre Buda. Tenía 22 o 23 años y el mensaje de amor cósmico del budismo le produjo un fuerte impacto, hasta el punto de pensar “qué pena no haber nacido en la India para practicar budismo”. Pero un día conoció a un estudiante que aseguraba ser budista. Y se dijo: “Si él puede, yo también”.

A partir de entonces, Bárbara estuvo inquieta, expectante, buscando una puerta de entrada, una vía iniciática, una línea de sombra. Hasta que, en 1973, un amigo le habló del maestro japonés Taisen Deshimaru, que llevaba unos siete años establecido en París cumpliendo la misión que su maestro, Kodo Sawaki, le había encomendado: plantar la semilla del Zen en Europa.

De la noche a la mañana, Bárbara se convirtió en discípula de Deshimaru: había encontrado exactamente lo que buscaba. Tras año y medio de práctica intensa, se ordenó monja y continuó sus estudios con el sensei. A la muerte de su maestro, pasó ocho años dirigiendo un dojo en Ginebra. Luego, recibió la transmisión del Dharma directamente del maestro Stéphane Kosen.

En 1995, Bárbara abrió un pequeño dojo en la calle Bordadores de Madrid, una ciudad tremendamente hedonista, en un país caótico, católico y poco receptivo a este tipo de enseñanzas. Aún así, tuvo cierto éxito y pronto se vio obligada a trasladar el dojo, que bautizó como Mokusan, a un local más grande en la calle Madera. Y posteriormente a otro, en Campomanes.

Kodo Sawaki solía decir que su dojo era como la casa del caracol, y que se encontraba allá donde él estuviera. Del mismo modo, Bárbara piensa que los cambios de espacio son positivos, y no hace mucho volvió a trasladar su dojo, esta vez al número cinco de la calle Conde de Romanones, en la escalera A y el piso tercero izquierda para más señas. Y ahí sigue de momento.

Paralelamente a la evolución del dojo, hacia el año 2000 Bárbara fundó el monasterio Zen Shorin-ji, cuyo nombre japonés significa “Templo del Bosque del Despertar”, en el corazón de la sierra de Gredos, donde organiza continuas sesshines (retiros intensivos) y samus (trabajo en silencio), así como campos de primavera, verano, otoño e invierno.

En la actualidad, la sangha (comunidad) de Bárbara Kosen, de la que un servidor forma parte desde hace años, vive un buen momento, con su pequeño ejército de monjes, bodhisattvas, practicantes laicos y todo tipo de personas que han decidido entrar en combate con sus propios demonios. Aunque Bárbara vive en el templo de Shorin-ji, viaja con frecuencia para dar conferencias y dirigir sesshines por todo el mundo, y también pasa a menudo por Madrid, para supervisar la buena marcha del Mokusan Dojo. Allí fue realizada la siguiente entrevista, que empieza así:


¿Cómo le explicarías a un niño o a un anciano que no sepa nada del asunto lo que es el Zen?

A un niño es difícil. Pero al anciano le diría que es la práctica de la concentración en el momento presente.


¿Por qué es una práctica tan minoritaria y elitista?

No creo que sea elitista. Si lo practica poca gente es porque el Zen es una práctica del aquí y ahora y eso es difícil. También hay muchos que creen que es una práctica basada en la disciplina, aunque a mi no me gusta utilizar esa palabra. Simplemente, creo que practicar zazen es tomar la determinación de ir hacia una sabiduría que está al alcance de todos y cada uno de nosotros.


¿Crees en el Zen como único camino hacia la sabiduría o contemplas otros? Pienso en los enteógenos, o cualquier otro tipo de vía iniciática.

Por supuesto que no es el único camino. Existen más vías espirituales. Y sí, hay drogas que pueden ser útiles, pero te estás apoyando en algo. En el Zen el instrumento es tu cuerpo, la postura es como tu corazón. Pero si tomas la decisión de practicar zazen, es porque has tenido una revelación que te conduce a ello. Y creo que todas las personas tienen una revelación espiritual en algún momento de su vida. Esta revelación no tiene por qué provocarla algo extraordinario, puede ser cualquier cosa: la muerte de un ser querido, un sufrimiento personal, una experiencia con una droga visionaria o nada en especial. Por ejemplo, un hombre me contó que, tras pasar algún tiempo enfermo, salió a la calle, fue a tomar una cerveza y, en el momento de beberla, tuvo una revelación. Entonces se puso a buscar un camino y acabó viniendo al dojo. En un momento dado, todos los seres humanos tienen una revelación. Lo que ocurre es que no todos la siguen, bien porque la vida los lleva en otra dirección o bien porque miran hacia otro lado.


Sin embargo, hay gente que está completamente realizada de forma natural, viviendo el aquí y ahora. Quizá ocurra más con individuos sencillos, que viven en zonas rurales. ¿Estas búsquedas se dan más en las ciudades?

No lo creo. Hay buscadores de la Verdad en todas partes. Por supuesto, existen personas muy sencillas que aprovechan directamente la vida y están en armonía con ella. Pero es raro que alguien no tenga deseos, que no corra detrás de algo, ya sean millones o la mujer del vecino: entonces, ya no está en paz. Hay muy poca gente equilibrada y feliz.





¿El Zen no sirve para nada, como decía Kodo Sawaki?

No sirve para nada porque sirve para encontrarte a ti mismo. Es decir, que no te da nada que no tuvieras ya. No te da nada nuevo. Simplemente, te redescubre algo que habías tapado y ya no eras capaz de ver, pero que siempre estuvo ahí.


¿Es una religión o una práctica?

Se puede practicar zazen sin más, sin ningún adorno. Pero, poco a poco, la práctica te vuelve religioso, te vuelve budista. Habrá gente que diga “es una religión, es el opio del pueblo”. Pero no es ese tipo de religión. Es una religión porque, gracias a ella, encuentras de nuevo el lazo con la naturaleza, con lo que te rodea y contigo mismo. Esa es la verdadera religión. Pero en el Zen no hay un dios fuera de ti. Buda eres tú mismo, si alcanzas el Despertar; y también el guía, el maestro iniciador.


También existe el concepto de fe. ¿Qué sentido tiene si no hay un dios?

En el Zen la fe es creer en la postura, en la práctica de la Vía. Sin más. Y en el maestro.


¿La figura del maestro es imprescindible o a veces es recomendable practicar solo?

Si se tiene la posibilidad de ir a un dojo, es mejor no practicar solo, porque se cometen muchos errores y crece el orgullo. Puede ser una pérdida de tiempo o un peligro, según el caso. Hay gente que empieza sola, pero la mayoría acaba buscando una sangha y un maestro. Porque el espíritu del budismo es tener conciencia de la unidad de todas las existencias. Y si no eres capaz de practicar con otras personas, vas por un camino oscuro, porque practicas para ti mismo, no para el Universo.





El mismísimo Buda Shakyamuni practicó solo y alcanzó la Iluminación.

Pero vivió una vida de ascetismo durante siete años en el Himalaya. Y, antes de eso, siguió a maestros. Si alguien se va a la montaña durante años, sin nada, también puede practicar solo aunque, por supuesto, es mucho más difícil y peligroso. Normalmente, en cuanto te pones a practicar, te dices: “No voy a practicar solo porque esto es algo demasiado grande para mi”. El Zen existe desde hace más de 2.500 años y, sí, puedes hacerlo en tu habitación en pijama por la mañana, pero se te puede ir de las manos.


En una época como esta, tan llena de impostores, ¿cómo puede alguien reconocer a un auténtico maestro?

Es una cuestión de corazón, de emociones, de intimidad... En el budismo es muy importante la intuición. Cuando se habla de la sabiduría, no se habla de un conocimiento intelectual, sino de una intuición que tienes en tu conciencia. Por ejemplo, yo con mi maestro, Taisen Deshimaru, sentí algo de forma muy directa. Y hoy hace 30 años que murió, pero todavía siento esa intimidad. Pero, por otro lado, es muy difícil tener confianza en una persona. Así que también es importante la tradición y el linaje. Yo tengo el linaje de Kodo Sawaki y Taisen Deshimaru; y nuestra escuela, el Soto, da mucha importancia a la práctica de zazen. En otras escuelas, hay sanghas que no han recibido la transmisión y hacen una especie de meditación. Zazen no es una meditación, es una acción perfecta.


O sea, que nada tiene que ver con prácticas como la meditación trascendental.

Nada. Eso es algo que haces para relajarte, para estar bien, poner la mente en blanco... Pero zazen no es una meditación, es la unidad cuerpo-mente, que están en una acción total, completa. Y Kodo Sawaki, en ese sentido, fue un renovador del zazen, porque él lo había comprendido: no quería transmitir una religión que se dedicara a dar misas, si no una práctica espiritual total.





En Japón pasó con el Zen un poco como en Occidente con la Iglesia Católica: se perdió el espíritu original. Sin embargo, la sentada de zazen es incorruptible, siempre es pura y fresca. Tal vez por eso la monja Ana María Schlüter, el padre Hugo Makibi Enomiya-Lassalle y otros heterodoxos del catolicismo decidieron practicar zazen.

Sí, hay muchos católicos que practican zazen. No lo veo mal. De hecho, Deshimaru hizo varias sesshines en monasterios de dominicos. Todo depende siempre de la energía del maestro, pero un monje católico perfectamente puede ser un buen practicante de Zen. Da igual que pongan un Cristo que un Buda en el altar. El Buda no es más que una estatua. En los dojos tradicionales no hay ni Buda. Y en nuestro dojo ponemos un Buda sólo para marcar el centro del espacio donde se practica.


Uno de los aspectos que más me atrajo siempre del Zen es que está por encima de la moral y eso le impide caer en la hipocresía de otras religiones. Pero, aún así, en el budismo hay unos preceptos. ¿Qué son el bien y el mal para el Zen?

Son lo mismo. El precepto importante es el de la Naturaleza de Buda: ser consciente de que todas las existencias tienen la misma naturaleza que tú. Entonces, si en esencia somos iguales, tú no vas a hacer daño a otro porque te estarías haciendo daño a ti mismo. Pero el bien y el mal son relativos: dependen de las épocas, de las sociedades... Evidentemente, rechazamos las cosas malas y buscamos las buenas, pero eso está en relación con el karma. Además, el mal se vuelve bien y el bien se vuelve mal. Hay movimientos. Nada es permanente. El Zen es una forma más allá del bien y del mal.





¿Y qué es la Verdad? ¿Podemos hablar de una Verdad Cósmica?

Hablar, no. (Risas).


Entonces, la Verdad es el silencio.

Efectivamente, la Verdad absoluta es el silencio. La verdad relativa, cambia. La Verdad absoluta está más allá del mundo humano. En el Zen, en lugar de la palabra Verdad se utiliza “la Vía”, que es la Verdad que está aquí y ahora, de instante a instante. Cuando hacemos zazen somos buscadores de la Verdad. La Verdad absoluta la encuentras cuando despiertas totalmente y, bueno, lo cierto es que no te puedo decir si eso a mí me ha ocurrido o no. (Risas). También puedes encontrarla en el momento de la muerte.


Entonces, ¿para qué buscarla antes?

Porque en el momento de la muerte puedes encontrarla... o no encontrarla. (Risas)


¿Por qué decía el maestro Taisen Deshimaru que practicar zazen es como entrar en el ataúd?

Porque cortas tu actividad intelectual y emocional, cortas todos tus recuerdos en el momento mismo del zazen. Cuando llegas a la concentración, no hay nada. Es como morir, porque cuando morimos abandonamos todo. Y en zazen también debemos abandonar todo.


Eso de enfrentarse a la muerte antes de tiempo puede asustar a mucha gente.

Sí. Pero es un buen entrenamiento, porque... ¿qué pasa en el momento de la muerte? ¿Vas al paraíso? ¿Vas al infierno? ¿No hay nada? No lo sabemos. Pero es un momento muy importante. Del mismo modo: ¿Qué pasa antes de nacer? ¿Qué había? ¿Qué somos?


¿La muerte es diferente para alguien que ha practicado zazen que para alguien que no lo ha hecho?

Si ha tenido una práctica intensa, sí es distinta, porque esa persona ya ha abandonado todo y está preparada. Yo, por ejemplo, pienso mucho en la muerte. Y eso no significa que sea depresiva o negativa. Simplemente, tengo presente que puedo morir en cualquier momento. Esto hace que la vida sea más intensa.


En esta época, la gente vive como si fuera inmortal.

Intentan engañarse a sí mismos, pero en el fondo saben que sí van a morir. Lo que pasa es que tienen miedo. Como mucho, dicen “como esta vida es breve voy a intentar hacerme rico, follar mucho, tomar todas las drogas que pueda...”. (Risas). Y no se trata de eso.


Con la práctica de zazen se pierde el miedo a la muerte.

No la buscas, pero la aceptas. Aceptas el hecho de que tu vida no es eterna, aunque no sabes cuándo se va a acabar. No te aferras a ella.


¿Qué ocurre con el karma después de la muerte?

El karma son las acciones y la ley de causa efecto: cada acción que haces tiene una causa en tu vida o en una vida anterior y va a tener un efecto, rápido o no. Entonces el karma permanece más allá de tu vida. Si mueres no existes más, pero tu karma continúa.


Pero se dice que el zazen corta el karma.

Sí, corta el karma. Porque durante zazen no hay acción, aunque al mismo tiempo es una acción completa. Pero no hablas, no piensas, no te mueves... El zazen es algo enorme, aunque la mayoría de la gente no se da cuenta cuando lo practica. Eres como una piedra en el cielo. Esta no-acción luego va a influir en tus acciones. Es evidente. Pero el tema del karma es muy complicado.





Entonces, hablemos un poco de la postura de zazen.

Por un lado, la postura es tu cuerpo, eres tú; por otro lado, es la transmisión, es la experiencia de los maestros del pasado. Se trata de poner tu cuerpo en la forma exacta. Pero no es fácil. No es igual que hayas dormido doce horas, que hayas salido de fiesta la noche anterior. Aunque a veces duermes mucho y tienes mal zazen y a veces sales de juerga y tienes buen zazen. Zazen es imprevisible. Tú vas hacia esa postura transmitida y toda la educación Zen va a pasar por el cuerpo, no por el intelecto. De esta forma, con la práctica, no es que el intelecto se vacíe, es que pasa a tener menos importancia en tu vida. No estás siempre con la mente activada, como antes.


¿Qué es lo más difícil para una persona que empieza a practicar?

Depende de la persona. Para unos es la postura, para otros la concentración, para otros dejar pasar los pensamientos... Hay que cuidar la actitud del espíritu, la concentración, la atención... y la observación: observar la postura de tu cuerpo y si estás pensando o no. De esta forma, vuelves al cuerpo para dejar de pensar. Es lo que yo llamo “pensar con el cuerpo”, que se lleva a cabo con ayuda de la respiración: cuando espiras, los pensamientos pasan de forma automática; cuando inspiras, vienen de nuevo.


En el Soto Zen no existe la ayuda de un koan, esa frase paradójica y lapidaria que se rumia en el Rinzai. No hay nada a lo que agarrarse.

Sí, es una meditación desnuda. Aunque, en la segunda parte, tienes la ayuda del kusen del maestro, que habla condensando la sabiduría de los antiguos maestros. Las personas que están meditando escuchan esas palabras en lugar de sus pensamientos. No escuchas con atención intelectual: dejas que las palabras te atraviesen. De hecho, hay palabras que no comprendes y germinan al cabo del tiempo.


No hablas igual fuera del dojo que durante el kusen. ¿Sigues alguna técnica de pronunciación?

No, lo que ocurre es que cuando pronuncio el kusen estoy sentada en zazen, entonces hay muchas cosas que vienen del propio zazen, de la propia práctica. Suelo preparar un poco lo que voy a decir, pero es imprevisible.


¿Qué diferencia hay entre fushirio (no pensar) e hyshirio (pensar sin pensar)?

El fushirio es nada de pensamiento, no pensar en absoluto. Yo muchas veces no pienso, porque no es necesario estar pensando todo el tiempo. Hyshirio, en cambio, es “más allá del pensamiento”, dejar salir la conciencia, la intuición, vislumbrar la Verdad.


¿Cómo cambian la mente y el cuerpo para una persona que practica a lo largo de años?

La mente cambia mucho, porque se simplifica, mejora el riego cerebral y se compenetran las tres capas del cerebro: instintivo, emocional y córtex. Así, dejas de estar obligado a pensar todo el tiempo y en tu vida cotidiana puedes concentrarte en lo que estás haciendo sin tener los pensamientos ahí “runrunrunrun”. Y el cuerpo también cambia, porque el zazen hace que se equilibre, que se alimente mejor y se vuelva más saludable. Abandonas lo accesorio. Además, te vuelves más flexible y coordinas el pensamiento con la acción corporal. Todo ello de forma automática y natural.





Hablemos del kyosaku, algo que asusta a muchos principiantes. Un sonoro bastonazo en cada hombro, en la zona del trapecio, que se propina a los practicantes cuando lo piden. ¿Cuál es el sentido de estos golpes?

Kyosaku significa “bastón del despertar”, y es una gran ayuda en la práctica. Cuando estás sentado en zazen y te despistas o tienes dificultad para concentrarte, te duermes, estás cansado, tienes muchos pensamientos... pides el kyosaku. A diferencia del rinsaku (unos cinco golpes en cada hombro), que se aplica a los ordenados por faltas graves, no es un castigo. El kyosaku se da en una zona donde hay meridianos de acupuntura, así que activa tu energía. Hay un intercambio entre la persona que lo da y la que lo recibe, porque se saludan y hay una respiración armónica. Es como un intercambio de energía y ayuda a la concentración. Además, quita el miedo.


Se dice que a través de la práctica de zazen “se vuelve a la condición normal”. Entonces, se supone que...

...no estamos en la condición normal. Sólo tienes que mirar a tu alrededor, ver cómo está el mundo y la gente que lo habita. [Venus, la gata de Bárbara, se sube de un salto a la mesa junto a la que estamos hablando]. Un gato sí está en la condición normal, pero no se da cuenta, no es consciente de su condición. Nosotros tenemos consciencia de nuestro estado. Eso también nos provoca sufrimiento, si no estamos bien. Y ahí entra el Zen.


¿Cuál es el significado de gassho, el saludo sagrado en el que juntamos ambas manos y hacemos como una reverencia?

Depende. El significado abstracto es el de reunir los dos lados, la dualidad. También los católicos o los árabes juntan las manos para rezar. Es unidad contigo mismo. Cuando entras en el dojo haces gassho para estar en unidad con el dojo. Antes de sentarte haces gassho para expresar tu unidad con el lugar en el que te sientas. Luego te das la vuelta y haces gassho: unidad con la gente con quien vas a practicar. Y, por último, antes de ponerte en zazen, haces gassho otra vez: unidad con el zazen.


Shiki, mu y ku: ilusión, vacío y nada. (Risas). ¿Cómo se manejan y cómo se suceden durante zazen?

Mu es la negación. En el Zen hay mucho mu: ni existencia ni no-existencia: musho. Pero shiki son los fenómenos, es decir, toda la vida material e intelectual, o sea, todo lo que te llena. Y ku es la vacuidad: si no piensas, tu mente es ku, no hay nada dentro. Ku es fértil; mu, no: es la negación. Ku incluye todo pero sin características propias. Fu es la negación del verbo y mu, de las cosas. Tanto en zazen como en la vida cotidiana. En zazen, te vacías. Luego, cuando vuelves a tu vida cotidiana, este estado te influye y actúas de otra forma. Existe un intercambio entre los tres estados, no son absolutos. Tienes tus fenómenos, tienes la negación y tienes la vacuidad. Tienes todo eso que va más allá. A raíz de esto creas menos imágenes mentales, y la mente se vuelve más tranquila. Hay armonía con el entorno. Por eso es más fácil practicar zazen en la naturaleza, porque existe más armonía. Pero también puedes estar en armonía con el caos de la gran ciudad.


¿Qué ocurre con el cerebro en zazen? Se habla de que se equilibra el cerebro primitivo y el intelectual.

Así es. Los seres humanos hemos desarrollado sólo el cerebro intelectual. En zazen se trata de que no funcione sólo el intelecto, sino también la conciencia profunda que tenemos todos. Nuestra habitación del tesoro. (Risas).


Estamos en una época que tiende a sobrevalorar el intelecto, ¿no?

La experiencia que tengo yo en el templo de Shorin-ji con los ingenieros de caminos y demás es esta: las órdenes vienen de arriba, las dan personas inteligentes y que tienen planes de acción, pero que no tienen ninguna visión del entorno real sobre el que van a influir. Han perdido el lazo con la realidad y muchas veces se equivocan. Lo mismo ocurre con los médicos. El intelecto pierde sus lazos con la realidad y ahora, con los ordenadores, mucho más. Y así se pierde también conexión con la naturaleza.


También hay un exceso de información.

Y lo peor es que mucha de esa información es falsa. Empezando por la televisión. Emite una información que genera cierta angustia y potencia el consumo. E información superficial, sin ningún interés, para embotar la mente. Y, aunque parezca un medio más libre, en Internet también existe este problema, porque las noticias pasan muy rápido y es más fácil manipular a la gente, jugar con sus egos.


El zazen, por el contrario, disuelve el ego.

Sí, y esto es importante. La gente no entiende muy bien la noción de muga, es decir no-ego. Y es fundamental. El ego nos engaña, pensamos que es nuestra verdad pero está construido artificialmente.


Sin embargo, en el mundo moderno el ego se ve como algo positivo: hay un perfume llamado Ego, hay libros de autoayuda para aumentar el ego...

Claro, porque para las personas ordinarias el ego es su única verdad, y se identifican con él. Lo confunden con su persona. Pero en el budismo vemos que el ego es una construcción aleatoria que viene de la relación que tenemos con el entorno. No es realmente yo, porque está construido según mi educación, según mi país, según mi religión, según mis lecturas... Todo hace una amalgama que construye un ego. Entonces la gente se aferra a eso. Pero, ¿qué pasa en el momento de la muerte? Que vemos que este ego no es nada, que es una construcción irreal. Entonces, ¿qué hay de verdadero en nosotros? ¿Quién está bajo esa construcción?


Renunciar al ego es la parte más difícil de zazen.

Sí, es muy difícil. Pero si intelectualmente comprendes que ese ego es una construcción artificial, abandonarlo es mucho más fácil. El ego es una parte de ti, pero no eres tú. Mucha gente sufre por culpa del ego, porque genera miedos.


¿Tu dirías que tu ego ya no existe?

Nooo, el ego existe siempre. Pero sí puedo dar marcha atrás y abandonarlo. Puedo tener una distancia con mi ego, y también con el sufrimiento, con el amor, con las emociones. Esa distancia hace que sufras menos, que tengas un equilibrio y también que disfrutes de otra forma. Disfrutas del ser, no del ego. Por ejemplo, puedes apreciar un cuadro sin ego. Es una relación directa. No lo juzgas. No tienes la felicidad de tener un juicio personal, pero tienes la felicidad de pertenecer al Universo, que es mucho más grande. (Risas).


Últimamente me interesa mucho el contraste entre arte sagrado y arte profano. Es curioso cómo en la actualidad se valora el arte que emana del ego: “Esta obra refleja muy bien cómo se sentía el artista, así que es genial, aunque sea un espanto”.

El arte es una expresión. Muchos expresan el desierto de su vida y son felices. Otros expresan la fe que tienen en Dios y también son felices. Pero el verdadero arte es sagrado porque los grandes artistas, que transmiten emociones a la mayoría, son como santos: son pocos, viven como eremitas, se dedican totalmente a su arte... Un buen ejemplo son los artistas que hacen las vidrieras de las catedrales. Para crear arte sagrado no es necesario creer en Dios, ni representar a Dios, sino tener una acción completa.


Hablando de acción, ¿cuál es la importancia del samu y cómo influye en zazen?

Pues al igual que el gran artista que pone todo su cuerpo y toda su mente en su creación tiene una acción completa, el samu es lo mismo, sea o no una creación. El samu es un trabajo que se realiza con la misma actitud que hay durante zazen, trasladada a actos de la vida cotidiana y, en general, a actos que se realizan con las manos. Se trata de intentar estar aquí y ahora. Cuando haces samu debes procurar estar en silencio, dejar pasar los pensamientos y concentrarte en tus herramientas. El samu es muy difícil. Por ejemplo, el samu de la cocina es importantísimo, porque alimenta a la sangha equilibradamente, y es una concentración más sencilla, porque es más fácil no pensar cuando cortas una cebolla en trozos exactamente iguales. Las acciones se repiten y tú te vuelves íntimo con tu acción, con tus herramientas o, en la caligrafía, íntimo con tu pincel, tu papel y tu tinta. El samu luego influye en tu vida cotidiana, aunque si tú haces algo para ti mismo ya no es samu, sino trabajo: el samu se hace para el templo o la sangha y es una práctica sin espíritu de provecho.


¿Cuál es el significado de la compasión en el Zen?

Aquí en España se entiende otra cosa por compasión, así que es difícil de explicar. Se trata de comprender de forma plena que todas las existencias tienen la misma naturaleza.


Esto te puede llevar hacia el vegetarianismo.

Sí, porque respetas tanto a personas como a animales. Pero cuidado, porque todo lo que se convierta en dogma va contra el espíritu del Zen. Lo que sí es cierto es que, poco a poco, cuando practicas zazen, tu cuerpo se equilibra y tu relación con la comida cambia. No necesitas comer mucha carne, sobre todo si hace calor. Pero si tienes que hacer un trabajo físico duro, tal vez sí necesites carne, porque tienes que ser más agresivo. El caso es no ir por la vía estrecha y decir “soy vegetariano”, sino de no buscar comer carne, pero si te invitan a comer y te ponen un filete, te lo comes, aunque sólo sea por cortesía. Y esa actitud, con todo: no discriminar y tomar el camino del medio.





¿Qué papel juega el dolor en zazen?

Te ayuda a concentrarte y dejar pasar. Muchas veces ese dolor es fruto del miedo, sobre todo en las sesshines (retiros). El dolor en zazen no es sólo físico, sino del ego que se encuentra asustado. Según mi experiencia, muchas veces duele porque sí, porque al ego le da la gana. Y si te das cuenta de eso, te concentras, dejas pasar el dolor y, así, te olvidas también del ego. La espiración larga también ayuda.


Luego también están los makyos, las alucinaciones o ilusiones que se producen durante zazen...

Son peligrosas. Puedes llegar a creer que has alcanzado la iluminación, que te estás muriendo, etcétera. En el budismo hay 50 categorías de makyo. Es algo que siempre ha existido y es peligroso porque puedes equivocarte totalmente en tu práctica. La clave es dejarlo pasar: si ves al demonio, dale 100 bastonazos; si ves a Buda, dale 100 bastonazos. Da igual que veas al demonio (que son las ilusiones, las pasiones y demás) o a Buda, que es la presunta iluminación. Bueno, ver al Buda es casi más peligroso, porque te lo puedes creer. Es el riesgo de practicar solo: que te acabas creyendo un experto en Zen y piensas “estoy en el paraíso”. Y eso es falso.


¿Cómo se diferencia un makyo de un satori?

El satori lo reconoces porque ES. Si te ocurre, lo sabes. Porque abandonas el pequeño ego que no es verdadero. El satori es el ego no-individual. Satori es la acción misma de zazen, limpia, sin ningún polvo que la cubra. En ese momento es satori. (Risas). Te ríes, pero a ti también te ocurre eso, pero no te das cuenta porque te ocurre sólo durante unos instantes y no lo puedes atrapar. Pero si no te hubiera ocurrido, no seguirías practicando zazen.


¿Por qué si el zazen equilibra tu vida, es beneficioso y te libera, hay tanta gente que abandona de un día para otro, aunque lleve años de práctica?

Porque se han mentido a sí mismos, o porque tenían una meta de conseguir un título o un estatus y el maestro ha cortado esa meta. Muchas veces quieren utilizar de forma personal el Zen; y el Zen se puede utilizar de forma personal, pero no por mucho tiempo. Porque eso no es la práctica y no se sostiene.


El Zen triunfa donde la filosofía fracasó: filósofos de la talla Nietzsche, que eran tan listos, murieron locos, mientras que los maestros Zen viven y mueren con plenitud.

Esto ocurre porque el Zen tiene esa dimensión del no pensar, de la negación, pero una negación que no se pierde en el dualismo, sino que se basa en que los dos lados se pueden encontrar y armonizar, algo que no existe en las otras filosofías.


Asimismo, el Zen se da de bofetadas con la vida en Occidente, que es ganar dinero y...

En Occidente y en Oriente. En la India, China, o Japón también quieren ganar dinero, ahora y en todas las épocas, y quieren ir al paraíso después de la muerte, y todo el mundo es así. Puede ser que en Oriente haya más gente buscando una salida a eso, porque en Occidente hemos perdido a los líderes espirituales e incluso a los filósofos. Pero nada más. El problema es que, tanto en Oriente como en Occidente, ya quedan pocos maestros.


Y menos ahora que en Oriente los maestros se dedican a hacer ceremonias para los muertos.

Exacto. Y eso es un grave error porque el Zen es una filosofía de la vida, de la acción. La única cosa que puedes dirigir en tu vida son tus acciones, lo que haces.





¿Cómo influye el monje Zen en las acciones de los demás?

Sólo con sus propias acciones. Con su comportamiento. No hay nada más.


¿Existe el riesgo de que ocurra como en Japón y que el Zen aquí se diluya?

Sí, existe. Y la única manera de que no ocurra es practicar con exactitud. Zazen no es abstracto: es bruto, es concreto. Si vas por otros caminos, no es correcto.


El satori en el Soto Zen no es definitivo, ¿no?

No, lo que es definitivo es el Nirvana, la Gran Liberación. Y eso ocurre en la muerte.


¿Y cómo sabes tú si alguien tiene satori?

Más bien puedo ver las personas que están en la Vía; y estar en la Vía es tener el satori.


¿Pero cómo verías que alguien ha tocado techo para darle la transmisión?

Ante eso hay nada que ver ni que ver ni que decir. No hay palabras. Lo sientes, le haces gassho y punto.


Según las escrituras hinduistas, estamos en pleno Kali Yuga, una edad oscura de hipocresía y conflicto. ¿Cómo es posible cambiar esto? ¿Hay alguna esperanza?

Hay esperanza, porque la esperanza es la vida, aunque a veces dan ganas de echarse a llorar. Creo que la revolución interior a través de zazen es algo muy importante para la Humanidad y podría llegar a cambiarla. Lástima que lo practique tan poca gente.


Con esta última frase, que es como un guante de seda forjado en hierro y arrojado a la especie humana, Bárbara y yo damos por concluida la entrevista. Es hora de relajar la conversación y tomarnos un té para despejar los sentidos. Dentro de poco, a las ocho de la tarde, hay zazen.


*Para más información sobre el dojo, el templo y las actividades de la sangha de Bárbara Kosen, visitar la página web www.zenkan.com


[Nota: inédita hasta ahora en internet, esta entrevista fue realizada en primavera de 2011, y publicada un año después en el, hoy descatalogado, segundo volumen del libro-fanzine Los Secretos del Universo, acompañando a un amplio texto, también de Luis Landeira Caro, sobre la historia del budismo Zen. Para su edición en Línea de Sombra, la entrevista ha sido debidamente corregida, adaptada y actualizada].