La Cábala o el poder de la palabra

 

Por Esther Peñas

 

 

La Cábala (del hebreo ‘recibir’) es una de las principales escuelas místicas judías. Aunque surge a finales del siglo XII en la Provenza, trasladándose a Cataluña y difundiéndose en las comunidades judías vinculadas a Oriente, hay quien la sitúa mucho antes al considerarla un saber esotérico que entregó el mismo Dios a Abraham en el Monte Sinaí, junto a las Tablas de la Ley, alrededor del siglo II a.C.

 

En cualquier caso, la Cábala es una corriente mística convencida de que, así como el mundo se rige por una serie de leyes físicas básicas, existen del mismo modo un conjunto de leyes espirituales que se recogen en el Antiguo Testamento, cuyo conocimiento conduciría no sólo a la felicidad individual sino al progreso de la civilización.

 

La premisa de partida tiene su lógica. Si, tal y como se presupone a la luz de la fe, las Sagradas Escrituras fueron dictadas por Dios, nada de cuanto en ellas se cuenta puede ser casual. No hay lugar para el azar. Dios dice que la luz sea y la luz es. Luego el hombre, si es capaz de conjugar correctamente las palabras adecuadas, podrá conocer a Dios y entablar con él una suerte de comunicación.

 

A partir de aquí, la Cábala se escinde entre la rama ortodoxa, aquella que busca un conocimiento del Ser Supremo y el trasfondo de la existencia humana, y otra más heterodoxa, que persigue, además de ese conocimiento místico, una serie de dones mágicos como la capacidad adivinatoria, la curación de enfermos, el éxito o la vida eterna.

 

 

LA CÁBALA ICONOCLASTA

 

La contribución más importante al estudio heterodoxo de la Cábala se la debemos a un español, Abraham Abulafia, que escribió en el siglo XIII el ‘Zohar’ o ‘Libro del esplendor’, un tratado de 23 tomos en el que explica por qué las criaturas creadas por un ser perfecto como Dios fueron tan fallidas como el hombre, tan expuesto a la desdicha.

 

Los cabalistas heterodoxos, como los gnósticos, hablan de un Ser Supremo, del cual surgió un rayo de luz que originó la Nada, identificada con una esfera (curiosamente el símbolo de lo infinito), que recibe el nombre de ‘Kéter’, que significa ‘Corona’. De esta Corona emanan nueve esferas que remiten a Dios pero cada una de las cuales se alejan un poco más de él que la anterior.

 

Estas nueve esferas que parten de la Corona son: la Sabiduría, la Inteligencia siempre activa, la Misericordia, la Justicia, la Belleza, la Victoria de la vida sobre la muerte, la Eternidad del ser, el Fundamento o Piedra angular y el Principio de las formas.

 

Este sistema se repitió y generó progresivamente miles y miles de esferas con una luminosidad cada vez más reducida hasta desembocar en el mundo que conocemos, el del hombre, cuya distancia de Dios explicaría su imperfección. Como cuando cruzamos a un perro de raza con otros congéneres inferiores. La raza se devalúa.

 

 

LA CÁBALA DOGMÁTICA

 

Para los judíos el texto sagrado es la Torá, es decir, el Pentateuco, los cinco primeros libros de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). En ellos, según los cabalistas ortodoxos, está recogido el significado del mundo y la ‘verdad’. La combinación adecuada de los textos y palabras que contiene la Torá permitirá su conocimiento pleno.   

 

Digamos que la Torá es un lenguaje encriptado que los cabalistas tratan de desentrañar. Para ello emplean distintos métodos: la Gematría, que consiste en otorgar un valor numérico a cada palabra; el Notaricón, en el que se juntan, como si se tratase de un acróstico, las letras iniciales o finales de las palabras de una frase cuyo sentido quiere interpretarse y la Temerá, que concede un nuevo significado a una palabra alterando la posición de las letras que la componen.

 

Aunque pueda parecer relativamente fácil no lo es en absoluto. Hay que tener en cuenta que el cabalista no trabaja sólo con la conciencia: aprende a emplear en la práctica letras y luego determinadas fórmulas que son las que le ayudarán a comprender, pero ello lo hace combinando las cuatro propiedades fundamentales de su espíritu: voluntad, intelecto, sentimiento y conciencia. De cada una de ellas se requiere una fracción justa, lo que equivale a suponer que la adecuada conjunción de todo ello está más cerca del azar que de la intención del sujeto. En definitiva, un galimatías, que es una de acepciones de Cábala según la RAE.

 

Para los heterodoxos, el estudio de la Cábala está abierto a cualquier persona con ciertas inquietudes pero, según el teólogo Gershom Scholem, uno de los especialistas más importantes en mística judía, sólo aquel que practique una vida recta, que tenga sobrados conocimientos de la Torá y una fe sólida podrá adentrarse con éxito en ella.

 

Si la Cienciología se instauró en los años noventa como la pseudoreligión de los famosos, con acólitos como John Travolta, Will Smith o Tom Cruise, la Cábala la ha desbancado al acaparar el interés en los últimos tiempos de personajes como Madonna, Demi Moore, Mick Jagger o Elizabeth Taylor, que buscan en esta ciencia algo más que paz interior.

 

“La palabra adquiere vida y poder sólo en el hombre de probada santidad, no se trata de una cuestión de magia, sino de virtud, de proximidad a Dios. Todo aquel que prometa que a través de la Cábala uno conseguirá hacerse más rico, o famoso, o tener éxito es un mero charlatán”, advierte al respecto el rabino Abraham Skorka, otra de las autoridades en la materia.

 

 

EL GOLEM

 

 

Sin duda, una de las leyendas más fascinantes de la Cábala es la del Golem, que significa ‘materia en bruto’ y que inspiró la famosa novela de Meyrink. Dios toma un terrón de tierra (‘Adán’ quiere decir eso mismo, tierra roja) y le insufla vida, creando al primer hombre. Como la Cábala asegura que el nombre sagrado de Dios es un tetragrámaton, esto es, un nombre de cuatro letras, quien dé con la combinación adecuada de las mismas podrá crear. Un hombre, un mundo, lo que quiera.

 

El relato más famoso es el que cuenta que Rabbi Judah Loew, un rabino del siglo XVI, creó un golem para defender el gueto de Praga de los ataques antisemitas. Con arcilla del río Moldava, realizando los rituales prescritos y pronunciando las palabras adecuadas, el rabino dio vida a un golem, en cuya frente escribió la palabra ‘Emet’, ‘verdad’ en hebreo. El golem cumplió la tarea para la que había sido creado pero, según iba creciendo, se tornaba más y más violento hasta que al rabino le prometieron erradicar la violencia contra su pueblo si el golem era destruido. El rabino aceptó.

 

Para acabar con el golem, lo que hizo fue borrar la primera letra de su frente. Así ‘Emet’ pasó a ‘Met’, que significa muerte, y se convierte en polvo. La leyenda cuenta que sus restos descansan en un ataúd custodiado en Praga, y que podría ser devuelto a la vida si fuera necesario. Habrá que estar atentos.

 

 

 

DOCUMENTACIÓN CONSULTADA