un
rotundo j’accuse por
The
Elderly Passenger
-Ya no quedaba nada porque, en realidad, en el 68 tampoco había
habido nada.
- Sin embargo, mucha gente luchó. Vimos a montones de personas
invadiendo los campos que rodeaban la fábrica...
- ¡Correr, sí que corrieron! Pero delante de la bofia. Tendrían
que haber corrido para cargar, pero corrieron para huir. El 68 fue eso.
Así se expresaba Michel Chemin, ex-obrero metalúrgico y de la
construcción, en el curso de una conversación con Dany Cohn-Bendit, que en el
momento de la agitación sesentayochista fue conocido como Dany el Rojo, y que
hoy ha desteñido lo suyo hasta ser Dany el Asalmonado, con un toque verdoso (o
más bien de verdín, esa herrumbre u orín de lo viejo) por aquello de su pujante
militancia eco-socialista, donde comparte cartel con el espeluznante Mendiluce,
eco-pacifista, que dícese verde y de izquierdas, y promotor entusiasta de los
bombardeos sobre Yugoslavia al frente de la coalición atlantista, hoy demudado
en oportunista con ínfulas de outsider (pero bien que conserva su escaño del
PSOE y su sentido del pesebrismo).
Hoy es oportuno interrogarse acerca de la izquierda. ¿De qué va
esto de la izquierda? ¿Queda hoy izquierda? El visionario Jerry Rubin, pionero
de la contracultura norteamericana y fundador del movimiento Yippie, es hoy un
yuppie que no sale de casa sin antes comprobar que lleva encima su American
Express, mientras susurra que «hoy la izquierda ha quebrado, y es la derecha
la que desarrolla las ideas interesantes». Otros especímenes tan mendaces
como él son Serge July, quien tiene a bien dirigir Libération, periódico de la
izquierda caviar, para quien su medio escrito está en una fase de construcción «tras
la destrucción positiva del programa común izquierdista y, sobre todo, la
desaparición de los arcaísmos de la izquierda», o Fernando Gabeira,
terrorista contracultural y guerrillero brasileño en los 60-70 que reapareció
en los coloridos 80 conduciendo un show de televisión para un canal privado de
Brasil (en el que se hablaba, eso sí, de miseria, cárceles, prostitución...)
Ante semejante panorama, y tras el derrumbe de la URSS (los que
aplaudían por la caída del muro de Berlín son los mismos que lanzan hurras
marineras por la erección del muro de Cisjordania), no se sabe si tiene sentido
hablar de izquierda, un término que por otra parte nace ligado a la Asamblea
francesa de 1789, en relación con el lado en donde se sentaban unos y otros:
los que querían más reformas y los que querían menos (siempre he preferido esa
otra clasificación más sustancial de la «plaine» y la «montagne»,
pues son los montagnards quienes dan forma a la única Revolución posible: si se
niega a Dios hay que matar al Rey, inaugurando una religión civil que incluso
ensalza la pena de muerte como aceptación del poder soberano: hay que saber
morir si así se nos ordena dándole la razón contra uno mismo (divisa socrática
que inspira el entusiasmo de los revolucionarios procesados en las purgas
stalinistas: los cadalsos han sido, en toda revolución, altares). Saint Just
antepone la arcadia espartana a la utopía del renacimiento, virtud frente a
bienestar. Claro que la convergencia entre la otredad roja y el capitalismo
occidental se vino acelerando hasta el punto que es la propia KGB la que
desmonta el chiringuito soviético, estrangulado por el empujón final del cura
polaco, la hija del verdulero y el estólido ex-actor recientemente desaparecido
(e hipócritamente llorado por un país que lo trató como a un apestado desde
tiempo ha. Al menos Gorby hace anuncios para Telepizza y nos deleita con su
visión -pobrísima- del Mundo en ese montaje publicitario para la especulación
urbanística que es el Forum de BCN). Guay.
APRÈS MOI LE DÉLUGE
Una crisis de civilización, una sombra roedora. Monigotes
esperpénticos bailan con sus atuendos honorables. Pienso en Grosz, en esa
molicie de asistentes al cabaret. Todo lo que hay de Weimar o de fantasía
post-histórica no se tiene en pie (damas y caballeros, el show se ha terminado:
¿será el runrún del 11-S?). Algunos bracean como náufragos aferrados a un
sillón chipendale tras el hostiazo con el iceberg, y murmuran al paisanaje que
mantengan la calma. Caretas como las de James Ensor, porque es el trazo
expresionista el que da la medida del presente estado de cosas. Caen muchas
otras máscaras: la del centro y el reformismo (o el híbrido de ambos), el
progresismo de salón, la moderación y el consenso, el prurito tolerante y lo
virtual. Porque lo virtual es la base ya de todo.
Las pesadillas insinuadas a lo largo de este siglo SE HAN CUMPLIDO
todas sin excepción. Puede haber un foro social que anime Lula y su atrezzo de
indígenas, y una camarilla de revoltos@s a las afueras tocando el tambor. A
Vivianne Forrester ya no le apetece hablar de Chéspir, como al gazmoño Adorno
la poesía tras Auschwitz le parecía un acto de barbarie (cuando la poesía no ha
hecho otra cosa que aproximarse a la barbarie, Stockhausen dixit), se
escandaliza por el «horror económico» desde su acolchada tribuna en Le
Monde. Globalización lo llaman. Claro que nos dicen que es inevitable, sólo que
hay que dotarle de rostro humano, humanizar la obra civilizadora, y decir esto
así, sin que se asome la risa ante el producto neto del sueño de la Razón.
Trasuntos de Kautsky, mendaces traficantes de buen rollo y el tránsito
democrático al socialismo. Lenin prefiguró la escena en 1916 en sus intuiciones
sobre el Imperialismo. Claro que queda mal nombrar tales «anacronismos»
en tiempos esperpénticos. Lo anacrónico son los llamados a la democracia cuando
el ultrafascismo se asoma: en el soma de Huxley, en la pantalla mural de
Bradbury, en la normalización de las masas que desfilan en el Himno de Rand o
el apogeo pesadillesco de Zamiatyn. Pues bien: TODO ESO YA ESTÁ AQUÍ. Ahora no
hay agitación en el Tercer Mundo, ni nadie toma partido por él (como aquellos
estudiantes cantando su HO-HO-HO-CHI-MINH), sino gente pidiendo la mediación de
la Fundación Jimmy Carter y el FMI. Antes se les enviaba armas. Ahora les
mandamos leche en polvo de Nestlé.
¿COMES OSTRAS O CARACOLES, ANTONINO?
Muy indicativo de por dónde van los tiros es el comportamiento de
las mafias rosas. Vale ya de «zeroladas». Porque ya joden tantas
alabanzas, tanta defensa del matrimonio con niños y de un modelo de familia rancio.
Rousseau, que era verdaderamente de izquierdas, tuvo cinco hijos, y los cinco
los dio a la Inclusa para que los educara el Estado. Y para esto de la
adopción, ahí tenemos el Tercer Mundo para abastecernos de niños: el trámite de
acudir a uno de estos países a llevarse a una criatura hambrienta con que
satisfacer el prurito de paternidad tiene los rasgos de una actividad
piscícola, diríase tal. De lo que no se han dado cuenta es de que a la gente «normal»,
los paganinis pedáneos, las muchedumbres «de lo tan real, hoy lunes»,
les dan igual sus pataleos sobre la adopción y el cambio de sexo con cargo a
los presupuestos generales del Estado. Bastante problemas hay ya en un país
secularmente atrasado como para prestar atención a estas querellas: ya tendremos
tiempo de ocuparnos de todo eso cuando esto sea una pulcra Suiza. Lo demás es
promover clientelas políticas y cotos temáticos de libertad. Se habla de
derechos de tal o cual colectivo, al uso norteamericano en su parcelación
social y los estudios de género, al hilo de esta ola de privatización
ultraliberal de todo lo social. Uno entiende que los derechos y la libertad son
iguales para todas las personas, y no entiende que la libertad sea distinta
para cada ser humano.
Muy significativo del clima que envuelve todo esto es la oposición
del supergay Boris Izaguirre a Hugo Chávez y el bolivarismo. Normal: a estas
alturas, las reivindicaciones de los desheredados y los hambrientos no pueden
más que dar asco a esta cáfila de maricas edulcoradas, arquitectos, contables,
abogados y odontólogos que viven su particular heterotopía consumista en esa
Jericó patética de Chueca. Así, nuestro Boris se agita convulso en esa sentina
mediática que es Crónicas Marcianas, mientras en
Chueca intentan revivir, sin gracia, torpemente y con esa caspa
tan arraigada en lo ibérico, las calles de San Francisco, esa otra antiutopía
de regaliz y cuero: allí están los gays danzantes en sus fiestas y sus
apartamentos, se acicalan para ir a la ópera o lucen sus smokings en suavísimos
chill outs mientras los chicanos les aparcan los coches, les limpian la mierda,
recortan sus jardines y pasean a sus perros (miniaturizados, claro, como los de
las cortes corruptas de Luis XVI). Lo cual no es sino otra forma de explotación
muy cruda que desmiente esa sensibilidad social de la que histéricamente
presumen. Claro que Atenas –que tanto les gusta evocar- era magnífica y el
momento fundacional de la democracia (democracia de la que disfrutaban, como
siempre ha sido, los señores, y nunca los esclavos y metecos, destinados a las
minas o a morir en las guerras: así funciona hoy el mecanismo de la inmigración
en el Mundo Libre: sólo importan en sentido económico -o sea, para que se suban
al andamio por un sueldo misérrimo-.)
Se me dirá que los tiempos son otros y que muchas de las
reivindicaciones de los movimientos gays han sido asumidas por la sociedad, y
que se ha operado una normalización social de conductas antes proscritas. Bien
está que así sea, pero no deja de llamar la atención el desagrado con que
pueden ver la obra de un Genet o un Burroughs. Hay que echar un vistazo a la
SNEG, el
sindicato francés de empresarios gays (parecen todos ejecutivos de
Microsoft) y ver la distancia que los separa de Jean Genet, buceador de los
bajos fondos, inquilino de las cárceles francesas, en cuya voz reverbera la de
los marginados y los excluidos sociales. La otredad más otra. No es casual
tampoco esta mención a Genet, quien sufrió en sus carnes la reclusión (primero
el reformatorio, luego las cárceles) desde los diez años. Procesado también por
atentar contra la moral, homosexual declarado, se implicará activamente en la
defensa de los oprimidos, viajando en 1969 a EE.UU. para reivindicar la
libertad de presos pertenecientes a los Panteras Negras, y conviviendo con
refugiados y guerrilleros palestinos en Jordania y Líbano, compromiso extraño
en el seno de la izquierda francesa, empapada de sionismo. A este respecto es
de constatar el giro experimentado por el judaísmo y las familias judías ricas,
quienes por un movimiento de autodefensa apoyaban a los partidos izquierdistas,
puesto que la mayoría de organizaciones de derechas tenían un claro matiz
antisemita de raíz cristiana. Para los judíos que llegaron a América en el
entresiglo XIX-XX, era difícil discernir quién era más antisemita, si
republicanos o demócratas. Lo eran los primeros, que abolieron la esclavitud
pero que se alimentaban de una base militante inculta y contraria a la
inmigración. Además, los movimientos populistas eran también marcadamente
antisemitas: el senador Tom Watson denunció los monopolios petroleros, se opuso
a la intervención americana en la I Guerra Mundial al considerarla una «cínica
aventura capitalista», pidió el reconocimiento de la Unión Soviética tras
la Revolución. Con este panorama, los judíos enriquecidos de Chicago y Nueva
York se vieron obligados a sufragar las aventuras de partidos socialistas
liberales, mientras intentaban buscar el respaldo de las organizaciones
tradicionales, identificación que encontraron el el New Deal de Roosevelt.
Diluido el entusiasmo por el socialismo kibbutzim (al fin y al cabo, el
pensamiento de Herzl era laico).
El desplazamiento que va de Stonewall Inn (aquellos homosexuales
apaleados por la bofia en un local neoyorquino, con varios muertos) a esa tierra
de Oz postmoderna y acolchada de Chueca, se puede rastrear en palabras como las
proferidas lastimeramente por un indignado inquilino del barrio rosa de Madrid
y recogidas en un medio de prensa, alarmado por la proliferación de
delincuentes y camellos en la zona («me robaron el móvil a punta de navaja»),
pidiendo policía de proximidad o un cuerpo específico para el barrio, es decir,
MÁS POLICÍA contra la chusma menesterosa que amenaza el circuito consumista de
su splendid isolation. Los alois, en su ciudadela de la luz, blandos, suaves y
hedónicos, vapuleados periódicamente por los morlocks del inframundo. Y es que
no van a tomar partido por los proles, al menos no a través de sus plataformas
institucionales (sufragadas por un establishment del que presuntamente
abominan), que tanto y tan furiosamente cacarean contra el PP. Un detalle
revelador de la tontería que percude esta historia son los grititos con que fue
despachada Ana Botella en su visita al COGAM: las loas de la hiper-reaccionaria
Botella a la familia tradicional tienen parangón en los cantos a la pareja con
niños que tal o cual lobby rosa promueve en su cruzada por el derecho de
adopción (un cuadro de costumbres burguesas, de saloncito de estar en la
vivienda irreprochable con el niño haciendo los deberes en la alfombra,
mientras los padres se acicalan en la alcoba). Jesús Vázquez anuncia
inmobiliarias con un soniquete verbal sangriento («claro, clarito»),
mientras el pueblo «llano, llanito» las pasa putas para arrostrar con la
depredación del ladrillo que perpetran inmobiliarias como la que tan bien
sufraga a este gran gay mediático. Antes tenías la furiosa militancia política
y el desparrame estético-festivo de Les Gazolines, versión que hoy se ha
demudado en las esperpénticas Drag Queens, monstruitos de tarificación horaria
para alegrar los partys de la gente bien pero desprejuiciada. No se puede
sentir más que nostalgia por Visconti o Passolini contemplando los "Cachorros"
sebosos y peludos de Albadalejo. Vamos, que nada tienen que ver Genet
recorriendo Sabra y Chatila o junto a los fedayines de Ashlun y los maricas
israelíes danzando en las carrozas el día del gay-power en el paseo marítimo de
Tel-Aviv.
¿Y QUÉ PASA IN SPAIN? (DEL «NO PASARÁN» AL «PASE SIN LLAMAR»)
Pues aquí la cosa ya nació podrida desde la agonía del caudillo
hasta el advenimiento de la democracia realmente existente, con una Transición
parida por el consenso de núcleos oligárquicos y partidos que no son vehículos
de representación del Pueblo, sino aparatos del Estado al servicio de la
dominación social de la masa de consumidores. Una Transición inexistente
cocinada por las embajadas de Washington y Bonn, que con sus presiones
quisieron evitar, y evitaron, que se produjera una dinámica social encabezada
por el Partido Comunista, tal y como sucedió en la «Revolución»
portuguesa. No podía esperarse menos de Kissinger, pero quizá tampoco de la
socialdemocracia alemana, encabezada por Willy Brandt, ese señor tan majete,
que tanto y tan bien colaboró con los USA en la represión de la izquierda en
Berlín Occidental y deudor de aquellos otros socialdemócratas que enviaron
escuadrones contra Rosa Luxemburgo (uno de aquellos soldados le reventó el
cráneo con la culata de un rifle, el mismo día que era asesinado Karl
Liebnekcht). Su compañero Helmut Schmidt no les fue a la zaga, y asesinó en sus
celdas a los miembros de las Baader-Meinhof, tras promover un estado de
excepción y la detención de todo bicho viviente que llevara barba. La
contribución de los así llamados «socialistas», o más finamente
socialdemócratas, a la libertad, es magnífica (por estos lares ya hemos tenido
lo nuestro con los GAL).
Decíamos que la democracia nació podrida. Eran de ver aquellos
procuradores de las Cortes franquistas reconvertidos en respetables diputados
de UCD, mientras los miembros de la Junta Democrática pactaban aberraciones con
los representantes de un régimen desintegrado, mientras mantenían una cuota de
Poder asegurado por el férreo control de sus partidos gracias a las listas
cerradas y bloqueadas. Mientras todo el aparato franquista se desmoronaba
(Cortes, Consejo Nacional del Movimiento, Sindicato Vertical y Consejo del
Reino) o directamente saltaba por los aires (que se lo pregunten a Carrero), el
depositario de la continuidad franquista borboneaba con Arias Navarro para
lavarle la cara a un sistema que hacía aguas: huelgas salvajes, movilización
estudiantil y un terrorismo que golpeaba eficazmente. Así que las oligarquías
franquistas se perpetuaron por otros medios.
Así que de aquellos barros vinieron estos lodos. El PCE traicionó
su capacidad de movilización de las masas, firmando todo lo que le ponían por
delante, con Carrillo convertido en la novia enamorada del tándem Suárez-Juan
Carlos. Hay que recordar el mosqueo de Gabriel Celaya (tercero en la
candidatura comunista): «Parecíamos unos teatreros sin alma», y es que
no había banderas republicanas, ni puños en alto, ni se cantaba la
Internacional ni se hablaba de la Corona ni de las Fuerzas Armadas. El máximo
representante de la oposición democrática se plegaba medroso a los dictámenes
de la Corona y el suarismo. Ahora, esta línea carrillista vuelve a campar por
sus respetos en IU, convertido en un apéndice del PSOE gracias a esa mezcla de
piedad franciscana, consignas hippys y escandalosa pobreza intelectual que es
Llamazares (ese social-fascista), quien propone frenar a la derecha ¡¡¡con el
PSOE!!! Vivir para ver. Otra derrota más, aunque sin duda, el engendro este de
IU tendrá muy buena acogida entre esa juventud guay de trendys, culturetas de
papá y jovencit@s travestid@s de inconformistas. Y Willy Meyer ha estado
pidiendo en la última cuestación del voto la creación de un ¡euroejército! Lo
que hay que oír, Dios mío. Muy pronto las entradas para la fiesta del PCE
podrán adquirirse en El Corte Inglés, y si no al tiempo.
¿Y? (NUESTRA PROPUESTA PRIMAVERA-VERANO)
Izquierda ya no hay, a excepción de esas elegantes sectas ML de
atenuado brillo en vías de extinción. Ahora todo el mundo es feliz con la
telefonía móvil, la berlina y la hipoteca del chalé. El hombre nuevo ya nunca
será alumbrado. No quisiera despedirme de vosotros, amiguitos, sin daros algún
ejemplo, alguna parábola con la que amonestar vuestras conciencias. Después de
todo este rollo, creo que deberíamos convenir todos en que la izquierda que
mola no es ya la del proletkult más desaforado, sino la más elegante, siendo
cool hasta la intransigencia. Nosotros nos decantamos por la izquierda chic con
que nos obsequió la Alemania de los 70´s. La Schili (de schick -chic- y Die
Linke -la izquierda). Término acuñado en Hamburgo, en los círculos del fanzine
revolucionario Konkret. Imaginen por unos instantes a la Schili en acción
mediante el relato de estos acontecimientos (reales): la sucursal vienesa de la
OPEP es asaltada por varios asaltantes revolucionarios a las órdenes de Ilich
Ramírez, alias Carlos "El Chacal", nacido en el seno de una
multimillonaria familia venezolana. Una de sus acompañantes es Gabriele
Kröcher-Tiedemann, que perpetra el asalto vestida con un elegantísimo abrigo gris
con cuello de piel y bonete a juego. Los miembros de la OPEP son retenidos a
punta de pistola. Los asaltantes parten a Argelia con rehenes, no sin antes dar
muerte a tres personas.
Según testigos presenciales, dos de ellas encontraron su fin a
manos de... Gabriele.
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