«Las nociones de “pueblo
elegido” y “destino manifiesto” han pesado más sobre la política de Occidente
desde el asentamiento de las democracias formales que, desde luego, toda
apelación a los derechos humanos o a las libertades. La ventaja de la actual
coyuntura es que, al entrar el planeta entero en un estado de excepción, el
make-up virtual de derechos y libertades se desvanecerá y sabremos al fin a qué
atenernos (sea desde posiciones de mando, de obediencia o de disidencia) frente
al verdadero esqueleto de las relaciones de poder..»
(esto decía
yo en una anterior entrega de LDS)
«Caiga
su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
(uno de los
gritos más democráticos que se han dicho jamás, junto con el de Fuenteovejuna:
porque ¿acaso hay nada más democrático que un linchamiento?)
«Los
adiestraban tanto para las matanzas que les pedían que realizaran como para las
matanzas de las que iban a ser víctimas.»
(Simone Weil:
fragmento de un párrafo sobre Israel)
Israel es una
democracia porque, de manera habitual, hay defensores de Israel en las
tertulias de tv y en las columnas de los principales diarios.
Israel es una
democracia porque, en efecto, existe más relación con otras democracias de
pioneros (el conflicto «civilización/barbarie» que aúna la expansión
hacia el Oeste de los USA y sus choques con los pieles rojas, la colonización
del cono sur africano y la Argelia francesa: fraternidad reconocida por el
propio sionismo en sus lazos estrechos con el protestantismo norteamericano,
con el régimen de apartheid o la colaboración no menos estrecha entre el Mossad
y la OAS cuando la presencia pied noir en el norte de Africa estaba
prácticamente desahuciada) que con el hitlerismo (si exceptuamos las
ocasionales coincidencias estratégicas de intereses entre nazis y
ultrasionistas denunciadas por Roger Garaudy en sus escritos sobre la formación
del estado de Israel y la obsesión armamentística de ambos regímenes,
hitleriano e israelí), donde la dialéctica del conflicto se invierte (una
Alemania en presunta recuperación de la barbarie original en lucha contra la
civilización plutocrática encarnada en el arquetipo del judío).
Israel es una
democracia porque, a diferencia de Alemania, no concitó la ojeriza de un
Churchill, capaz de actuar como catalizador de una guerra total (es impensable
imaginar bombardeos como los de Dresde, Hamburgo, Colonia, Berlín o Rostock
perpetrados sobre Tel Aviv, Jerusalén o los asentamientos de colonos tomando
como pretexto la defensa de los palestinos, de los derechos humanos o del orden
democrático).
Israel es una
democracia porque Dana International ganó el festival de Eurovisión.
Israel es una
democracia porque la actual «solución final» decidida contra los
palestinos no fue impuesta por un partido único sino por un gobierno
multipartidista de concentración nacional con formaciones (caso del laborismo,
grupo al que pertenece el ministro de la guerra, ejecutor material de la
susodicha «solución») que figuran
en organismos tan guapamente democráticos como la Internacional
Socialista.
Israel es una
democracia porque, desde Bretton Woods, se decidió que las cosas fueran así.
Israel es una
democracia porque hay cientos de películas de Hollywood que nos hablan del
sufrimiento del pueblo judío y, en cambio, ni una sola (ni siquiera entre las
fábulas conservacionistas tipo «Salvad a Willy») sobre los palestinos (Fernando
insiste que la versión de Tim Burton de «The planet of the apes» recoge ecos de
la Intifada favorables a los palestinos pero, aun si hay algo de verdad en
esto, todo el mundo sabe que Burton no representa en absoluto la tónica
hollywoodiense y que sus mensajes son anómalos y enfermizos, con una sospechosa
tendencia a tomar partido por toda clase de monstruos, gules y trasgos).
Israel es una
democracia porque Occidente no puede interiorizar en la causa palestina
(lógico, porque no es una causa occidental, igual que la causa china, la causa
iraní, la causa japonesa o la causa rusa) como lo ha hecho durante décadas (y,
en buena medida, lo continúa haciendo) para justificar el excepcionalismo
sionista alimentado por el perpetuo chantaje moral del Holocausto. Las actuales
protestas contra Israel en nombre de una «globalización democrática»
(similares a las que llevaron a pedir el bombardeo de Serbia o la persecución a
miembros de las dictaduras del Cono Sur americano) son completamente inútiles
porque carecen (como las otras veces) de fundamento conceptual (a fin de
cuentas, el colonialismo procura extender desde el XIX a todo el planeta el
orden de la polis ateniense y de la república romana, la quintaesencia formal
de la democracia, hasta dar todo su sentido a la expresión macluhaniana «aldea
global»: el bienestar crecientemente igualitario de unos, los ciudadanos,
sobre la no menos igualitaria chepa de otros, los esclavos) y (además, en esta
ocasión) también carecen de toda posibilidad de resolución en la praxis (pues
ni a palestinos ni a israelíes les atrae en absoluto la globalización
democrática ya que ésta pasaría, en el caso de los palestinos, por aceptar un
proyecto bajo la tutela de organismos internacionales, con algo de indian
reservation, algo de homeland sudafricano y algo de Kosovo, por
completo ajeno a su idea de soberanía; y, en el caso de los israelíes, deberían
cuestionar la esencia misma de Israel como se cuestionó en su momento la de
Rhodesia, Sudáfrica o la Argelia francesa -y, obviamente, como debería, en
puridad, cuestionarse la de los USA-).
Y, finalmente, la madre de todas las razones: Israel continuará siendo una democracia mientras la reserva federal USA se mantenga no como un ente estatal sino privado (a diferencia del Banco de España, del Bundesbank y de la mayoría de organismos similares en regímenes democráticos –no estamos hablando del sultanato de Brunei-). Uno de los mayores engaños que plantean los presuntos críticos de las acciones de Israel es el mostrar a éste como un pitbull inicialmente azuzado por los USA y ahora difícil de controlar cuando la imagen sería más bien la contraria: los USA equivaldrían al luchador mongoloide que se enfrenta con Mad Max en la cúpula del trueno y que lleva a un enano oculto en el casco dándole instrucciones. Si cae el enano, también caen los USA y, en secuencia de dominó, todo Occidente. De ahí la completa inconsecuencia de pretender cuestionar a Israel en nombre de la civilización occidental y los valores democráticos.
Y es que,
recórcholis, ¿no quedamos en que Israel es una democracia?
«Toda la reflexión europea se ha desarrollado en sitios cada vez más desérticos, cada vez más escarpados. Así se adquirió la costumbre de encontrar allí cada vez menos al hombre.
Un
diálogo permanente consigo mismo, un narcisismo cada vez más obsceno, no han
dejado de preparar el terreno a un cuasidelirio, donde el trabajo cerebral se
convierte en un sufrimiento, donde las realidades no son ya las del hombre
vivo, que trabaja y se fabrica a sí mismo, sino palabras, diversos conjuntos de
palabras, las tensiones surgidas de los significados contenidos en las
palabras.»
(Frantz
Fanon)
NOTA DEL
ZURDOMAESTRE DE ESTA LINEA DE SOMBRA:
de cuando
en cuando, en páginas nacionales de la red aparecen textos publicados
previamente en LDS o en tribunas aledañas (caso de EL EFECTO OREGANO); sólo
quiero señalar que estos textos no suponen colaboración alguna con dichas
páginas (con cuyos responsables no se mantiene ningún contacto –sólo tenemos
relación o asumimos empatía con las páginas promocionadas o recomendadas desde
LDS-), sino una decisión unilateral de éstas de incluir material ajeno que
consideran (no sé hasta qué punto de manera consecuente) interesante desde su
prisma. Me parece perfecto que la mayor cantidad de gente pueda acceder a los
textos de LDS y aledaños pero, como no estoy dispuesto a ser una vez más objeto
de manipulación por parte de nadie, no creo esté de más este comentario.