La perversión de la identidad



Desde las brumas nórdicas nos llega la walkyria intempestiva Martina Uwe, que nos cuenta sus impresiones del lodazal eXXXpaNYol



En esta melé de identidades, este tutifruti de astracanada, esta ensalada mixta de diferencias superlativas y excluyentes, el yo, que ya no es el otro sino un selfie hueco, vacío, es la nueva máquina de los huevos de oro del sistema. Definirse como homo, hetero o bisexual no es cool, ni sofisticado, ni transgresor, sino una ordinariez extraordinaria. En la postmodernidad, uno es cis, trans, género fluido, queer, intersexual, pansexual, poliamoroso, indeterminado, no binario… y dos huevos duros.

A mí no me importaría lo más mínimo lo que cada cual piense de sí mismo y se considere si no fuera porque este pantone sexual se construye dinamitando el feminismo auténtico. El feminismo jamás ha tenido un problema de identidad, mucho menos de género, el feminismo siempre ha sido una cuestión de derechos. Nunca se ha pedido carné de gorda, enjuta, intelectual o proletaria. Las mujeres han defendido sus derechos, los de las putas, las negras, las directivas, las trabajadoras, las gitanas y las amas de casa. Y, de paso, aglutinaban a aquellas minorías que reclamaban derechos civiles. Entendimos muy pronto la tan malversada idea de Lacan de que “la mujer no existe”, que este nuevo feminismo del espectáculo ha tomado al pie de la letra permitiéndose después el lujo de arrojarlo al ostracismo.

Aprovechando que tenemos una ministra de Igualdad cuyo coeficiente intelectual está defectuoso (mantengamos las formas sin ser hirientes), que sirve de altavoz para las ocurrencias que en otro momento sería hilarantes pero que hoy resultan terroríficas porque pasan por verdad de salmo, resulta que ser mujer no tiene nada que ver con el sexo. Toma del frasco, Carrasco.

Nadie dice que la condición femenina venga en exclusiva condicionada por los pechos, la menstruación, la posibilidad de alumbrar, la menopausia o el clítoris, pero negar la mayor es un disparate mayúsculo, sobre todo cuando pasamos al campo jurídico. Si no hay “pruebas” objetivas que respalden nuestra afirmación, y todo queda consignado en una percepción, en una mera cuestión subjetiva, ¿cómo se va a poder legislar? No puede confeccionarse una norma a partir de un percepción subjetiva. Es como si un inmigrante pidiera la nacionalidad nada más llegar a un país basándose en el “hecho” de que se siente autóctono.

El feminismo clásico, preocupado por mejorar el mundo, por reconstruir una realidad que estaba mellada, imperfecta, está siendo hostigado por un movimiento amorfo preocupado por individualidades. Sálvese quien pueda detrás de una celiaquía o una hipertrofia del yo. La alteridad no importa más que para mandarla a la hoguera. Como a Lidia Falcón, que será sospechosa de cualquier cosa menos de retrógrada. Pero la expulsaron de Izquierda Unida porque disintió. Aquello de los inquisidores, ¿recuerdan? ¡Viva el dogma! Decían del patriarcado, pero aquí, el que matiza es un traidor. Se exigen etiquetas como a los judíos estrellas amarillas, otrora. Se impone lo que Roudinesco llama la “jerarquía de las identidades y las pertenencias”. Y tú, ¿de quién eres? Del Mee too, esa corriente puritana que exige una declaración firmada antes del coito.

Sin entrar en frivolidades, la relación de cortejo entre dos personas es sutil, ambigua, contradictoria. No siempre sí es sí. Esto lo sabemos, en todos los órdenes de la vida. Paglia lo recuerda: una cosa es un delito, otra muy diferente es arrepentirte de algo. Si alguien se acuesta con otro y a la mañana siguiente ella declara que no consintió, ¿cómo demuestra el hombre que sí hubo aquiescencia mutua? Hay casos terribles, como la manada, violaciones y abusos de poder, pero hay otras situaciones en los que la línea no está tan clara. Si no somos cínicos, convendremos en esto.

Ante una identidad, siempre hay un maldito. Y situaciones de indefensión. La mujer que se opere para ser hombre y tenga un hijo, ¿será papá o mamá? ¿Ambos? Es formidable. Qué pensarán todas esas mujeres oprimidas, que decía la ínclita, sumidas en la inexistencia de la cultura machista cuando escuchen a qué nos dedicamos a este otro lado del mundo. Sé que hay dolor en todas partes, pero el feminismo de raíz lucha por aquellas, porque sabe que hay cuerpo más allá del ombligo.

Las farmacéuticas están calladitas porque las operaciones de cambio de sexo imponen un tratamiento hormonal cronificado. De por vida. Por no hablar del coste de psicólogos, intervenciones quirúrgicas, etc. Y con el resultado de perder para siempre el placer sexual, que nadie habla de esto. Acaso es que el placer, como el sexo biológico, tampoco importa demasiado. Prefiero la vía mística, puestos a renunciar.

Hay gente, siempre la hubo, que se siente enemigo de lo que representa su cuerpo, que no se entiende en él. Pero también se ha abierto un mercado de identidades sexuales que invita a crear problemas donde no los había, que siembra confusión en niños que no pueden votar, ni comprar vino pero sí cambiarse el nombre, decidir qué son en una etapa vital en la que todos hemos sido uno y su contrario. Wilhelm Reich fue encarcelado por comercializar su método curativo de la impotencia (los “acumuladores de orgón”). Hoy hay quien paga por mutilarse el deseo sexual. El que no comulga es un heteronormativo y se le despide incluso de su propia editorial siendo espléndida escritora (véase el caso de Carolina Senín).

Lo biológico, lo social, lo psíquico. Esta tríada conformaba el yo, sea lo que signifique ese pronombre. Hoy la mera proclamación de lo que uno dice que es se convierte en ley. Todo esto se parece demasiado a la distopía de Un mundo feliz. Cualquier día, nuestra excelsa ministra regala el Manifiesto SCUM a las adolescentes. Como catecismo, haría las delicias de muchas (o muches, perdón).

A cuenta de esto, también se ha redivivo el concepto raza. Escucho hablar de individuos racializados. Y me pasmo. Juro que aprendí en la escuela que las razas no existen. Palabra de Lévi Strauss. Y así, de nuevo, la identidad se suma al discurso de lo que se pretende denunciar.