por Dildo de Congost

 

 

“El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”: no por archiconocida y requeterepetida, la frase del poeta y visionario William Blake deja de ser menos cierta. Por algo, muchos beatniks salieron de la carretera y se perdieron por el camino del zen. Por algo Pierre Drieu La Rochelle y Yukio Mishima se suicidaron. Y por algo Aldous Leonard Huxley (Godalming, 1894-1963) mutó de agnóstico hedonista a místico alucinado.

 

Cuando descubrí y hurté el libro “THE PERENNIAL PHILOSOPHY” no podía dar crédito a mis ojos. Aquel tratado de metafísica, compendio de citas y análisis recogidos de todas las tradiciones religiosas, estaba escrito por un señor que se llamaba Aldous Huxley. Pero, ¿era este señor el mismo señor que había escrito “BRAVE NEW WORLD” (1932), la novela clásica que tanto gustaba y aún gusta a los estudiantes díscolos? Me bastó con clickar en la primera entrada del Google para descubrir que, efectivamente, los dos señores eran el mismo señor. Y que nadie me malinterprete: considero “BRAVE NEW WORLD” una de las más brillantes antiutopías jamás escritas, pero lo cortés no quita lo cobarde y Huxley era, en aquellos tiempos, un hombre perdido. Creer o no creer, este era su dilema. Tiempo después, con las cosas bastante más claras, Huxley invertiría la frase de Marx, “la religión es el opio del pueblo” para decir en “BRAVE NEW WORLD” que “el soma es la religión del pueblo”.

 

No creo que Huxley necesite presentación pero, a modo de introducción para los no iniciados, diré que fue uno de los escritores más influyentes del siglo XX. Durante su vida publicó más de treinta libros: novelas, poesía, cuentos, ensayos sociales y filosóficos... El semanario “NEW YORKER” lo consideraba “uno de los pocos novelistas de expresión en inglés que realmente parece tener una educación más que considerable”. Y no erraban: a pesar de sufrir una enfermedad ocular, producto de una enfermedad juvenil que casi lo deja ciego, durante toda su vida Huxley leyó cientos de libros, que le dotaron de una vasta sabiduría multidisciplinar y de un vocabulario enciclopédico que utilizó con suma precisión en sus textos.

 

Nieto del naturalista, fisiólogo y discípulo de Darwin Thomas Henry Huxley  (un hombre evolucionista y positivista que, allá por 1869, acuñó el término “agnosticismo”) en los años veinte, Aldous Huxley se mostró en sus novelas y ensayos terriblemente escéptico hacia todo lo que oliera a religión. A la mínima (en conversaciones, cartas o ensayos como “JESTING PILATE”, publicado en 1926) proclamaba que sus dioses eran la vida, el amor y el sexo y descalificaba no sólo a aquellos que se apartaban del mundo para buscar a Dios, sino también a escritores que tuvieran la más mínima tendencia mística: Baudelaire, Proust o San Francisco de Asís fueron tres de las perchas de sus golpes, a los que Huxley llamaba cosas como “enemigos de la vida”. Pero lo cierto es que, aunque fuera más para mal que para bien, él mismo reconocía su obsesión por la cuestión religiosa: “Mi preocupación por el asunto del misticismo -un interés en parte positivo y en parte negativo, una afirmación que era además hostilidad- data de los tiempos de mi juventud. El título de mi primer libro de poemas, escrito antes de acabar la carrera -²THE BURNING WHEEL², 1916- está tomado de Boehme, al que leí cuando aún estaba en Oxford”. Al mismo tiempo, Huxley abogaba por una vida regida por el “nada en exceso” que habían popularizado los griegos. Mas el no menos griego “nosce te ipsum” parecía importarle bien poco. Sin embargo, en novelas como “ANTIC HAY” (1923) o “JESTING PILATE” (1926) el tema de la religión tiene una presencia notable, y se masca una procesión interior que eclosionará en “POINT CONTER POINT” (1928), una narración protagonizada por unos personajes extraviados en su búsqueda de la felicidad a través del sexo que se cierra con un verso bastante delator : “Así está hecho el Reino de los Cielos”.

 

“Oficialmente soy agnóstico, aunque cuando me hallo en las circunstancias emocionales propicias, con ciertos paisajes, ciertas obras de arte... ciertas personas, sé que Dios está en su cielo y que todo está bien en este mundo”. Cuando pronunció estas palabras, Huxley tenía 30 años, esa edad en la que, tras una grave crisis de identidad, a muchos les entran ciertas dudas sobre el sentido de la vida y el conocimiento de sí mismos. Pero este germen místico permanecería latente bastantes años, en los que el autor seguiría escribiendo obras y abogando por la adoración de muchos dioses, por la celebración de la vida humana y por el hedonismo más absoluto. Pese a su alta calidad literaria y visionaria, “BRAVE NEW WORLD” no arrojaba luz alguna al alma de Huxley pero, indirectamente, le ayudó: habiendo alcanzado su cima creativa, el genio sentía un doloroso vacío. En una carta a su amigo Chad Wash, director de Beloit College, expresa sus quebraderos de cabeza y sus angustias existenciales: ni el arte, ni la ciencia, ni la literatura, ni los placeres del pensamiento y de las sensaciones satisfacían su alma: “Uno llega a un punto en el que se dice, incluso al pensar en Beethoven, al pensar en Shakespeare: ³¿Esto es todo?²”.

 

No, esto no es todo, amigos: en 1936 Huxley escribe la novela “EYELESS IN GAZA”, donde se resuelve el conflicto entre lo intelectual y lo sexual a través del misticismo. Escribiendo: así fue cómo le llegó a Huxley su primera “iluminación”. Sí, con comillas, porque, en última instancia, no dejaba de ser algo puramente cerebral. En otras palabras: Huxley era un individuo demasiado lleno de conocimientos, demasiado “intelectual” como para recibir a Dios: su alma estaba abarrotada. Pero, sea como sea, la “llama” estaba prendida y, en adelante, las novelas de Huxley serían simples excusas argumentales sobre las que desarrollar largas acrobacias ensayísticas acerca de los laberintos de la mística. Así, es lógico que los críticos más exigentes, esos que sólo le pedían al escritor otro milagro literario (o sea, otro “BRAVE NEW WORLD”) y no pistas en el tortuoso camino hacia la Verdad, descalificaran obras como “AFTER MANY A SUMMER DIES THE SWAN” que, puestos a ser sinceros, era bastante confusa a todos los niveles.

 

Pero habrá que esperar hasta la década de los 40 para encontrarse a un Huxley decididamente mutante, cada vez más lejos de la acción y más cerca de la contemplación, emprendiendo eso que Plotino calificó de “huida del que está solo hacia la Soledad”. Entre 1941 y 1960, Huxley publicó más de cuarenta ensayos en la revista bimestral “VEDANTA AND THE WEST” (publicada por la Vedanta Society entre 1941 y 1970). En éstos artículos, Huxley expresó con gran maestría su “conocimiento de Dios” e incluso llegó a dirigir la publicación durante varias temporadas, editando textos de personalidades de la mística tan destacadas como U Thant, Alan Watts, el rabino Asher Block o el doctor Joseph Kaplan, jefe del departamento de física de la UCLA. En “VEDANTA AND THE WEST”, Huxley publicaría artículos tan hermosos y reveladores como “Conocimiento Y Comprensión”, “Reflexiones Sobre El Padrenuestro”, “¿Quiénes Somos?” o “Siete meditaciones”.

 

En 1944, Huxley publicó la que, a mi juicio, es su obra maestra absoluta: el ensayo magistral “LA FILOSOFÍA PERENNE”. En diferentes bloques temáticos, Huxley funde su propia erudición y su propia experiencia metafísica con citas procedentes de tradiciones sagradas que datan de los últimos veinticinco siglos de humanidad, encontrando el máximo común denominador de todas las tradiciones religiosas. Cuestiones como la caridad, la mortificación, el temperamento, el conocimiento de uno mismo, el bien y el mal, el tiempo y la eternidad, el silencio, la oración, el sufrimiento o la fe son esclarecidos por Huxley, que maneja textos místicos con una soltura que no sólo delata su inmenso conocimiento teológico, sino sus propias prácticas espirituales. “Cualquier cosa que queramos hacer, sea llegar al Conocimiento unitivo de la Divinidad, sea manufacturar lanzallamas automotores, somos capaces de hacerlo, con la condición siempre de que la vocación sea lo bastante intensa y sostenida”, escribe un Huxley rebosante de fe en el Hombre. Siguiendo el Tao, el escritor afirma que “los cuerpos de los seres humanos son afectados por el buen o mal estado de sus mentes. De modo análogo, la existencia, en el corazón de las cosas, de una serenidad y buena voluntad divinas puede considerarse como una de las razones por que la enfermedad del mundo, aunque crónica, no ha resultado fatal”.

 

Uno de los grandes descubrimientos que Huxley comparte con los lectores de “THE PERENNIAL PHILOSOPHY” es el Maestro Eckhart, místico turingio autor de obras tan significativas como “EL LIBRO DEL CONSUELO DIVINO”. Eckhart (del que hablaré largo y tendido en un futuro artículo) escribió sobre Dios y sobre el alma y, siguiendo a Dionisio Aeropagita, se declaró incapaz de hablar de Dios (“Él no es lo bueno, ni lo mejor, ni lo óptimo”) y lo separó de la Divinidad (en sus propias palabras “La Nada Innombrable”), ganándose así la acusación de hereje. Huxley no sólo venera al Maestro Eckhart, sino que lo hace casi co-escritor de su libro, incluyendo numerosas citas: “En afirmaciones como las de Eckhart”, dice Huxley, “Dios es igualado a nada. Y en cierto sentido la ecuación es exacta, pues Dios es ciertamente no cosa. En la frase usada por Escoto Erígena, Dios no es un qué; es un Eso. (...) El conocimiento directo de la Base no puede obtenerse sino por la unión, y la unión sólo puede lograrse por el aniquilamiento del ensimismado yo, que es la barrera que separa el ³tú² del Eso”.

 

Escribiendo cosas como éstas, es obvio que Huxley no estaba perdiendo el tiempo, especulando con mil y una tradiciones religiosas en vano cual profesorcillo de teología; Huxley estaba practicando una disciplina espiritual. Huxley fue iniciado por Swami Prabhavananda, un monje de la respetada orden Ramakrishna de la India que encabezaba la Vedanta Society y, durante esta década, gracias a la práctica, se acercó definitivamente a lo que los cuáqueros llaman “LA LUZ INTERIOR”, alejándose de lo que las Escrituras llaman el hombre viejo, el hombre terreno, la persona externa, el enemigo o el sirviente y transformándose en un hombre nuevo, un hombre celeste, un aristócrata.

 

En 1945, Huxley escribió la que él considera su mejor obra: “TIME MUST HAVE A STOP”, una novela mística, llena de luz y calor, en el que reina un profundo sentimiento de compasión hacia los personajes “torcidos”, lo cual demuestra el grado de desarrollo espiritual que estaba alcanzando el escritor, alejándose de la mente y hundido en las profundidades del alma. El libro, entre otras reflexiones, incluía la excepcional “Sobre Una Frase De Shakespeare”, en la que Huxley desmonta y reconstruye toda su filosofía perenne a partir de los versos: “pero el pensamiento es esclavo de la vida, y la vida es un pelele en manos del tiempo, y el tiempo que a todo el mundo inspecciona debe tener una parada”. Además, deja claro un aspecto sumamente importante, para que nadie se llame a engaño: la diferencia entre la Verdad y sus sucedáneos: “La verdadera religión se ocupa de lo dado de la intemporalidad. Una religión idólatra sustituye el tiempo por la eternidad -ya sea en el pasado, en forma de rígida tradición, o en el futuro, en forma de Progreso hacia la Utopía. Tanto lo uno como lo otro son sendos Molochs; los dos exigen sacrificios humanos. El catolicismo español de la Inquisición era una típica forma de idolatría del pasado. El nacionalismo, el comunismo, el fascismo, todas las pseudo-religiones del siglo XX, son típicas idolatrías del futuro”. Las consecuencias que éstas idolatrías han tenido en el hombre occidental son desgranadas por un Huxley que demuestra haber leído a Guenon: “Un progreso intelectual del jardín del Edén a la Utopía y a la Sociedad Sin Clases; un avance moral y político, de la ortodoxia obligatoria y el derecho divino de los reyes al servicio industrial obligatorio para todo el mundo; la infalibilidad del jefe político local y la divinización del estado. Antes o después, el tiempo nunca puede ser adorado con impunidad”. En esta frase final, Huxley vuelve a demostrar su adoración por Eckhart, que bien dijo que “El tiempo impide que la luz nos alcance. No hay mayor obstáculo para llegar a Dios que el tiempo. Y no sólo el tiempo, sino las temporalidades; no sólo los afectos temporales, sino la mácula y el olor mismos del tiempo”.

 

Pero, aunque los ejercicios espirituales y la “pasión” de Huxley eran incontestables, su “sed de Dios” le hizo buscar atajos... discutibles. Así, el escritor místico comenzó a experimentar con sustancias como el LSD o la mescalina para utilizarlas como herramientas en el camino a la iluminación. De su primer viaje mescalínico nacería el ensayo “THE DOORS OF PERCEPTION”, cuyo título es un fragmento de la sabia frase de (otra vez) el poeta visionario William Blake: “Si las puertas de la percepción fuesen limpiadas, todo se vería como es, infinito”. Huxley explica esta máxima con sus propias palabras: “Por aquellos que son puros de corazón y puros de espíritu, Samsara y Nirvana, apariencia y realidad, tiempo y eternidad, son experimentados como uno y lo mismo”. No obstante, el tipo de espiritualidad que late en “THE DOORS OF PERCEPTION” es más psicodélica que mística: “Cuando los hombres y mujeres no logran trascender de sí mismos por medio del culto, las buenas obras y los ejercicios espirituales, se sienten inclinados a recurrir a los sustitutivos químicos de la religión: el alcohol, y las píldoras en el moderno Occidente, el alcohol y el opio en el Este, el hachís en el mundo mahometano, el alcohol y la marihuana en la América Central, el alcohol y la coca en los Andes y el alcohol y los barbitúricos en las regiones más al día de la América del sur”. En su “trip” Huxley observa cómo el tiempo y el espacio se desdibujan, fundiéndose en un “perpetuo presente” en el que se intensifican las impresiones visuales: “el ojo recobra esa inocencia perceptiva de la infancia, cuando el sentido no está inmediata y automáticamente subordinado al concepto”. Este libro tendría una secuela, titulada “HEAVEN AND HELL” (1956), donde Huxley esboza un análisis antropológico de la experiencia mística en relación con la “educación por las drogas”.

 

No dudo que las drogas le trajeran a Huxley alguna que otra experiencia “religiosa” (por algo hay quien las llama “sustancias sagradas”) más o menos efímera, lo que sí sé es que provocaron una ruptura con el monje Prabhavananda, que solía decirles a sus discípulos occidentales que “el que sea un idiota al ingresar en el estado visionario que inducen las drogas, seguirá siendo un idiota cuando regrese a la conciencia normal”. El único camino para llegar a Dios, según Prabhavananda, era una experiencia genuninamente espiritual. De esta forma, Huxley se alejó de la Sociedad Vedanta (aunque continuó colaborando en la revista y venerando a Prabhavananda) para acercarse a Krishnamurti, un maestro zen para el que todos los profetas y todos los caminos eran válidos: lo importante era alcanzar la Luz. En una reseña del libro “CAT¹S YAWN” (publicado en 1947 por el Primer Instituto Zen) Huxley elogia la sencillez de budas y koanes, enlazando el “no-ego de carácter cósmico” que persigue la práctica del Zen con “lo que los chinos llaman Tao, o lo que los cristianos llaman el Espíritu que reside en el interior, con el cual hemos de colaborar, y mediante el cual debemos paso a paso dejarnos inspirar, mostrándonos dóciles a la Mismidad en un acto de inquebrantable abandono personal al Orden de las Cosas, a todo lo que acontece salvo al Pecado, que es simplemente la manifestación del ego y que, por tanto, ha de ser rechazado y denegado”.

 

Durante la segunda mitad de los 50, y pese a practicar cada vez más con el maestro Krishnamurti, un Huxley casi ciego continuó dando lúcidas conferencias en el Templo Vedanta. La última de ellas, “Símbolo Y Experiencia Inmediata”², la pronunció en 1960 y, en ella, afirma que el agnosticismo no es un obstáculo para llegar a la iluminación: “Uno puede seguir siendo un agnóstico completo en lo que ser refiere a la conceptualización ortodoxa de la religión y, sin embargo, acceder a la gnosis y, por último, exhibir los frutos del Espíritu. Y tal como dijo Cristo en el Evangelio, por sus frutos los conoceréis”.

 

El 22 de noviembre de 1963, el mismo día que alguien o algo disparó a JFK, Aldous Huxley, gravemente enfermo, le pide a Laura Archera (su mujer) que le administre una dosis de LSD. Ella le da dos y (como Linda, la madre del Salvaje de “BRAVE NEW WORLD”) Huxley muere bajo los efectos del alucinógeno, deshaciéndose por fin de los obstáculos que, según el maestro Eckhart, separan al hombre del Nirvana: “Tres cosas privan al hombre de conocer a Dios: la primera es el tiempo, la segunda es la corporalidad, la tercera es la multiplicidad”. ¿Es pecado drogarse? ¿Vas al infierno si mueres en pleno colocón? No tengo respuestas así que, si Huxley alcanzó o no el Estado que ansió y persiguió en vida, sólo el Cielo lo sabe. No sabemos qué pasó por el cerebro de Aldous en los últimos minutos, segundos o milésimas de su vida, pero es obvio que, hasta el último momento, no pudo apaciguar su alma sin ayuda de drogas. Él mismo había escrito que el soma era “un cristianismo sin lágrimas”. Pero cualquier maestro le diría que practicar una disciplina espiritual seria sin sufrimiento es completamente imposible. No obstante, recordemos, a modo de Coda, uno de los párrafos de “THE PERENNIAL PHILOSOPHY” que nos puede dar ciertas pistas sobre el paradero del alma huxleyana:

 

“En la cosmología vedántica existe, por encima del Atman o Yo espiritual, idéntico con la divina Base, algo de carácter anímico que se reencarna en un cuerpo grosero o sutil, o se manifiesta en algún estado incorpóreo. Esta alma no es la personalidad del difunto, sino más bien la particularizada conciencia del yo de la cual surge la personalidad. (...) Es posible que un determinado ser humano sobreviva en más de una forma póstuma. Su ³alma², --la base y principio no personal de pasadas y futuras personalidades-puede ir avanzando en un modo de existencia, mientras que los rastros dejados por sus pensamientos y voliciones en el medio psíquico pueden convertirse en origen de nuevas existencias individualizadas, con modos de ser completamente distintos”.

 

Es posible, pues, que haya algo de Huxley en mí, o en usted. Si no, ¿por qué estoy yo escribiendo estas líneas? ¿Y por qué está usted leyéndolas? Y, sobre todo, ¿por qué ambos sentimos que, por bueno o malo que sea, no basta con esto que llamamos “vida”, no basta con esto que percibimos con la mente y sentimos con el cuerpo... y que necesitamos ir más allá, franqueando las fronteras de lo Innombrable? Sea como sea, cualquier excusa, cualquier camino es bueno para acercarse a Dios, si se camina con suficiente fuerza. O como le dijo el agente Cooper al padre de Laura Palmer, siguiendo al “LIBRO TIBETANO DE LOS MUERTOS”: “Busque esa luz, mire hacia ella”. Aunque queme, añadiría yo.

 

 

*divino mail: dildodecongost@hotmail.com

 

 

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LAS LLAMAS DE LA VERDAD

CONTRA EL MUNDO MODERNO