EL GLAMERO MALDITO
(píldoras a propos de lo glam)
Noire et blonde: miro la carpeta de FLESH AND BLOOD de los Roxy y pienso de pronto en que tanto Ferry como Bowie conjugan sus subidones arios con gozosas inmersiones en la placenta de la negritud (ahí, esa versión de Wilson Pickett en el álbum de portada riefensthaliana de quien, años más tarde, crecido en provocaciones, loará los glamures de lo pardo sin abandonar un solo momento su querencia por el r&b; ahí, la mutación del alien Ziggy en el soulero plástico que comienza a asomar con DIAMONDS DOGS y culminaría en el Blanco Duque Juncal que caería a la Tierra en el imperial tour recogido en DAVID LIVE y en el álbum blanco STATION TO STATION en que la blanqui/negritud de YOUNG AMERICANS adquiere un rictus gélido que seduciría a los Kraftwerk y anticiparía la cocainosfera de STUDIO 54 tan cara a un Warhol a punto de apadrinar a Basquiat -justo ese Warhol que Bowie performaría en los 90-, sin olvidar sus fuertes lazos, plenamente íntimos o ¿solamente? musicales con bellezas de color como Ava Cherry, la bajista Gail Ann Dorsey o su pareja más estable, la mismísima reina de Saba -a quien, por cierto, esa protoglam de la Riefensthal, tan devota en su vejez de los nuba, no habría dudado en poseer con su cámara de haber tenido ocasión-).
Bowie dice. como respuesta a las acusaciones de plagiario que solían acompañarle, que lo importante no es quién hace primero algo sino quién lidia mejor con ese algo y le saca más jugo creativo. Leyendo sobre su vida a más y mejor y careando esas lecturas con la autobiografía de Jayne/Wayne County, la afirmación de Bowie adquiere una profundidad última. Entre el sujeto que se crea y recrea como señor de sus mutaciones, conduciéndose funcionalmente hasta en las más adversas circunstancias, y el friki incapaz de expandir su visión anómala y redimirla del estereotipo, hay una distancia abismal. Esto también vale si careamos a County con Warhol (frente a la provocación con claro regusto masoca, AW, tan sublime en su agresividad pasiva, provoca desde la oblicuidad de su obra y de sus múltiples escudos humanos y sólo se exhibe plenamente como esfinge/objeto derrochando ambigüedades frente a la maldición de County, la irritante y monótona obviedad -y a quien acuse a Warhol de cobardía frente al ramplón exhibicionismo de Jayne/Wayne, no lo olvidemos, fue AW quien se chupó las balas de la señorita Solanas-).
En el pináculo de la complejidad del mundo glam, aparte el enigma Warhol, situaría a Bowie, el rey Salomón del rock, cuanto más viejo más agudo (ahí esa elaborada muerte en directo a lomos de la estrella más oscura). Pero disfruto más con Bryan Ferry y con Steve Harley, tal vez menos complejos pero más míos (aunque curiosamente Ferry y Warhol -al menos, el Warhol que cierra la Factory y se reubica en la Oficina pertrechado por Morrissey y Fred Hughes -el hermano tontamente oscuro de Ferry- tienen mucho que ver en sus orígenes humildes, en el paso intensivo por la Escuela de Arte y en su devoción por la Dama Fama en su aspecto más vintage -cuando tanto Warhol como Ferry coquetean con la vanguardia lo hacen desde una completa falta de respeto muy propia de la iconoclastia pop, entre lo burlón y lo oportunista-). En cuanto a Harley, las angustias frente al espejo por su difícil apariencia de psychomodo, expresadas con ostentoreidad celiniana, son comunes en su esencia con la procesión interna con que AW cargaba con su nariz bulbosa, su alopecia y su vitíligo, taras que lo iban siendo menos a medida que se curtía y empoderaba (si para alguien tiene sentido la puta palabreja es para nuestro hombre, especialmente en el paso de los 50 a los 60, de la plástica a la cinematurgia).
Leyendo también sobre Alice Cooper (la banda y el hombre) hay una frase que puede aclarar muchas cosas: que lo que en UK predominaba como secuencia glam era el sexo mientras que en los USA era la violencia. En esta consideración se ayuntan muchas imágenes: el carnaval abisal de la Factory (con una sexualidad entendida más como agresión que como seducción y que también explica el autorreduccionismo del ya mentado County a mero friki warholiano, hado del que jamás logrará escapar; o las muy diferentes vidas de Bowie y de Lou Reed -Bowie nunca será tan usaco como en sus pesadillescos días en Los Angeles, rebozado en perico y en lecturas vueltas agujeros negros que en un sujeto más alemental habrían acabado por gestar una variante del californiano Beach Boy honorario, el buen/mal tipo Charles Manson-), el make/up gore de Furnier y los suyos (más toda la parafernalia teatral emanada de sus improntas infantiles en las horror movies, cuyo espíritu recogería tan bien Tim Burton en su ED WOOD y en DARK SHADOWS), los NEW YORK DOLLS, el supremo estuprador Kim Fowley, la americanidad perversamente total de EL FANTASMA DEL PARAISO (que contrastaría con la britanicidad total de la muy posterior -pero gemela en el asunto- VELVET GOLDMINE) o el glam justiciero de Travis Bickle quien resuelve su diálogo para besugos con el espejo (versión usaca del diálogo de Steve Harley con el suyo) cortando por lo ¿in?sano y liberando a la nínfula Iris de las redes turbias del proxeneta tierno.
Yo inicié mis escuchas sistemáticas de pop/rock a comienzos del 72, con el picú maletita que me regaló mi madre en navidades para desengancharme de mis cuelgues marvelianos, y desde el primer momento, a través de la audioventana transistorizada de los 40 Principales, descubrí a Alice Cooper (en mi única experiencia creativa como mezclador incluiría al final de mi tema IN MEMORIAM psicofonías procedentes del mítico himno cooperiano), Bolan, Gary Glitter (este verano he leído a fondo sobre el marathon quasi alquímico con que Mike Leander y él dieron la pauta a su sonido), Bowie o SLADE y un par de años más tarde a COCKNEY REBEL (su camaleonina intro al grandioso viaje mortal sería la sintonía de mi radionovela RELATO SECRETO allá por el 82 en Radio 3 -sin olvidar la emoción que me produjo encontrarme en ARREBATO con otro de los motivos más inquietantes de Harley-) , SPARKS y ROXY MUSIC. Entre medias, me había enamorado de los horrendos (físicamente) pero adorables (en sus creaciones) Godley & Creme a partir de su álbum seminal HOTLEGS previo a 10CC. Preadolescencia que me acompañará siempre con esta impronta glamera y que enlazo con la constante bebita del sujeto más entrañable del glam rock, el niño eterno Marc Bolan (más que síndrome de Peter Pan, ha de hablarse en su caso de síndrome de Dodot Pan -la creación de Barrie le queda ya demasiado mayor en cuanto a rasgos de edad emocional-): baby mod en sus estilosos años de fijación con las vestimentas, hippy de caramelo en sus élficos años de TYRANNOSAURUS REX cuando cambió los atuendos por la coyunda turulata entre Tolkien y Ravi Shankar (la única vez que alguien hizo algo ameno con el hindú plúmbeo que encandiló al bilioso George Harrison), o guitar hero de la sita Pepis en su real cuarto de hora (¡pero qué cuarto de hora!) de gloria con T. REX para luego enfilar el camino (siempre a escala de casita de muñecas) del juguete roto primero con su propia pesadilla kaliforniana sumergiéndose en el soul (tributo de amor a su pareja Gloria Jones) y mostrándole la ruta a un Bowie que la seguiría no mucho después (aunque jamás como juguete roto sino como rey del plastic soul, antheano emérito y DUQUE BLANCO Y JUNCAL, destrozado en experiencias personales, sí, pero nunca derrotado en cuanto a creatividad) para acabar embarrancado en un cul de sac artístico al que tuvo aún arrestos de encarar con su astuta autopromoción como "padrino del punk" (la basura es necesaria, diría a comienzos de los 80 Bryan Ferry y Bolan agonizó haciendo guiños a la basura inminente -en la que sólo su mejor cauce, Siouxsie Sioux, podía de veras considerarse heredera de nuestro elfo tanto en look como en infantiles pretensiones -en su caso, rápidamente crecidas hacia una complejidad más bowiana que estrictamente bolaniana-).