Todos tenemos derecho a ser gilipollas
una nueva radiografía de Andrea Byblos sobre la idiocia humanoide
Desde hace un par de años suelo ver vídeos de youtubers peruanos. Comenzó por casualidad, algo que me salió en Youtube sobre ruinas arqueológicas allá.
Tienen una región, Huancavelica, que está prácticamente inexplorada y que rebosa de restos arqueológicos. Como durante décadas ha estado en medio del conflicto con Sendero Luminoso, los indígenas estaban allí solos, a la merced de ser asesinados por Sendero Luminoso o los Paramilitares, según la suerte que tuvieran. Y no había arqueólogo que se arrimara.
Ahora, jóvenes youtubers que buscan público se aventuran por cuevas que sólo conocen los indígenas y descubren, sobre todo, momias. Momias precolombinas y preincaicas, y esqueletos. Está todo lleno de momias. Momias rarísimas, con cráneos alargados. Y ellos, que son gente sensible, que hablan con diminutivos cariñosos todo el rato y esbozan hermosas sonrisas cándidas, no tienen ningún escrúpulo en pisar los esqueletos, coger las calaveras, mover las momias a su antojo y hacer conjeturas variadas, eso sí con previa ofrenda a la Pachamama de alcohol, cigarros y chucherías varias (que ya son curiosos los gustos de la Pachamama).
Quizás, esa es una de las cosas que hace fascinante y misterioso a Perú (aparte de su impresionante belleza). Esa dulzura con la que se manifiestan en temas escabrosos y duros, como si fueran de lo más normal, que a cualquier otra persona le haría temblar.
Y entre esos vídeos, se puso de moda ir a los barrios más bravos de Lima a hacer vídeos sobre su gente. Los youtubers, que son gente lista, curtida en barrios, y saben lo que hacen, se preparan el viaje: van en grupos de tres o cuatro, con un guía local del barrio, que está metido en todos los saraos (y va armado), y a veces llevan de escolta a un policía armado que hace servicios particulares fuera de horas de servicio público. Es extremadamente peligroso aventurarse por allí.
Los delincuentes de esos barrios van siempre con su fierro cargado y dispuestos a disparar. Mueren varios al mes, de entre ellos y los que se crucen por delante o no paguen. No les tiembla la mano. Y con la voz y la imagen distorsionada para no ser identificados testimonian, bajo pago, cuando tuvieron su primer fierro, sobre los 12 años, casi regalo de comunión, y cómo se han cargado a alguien. Son tipos duros, realmente duros, que hablan con diminutivos cariñosos; que ahorita te enfrían mientras se encomiendan a Diosito que lo llevan tatuadito.
A veces sacan a personajes duros, pero un poco menos, que por dinero hablan a cámara descubierta de su pasado como delincuentes, enseñan sus armas (que dicen que ya no usan) y sus tatuajes. Son sus Makinavajas, unos tipos locos y analfabetos que entretienen al público, necesitado de adrenalina, mientras justifican sus fechorías con un victimismo heroico tragicómico.
Estos personajes son las víctimas legendarias que han alimentado la condescendencia de la izquierda. Los Robines Hoods, los pobres marginados de barrio mísero que se dan a la mala vida por no haber tenido oportunidades; esas víctimas que hasta tienen su gracia y caen simpáticos. Como esos pobrecillos de la Bratva que se tatúan tantas cúpulas de iglesias ortodoxas como condenas han cometido y un gato, y que, si les pagas, se dejan grabar porque quieren que alguien les haga un poco de caso.
Es fácil, desde una posición de intelectualidad con superioridad moral, ser condescendientes con ellos. Muchas veces dicen tonterías, son cómicos y ridículos a la par de peligrosos, lo cual puede producir cierta ternura si se sabe que estos tipos se neutralizan con un puñado de euros. Porque son sólo eso. Un puñado de euros.
Sin embargo, desde esa condescendencia de la izquierda bienpensante se ha dado un paso más allá. Se ha pasado de ser magnánimos y coleguitas con unos pobrecillos de barrio a serlo con fanáticos religiosos y gente colonizada.
Los fanáticos religiosos, que creen que su Dios es el único verdadero, nos desprecian y odian por infieles y creen que nuestros bienes les pertenecen a ellos, porque ¡Hala!, su Dios así lo quiere.
Los colonizados nos odian y desean nuestros bienes porque consideran que nosotros, los que no los colonizamos porque nuestros antepasados no fueron a colonizarlos, se los robamos a ellos.
Y la receta de la izquierda, que no se puede bajar de la condescendencia, es tratarlos como si fueran el Makinavaja, el coleguita pringado del barrio, analfabeto raterillo y tontuco que hace gracia por sus extravagancias cutres y da penilla.
Todos tenemos derecho a ser gilipollas. Ese derecho no se puede negar y es uno de los más importantes. Vivir como un auténtico gilipollas es agradable, cómodo, lleno de grandes días en los que uno se puede sentir pleno viviendo como un gilipollas dando lecciones de ética aquí y allá en plan coleguita. Creo que a todos, en algún momento dado, nos ha seducido disfrutar del lujo de ser gilipollas aunque sea un rato.
Pero si vives demasiados años como un gilipollas, creyendo que con tu superioridad moral vas a cambiar el mundo, descuidas lo terrenal, lo real, y la realidad te puede caer a plomo.
El fanático religioso no se calma y no te considera su colega molón por un puñado de euros. El puñado de euros se lo queda, claro, pero además su Dios le ha prometido tu casa, tu coche, y que tendrás que seguir su religión si no quieres morir, o, en casos moderados, pagar un impuesto por existir.
El colonizado no se calma y no te considera su colega molón por un puñado de euros. El puñado de euros se lo queda, claro, pero además se considera con el derecho de quedarse con tu casa, tu coche y convertirte en su sirviente para resarcirse del colonialismo.
Cuesta entender el análisis racional de la izquierda para convertir a fanáticos religiosos y colonizados en busca de venganza en Makinavajas, pero hace unos días, leyendo unas elucubraciones en un foro, creo que encontré una pista.
Estaban unos cuantos muy woke en un foro burlándose con gran alborozo de los terraplanistas. Les producía una gran risa la gente que cree que la tierra es plana: son tontos, fanáticos religiosos. Y estos mismos que tanto se reían de la afirmación de que la tierra es plana apoyan sin fisuras que un hombre que se siente mujer es una mujer, así, por sentimiento. Y ahí no hay discusión que valga.
Pero ninguno de ellos es capaz de demostrar matemáticamente que la tierra es una esfera. Lo saben porque los científicos, la autoridad racional, lo dicen.
Sin embargo, el campesino más humilde de las chacras de Perú, analfabeto, que no habla ni castellano, sino quechua o aimara, es capaz, sin que ninguna autoridad ni religiosa ni científica se lo diga, de distinguir a una alpaca hembra de una alpaca macho y a una cholita de un cholito.
Pero eso no vale. No lo dice el Partido.
Es decir, los de la degenerada izquierda woke, creerán a pies juntillas lo que les diga su Partido. Porque su Partido ha decidido seguir a la comunidad científica en que la tierra es una esfera, la tierra es una esfera, pero si mañana deciden en el Partido que la tierra tiene la forma de un plátano, la tierra será una banana o no será (esa frase que se lleva tanto en esos lugares de seres de luz). Da igual el sentido común, el sentido crítico y la ciencia.
Queda poco tiempo de disfrutar del derecho a ser gilipollas y de la condescendencia que tanto nos sube el ego. La quinta columna se está formando ya, hay escándalos por Centroeuropa sobre esos Makinavajas tan simpáticos que resultan ser islamistas infiltrados que se meten en los partidos, en las instituciones, en las asociaciones para poco a poco hacerse con el poder y convertirnos en sus parias.
Aun así, mientras el Partido no diga lo contrario, esos fanáticos religiosos son Makinavajas traviesos pero inocuos y no cabe discusión.
Todos tenemos derecho a ser gilipollas hasta que, un día, de repente, nos lo quitan a lo bestia y sin condescendencia. ¡Hala!