Sigo el ejemplo mameluco y me retrotraigo en lo aperitivo y estomacal.



GASTROMEMORIAS





En los momentos más oscuros el sol me suele brillar por el paladar. La comunión en la comida me ha dejado los mejores recuerdos de tiempos oscuros o de etapas que se fueron degradando a medida que se esclarecía su naturaleza de malentendido. De ahí que una relación con alguien que no disfrute plenamente en la mesa está, para mí, condenada de antemano.



De aquellos años grandguignolescos en Zurbano, bajo la aplastante presencia materna y el continuo stress por su imprevisiblemente previsible comportamiento, las escasas nostalgias tienen no poco que ver con determinados platillos, que, por cierto, no he vuelto a comer después y han mantenido, entonces, toda la fuerza de su evocación. Unas patatas gratinadas (que mucho después redescubriría como tópico helvético pero sin el nivel mítico de aquellas primeras), otras guisadas con bacalao, una especie de estofado (que mi madre llamaba ragú) con cebollitas francesas (plato dominical), la sopa de arroz con codillo, el pollo a la nuez moscada que se le ocurrió a una fámula o las croquetas de bacalao con bechamel atomatada (receta de aire vasco que la umbría Zurbano importó de la luminosa Viriato). La mayor parte de esos platos los hacía mi madre, en una de las escasas facetas constructivas que puedo adjudicarle (aparte de ese momento alucinante -lo he contado tantas veces...- en que me descubrió a Patti Smith cuando se vio obligada a regalarme el HORSES por un poster que había visto en Discoplay y que le produjo el mismo efecto magnético que cierto autorretrato de Van Gogh le causó al general Tanz).



De mis felicidades embrionarias en Viriato sobre el regazo de la bisabuela Manuela, la tía Pepa y la chacha Carmen recuerdo en especial los sesitos rebozados, el cardo guisadito con tomate, las salchichas de Frankfurt para merendar (tampoco después las he vuelto comer igual, hechas en sartén en la cocina de carbón por mi tía Lourdes), el pan con membrillo y queso acompañado de un tazón de malta (que no café, como reivindica la RBL), las visitas al difunto mercado de Olavide con Carmen (quien, además, me regalaba unos tebeos Bruguera "pata negra" -de los anteriores a la ley Fraga del 66- que vendían junto al puesto de un tal Flores), los paseos con mi tío Antonio por el Parque del Oeste degustando caramelos de violeta o aquella tarde navideña cuando la bisabuela y yo nos zampamos por pura gula una caja entera de mantecados de Estepa (hoy esa travesura sería un excelente gag para spot publicitario). Años más tarde, cuando Viriato (ya desaparecidas esas ancianas y también Carmen) perdió su placentero encanto de útero vicario y fue mutando en ambivalente casa de acogida (en consonancia con mi mutación del siempre afable y achuchable bebé Fernandito en ese alien a quien en los instantes más acres solían definir con fatalismo hostil como "el hijo de Gloria" y que, en vez de hacer Oposiciones -como las personas cabales y decentes-, se dedicó a turbias actividades como la contracultura, la new wave, la agitación política en clave mayormente incorrecta para, pecado definitivo, ni siquiera saber lucrarse de tales actividades -¿cómo era aquella frase que me espetaron una vez en tesitura de intenso desencuentro, "PODIAS APRENDER DE DALI, QUE ESTABA LOCO PERO AL MENOS LE SACABA PROVECHO A SU LOCURA"?-), incluso en esos años de claroscuro y creciente distanciamiento kafkiano, hay platos que me hacen sentir morriña como el pollo a la cerveza, las croquetas de bacalao antes mentadas o las aceitunas negras aliñadas con cebolla y pimentón (que mi tío hacía de vez en cuando como capricho a compartir conmigo).



Y en las contadas estancias en el bungalow marbellí de mi tía Carmela su nocturnal sopa de pollo con hierbabuena o sus vespertinos bocadillos de pimientos o su meridiano gazpacho (nunca superado), sin olvidar aquel gazpachuelo rico en frutti di mare (que hacía tanto para humanos como para los veinticinco gatos) me saben tan bien como aquel beso único, lacónico, icónico e inolvidable que ya glosé férvidamente en la película de Pinzolas.