cantero rodante:
CHARLIE MYSTERIO
«Quiero vivir
con la misma sinceridad con la que construyo»
Frank Lloyd
Wright
Si hay una
vida -dentro de las artes del siglo XX- fascinante y paralela a una obra
prodigiosa, ideal para ser narrada a través de la música, la literatura o el
cine (siempre y cuando no sea un vulgar biopic protagonizado por Leonardo di
Caprio) esa es la del inmortal arquitecto Frank Lloyd Wright. El perfecto
imaginario protagonista de un musical de George Gershwin, una epopeya de David
O. Selznick o de la mejor novela de William Faulkner, fue la quintaesencia del
self-made man, siendo él mismo la mejor de sus creaciones.
Toda obra de
Wright empieza desde el propio autor -su propio tamaño era la medida para la
escala de cualquiera de sus edificios- y se erige sobre una tierra que él amaba
y respetaba. Como John Wayne, Clint Eastwood, Warhol o Truman Capote, Lloyd
Wright adoraba América en toda su magnitud y profundidad. El fin último de su
creación siempre fue el habitante, a quien Wright dignificó. Esta premisa
parece haber sido olvidada en los tiempos que corren.
Wright
comprendió como nadie había hecho hasta entonces la necesidad de un espacio
interior dotado de absoluta privacidad donde poder vivir y disfrutar. Dotó de
luz, oxígeno y calma las dependencias de cualquier proyecto, fuera una fábrica
para obreros o una lujosa mansión de la jet-set.
Su
arquitectura es eminentemente rítmica.
Actualmente se
levantan obras faraónicas para deslumbrar a las masas cada vez más aburguesadas
que perciben la arquitectura como un item alcanzable (“vd también merece una
vivienda de diseño, un hogar con firma”); se diseñan complejos espacios
popularizados en tiempo real con aire de parque temático y bajo la excusa de
los “nuevos materiales” y los desarrollos en ingeniería. Ya todo es
construíble, reciclable, especulable. Sin embargo cualquier individuo con una
mínima noción de lo armónico podrá señalar que se ha perdido el ritmo, el
swing, la cadencia, la musicalidad. Y Frank estaba sobrado de todo esto...
Cada edificio
lloydwrightiano posee personalidad propia, su tempo preciso, su melodía única
con sus inolvidables timbres y tonos. Wright es perfectamente comparable a los
más grandes compositores, a tantos músicos del pasado y del presente que
reportan felicidad a nuestras miserables vidas, enriquecen y elevan nuestro
absurdo existir.
Contemplando a
Wright en cada proyecto que realizó, tratando de descifrar su hermenéutica, uno
puede escuchar sus sonidos. Escuchar a Wright, esa es la cuestión.
Wright levantó
casas pensando en sus habitantes de la misma manera que la música surge para
ser escuchada, disfrutada, comentada, enriquecida. La personalidad compleja,
cambiante y absolutamente libre de Wright así como su inmensa producción daría
pie a un musical de Broadway no apto para cenutrios de paquete turístico,
cámara digital y encefalograma plano. ¿O tal vez sí?
Cualquier
fotografía de su persona-un dandy de cabeza a los pies-o de cualquiera de sus
obras ilustraría a la perfección la portada de un buen álbum,
independientemente del estilo musical: contemporánea, electrónica, folk,
krautrock, bossa-nova, ruidismo, sunshine-pop, tape-music, blues, Sufi,
lounge...hasta jota aragonesa. También sus magníficos planos hechos a mano o
sus revolucionarios diseños de muebles son ideales para cualquier carpeta.
Interpretar a Frank Lloyd Wright desde el punto de vista musical puede
ser una perogrullada. Sin embargo es posible relacionar su vida y su obra con
composiciones musicales concretas. Este es el objetivo de este artículo: una
lectura imaginaria y ligera de Wright a través de la fascinante música de los
siglos XX y XXI. De hecho es una idea que lanzo, que cualquiera puede retomar y
desarrollar a su libre albedrío.
He escogido
diferentes piezas de compositores distintos, dejándome llevar por el instinto y
por la asociación inmediata. Todas las músicas tienen en común el movimiento
continuo, la incesante búsqueda de nuevos horizontes, la necesidad de un
espacio interior. Por falta de tiempo he dejado fuera a muchos compositores que
me hubiera gustado relacionar íntimamente con Wright: Erik Satie, Dimitri
Tiomkin, Kurt Weill, Thelonius Monk, Toru Takemitsu, Cole Porter, Raymond
Scott, Bernard Herrman, Serge Gainsbourg, Brian Wilson, Scott Joplin, Van Dyke
Parks, Morricone, Milhaud...
Lloyd Wright
encarnó a la perfección al artista romántico e individualista heredero del
espíritu de Melville y Mark Twain. Sus métodos para conjugar la arquitectura
con paisajes concretos se inspiraban en diversas fuentes como Creta, Japón o la
América precolombina. Desde muy joven nunca censuró una idea a priori,
aprendiendo a escuchar y absorber como una esponja todo tipo de influencias
para, finalmente, decidir por sí solo. Jamás dejó de experimentar y en el cenit
de su vida siguió sorprendiendo a propios y a extraños con nuevas incursiones,
atrevidas y desafiantes formas arquitectónicas; todo ello constituye un
lenguaje propio y una herencia prodigiosa. Personalmente creo que lo más
parecido a la Bauhaus que dio América fue el propio Frank.
Wright fue el
primer arquitecto que se enfrentó solo a todo un continente y ganó la batalla:
consiguió construir en prácticamente todos los Estados de la Unión. Su rechazo
a cualquier tipo de influencias le relaciona directamente con los enfant
terribles de la música contemporánea. Al mismo tiempo su inmenso amor por la
tierra le lleva a lograr mediante formas cada vez más abstractas que sus
edificios sean eco de las formas y ritmos dominantes en el paisaje. Ese respeto
y comprensión por la Naturaleza acerca a Wright a los maestros del blues, el
jazz y las músicas primitivas de profundas e incorruptas raíces.
Más que casas,
templos, hoteles, edificios, fábricas o museos lo que Frank Lloyd creó fueron
organismos con vida propia. Él los entendía como un todo: estructuras
integrales y orgánicas que encerraban un espacio impenetrable ideal para el ser
humano (para el “ser y el estar”). Formas articuladas y discretas que
lograban fundirse con el paisaje y al mismo tiempo parecían querer volar,
dispuestas a elevarse en cualquier momento. La musicalidad de Wright es
evidentemente mística, desprovista de cualquier artificio y superficialidad.
A continuación
propongo una serie de relaciones caprichosas entre obras concretas (muchas de
ellas mundialmente famosas pero no por ello exentas de importancia) y
determinados paisajes musicales. Trataré de explicar desde mi humilde
perspectiva los lazos que unen su atemporal arquitectura y la música escogida.
A bordo del descapotable amarillo
All this and Heaven too, Tommy Dorsey Orchestra (1940)
Empezaré este recorrido musical con una
frivolidad;
Frank Lloyd Wright a bordo de su deportivo
Stoddard Dayton amarillo infringiendo los límites de velocidad para impresionar
a sus conquistas. Una escena habitual donde la única música que el excéntrico
arquitecto podía oír era el motor de su flamante auto.
No me imagino a Mies van der Rohe, a Alvar
Aalto, ni tan siquiera al estupendo Walter Gropius en situaciones similares;
tal vez a un crápula Le Corbusier ebrio de Saint-Germain-des-Prés y de
Josephine Baker.
Sin embargo el piloto bien podría ser otro
histórico Frank, otro americano también hecho a sí mismo que al igual que el
arquitecto siempre se mimó en demasía y nunca quiso privarse de nada: los
mejores sastres, coches caros, obras de arte, lujosos viajes y cualquier mujer
que le encaprichase.
Francis Albert Sinatra debutó-como Bing
Crosby-bajo la dirección de Tommy Dorsey, quien dirigía en 1940 la mejor de las
orquestas de swing. En esta canción un primerizo Sinatra hace una de sus
iniciales apariciones como solista de una forma sorpresiva con el tema ya
desarrollado. “Todo esto y el cielo también” es un delicioso medio tiempo que
se abre con el trombón de Dorsey dibujando una relajante y nostálgica melodía
que nos traslada automáticamente a tiempos tan lejanos como los que le tocó
vivir a Wright. El estilo vital sosegado y cómodo de Lloyd Wright se refleja en
esta impecable canción de preguerra que termina con la inimitable firma
Sinatra. La ambición del crooner y del arquitecto no conocían límite alguno.
Willits House. Viaje sin salir de casa
Django, Chet Baker (1956)
Chet Baker tiene en común con Wright la
perpetua búsqueda de raíces, la entrega sin concesiones a la pureza…y la
genialidad precoz. Este hijo errante de América-“lo mejor que salió del
ejército americano” dice una conocida frase, pues allí aprendió de adolescente
a soplar su trompeta-vagó sin fin de país en país buscando un enraizamiento y
una permanencia que nunca halló en vida a la vez que desarrollaba su arte noche
tras noche, pico tras pico, grabación tras grabación.
Baker, como Wright, fue un loner que
pronto huiría de las comodidades del showbiz iniciando su particular exilio sin
otra compañía que la de su trompeta. El arquitecto experimentaba incesantemente
con materiales y formas para construir y deconstruir; el músico simplificó una
técnica de fraseo basada en su propio canto logrando un jazz orgánico,
expresivo, purísimo.
La Casa Willits fue construida en 1902,
media centuria antes de Django, un standard compuesto en 1952 por John Lewis,
pianista, director y compositor del fabuloso (y nunca bien ponderado) Modern
Jazz Quartet.
La canción es una evocación al más grande
guitarrista que ha dado el jazz: el increíble Django Renhardt.
En esta versión grabada en vivo, el
malogrado trompetista la dota de ceremonia, sofisticación, continuidad,
absoluta nostalgia y es para mí la mejor lectura de este clásico.
Puede ser la primera obra maestra del
jazzman.
Sin ninguna duda la Willits House es la
primera gran obra de Lloyd Wright. En ella se conjugan espacio y materiales
para lograr un todo armónico; supone la expresión del americano que cree haber
habitado su tierra desde siempre y al tiempo sabedor de que sus verdaderas
raíces no se encuentran allí.
El habitante de Willits está obligado a
moverse en busca de la serenidad espacial que hallará en la masa principal y
corazón del edificio: su chimenea. Baker quemó muchas chinese rocks pero
básicamente incendió suavemente su trompeta cada noche en buscando redimirse,
ya fuera en Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza, Italia o España…
Las cenizas del fuego purificador flotan
en su nocturna y etérea lectura de Django, pequeña obra maestra de juventud que
comienza suavemente para luego fundir su fraseo sobre una rica instrumentación,
jugando con los tiempos y los acentos.
Dos intensas visiones del incierto viaje
de la existencia.
Hotel Imperial de Tokio. La reverencia renovadora.
Kontakte, Karlheinz Stockhausen (1960)
Este reconfortante encargo japonés-Wright
sintió desde muy temprano la fascinación por el Imperio del Sol y sus misterios-constituye
una de las obras predilectas del arquitecto. En ella aunó todos los conceptos
de voladizos flexibles trabados entre sí. Su gran estanque, que en un principio
los japoneses no entendieron aunque respetaron, salvó al edificio de un fatal
incendio durante el terremoto de 1923. Milagrosamente la obra de
Wright-comenzada en 1916 y terminada en el 22-resistió incólume y permaneció
erguida entre las ruinas de la ciudad.
Imagino esta gráfica secuencia con la
banda sonora de Kontakte, el acercamiento oriental de Stockhausen a través de
la electrónica y una de sus muchas piezas inspiradas en el arte japonés. El
maestro alemán retoma esta disciplina milenaria y la codifica electrónicamente
desde su estudio de Colonia.
Wright ya había mostrado orientalismos en
la Willits House, donde utilizó paneles de estuco que recordaban formas
japonesas; también había destinado su emergente economía-fue un gastador
incorregible que vivió siempre por encima de sus posibilidades-al inicio de una
interminable colección de grabados japoneses y cerámicas Ming.
La ornamentación del Hotel Imperial es
rica y colorista; una obra tan respetuosa como intrigante.
Stockhausen también escoge los elementos
más aprovechables del arte japonés y los reinterpreta usando para ello cintas
magnéticas, maquinales percusiones que recuerdan al folclore ancestral de
Oriente, misteriosos y volátiles detalles electrónicos.
Dos visiones inspiradas en el mismo
lenguaje que suponen la fusión entre el deseo americano de renovación y el
instinto europeo de permanencia.
Casa familiar Taliesin. El inicio de una saga terrenal
Empty bank, Miles Davis & John Lee Hooker (1990)
Frank Lloyd Wright ideó e izó esta casa
para su familia abrazada a la ladera de una colina, sobre un río. Creó hallar en
un paisaje de Spring Green (Wisconsin) que le cautivó, la fuerza moral y el
espíritu de la propia tierra.
Allí levantó en 1911 su reino en miniatura
cuyo eje principal se dirige hacia la montaña, como si de un palacio cretense
se tratase.
En el desierto encontraría el lugar idóneo
para sí mismo, en comunión con lo esencial y muy lejos de la civilización. En
un mar de tierras desnudas los ejes de Taliesin (1911) se alargan hacia el
horizonte y confluyen como cruces de carretera en la pradera americana.
En 1990 Miles Davis y John Lee Hooker
dieron otra vuelta de tuerca al ancestral blues de sus antepasados; dos
gigantes de nombre propio e imborrable unidos para ilustrar musicalmente las
imágenes de un film de Dennis Hopper.
En Empty bank se escucha al comienzo el
hipnótico y arenoso lamento de Hooker, acompañado del dobro de otro grande, Taj
Mahal. Lo que parece un arquetípico blues de repente se transforma con la
entrada de un tercer invitado, el inconfundible Miles y sus picassianas
pinceladas de trompeta precisas, esquemáticas, esenciales.
Este diálogo, como el de Wright con el
paisaje, dota a la canción de una pureza similar a la piedra del desierto con
la que el arquitecto trabajó para edificar su guarida. Tradición y renovación
en una obra única. Frank Lloyd Wright no levantó Taliesin en la montaña, la
hizo parte de la montaña.
Oficinas Johnson Wax. El futuro industrial es vertical
Forbidden Planet, Bebe & Louis Barron (1954)
Una fábrica que se adelantó a su tiempo,
construida-por encargo de la multinacional-en 1939 y soportada por flacos
pilares que parecen sujetar inmensos platos llanos.
Las paredes de este edificio totalmente
futurista, que contemplado ahora es puro retro sci-fi, quedan ahora libres de
todo peso y las columnas se alzan entre ellas al estilo de Creta.
Wright consigue un lugar lleno de luz cuya
masa abstracta externa alberga una verticalidad interior de formas
extremadamente elevadas, hasta entonces inédita en Wright y en la arquitectura
americana en general. Se puede planear por los infinitos espacios que encierra
la fábrica.
Los sonidos voladores creados por Bebe y
Louis Barron sirvieron de banda sonora para el clásico film espacial FORBIDDEN
PLANET (1956). Esta fue la primera vez que Hollywood utilizaba la electrónica
de vanguardia en una película comercial con resultados sorprendentes. Circuitos
y retroalimentación son usados como generadores de una atmósfera inquietante.
Me da la sensación de que esta innovadora pieza es como un viaje al interior de
la Johnson Wax.
Imagino miles de objetos invisibles aunque
audibles recorriendo el aire del templo, atravesando las finas columnas para
filtrarse por la gran sala. Las notas concretas de los Barron, carentes de
cualquier melodía y referencia instrumental, crecen en intensidad y volumen
como un contador Geiger, al acercarse a un pilar monolítico en forma de papiro
abierto. Pienso que recorren uno a uno los rincones ocultos de este edificio
magnético, desarrollo orgánico de un espacio industrial que también dominaba
Wright.
Robie House. To be continued.
She is asleep, John Cage
(1943)
Esta emblemática vivienda supone un punto
de inflexión en la trayectoria del genial arquitecto y define su nueva estética:
la continuidad. La idea de enraizamiento ahora aparece unida con la necesidad
de seguir adelante sorteando cualquier obstáculo. La casa parece querer volar.
Con ella Wright culmina más de un siglo de arte americano y a menudo es
comparada con el cubismo de Braque y Picasso y sus reducciones volumétricas.
La fragilidad, los flujos y cambios, el
primitivismo, la feminidad mística y ancestral, los planos amplios y sencillos
presentes en la ruptura cubista analítica y sintética impregnan esta casa dormida
de 1909 que parece querer levitar; todo ello aparece también en esta obra
escogida de John Cage, un dueto para voz y piano preparado.
Un suave y onírico canto de mujer oscila
en un espacio horizontal y se encuentra en su camino con suaves golpes de piano,
cuya solidez aparece fragmentada. Una pieza llena de vida y movimiento. La voz
planea entre silencios-Cage es un maestro en su utilización-y sugestivas
percusiones. Un dulce canto que se mueve interminablemente como una presencia
humana o divina por el interior de la obra de Wright.
Cage, el compositor americano más
controvertido del pasado siglo, trató de romper al igual que Wright con todas
las nociones del proceso creativo y los principios encorsetados del pasado. Sus
maneras radicales, su negación de cualquier influencia impactaron tanto como
los planos del arquitecto. El compositor también fue un buscador de espacios de
quietud llenos de aire, habitables y huecos, de horizontalidad infinita.
Como curiosidad en 1949 recibiría el
Premio Guggenheim y en aquellos días el incansable Lloyd Wright levantaba el
insigne (y de nuevo totémico) Museo G.
Los compartimentos estancos de la Historia
convergen sin fin.
Taliesin hecho cenizas. La expiación.
Skies of America, Ornette Coleman (1972)
En 1923 Frank Lloyd Wright recibía un
telegrama: Taliesin ardía. Su mayordomo había enloquecido y prendido fuego a la
casa destruyéndola por completo y terminando con la vida de diversas personas.
El arquitecto halló el cadáver de su mujer entre las ruinas de la casa que
había erigido en su honor. Sentado entre los escombros, incapaz de hundirse
ante la adversidad del destino, decidió de inmediato que Taliesin II renacería
de las cenizas de Taliesin I.
Se consoló a sí mismo con la idea de un
edificio mayor y perfeccionado. Hubo quien identificó esta tragedia con un
castigo divino, el precio a pagar por Wright por una vida adúltera y excesiva
en la que el arquitecto impuso sus propias reglas al margen de la sociedad.
La intensidad de este momento crucial y la
fuerza imbatible del fuego así como su capacidad purificadora quedan
perfectamente reflejadas en esta composición de Ornette Coleman, uno de los
últimos innovadores del jazz de la era post Coltrane. El cielo infinito y
protector del desierto, las llamas terribles y fabulosas del sol acompañan a
Wright en su soledad. Las brasas se elevan y se pierden en la brisa.
La gran fuerza orquestal de la pieza de
Coleman, rica en disonancias y acentos logra una atmósfera de una densidad y
horizontalidad espectacular.Coleman, el último gran paladín del free-jazz,
parece abrir un espectro infinito al tiempo que invoca un oscuro oráculo que
pende sobre Wright en el cielo abierto de Wisconsin, del que nunca podrá
escapar.
El carácter epopéyico de esta pieza que
rompe con los principios armónicos convencionales posee el dramatismo del
pensamiento perdido de un hombre que se propone reconstruir su vida en el
silencio del desierto.