una glosa emanada

del colectivo weirdo

THE ELDERLY PASSENGER

 

 

“He aquí un suplicio, y un empleo del tiempo”

Michel Foucault

 

Muzil, el Ángel de Poitiers, se desliza vigorosamente entre la muchedumbre hedónica de la Bay Area. Es de hecho un suscriptor severo de The Leathersman´s Handbook, ese bizarro zine o manual sadomaso de Larry Townshend. Muzil tampoco se pierde las entregas de Mr. Benson en la coquetona pero gráficamente dura revista Drummer. Un huidizo runner del oprobio lo mira apreciativamente a su paso.

Anteayer en la calle Castro compró, junto con un amigo de Berkeley, el utillaje de la impiedad gótica, el instrumental de la abolida luz (it´s a must, le diría –meloso- Johnny). Muzil mira el formidable merchandising de la tortura, una museografía juguetera del llanto. Le han gustado esos anillos para el pene, las relucientes abrazaderas para las tetillas (¿irán bien con el amyl?), las esposas. Y los capuchones de verdugo premoderno, antifaces de látex, látigos y fustas... Muzil, el weirdo, se decanta por una visera de cuero, con chaleco a juego y pantalón muy ceñido. El aire es perfecto: casi recuerda a uno de esos chulos de los muelles de Le Havre, donde se puede obtener una buena paliza sin pagar un franco, lejos del comercio duro y mercantilizado, a menudo artificioso, de los gabinetes profesionales de París. Muzil piensa que deberían hacerse con unos uppers (ha habido una redada reciente, la droga es buena). Quizá también poppers para luego. Más tarde.

Y mira a esos chicos, postrados epicenamente, acodados en las barras de los bares, culebreantes sobre las motocicletas centáuricas, henchidos de proscrito amor. La cultura del cuero tiene su propio lenguaje, sus signos apresurados, inmediatos, de una belleza abstracta, simplísima. Los bolsillos traseros del pantalón muestran las palabras del martirio, los improvisados ads del dolor solícito. Unos llevan el pañuelo a la izquierda (los sádicos), otros, los más tenues, lo llevan en la derecha (abajo, nos dicen con ello, pasivo). Uhhh, y allí alguien lleva un pañuelo negro, va muy en serio: “S/M del duro” piensa Muzil, que lleva un pañuelo azul (clásico). Y se recrea en esta heterotopía del cuero, este terrario softcore de miradas sanguíneas donde todos parecen salidos de aquella película de Brando (¿cómo se llamaba?), un cartoon andrófago a lo Tom de Finlandia. Los chicos se pasean en jeans y chaquetas de cuero negro. Y Muzil es por unos instantes feliz.

Recuerda cómo empezó todo, y alcanza a verse en Upsala, con su traje sobrio, aproximadamente calvo,

conduciendo irresponsablemente su Jaguar blanco, con su eviterna risa elemental. Y los días en Varsovia. Y hay un asomo de añoranza en sus ojos.

No participó del euforizante Mayo del 68. ¿Qué hacías entonces, Muzil, se dice a sí mismo, sin reproches? Ah, recuerda aquellos baños en las playas de Túnez. Daniel Defert le afeitó por primera vez el cráneo. Festejaron su look de skin-head neoprusiano. La calva relucía como en un nadir insólito. Sus gafas lanzaban destellos metalizados. Era el peón alabastrado de un ajedrez satánico. Y reía, con risa mineral, de un marfil extraño, peraltada de oro. Parecía un mariscal de campo extraordinariamente cruel. Acuérdate, Daniel, la London Review of Books empleó durante años aquella imagen mía para ordenar a sus lectores que se suscribieran. Te deseaba. Como también a aquellos estudiantes tunecinos, tan exóticamente marxistas, que escondía en mi apartamento durante las revueltas de marzo. Nada sé ya de los enragés y los situacionistas. ¿Qué fue de ellos? Bajo el pavimento, la playa. Y el chiflado de Sartre, con su mirada abarcadora, leyendo sus manifiestos. Cómo detesto mi vida.

Y volví a París. Contemplemos al magnífico Michel Foucault, el académico, sobrio pero majestuoso, con la que habría de ser su indumentaria “oficial”: suéter de cuello alto de color blanco, chaqueta negra de cordero y capa de paño verde. Escribí algunos libros. Aborrezco todos ellos.

Ahora contempla este hormigueo. Bulle en Folsom Street, el corazón de la actividad del cuero, que atraviesa el distrito de depósitos y bodegas. Los tíos se apretujan en esos bares siniestros. Muzil adora El Bergantín o el Black & Blue, se deja caer ocasionalmente por El Cebo, pero deplora Las Barracas y en general las saunas temáticas, esas que recuperan en clave kitsch los escenarios de la penalidad gay, como los viejos toilets victorianos, o esos calabozos para el asombro del proscrito sexual. Hay un hastío infinito en su forma de andar.

Y Muzil cree que acudirá a los antros de la calle Polk, a buscar LSD. Una nube se perfila afiladamente sobre Haight-Ashbury. Tiene una rara textura, como la amorfa dignidad de un cuerpo supliciado. Los verdugones, las llagas, las heridas... Y Muzil camina más decididamente, y piensa: ¿Qué podría ser más bello que morir por el amor de los muchachos?

····

 Nos encontramos ante una de las personalidades más controvertidas del pensamiento contemporáneo: Michel Foucault, el mismo que dijo sin despeinarse: “Creo que el humanismo, por lo menos en el nivel de la política, se debería definir como toda actitud que considera que el objetivo de la política es la producción de la felicidad. La felicidad no existe y menos aún la felicidad de los hombres”.

La MUERTE DEL HOMBRE, acontecida en nuestro tiempo, no deja de mostrarnos que el de hombre es un concepto reciente. Foucault coincide con Artaud en la idea de que el humanismo, desde el Renacimiento, fue una disminución del hombre antes que un logro. Nuestras sociedades contemporáneas, caracterizadas por la desaparición del espacio público, el descrédito de la política y la proliferación de mecanismos de control social neutros, de vigilancias que tienen en el panoptismo su modelo ideal, dan forma a una moderna “Física del Poder”. Es decir, la desaparición de las policías en favor de múltiples instancias de observancia, un dispositivo reticular en las cárceles, pero también en escuelas, fábricas, academias militares... Una bigbrotherización de grandes dimensiones que parte del panóptico de J. Bentham, y baste decir aquí que este tomó su idea de la disposición arquitectural de un zoo escandinavo. Surge una nueva tecnología de gobierno. El nacimiento del alma como cárcel del cuerpo. El humanitarismo, el respeto, el movimiento progresivo por introducir más dignidad en el castigo (y también su ocultación) muestran su fracaso, que es también el más amplio de la Ilustración (Aufklärung o Lumières), del movimiento derechohumanista.

La sociedad del Absolutismo estaba mejor representada en el Poder a través de sus ceremonias que en la actual, y el criminal (el regicida) en su martirio público era encumbrado por la plebe en procesos de reversión que producían la movilización del vulgo contra el Poder, el ensalzamiento en toda una literatura de subsuelo del criminal. Proliferan los ilegalismos, los cuales encuentran grandes posibilidades de desarrollarse. La sociedad de las Luces trae consigo el triunfo atroz de la delincuencia porque ella la produce: ese es el fracaso de la prisión moderna. Porque esta nueva sociedad fundada no en formas disciplinarias de Poder, necesitaba una “nueva forma de derecho”, hasta extender la lógica de la prisión a todas los escenarios sociales.

Paralelamente, surge todo un movimiento de represión del raro, del weirdo, que ha de ser ocultado, recluido en recintos psiquiátricos para, con propósitos humanitarios, reintegrarlo en el flujo de la normalidad. Esa locura que ahora se oculta estuvo presente en el horizonte social desde la Edad Media y el Renacimiento como hecho estético y mundano. Desde el s XVII, con el confinamiento de los locos, experimentó silencio y exclusión. Perdió su función de Revelación (lady Macbeth dice la verdad cuando se vuelve loca), mudando en algo ridículo. El s XX engrilla la locura desde una aproximación positivista, desde la desviada filantropía de la psiquiatría moderna. La poesía de un Artaud intenta restaurar la experiencia de la locura y su poder de revelación, extinguido mediante el confinamiento. (Progresiva exclusión del raro en aras de la uniformización social).

En Foucault, la forma peculiar de su rareza estuvo presidida por la muerte. Definió el suicidio como el más simple de los placeres. Llegó a decir que “se debe trabajar el suicidio propio durante toda la vida”. Hay que prepararlo “poco a poco, decorarlo, arreglar los detalles, buscar los ingredientes” porque a menudo deja “huellas descorazonadoras... ¿Le parece agradable tener que ahorcarse en la cocina y dejar una huella azul colgando? ¿O encerrarse en el garaje y dejar el motor del automóvil funcionando? ¿O dejar un pequeño fragmento de cerebro en la calle para que lo huelan los perros?”. (NOTA: Su encarecido coetáneo, Gilles Deleuze, arrumbaría esta prescripción al arrojarse al adoquinado parisino de la Avenida Niel, en el 17e arrondissement).

Años después fue atropellado en la Rue Vaugirard saliendo de su apartamento. Foucault, durante un par de segundos, tuvo la sensación de estar muriendo “y fue una sensación muy placentera y muy intensa. Hacía un tiempo maravilloso. Eran las siete de una tarde de verano. El cielo era una maravilla, azul. Fue y sigue siendo uno de mis mejores recuerdos”.

Contrajo, muy probablemente de forma voluntaria, el SIDA. Fue su manera de suicidarse, entendida como una Pasión. Puesto que para Foucault la muerte es el instante que explica la vida de los hombres (siendo ésta una preparación de aquélla), defendió en 1983 el derecho de todo el mundo a matarse. Esto va con la idea de Bataille del placer-muerte.

Seguidor intelectual de Bataille, éste estudió en los años 30 la posibilidad de crear una sociedad neopagana organizada en torno a ritos sagrados de muerte y sacrificio humanos. Incluso proyectaron, según el impulso sanguinario de los antiguos aztecas, efectuar un sacrificio, para lo cual llegaron a localizar una víctima. La guerra vendría a privar de sentido estas actividades, más próximas a los juegos de rol que a otra cosa. Bataille se reconoció en aquellos días como muy próximo al fascismo, aunque en relación abierta con un marxismo extático para el que la forma de desatar la naturaleza elemental alienada del ser humano era una revolución sangrienta y sanguinaria destinada a aplastar los valores de la legalidad burguesa, el capitalismo, el nacionalismo y el militarismo.

Es tentador emparentar al Foucault que se iniciaba en el demimonde gay del París de posguerra con el Bataille militante del placer-muerte. Bataille, el neopagano, que quería recuperar los sanguinarios ritos aztecas, el sadiano que reconoció la proximidad de sus escritos con el fascismo. Ya puestos, nuestro Michel Foucault “soñaba con ser Maurice Blanchot”, el crítico de la Nouvelle Revue Française. Heideggerianamente alimentado por la idea de la decadencia occidental, Blanchot abrazó el protofascismo de Action Française y publicó sus ensayos en el derechista Combat, para unirse luego a la Resistencia durante la ocupación, en un episodio más de las ricas reversibilidades, hoy inentendibles a este lado del mundo feliz, del pensamiento disidente (tal un Drieu) y defender al cabo de la II Guerra Mundial una pasividad más allá de toda pasividad (tal un Jünger).

Edmund White pudo entender muy bien la atracción política y sexual de Foucault por las formas totalitarias del Poder, y le profesó una indisimulada admiración por el combate que estableció contra esa atracción fatal. Foucault siempre alentó la lucha, no siempre con éxito, contra el fascismo, no sólo político o histórico, sino también contra el que está dentro de todos nosotros mismos, aun en sus formas más deleitables. Vale recordar aquí la obra de un Augustine Thierry, decantada por Foucault y al que Karl Marx señaló como el padre de la lucha de clases, y su fascinación por el papel de la violencia en la conquista de derechos. Esta fe pudo ser abrazada –lógico- tanto por la guerrillas de la extrema izquierda como de la ultraderecha, juntos en un credo primordial socialistas revolucionarios y protofascistas, una violencia extrema con el nítido objeto de MASACRAR AL ENEMIGO. A este respecto no hay que dejar de tener presente el papel enaltecedor que para la contienda socialista tiene la sangre vertida en la lucha de clases, en la forja del nuevo hombre y el aniquilamiento del adversario del seno de la sociedad capitalista. Foucault supo muy bien ver cómo asomaba en todo ello un neorracismo condescendiente (contra el que previno) con ciertas formas de genocidio: sírvanse ver las almas bellas de la izquierda caviar la muerte por hambrunas en los kulaks ucranianos (1932) o la muerte de la población urbana en Camboya a cargo de Pol Pot y el jemer rojo en 1975-78 (saludada por Foucault en su promenade maoísta), episodios que habrían merecido la “reverencia” del Foucault más enloquecido como aquella que dispensó a un sociópata de la envergadura de Pierre Rivière. Foucault supo entender muy bien que el socialismo revolucionario alumbra ciertas dosis de racismo: son formas racistas de socialismo el Blanquismo (ahí Lenin y el carácter elitista de los círculos conspirativos prerrevolucionarios), la Comuna en su faceta más nítida o el Anarquismo kamikaze (nada que ver con cierto pajerismo social de litrona e imperdible nasal). Engels mismo habla de “los pueblos reaccionarios”, como los eslavos “a los que sería deseable aniquilar en una guerra”. ¡Cuán rarito debe sonar esto a oídos de nuestras progres lumbreras desmovilizadoras!

La fascinación foucaultiana por la violencia política, por los volcanes de locura, entendía toda resistencia como una renuencia a la ocupación política del cuerpo. Una violencia hecha paradigma por el anarquismo antiautoritario, la Comuna de París de 1871 o la tradición conspiratoria de Auguste Blanqui (1805-1881), todos ellos defendieron formas de rebelión ultraviolenta emuladas irregularmente por el izquierdismo de los 60/70, y del que las Baader Meinhof son quizá su exponente más lúcido.

Es así como Foucault pudo defender una idea popular de la justicia, la de unas masas desatadas exhibiendo en picas las cabezas de los aristócratas, en oposición a la orientación elitista del Tribunal Popular propugnado por las sectas maoístas de su tiempo. Nada menos que la ira del pueblo como la pudo categorizar un Georges Sorel, quien siguió también una muy diversa trayectoria intelectual (legitimista monárquico, marxista, dreyfusista, sindicalista revolucionario y fascista), una ira proyectada como burla de la democracia liberal (la cual repugnaba a Foucault) y culto al activismo político entendido violentamente: un concepto unanimista y popular frente a la dirección elitista de los movimientos revolucionarios (el intelectual déraciné o la pedantocracia contra la que previene Bakunin): aquí también la noción misma de violencia política en Foucault entronca con formas de socialismo proudhoniano, de bolchevismo romántico o fascismo de izquierdas. También Sorel, como Blanchot, apoyó en 1912 la Action Française, a cuyos planteamientos estaban próximos Deat y Drieu en Francia, y Strasser en Alemania, en una atmósfera de trasvases de una orilla a otra del capital intelectual antiburgués (Marcel Deat, socialista y antifascista, propugnó la colaboración con los países del Eje; Jacques Doriot, comunista y antifascista también, habría de morir combatiendo del lado de los alemanes).

Sin embargo, Recién terminado Vigilar y Castigar, hacia 1975 el movimiento más amplio en el cual se inscribe, como también el maoísmo francés, se desintegra. Ya lo había hecho discretamente el GIP (Group d´Information sur Prisons), en diciembre de 1972, a pesar de sus parciales éxitos, como las rebeliones en las penitenciarías francesas de 1971 a 1973. Pero el maoísmo francés (más pacato, más tenue que sus análogos desarrollos alemanes o italianos) desaparece en sus debates bizantinos acerca de la tecnología del linchamiento vinculado a la idea de justicia popular sin llevarlo nunca a cabo. Quizá porque su líder Pierre Victor (alias de Benny Lévy) propugnaba un sadismo impregnado de un gracioso inmoralismo, decantadas dictaduras del terror como fantasía de burguesitos teen. Foucault, tras ponderar las matanzas septembrinas de 1972, se retrae a partir de entonces, desmarcándose del “marxismo libidinal”. Y también intelectuales como André Glucksmann, (de Socialismo o barbarie) se asustaron desde su judaísmo de los atentados que el terrorismo árabe perpetró en las Olimpíadas de Munich.

Para Foucault, quien había coqueteado con formas de brutales de violencia política, toma forma la reserva acerca de la misma deseabilidad de la revolución.

Un hecho esclarecedor fue su progresiva ruptura con Gilles Deleuze a raíz de la petición de extradición del abogado de las Baader Meinhof Klaus Croissant. Foucault se opone al terrorismo por cuestiones tácticas más que morales. Le resulta aceptable cuando expresa una nacionalidad sin independencia o estructura estatal y las demanda. No impugnó el principio mismo de terrorismo, sino que lo rechaza cuando se ejerce en nombre de una clase, grupo o vanguardia marginal. Rechazó el terrorismo de las Baader pero nunca la violencia política o el terrorismo. Y así rompió con Deleuze, quien profundizó en su posición de defensa de Palestina frente al sentimiento proisraelí de Foucault: no nos extraña, pues, (en tanto que consecuencia lógica de dichas posturas) que Foucault protagonizara extraños ritos de sadomasoquismo mientras Deleuze se decantaba años más tarde por la autoinmolación (y ojo que intentó hacerla pasar desapercibida para la opinión pública francesa realizándola en los días posteriores a la muerte de... ¡Isaac Rabin!).

Para el académico y pornógrafo Klossowski, Sade es afín a Joseph de Maistre, el crítico cristiano y conservador de la Revolución Francesa, un teólogo gnóstico que sitúa su ateísmo al nivel de un combate contra el escepticismo moral y la propia irreligiosidad. Así, el Estado democrático moderno engendra el Mal porque este se asienta en el libre albedrío, base de aquél. Posibilita el Mal mismo que intenta extirpar. El terrorismo popular que Sade deploraba era la demostración política del Mal: la masa revolucionaria que mata, quema y viola, lo hace en nombre del Pueblo Soberano. Para Klossowski, Sade exterioriza ese Mal que debe aparecerse para conjurarlo. Acaso aquí la experiencia personal de Foucault discurrió paralelamente en su apuesta creciente por el erotismo sadomasoquista (S/M). Visitó la Bay Area de San Francisco por vez primera en 1975, entusiasmado por la comunidad gay que allí florecía. Los colegas lo llevaron a San Francisco, a la calle Castro y a las proximidades de la calle Folsom. Volvería en 1979, 1980 y primavera de 1983. San Francisco era una heterotopía mágica, un limbo de la no-identidad, entregándose a la violencia pura, al gesto sin palabras. “El placer total está relacionado con la muerte”. El Foucault de la viñeta leather podía perfectamente entender el ceremonial S/M como una ordalía nazi, como las crisis en la medicina medieval o un espectáculo de imitación de la muerte.

Alimentó una fascinación nueva por figuras penitenciales del cristianismo (a menudo entes de S/M gore). Una aproximación como la de Huysmans, huidor del chato panorama burgués, al Mariscal Gilles de Rais. Se trata de escapar del tedio mesócrata, bien a través de las drogas o de un erotismo desnaturalizado. Y esta devoción por los santos o la ascesis no contradecía los presupuestos foucaultianos. Para Baudelaire, la persona que tienta los límites de la experiencia necesita de un sistema gimnástico para fortalecer la voluntad y disciplinar el alma, mediante un ethos estricto, una forma de vida que pueda soportar la búsqueda de la belleza. Pierre Hadot señala lo que de dandysmo hay en Foucault: en su indagación de la antigüedad, durante el último período de su vida, tras el interés erudito en los ejercicios espirituales hay una nueva forma de dandysmo. Es la poesía de la vida moderna. Ser moderno es convertirse en objeto de una compleja y difícil elaboración, lo que Baudelaire en el vocabulario de su tiempo llamó dandysmo: una institución que trasciende las leyes pero que incorpora las suyas propias, rigurosas, a sus súbditos. El dandy era un raro espiritualista movido por la necesidad de crearse una originalidad personal.

Para Foucault, y con esto se enfrentó a la izquierda internacional, es falso que la sociedad moderna reprima la sexualidad, antes bien, esta es un invento de aquella pues sólo a partir del siglo XIX uno puede ser definido por su instinto y deseo sexuales. La sociedad moderna es para Foucault perversa: “el Poder ha hecho del hombre un monstruo sexual”. Sólo la difusión de un comportamiento sexual polimorfo o el cultivo de ciertas desviaciones puede facilitar nuevas modalidades de goce. Ahí vemos a Michel, el usuario regular del “arnés británico”, alimentando el gozo de la tortura, el aniquilamiento del sujeto en la intoxicación y el sueño. El sadomasoquismo consensual podía ser perfectamente una vía de conocimiento o un medio esotérico de autoanálisis.

Cuadro de texto: ALGUNOS LIBROS INTERESANTES

MICHEL FOUCAULT (Didier Eribon)
Ed. Anagrama (Biblioteca Memoria)

LA PASION DE MICHEL FOUCAULT
(James Miller) Ed. Andrés Bello

VIGILAR Y CASTIGAR (NACIMIENTO DE LA PRISION)
(Michel Foucault) Ed. Siglo XXI

OLVIDAR A FOUCAULT (Jean Baudrillard)
Ed. Pre-Textos

UN DIÁLOGO SOBRE EL PODER Y OTRAS CONVERSACIONES
(Michel Foucault) Alianza Ed. (Col. Libro de bolsillo)

HISTORIA DE LA SEXUALIDAD. VOLUMEN 1 LA VOLUNTAD DE SABER
(Michel Foucault) Ed. Siglo XXI

HISTORIA DE LA LOCURA EN LA EPOCA CLASICA (2 TOMOS)
(Michel Foucault) Ed. Fondo Cultura Económica (Mexico)
En otoño de 1978 tiene lugar la Revolución Islámica de Irán, ante el entusiasmo de Foucault, instalado allí como corresponsal para el Corriere della Sera. Desde su idea de la radical libertad humana entendida negativamente, Foucault saluda los acontecimientos como la primera insurrección contra el Sistema planetario, uno de los mayores estallidos populares de la historia de los hombres, la forma más demente y moderna de rebelión contra la hegemonía global coherente con su llamado a repensar una Ilustración que inferioriza a otros naciones, dentro de ese rollo oenegero de chato internacionalismo aniquilador de los pueblos, contrario al respetuoso cosmopolitismo de la mejor tradición enciclopedista (Herder, Ferguson) que exaltaba las distintas formas vitales de los pueblos. El surgimiento de un contra-poder en el seno de un pueblo que vindica su “arte de no ser gobernado” le entusiasmó sobremanera. Y, también coherentemente, no decayó su entusiasmo y su compromiso por una Revolución donde no obstante los homosexuales eran fusilados y las adúlteras apedreadas: Él, inspirador del Front Homosexuel d´Action Révolutionnaire (FHAR), que politizó la pederastia en la Francia setentera de la pudeur y la decencia, en una aproximación discreta pero militante, no incurriendo en lamentables outings ni performances mediáticas (es decir, nada que ver con el bochornoso mendilucismo que hoy asoma ni con la pluma “correcta” a lo cheer-leader, hoy inserta en un establishment social del cual es sostenedora). Sin embargo, nunca más volvió a entusiasmarse por una rebelión contra el orden de las cosas del mundo en que la política se entendiera como experiencia-límite: rompiendo con el radicalismo terrorista de la vanguardia teórica desde el Dadaísmo, apoyando vivamente a los nouveaux philosophes (muchos de ellos ex-marxistas del grupo Socialismo o Barbarie, como Glucksmann) y colaborando con el renacimiento del neoliberalismo en Francia, mostrándose, en enero de 1979 -a su regreso de Irán- como un encendido admirador de los economistas austríacos Ludwig von Mises y Frederick Hayek, detractores del marxismo y defensores del libre mercado como baluarte de la libertad individual contra el poder del Estado, un poco en la línea del anarcocapitalismo. Y simpatizó con el reciente liberalismo. Y celebró con entusiasmo la victoria electoral social-comunista del 81. Y ese fue Michel Foucault. Ecce Homo. 

No murió vergonzosamente.

 

 

CODA ZURDA A MODO DE ORACIÓN CRIPTOORGÁSMICA

 

Agujero blanco de energías extremas. Me siento tan a gusto ovillado en tus contradicciones (que nunca son tales: sólo una lucha sustancial, energía contra entropía, esquinas afiladas contra paredes acolchadas, Sideshow Bob contra Lisa Simpson, milicias –camboyanas o de Michigan, qué importa- contra ONGs –porque  tus colectivos de lucha carcelaria y homosexual eran la antimateria de lo hoy vigente, reinsertador y, por usar tus palabras, “pastoreador”: en el caso de la GIP podría considerarse a ésta como el antecedente galo de la COPEL, las Gestoras ProAmnistía o la AFAP; y, en lo que respecta al FHAR, potenciador de la diferencia homosexual como mutación diabólica, como peligro social antisistema ¿qué más contradicción con las intenciones normalizadoras y membrillescas de la Cámara de Comercio de Chueca, mejor conocida por COGAM?-, lo luciferino contra lo correcto, infiernos de lucidez libremente elegidos contra paraísos lobotomizadores por decreto, fibra contra grasa). Oh, mi querido monstruo, mi mutación posthumana, mi marica salvaje (que diría Burroughs) tan distinto y distante de los eunucos que hoy se estilan. Si fueses holandés ya te habrían matado.  Tú (con tu oscuridad insondable, tu hardcore público y privado) ayudaste (tanto o más que Barthes y sus merendillas fecales) a dar forma a Lecter, el Cristo de nuestro tiempo. Bienaventurado. Tu frío rostro de insecto vela mis anhelos de negempatía.