«¿Qué traje nuevo? ¡Pero si va en cueros!» (EL NIÑO PUÑETERO DE SIEMPRE)

 

 

(el orden es por completo aleatorio: tanto monta una fobia como otra)

 

 

JOAQUIN SABINA (fue Mario Pacheco quien definió magistral y lapidariamente allá por el 83 nuestra común grima por Sabina -«¿No te parece que destila una absoluta plebeyez?»-; la plebeyez de Sabina contrastaba entonces con el aristocratismo de lo que podía considerarse su antídoto y antimateria, la Romantica Banda Local –más concretamente, los temas interpretados por Carlos Faraco-: el costumbrismo bohemio, con efluvios de Huertas y Malasaña, que tanto Sabina como la RBL gustaban de evocar, era entontecedor, tendente al tópico y al estereotipo institucional en el primero, y esclarecedor, lleno de magia y de auténtica poesía subversiva en la Romántica; Sabina, aupándose sobre la chepa del Serrat más pancista y anticipando la demagogia populista de Cristina Almeida y/o Mª Teresa Campos, acaba por convertirse en el heredero postfranquista de Manolo Escobar –heredero espúreo y lleno de trampas, como lo es todo siempre en la progresía: Manolo Escobar es puro pueblo, por tanto la antítesis barojiana de la plebeyez, como ha podido comprobarse al seguir su evolución tras la coyuntural protección desarrollista, incluida su ejemplar vida personal, en contraste con tanto juguete roto contemporáneo suyo y hoy pasto y rehén de la telebasura-; la RBL tenía más que ver con la bohemia de una iniciativa paralela en el tiempo, la revista «MANDRAGORA Y EL PIRATA», o con la radicalidad creativa del film «ARREBATO», o incluso con el peripatetismo entre lúdico y atormentado de un Eduardo Haro Ibars, con la mirada alucinada de quienes no están dispuestos a prostituir su belleza, su voluntad de inocencia sabia, bajo la férula de los mediocres; Sabina es fotografiado desnudo para el dominical de «EL PAIS» y su deterioro físico y neuronal y su escasa higiene –esas uñas de los pies, que tanto horror le producían a mi osita cuando miraba la foto- es la mejor imagen del deterioro de nuestros ilustrados déspotas, ya ni siquiera priístas rebosantes de redaños y ávidos de perpetuar su poder con eficaces mañas durante décadas, sino weimarianos terminales, epicenos, a medio transexuar, con el cerebro chorreando incoherencias y malos parches, intentando ir tirando y preservar malamente al faraón Polanco –cada día más clónico de Chernienko- sobre un pedestal inestable, babélico, de blandiblub inmigrante y sodomita, donde la eficacia trepa de los 80 hoy sólo es inepcia y abulia, convulsiones de Parkinson y olvidos de Alzheimer).         

 

WHOOPI GOLDBERG (la detesto no desde el orgullo blanco –sería no comprender nada del verdadero sentido de este ser, lo que vende, lo que representa- sino como la podría odiar un black muslim, desde la pregunta «¿Por qué Goldberg, por qué no X?» que da en el clavo de su condición de fraude negroide al servicio del establishment judeoprogre norteamericano; alguien más nihilista se cuestionaría sobre qué diferencia hay entre la opción ilustrada/integrada que somete al negro a la voluntad del judío, y la opción presuntamente introspectiva, de orgullo negro, que lo convierte en rehén del Islam, otra creación semítica –y su cuestionamiento sería atinado, sobre todo si tenemos en cuenta que los árabes fueron los primeros en esclavizar a los negros-; tal vez el negro en USA está condenado a permanecer siempre a merced de las creencias de otras razas para sentirse libre, tal vez el negro es un callejón sin salida -la intuición simbionesa del SLA, rudimento equivalente al maoísmo para los chinos, pudo ser la clave para romper este falso dilema pero nadie pareció profundizar en ella, salvo algunos escarceos en el campo de la protesta musical: tal vez en un mundo futuro regido por cánones supervivencialistas se recuperen estas posturas...-; la extrema fealdad de la Goldberg parece remachar un estereotipo conformista –al judío le reconforta el negro feo, le da seguridad: pensemos en lo irritada que se mostró Susan Sontag ante las fotos africanas de Leni Riefensthal por la belleza con que plasmó a los nuba, belleza que la Sontag, en un retorcido y revelador silogismo lleno de complejos de inferioridad, comparó con la belleza del ubermensch ario, y, por lo tanto, intrínsecamente perversa- y contrasta con el esplendor físico de sus antítesis, un Denzel Washington o un Samuel L. Jackson, auténticos representantes cinegénicos del héroe afroamericano en búsqueda de su propia trascendencia).      

 

FERNANDO SAVATER (Savater opta por enfrentarse a lo único guapo –esto es, real- que tiene a su alrededor –la lucha vasca por la liberación nacional- y, con su dialéctica saltarina de nadar y guardar la ropa –al fin y al cabo, como se vio la pasada primavera, se trata de poner una vela a las víctimas del terrorismo y otra a Polanco, responsable en última instancia de la estrategia ZP/Patxi López, más que nada porque Pedro J. y Ansón defienden la contraria y había que disociar a ZP de toda unión sagrada con Aznar en materia de antiterrorismo, más que nada por darle un atisbo de personalidad y que la cosa dure: no hay principios, sólo mercadotecnia-, hace lo posible porque aquello que defiende –el españolismo eufemizado en constitucionalismo- no mejore de trazas –deviniendo en simétrico contendiente del enemigo, como ocurre con los orangistas protestantes en el Ulster: único motivo, por cierto, esta situación de tablas, de que hoy el IRA esté abocado a serias negociaciones de paz y destruyendo su arsenal-; eso sería tomar partido por la belleza soreliana del combate, por la asunción frontal del conflicto, no por cosas tan feas como el chantaje o el victimismo a la espera de que algún fáctico e improbable deus ex machina les saque las castañas del fuego, y es que la piel de cordero ghandiano que un día, como en algún relato mitológico, los pied/noir del País Vasco se pusieron como camuflaje hoy, como una maldición, se les ha vuelto categoría, seña de identidad, y domina sobre cualquier amago de coherencia existencial con lo que defienden en el fondo de su corazón) (reconozco haber leído poco a Savater: aquel texto publicado en «AJOBLANCO» allá por el 76 donde se preguntaba por qué dicha revista, entonces anarcófila, contaba con él, que no lo era; la polémica con Sádaba sobre el País Vasco que publicó Libertarias a fines de los 80; y, últimamente, espigando en blogs de Internet, ataques al novelista Bernardo Atxaga y loopings dialécticos para disculpar su postura frente a la AVT a fines de mayo, loopings que me recuerdan, pero al revés, aunque el beneficiario sea el mismo partido/grupo mediático, a las declaraciones terminales del también sofista Aranguren a favor del GAL; pero la ocasión más paroxística fue por el prólogo a una obra de Cioran, cuya lectura me indignó tanto que, ya calentito cuando empecé a hincarle el diente –oportuna metáfora, habida cuenta de lo que ocurrió después- a la obra propiamente dicha y el rumano arremetió contra el fanatismo –una de mis vacas sagradas, valga la flinflunflancia-, sufrí el único ataque de ira que me haya provocado jamás un texto escrito –quién me lo iba a decir a mí, lector compulsivo desde los tres años y amigo de cuidar los libros, de sobarlos y hasta de olerlos con delectación- y a punto estuve de pulverizar el libro entre espumarajos –dado que no era mío y tenía que devolverlo, opté por no seguir leyendo-; también se hizo a mis ojos Savater con los frecuentes palos que le daba Alberto Cardín en los últimos 70 desde «DIWAN» y «LA BAÑERA» -como Cardín siempre me pareció un tipo guapo, aún más en su escritura, y hasta llegué a enamorarme de su encarnación de Veneranda Cuahutemoc, como él mismo llegó a saber de primera mano tras un muy peculiar cruce de cartas, pues todo lo que tuviese que decir sobre Savater enlazando maliciosa pero acertadamente fisiognomía con pensamiento iba a misa-; y, cuando, tras la muerte de Cardín, me topé en diversos momentos por la tele con Savater y su puro remachando su afición a Guillermo Brown –yo me había criado con Enid Blyton, su antítesis-, y su querencia por las novelas y películas de aventuras –siempre me aburrió el exotismo: la húmeda jungla sólo me empezó a interesar, documentales de la naturaleza aparte, con Kurtz y Pol Pot, valga la flinflunflancia bis-,  o en plan martillo de abertzales –martillo con freno y marcha atrás, se entiende, como los acontecimientos han demostrado: y es que la última palabra de Savater sobre los violentos en el País Vasco, como ya dije antes, parece que no la tiene Savater sino el libro de estilo del grupo PRISA, en su actualización zapateril; lo cual parece demostrar la baja consideración que muestra dicho lobby mediático por nuestro amago de Sócrates, puesto que otro escritor promocionado por Polanco, Mario Vargas Llosa, amén de su vástago Alvarito, AKA El Terror de los Idiotas Latinoamericanos, tienen mucha más libertad para expresar sus opiniones ultraliberales y neoimperialistas, nada proclives a la solidaridad con los desheredados ni a la Alianza de Civilizaciones, a la contra de todo lo que se supone venden «EL PAIS» y CANAL +, opiniones a cuyo lado un Federico Jiménez Losantos o un César Vidal resultan sospechosos de filosovietismo impenitente-, pues mi grima acrecentóse hasta el trance, antes mentado, del intento de asesinato del libro de Cioran)

 

PEDRO ZEROLO (la antimateria de Pim Fortuyn: frente a la extrema coherencia de éste, homosexual dueño de un código moral -pues toda coherencia implica moralidad-, quien quería vivir su opción de ciudadano del Imperio, egotista, hedonista, opulento, ciento por ciento gay, desde la más incondicional realidad, Zerolo –el amoral, por enemigo de la realidad y de la coherencia- pretende ser a la vez Calígula y cristiano frente a los leones, un Che Guevara travestido de drag/queen –o Freddie Mercury jugando a la Madre Teresa-, capricho monstruoso e insultante sólo concebible en un mundo reñido con la realidad como el que hoy desgobierna su gemelo conceptual ZP –del cual Zerolo deviene en una desgraciada suerte de injerto neuronal-) (lo que siento por Zerolo creo se expresa muy bien –mucho mejor que cualquier cosa que yo pueda decir- en este párrafo de Roger Caillois -«Es justamente por su rebelión por lo que pertenecen a ese medio y por lo que le obedecen. Así su rebelión origina su éxito y no su fracaso. Está en todo de acuerdo con la sociedad, en ella prospera, en ella se despliega, en ella es aplaudida. Y por una última paradoja, que no es tan difícil de comprender, no combate la hipocresía reinante, la constituye.»-) (una cosa más –a raíz de unas declaraciones zerolianas en las que pretendía que el PSOE se deshiciese de Paco Vázquez, uno de sus mayores activos por las tierras gallegas, debido a la reacción no muy entusiasta del alcalde coruñés ante los matrimonios gays-: Zerolo tiene algo de Joe McCarthy rosa, es un pelele megalómano que, por un momento se creyó, dado el pollo montado en torno a sus ambiciones –en un caso, la caza de brujas anticomunista; en este, el asalto a las instituciones de la mafia gay/lesbiana-, que él es el poder absoluto y que, por tanto, su pulgar –arriba o abajo, todo muy peplum- tiene la última palabra; McCarthy cayó cuando intentó incriminar al mismísimo presidente Eisenhower dentro de su conspiranoia y los grupos que le habían dado carrete se lo quitaron y hasta lo envenenaron para que no diese más la barrila y desuniese a los norteamericanos con sus pesquisas cada vez más quisquillosas; en el caso de Zerolín, si empieza a tocar las narices a barones y caciques del PSOE, a debilitar los cuadros del partido con su fundamentalismo de plexiglás cual imprevisto virus mutante, puede que a quienes les interesó su coyuntural auge como manera de captar votos con facilidad biodegradable se les cambie el humor y, de pronto, descubra –me viene a la memoria el Ned Beatty de «NETWORK»: profético atisbo del todopoderoso JP, el amo de ZP- la cólera de los dioses, en toda su dimensión megaempresarial, político/económica –militar/industrial, me atrevería a decir, si por estos casposos andurriales tuviésemos de ello, cosa que dudo-, y ahí sí que se caga la perra –perdón, se caga Zerolo- y se le pasa –a él, y no a Fidel Castro- definitivamente el arroz).

 

LOS MUSICOS DEL METRO (al principio los odiaba a todos, sin distinción, con paroxismo celiniano –generalizaba en torno a la ominosa impronta que me habían producido un par de goliardescos jetas, apalancados a mediados de los 90 en el pasillo que va en Nuevos Ministerios de la línea 6 a la 10, uno tocando la flauta con desfachatada ineptitud y el otro abordando a los transeúntes con chulesco desparpajo, como si la performance de su colega no mereciese otra cosa que el Gulag o una temporada en los arrozales camboyanos; con el tiempo, gracias al respeto y simpatía que me inspiraba la señora del koto –se ponía en el inacabable tramo de escaleras que baja en Cuatro Caminos hacia la línea 6- con sus armonías, su sonrisa y su elegancia natural, comencé a discriminar entre músicos que tenían su pase –la susodicha nipona o un guitarrista de rock situado en el mismo tramo de escaleras y que conjuraba con no poca maestría los ecos de los 70; incluso en un plano más freak y desasosegante, aquella eslava rubia que se colaba en los vagones y berreaba trozos de ópera como si desgranase episodios del sindrome de Tourette, provocando sobresaltos y fibrilaciones en el sufrido personal- y otros que no, decididamente no –si uno acaba aceptando como algo inevitable, más o menos como la polución atmosférica, las mierdas de perro o el aroma canicular de los contenedores de basura, a los sudacas de turno con sus delicias andinas, jamás llegará a acostumbrarse a los émulos de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, o a quienes van de cantautor solemne de poderosa voz que parecen exigir el óbolo del viajero con chantajista altivez, como si fuesen la vicepresidenta en pleno trance reprobatorio-). 

 

ALAN ALDA (su sonrisa blanda, babosa y goteante –anticipo de la de ZP- vendiendo paisajes políticamente correctos, mundos en perpetuo adoctrinamiento de buen rollito y pensamiento débil, cruzadas antitabaco, tierras de la piruleta que jamás abandonaron la edad mental de SESAMO ST, humor tan ñoñamente didáctico que ahuyenta toda posibilidad de respuesta en mentes no alienadas, es la sonrisa de un híbrido de Ned Flanders y Lisa Simpson, de cuya chepa proverbial nació –cual parodia mitológica- la Atenea aardvark de Michael Moore, y el maridito ideal, a medio castrar, de nuestras postfeministas ilustradas por Maruja Torres, Rosa Montero y Maitena). 

 

 

LAS PRENDAS COLOR CARNE (a diferencia de los jerseys de Angora, los calcetines blancos, las medias blancas de enfermera o los leotardos negros –que tanto enaltecen a mis ojos el sex appeal de una mujer: ¿será por la abundancia de pura lana virgen? ¿no hallaban prerrafaelistas y simbolistas el súmmum de lo sexy en la Virgen María?; y aún mejor vestida de colegio, añadirían en rotundo dúo los camaradas Dildo y Elderly de consuno con una legión de descorbatados votantes del melenas Koizumi-, toda prenda color carne me provoca un asco indecible –que asocio con problemas de olor corporal, sudor excesivo, lunares peludos, pieles ásperas y cetrinas, halitoxis letal, males venéreos, sobacos rasurados que no depilados, voces cazallosas a lo Pilar Bardem, oreos de chichi jurásico a lo Lola Gaos en «VIRIDIANA», apariciones televisivas de Lucía Etxebarría...-) (como postre, señalar a unas cuantas actrices y cantantes consideradas muy atractivas por el establishment que a mí me repelen físicamente –sobre todo, presumo en ellas gravísimos atentados al sentido del olfato- y a quienes siempre imagino usando prendas color carne: Julia Roberts –su hermano Eric, en cambio, no me sugiere ningún aroma desagradable y lo encuentro bastante más sexy y cien veces mejor actor-, Sonia Braga, Anastacia, Gina Gershon, Anne Bancroft, Charo López, Angelina Jolie...)

 

LA GENTE QUE SE INSERTA SUSTANCIAS PARA MEJORAR SU ASPECTO (puedo entender que alguien se quite o rebaje algo –en mi caso, dientes, nariz- para sentirse físicamente mejor; puedo entender los impulsos anoréxicos, aunque no los comparta en absoluto –cada día disfruto más comiendo y cocinando y viendo programas culinarios, hasta cinco al día: mi nueva parafilia, según Dildo-, así como a quienes se extraen lorzas con la liposucción –aunque el obeso esteta Orson Welles nunca recurrió a ella por considerar que los resultados no iban muy allá en su elevado listón de la armonía física-, pero eso de meterse sustancias –silicona, botox, esteroides...- para abandonar tu humanidad/animalidad y convertirte en dummie de ti mismo, lo veo propio de seres con una clara vocación entrópica, profundamente feos de espíritu, clónicos anímicos del gordo flotante de «DUNE» -puedo disculpar a las pobres chicas que se ven obligadas a ello para asentarse en el mundo del espectáculo o la pasarela, pero no a quienes optan libremente con impulso soberano: son la antítesis de la Vida, de la Naturaleza, el mundo se marchita a su alrededor-) (una última consideración: de los canales televisivos que recoge mi aparato, el que bate el récord de silicona facial en sus presentadoras es POPULAR TV, vinculado a la Conferencia Episcopal; ¿qué pasa, que el matrimonio homosexual es un pecado nefando y la silicona un don de Dios? ¿qué fue de la estupenda Sofía Garaizábal de los comienzos de la cadena, idónea para un medio confesional –como lo fueron en su momento aquella Carmen Lázaro de los 60 o María Casanova en su tándem con el cura Javierre, al inicio de la Transición-? ¿no hay jóvenes procedentes de las muchas redes docentes que controla la Iglesia con la suficiente presencia, compostura y despejada mente, que puedan conducir los espacios de esta cadena sin caer en el frikismo? –hasta la oronda desenvoltura de una Cristina López Slichting, entre Pilar Urbano y Mama Cass, resultaría mucho más grata de ver que esas robots con careto de Chuckie a cuyo lado hasta la Siñeriz de Canal + parece denotar una mínima actividad neuronal-).   

 

XAVIER SARDA (he hablado bastante, en páginas publicadas y más tarde retiradas de esta misma web –la dedicada a la película «MAMA ES BOBA» o mi denuncia/contencioso contra «MONDO BRUTTO»-, así como en textos aparecidos en «EL EFECTO OREGANO», del que considero el auténtico pecado contra el espíritu, la mayor manifestación de una condición degenerada y aberrante, la canallada de las canalladas: el convertir en ejercicio profesional y en hábito de consumo la burla a quienes son demasiado inocentes o deficientes o, sencillamente, se hallan demasiado indefensos para responder como merece el que inicia la burla; no me considero un sujeto muy cristiano pero toda la ira que sintió ante los mercaderes del Templo Aquel de Quien Carod gusta de chotearse cuando va a Jerusalén, esa misma ira yo la siento ante quienes se burlan con impunidad de los menos poderosos; y la encarnación máxima que concibo de tales elementos es Xavier Sardá –rezo a san Andy Kauffman cada noche para que sufran su merecido todos aquellos, empezando por Sardá, que trastocaron el esclarecedor mensaje de sus performances y lo volvieron máquina infernal de abyección y envilecimiento: después rezo a san Guy Debord, porque todos estos horrores él ya los pronosticó, a su manera, en sus escritos de los 80-).       

 

CHARLOT (me asquea su chantajismo lacrimógeno –me asquea tanto como los ya mentados músicos del Metro que imitan a la Nueva Trova, o como el ya mentado Alan Alda, o como las tipas que te paran con su consabido «oye, perdona...» para venderte la moto de alguna ONG, o como ZP hablando de Bambi, o como Andrés Aberasturi y/o Jesús Quintero en su rol de Cristos de ocasión para consumo de marujas progresistas, o como la moraleja de las películas de Spielberg, o como el uso indiscriminado del «IMAGINE» de John Lennon, o como las campañas publicitarias de Benetton, o como el slogan de Tele 5 «12 meses, 12 causas», o como las huelgas de hambre de Marco Pannella para acabar pidiendo el bombardeo de Serbia, o como la ONU tras la caída de la URSS-; me asquea tanto como me estimulan Buster Keaton o Monsieur Hulot –figuras muy distintas entre sí pero con las que me siento bien, limpio, radiante: con Charlot, en cambio, cuando veo algo suyo me urge la necesidad de lavarme con abundante jabón para desprenderme de tanta mugre espiritual, de tanta moral de esclavos-).

 

MONICA NARANJO (junto con la ya citada Whoopi Goldberg, la criatura humanoide de género femenino que más me repugna –hasta Madonna, en comparación, tiene un pase, sólo sea por su papel en aquella película sobre baseball femenino, con Tom Hanks de entrenador alcohólico, donde no me cayó del todo mal-: no soporto sus ojos de huevo –nada que ver con los adorables ojos gordos de una Glenne Headly, una Maggie Smith o una Susan Sarandon, sino más cerca de la mirada reptiliana de una Belén Esteban-, su perfil vulturino, sus fauces de barracuda, sus siliconas, su manera de cantar, su look o la estética de sus videoclips; a lo que añadir la única declaración que conozco de ella: «Me gustaría tener un hijo maricón para que me haga los trajes»; y no debo ser el único –Carlos Tena me contó que Mina había quedado profundamente deprimida desde que la Naranjo cayó sobre ella como un ave carroñera para vampirizarla lo más posible cara al álbum «MINAGE», hasta el punto de decir «He llegado a avergonzarme de mí misma al pensar que gente así puede sentirse interesada en lo que hago: jamás fue mi intención que personas como esta formasen parte de  mi público»-) (Por cierto, acabo como empecé, porque esas consideraciones de Mario Pacheco sobre Sabina pueden aplicarse también -corregidas y aumentadas hasta el esperpento- al presente especimen).