(versión
actualizada del texto aparecido en el 2003 en el fanzine EL EFECTO OREGANO
-viene a cuento por la edición remasterizada que ha lanzado Nuevos Medios este
septiembre-)
Lo que peor
ha envejecido de este grupo ha sido su irritante autoafirmación, su
engolamiento, sus posturitas neorrománticas, su tontería snob, su
autocomplacencia (inasequible a espejitos mágicos). De los tres miembros, sólo
uno (Antonio Zancajo) está libre de toda culpa: él sólo quería profundizar en
Robert Fripp y en los pasos de éste desde el finiquito de la 1ª etapa de King
Crimson a las pequeñas unidades inteligentes (League of Gentlemen, roneos con
Bowie, roneos con Eno, King Crimson redesign en los 80...). Antonio, desde su
ruptura con César Fornés y Jorge Pardo tras oír por la radio «La pluma
eléctrica» («yo quiero hacer esto, coño»), había ido ensamblando sus
aficiones de los 60/70 (pop, rock, blues –donde cabían perfectamente Eric
Clapton y Phil Manzanera, Paul McCartney y Bruce Springsteen, King Crimson y
The Doors, amén de toneladas de pop español, desde Brincos a Vainica Doble
pasando por CRA&G-) con los nuevos nombres que iba descubriendo desde que
contestó a mi anuncio de Paraíso (nombres como Nick Lowe, Graham Parker, The
Cars, Ian Dury y sus Tarugos, Blondie, etc). Su fijación con Fripp es
profundamente sintomática de cómo, desde el rigor, el amigo Zancajo se negaba a
traicionar su memoria en pos de aggiornamentos chorras al tiempo que
asumía la necesidad de escapar a toda esclerosis jurásica (esa escarificación
de la sensibilidad en la que cayeron tantos –EL&P, Yes, por citar los más
tópicos- que alguna vez fueron interesantes). Creo que tanto Antonio como yo
teníamos la idea de que el pop desborda todo género y que la catedral pop por
excelencia sigue siendo el doble blanco (donde cabe el troquel melódico -«Obladi,
oblada»- en que se hornearían las caras a de Fórmula V pero también misas
negras -«Helter Skelter»- sin las que no sería posible un Alice Cooper o
experimentos conceptuales -«Revolution 9»- que abrirían camino a
elementos tan diversos como Residents, Flyng Lizards o el ya citado Eno).
Una
persona, más joven pero tan rigurosa como Antonio y también procedente de un
estilo (en su caso, el rocanrol de Lou Reed) previo a la cosa punky, era Paco,
el batería de Paraíso. Para mi gusto, el mejor instrumentista de ese grupo
junto con Zancajo. Participó en la actuación póstuma de Paraíso en Caminos
(marzo ’81) que daría pie a La Mode pero, tras la desgraciada experiencia que
habían tenido los dos con Rubi en el otoño del 80 y la descomposición de
Paraíso en los meses anteriores, su queme era absoluto y se negó a entrar en
una nueva aventura. Hoy creo que esta ausencia de Paco fue fatal para La Mode: desequilibró
al grupo. El rigor de Antonio (sin el apoyo de otra persona –años más tarde, el
bajista Alvaro de Cárdenas cumpliría un poco ese papel, desde su limitado rol
de músico de acompañamiento-) no podía contener la tontería mía y la de Mario.
La tontería
de los dos miembros con complejos de imagen: Mario, todavía tratando de digerir
su karma alopécico con el consuelo de que en la cosa tecno y neorromántica
había sitio para las cabezas despejadas de pelambre (Gary Numan, Classic
Nouveaux –germen de su idea francófona para el nombre del grupo- o Landscape
–con su líder Richard James Burgess, tan parecido a Néstor Almendros con su
calvorota y su bigotito-); y yo, harto de ser el patito feo de la movida, dando
un insensato salto sin red desde Luis Sánchez Polack a Bryan Ferry (salto que
recibiría su primera reprimenda en el debut del grupo en Barcelona, cuando el
crítico Ignacio Juliá me llamó «el hombre elefante» y Montesol me dibujó
como una especie de Igor cheposo rodeado de Alaskas y de Pititas). El engolamiento
de Spandau Ballet, la pluma sideral y las placas tumbler de Tino Casal, los
amaneramientos de Raimundo Luengo (el líder carismático de UA –grupo fugacísimo
que nos obsesionó sobremanera en los comienzos-) o de los Ultravox! de Midge
Ure, la grandilocuencia de OMD, la era plástica de Buggles, etc. A lo que sumar
mi asunción compulsiva y un poco bizarra de Ferry, de quien, si puedo captar
bastante el espíritu en algunas de mis creaciones, no puedo compararme (salvo
en estado de profunda enajenación) ni en voz, ni en físico, ni en estilo de
vestir.
La Mode
hizo canciones muy logradas desde sus inicios junto a otras que resisten peor
el paso del tiempo (caso de «La teoría de la relatividad» -neodelirio de
Mario arropando una letra turulata en la que yo intentaba impresionar a la
oviforme Clara Morán, algo que repetiría poco después en otra letra, «Asuntos
exteriores», en un fanzine autoeditado y en un artículo de «ABC»:
¿consecuencia lógica?, si la Morán me tenía ya bastante atravesado desde mi
intento nonato de entrar en Oviformia, tras esa ofensiva mía me declaró un odio
cartaginés, que, por lo que pude apreciar no hace mucho, mantiene incólume-,
del «Wild puppets» -roneo pedé un poquito cursi, sin la espontaneidad
del «Para ti» ni la picardía del «A por todas»-, de «Mi dulce
geisha» -una de mis dos aportaciones niponas al grupo en letra y música,
con «Negro y amarillo», y que, desde la distancia, me parecen de lo más
flojo de La Mode, con un esnobismo ramplón rayando en lo facha, que no hace
justicia en absoluto a mi hoy mucho más profunda querencia por el
Imperio del Sol Naciente- o de la versión superferolítica de «Aquella
canción de Roxy» que Mario pergeñó para el lp –y que no gustó a nadie,
quejándose el personal de por qué diantres no se había incluido la del maxi,
que es la que recoge más fielmente la esencia del tema-).
Entre lo
mejor de «El Eterno Femenino» se encuentra aquello que la posteridad (a
veces, en forma de versiones) ha mimado más: «Cita en Hawai», «Aquella
chica», «El único juego en la ciudad», «Las chicas de la Inter» o
la que da título al disco. Volviendo a lo dicho antes sobre el papel
equilibrador de Antonio, no es casual que en estos títulos aparezca bastante,
bien como coautor o con una fuerte presencia instrumental (creo que sus solos
en varios de estos títulos son de lo más bello que ha hecho un guitarrista en
la Movida). Precisamente, cuando empezamos a preparar el nuevo repertorio para
1984, me propuse en firme propiciar el protagonismo de Antonio y purgar al
máximo de desmesuras (por entonces ya biodegradadas del todo con la onda
fallera de Betty Troupe, Video y Glamour) la nueva etapa. Aunque no pude
defenderlo en directo (por mi retirada), creo que este repertorio es más
consistente que el anterior (de hecho, una canción como «En cualquier
fiesta» ha ido con los años creciendo y creciendo en carisma a costa de
otras, más rutilantes inicialmente, y peor tratadas por el Padre Tiempo).
Hay gente
que prefiere Paraíso
a La Mode. No me parece justo, al margen de inquinas extramusicales.
Diseccionada implacablemente la tontería de La Mode, si nos fijamos en las
canciones, no me cabe en la cabeza que quienes disfrutaron con «Para ti»
o «Carolina» no lo hagan más intensamente con el viaje sentimental que
continué desarrollando en el nuevo grupo («Cita en Hawai», «El único
juego en la ciudad», «Aquella chica», «Las chicas de la Inter»,
«Aquella canción de Roxy», «La rata», «En cualquier fiesta»,
«Diálogo» o «Panorama»). Precisamente cuando Claustrofobia,
primero, y Los Caramelos, después, versionean «Cita en Hawai» la canción
se sostiene más allá de la contingencia del grupo que la hizo y de sus
defectos. Sin embargo (y espero que la salida de todo el material de Paraíso lo
demuestre -si es que sale alguna vez, que parece el cuento de nunca acabar-),
el repertorio de Mario, Antonio y yo previo a La Mode es mucho más endeble, más
germinal, como el de Kaka de Luxe en relación con el de Pegamoides. Quienes se
obstinan en confundir las deficiencias y el caos sonoro no premeditado con la
frescura, y una mayor serenidad y madurez en la ejecución y la composición con
el anquilosamiento me parecen profundamente arbitrarios. Creo que la capacidad
de conmover de muchas canciones de La Mode es pareja a la que uno puede hallar
en algunas («Esa mujer», «La fuente», «Carmen», «El
domingo»...) de la segunda etapa de Brincos (después de irse Juan Pardo y Junior),
etapa considerada menor por una crítica, a mi juicio, bastante superficial.
Mario
Pacheco, hombre de gusto, siempre se dolió de que el sonido sacado a «El
Eterno Femenino» no era el mejor. Yayo Aparicio, nuestro Brian Epstein,
excelente amigo y manager personal, no era productor aunque él quiso jugar esa
aventura. Seguramente (lo hablé con el técnico Luis Fernández Soria cuando Teo
Cardalda y él ultimaban las mezclas de «Pop Decó») de haberlo producido
el grupo con el técnico (como se hizo con el single/maxi «Por amor al arte»
y como ellos harían ya sin mí con el álbum «La evolución de las costumbres»
-a mi juicio los dos mejores trabajos de producción de la carrera de LA MODE-),
se habría apurado mucho más la calidad de sonido. De ahí, supongo, la razón de
esta edición remasterizada.
En fin, no se me ocurre más, aparte de agradecer a La Mode lo mejor y lo peor (en el plano más pedestremente material) que me ha dado la música: dinero, groupies, buffets en paradores, viajes, popularidad, y un exceso de actividad tal que, desde entonces, mi relación con la música está condicionada por una perenne limitación física (los puñeteros bronquios).
APENDICE.
TEXTO DE MARIO PACHECO
(COMPLEMENTANDO
MI ACIBARADA VISION)
Nunca he
vuelto a ver un grupo como LA MODE. La verdad es que no creo que el pop español
haya vuelto a ser lo mismo desde aquellos días en que LA MODE tuvo su breve e
intenso reinado.
KAKA DE
LUXE y sus ramificaciones eran muy interesantes y yo, aunque trabajaba en
Barcelona, seguía esporádicamente las actuaciones de LOS PEGAMOIDES y PARAÍSO
en Madrid. Me parece que fui el primero que les propuse grabar. Fue hacia 1979
y los dos grupos me mandaron maquetas y se tomaron con interés la posibilidad
de grabar para la compañía catalana EDIGSA. Desde entonces estuve en contacto
tanto con Alaska como con Fernando Márquez “El Zurdo”, y más tarde, cuando
comencé en Madrid con la compañía Nuevos Medios, las conversaciones para grabar
a LA MODE ocurrieron de forma natural.
LA MODE
formaban un equipo compacto, eran una célula creativa, un supermercado de
ideas, en fin: un sueño de grupo musical. La suya era una química equilibrada y
cada uno era un especialista en distintas facetas de la cultura popular.
Fernando era un intelectual introspectivo que sobre todo cultivaba a los raros
y malditos –Celine, Mishima,… – y la onda castiza a base de lecturas de la
generación del 98 –Unamuno, Marañón,…– y, ya en plan de reivindicación total,
la vanguardia madrileña: Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Mihura, Neville.
Antonio Zancajo era lo que ahora se llama un “hippie”, es decir, un
rockero-no-heavy con una sólida cultura musical y un estilo de vida
independiente. A través de él llegaban al grupo Clapton, Hendrix, los Byrds y
Dylan. Por su parte, Mario Gil, que había nacido en Suiza en una familia
hispanolusa, era multicultural y poliglota. Pertenecía a la generación ya
mutante y era un genio de los ordenadores al que había que sacar del instituto
negociando con el director la perdida de horas de clase. Lo suyo era el tecno.
Los tres
se complementaban y cubrían un amplio panorama de influencias musicales. El
equipo se completaba con Yayo Aparicio, productor y manager entusiasta aunque
el grupo apenas actuase, y José Antonio Lago “El Rojo” que era un asesor
cultural. Yayo produjo los dos primeros álbumes de LA MODE y su muerte en un
accidente de tráfico fue un trágico epílogo a la carrera del grupo.
Si la
movida madrileña fue un movimiento pop más literario que musical, consistiendo
su principal mérito en la creación de una estética y un código de símbolos,
temas y metáforas propio y hasta entonces inédito en el pop español, hemos de
admitir que las grabaciones que LA MODE realizó con Fernando Márquez “El Zurdo”
son el más acabado exponente de aquellos años. Entonces la infraestructura
musical de Madrid era precaria pero el ambiente rebullía y así LA MODE eran ya,
antes de grabar, un auténtico grupo con sus actuaciones (algunas de ellas
apoteósicas como la de la Escuela de Ingenieros de Caminos), sus cambios de
personal, sus carteles y, por supuesto, sus maquetas sonando bastante en el
Diario Pop de Radio 3.
La edición
del Maxisingle que incluía ‘ENFERMERA DE NOCHE’ y ‘AQUELLA CANCIÓN DE ROXY’ (en
su primera versión) fue un planteamiento estratégico para preparar la muy
estudiada edición de ‘EL ETERNO FEMENINO’. Un clásico si es que existen en el
pop ibérico, un álbum concepto pero también un retablo de canciones
perfectamente contrastadas. Producidos por Yayo Aparicio, el grupo se adentró,
de la mano del ingeniero Luis Fernández Soria, en el mundo de las últimas
técnicas de grabación para crear definitivamente su estilo de “pop de
vanguardia”. Por primera vez entre los grupos independientes de la época,
consiguieron igualar la perfección formal de las grabaciones comerciales y se
adelantaron a todos empleando a fondo las cajas de ritmos, teclados y baterías
electrónicas.
‘EL ETERNO
FEMENINO’ suele ser citado entre los mejores discos españoles de los ochenta y,
en realidad, en muchos aspectos aún no ha sido superado. El título ya explica
de qué va la cosa, pero hay que insistir en que no se trata de un álbum de
canciones de amor. Lo femenino es tratado de una forma amplia, utilizando
diferentes enfoques y aproximaciones literarias. ‘CITA EN HAWAII’, ‘AQUELLA
CHICA’ e incluso ‘MI DULCE GEISHA’ son modelos de narrativa concisa y depurada,
acuarelas de la vida urbana muy distintas entre sí. ‘CITA EN HAWAII’ es una
evocación distanciada que podría ser una secuencia de una película de Truffaut,
mientras que ‘AQUELLA CHICA’ tiene un tono más desgarrado de crónica de la
cultura del rock y las drogas. Finalmente ‘MI DULCE GEISHA’ participa de la
imaginería del “pop art” ingenuo de la
movida madrileña y da paso a la obsesión por Japón –uno de los leit motiv de la
obra de LA MODE– como sociedad en el límite tecnológico y en plena debacle
cultural personalizada en la vida de Yukio Mishima. Otros empeños son más
poéticos e inquietantes, ambientados en un sonido tecnificado y casi
industrial. En clave de ciencia ficción (otra de las constantes de la
contracultura) LA MODE se recrea construyendo decorados a lo “Blade Runner”
como en ‘EL ÚNICO JUEGO EN LA CIUDAD” o ‘LA TEORÍA DE LA RELATIVIDAD’. El tono
es ya totalmente poético en ‘LAS CHICAS DE LA INTER’ –con su catarata de
imágenes y su estructura que luego sería tan imitada– y por supuesto en ‘EL
ETERNO FEMENINO’, la canción a la que el disco viene a desembocar y donde la
precisión lírica se une a una producción brillante para darnos unas de las
mejores canciones del pop español. Sin embargo, y por si fuera poco, la canción
más curiosa del disco es sin duda ‘AQUELLA CANCIÓN DE ROXY’, un inesperado
poema órfico que nos cuenta en tiempo real y en primera persona la iniciación
erótica de un adolescente. Un tema clásico en la música popular –desde ‘La
premiere fille’ de Brassens hasta ‘The Acid Queen’ de The Who– y por eso mismo
una auténtica exhibición de clase de LA MODE al resolver tan brillantemente el
ejercicio.
‘EL ETERNO
FEMENINO’ fue un éxito hasta en las listas de las emisoras comerciales y lanzó
a LA MODE a unos meses de actividad frenética a base de ensayos, entrevistas,
programas de radio…, en fin, todo lo que se le supone a la música moderna. El
grupo dio la talla en todos los terrenos. En las entrevistas eran maravillosos.
Normalmente Fernando era el portavoz, pero participaban también Antonio y
Mario, y la reunión adoptaba el esquema clásico de la entrevista al grupo pop
que desde los tiempos de los Beatles se inspira en parte en los hermanos Marx y
en parte en los sobrinos del Pato Donald. Después de unas cuantas teorías
provocadoras y tomas de postura arrogantes se lanzaban a una especie de
tertulia sobre arte, cine, literatura y ciencia –aparte de cotilleos de la
movida– que rara vez se refería directamente a los discos de LA MODE y que
hacía que los periodistas perdiesen la noción del tiempo. Los conciertos de LA
MODE también eran curiosísimos, frente a los balbuceos estilísticos de sus
contemporáneos, ellos llegaban eficientes y relajados, enchufaban la caja de
ritmos y repasaban su magnífico repertorio con el público coreando las
canciones. Algunas actuaciones fueron memorables como el estreno del disco en
la Sala Morasol –con su “light show” y todo–
y una ocurrente presentación de un concurso de “strip tease” en la
terraza La Fiesta –hoy La Riviera– que fue desbordada por una multitud
exaltada.
El listón había quedado muy alto con ‘EL ETERNO FEMENINO’ pero como LA MODE no tenía un carácter autocomplaciente, decidieron dar un giro en la temática de su segundo álbum. Así ‘1984’ se convirtió en un álbum sobre la rebeldía juvenil y la contestación al sistema. El año emblemático de la moderna crítica al totalitarismo era una tentación demasiado fuerte para que la dejase pasar un grupo con ideas.