La cuarta España Al hilo de un hilo de Facebook, y valga la redundancia, el webmaster de aquí trajo a colación el asunto del difícil tema —para mí, otros lo eligen con pasmosa facilidad— de encasillarse en un espacio más o menos definido del espectro, aunque bien se podría definir ese espectro como un par de manchurrones grasientos en un mantel de papel de una verbena, más que como una gama progresiva de colores sutilmente mezclados por el difumino de las ideas mixtas. Si soy de esa cuarta España —la España Mameluca, Zurdo dixit— es precisamente porque hay una búsqueda perpetua que indaga cierto equilibrio entre unas ideas que pivotan entre lo que Gustavo Bueno llamó las izquierdas definidas y una apatía buscada y un emboscamiento social no demasiado glamouroso ni demasiado valiente —tampoco cobarde, ojo—. La desafección de la Cuarta España a las izquierdas indefinidas —siguiendo con la sistematización de Bueno la izquierda extravagante, la izquierda divagante y la izquierda fundamentalista— se hace cada vez más patente. En la burbuja que me recoge la pesquisa de la utopía ya quedó muy atrás en el tiempo más que nada porque yo ya considero al Universo perfecto en su armonía y en su caos. La Naturaleza con N mayúscula no muestra fisuras en su lógica. Mis lecturas adolescentes del raciocinio más práctico y mis estudios de la historia de la vida y de la Tierra han cristalizado en la visión materialista mecanicista que deriva entre el ateísmo, pero que a estas alturas de la película y de mi vida no ha de ser proselitista, desde luego. Respecto a las derechas, no puede haber desafección alguna, porque no hubo jamás afección ni afecto, al menos por las corrientes principales —hay rarezas que me inspiran más ternura que otra cosa, como por ejemplo el carlismo más idealista—. Y es que con los conservadores hay líneas insalvables para mí, incluso más acusadas en los últimos tiempos. La querencia tremenda por el neoliberalismo económico es obscena. A través de los voceros —televisiones, radios y youtubers— la base social aparte de aumentar ha mutado. Lo que pasa es que no se enteran demasiado bien. Aman a la Guardia Civil y a las Fuerzas de Seguridad del estado pero piden un Estado no intervencionista. ¿Cómo es eso posible? Y es que el problema es esa sumisión al Imperio Americano lo que me escama. Pero lo mismo podríamos decir de la izquierda hoy en día que asume los inventos de las universidades usacas sin inmutarse. Las cosas de las que nos reíamos en los 90, ufanos, llegaron en los 2010s para quedarse por estos lares, con ayudas a bombo y platillo del gobierno y algunos grupos mediáticos. La cuarta España está quemada, cual monte con pirómano en verano. Está arrasada como una pendiente sin matojos, defenestrada como una casa vieja, apaleada como el cornudo sabedor. Miramos decisiones y discusiones impávidos sin tener ganas de defender a nadie, pero con la honra manchada como una novicia de novela decimonónica. Vemos discutir sectariamente consignas aprendidas como papagayos retrasados. La desafección es tan grande y evidente que nos preguntamos a nosotros mismos en mitad de la noche si acaso el mundo nos cambió o que es el mundo quien ha cambiado tanto que lo bueno ayer es rurre. Lo de hoy no sé cómo era ya que lo inventan a través que corren las manecillas del reloj. Las preocupaciones básicas de lo que era una amplia parte de la población han quedado relegadas a luchas intestinas por reinos de taifas, duelos al sol y mareos perpetuos de perdiz. Temas como amnistías a gente que han cometido delitos objetivos, otros con asuntos que parecían relegados a la caspa desde el franquismo más rancio, pronombres, lenguajes y lo que cada cual considera como libertad de expresión —ya les adelanto que para la España que sufre en silencia todas son viables por muy peregrinas que sean incluso de raperos sin talento—, gordofobias, géneros múltiples, la polémica del día, Blas de Lezo contra los mariquitas, tractores nacionales y/o nacionales, leyes, leyes y más leyes, chistes convertidos en personas, personas convertidas en chistes, leyenda negra vs leyenda rosa, y tú más, lazos amarillos, lazos rosas, lazos violetas, lazos azules, lazos negros, lazos rojos, símbolos absurdos de luchas de patio de colegio elevado a ruedo ibérico, cochambre y constitución, sagrada o no, sí a la vida y viva la muerte, quitarte tú pa ponerme yo, religiones muy materialistas, materialismos muy religiosos, generalización de la tontería,… nos traen al fresco. O bueno, no, nos percuten las neuronas como fresas de diamante. Pero nos aguantamos. Lo que está claro es que la negación de las dos Españas es la reafirmación de su existencia. Los acólitos biespañistas niegan cualquier tipo de mescolanza, de disidencia moral, de auténtica pluralidad de la que a algunos se le llena la boca. La España Mameluca, o cuarta o como quiera que se llame, son unos habitantes —ciudadanos o no— que tienen pocas cosas claras en el mundo, pero seguro que sus anhelos de la cosa pública se condensan en sanidad y educación bien reguladas y fuera de guerras sicarias de leyes y partidos, cierta paz social y sobre todo no gastar dinero en mamarrachadas. Ese no gastar dinero en mamarrachadas en una pseudodemocracia liberal como la que sufrimos se convierte en la mayor de las utopías. Gastar dinero significa que alguien lo gana. Y que alguien lo gaste o decida gastarlo. Es muy útil para imponer doctrinas y hacer chiringuitos. Las ideologías pejigueras se mueven por dinero y cancelación. Gastar lo público en objetivos diversos y oscuros es tradición más vieja aún que cualquier democracia surgida de las revoluciones dieciochescas. A lo que voy, las subvenciones —que bien llevadas pueden ayudar a crear un tejido productivo cultural— son destinadas a apesebrar conciencias, comprar mentes y propagar lo que al contrario no le guste. Porque esa es otra, los españoles se sacarían un ojo si al vecino le sacasen dos. Lo que sabrá un señor de un pueblo de Albacete de transexualidad —o yo mismo, dicho sea de paso—, pero seguro que en el Casino se pelea con el otro, ese que quiere que se puedan ahorcar a los galgos en el campo —a día de hoy una minoría afortunadamente, pero haberlos haylos—, por ese tema. Porque hacer puntas de lanza con problemas que no le interesan lo más mínimo al común de los españoles es la especialidad contemporánea. Y es porque además hay ciertas preocupaciones que no se pueden tener tampoco. La pérdida de identidad de los españoles, la inmigración, la delincuencia o el ocaso de la enseñanza son temas más tabú que un chiste de mariquitas. Y es que se pasa del buenismo al apocalipsis en dos segundos. Del vivimos en el mejor de los mundos posibles de los timoratos izquierdones a la lluvia de azufre y fuego de los señores repeinados de la derechona. No, hijos no. El mundo es un lugar hostil, duro, hosco. Si aplicamos los barnices civilizatorios que sea para que sea un poco más fácil vivir en él. Ya teniendo un wáter podemos darnos con un canto en los dientes, bien es verdad, pero por qué el frentismo, el guerracivilismo nos amargan la tostada. Cosas importantes hay pocas en la vida. Nutrirse, evacuar inmundicias y que puedas ser funcional. Lo otro es un brindis al sol, pero que quema mucho. No sé si yo seríamos buenos vasallos si tuviésemos buen señor, pues al final la mente mameluca es poco amiga de liderazgos personales. Un estado fuerte contra el capitalismo salvaje y también contra la extravagancia postmoderna, para la defensa de las gentes, para no llevar la mierda a los lugares importantes —lo dicho, educación, sanidad, servicios públicos— y donde sea imperativa la libertad del pensamiento, pero siempre punible adoctrinamientos y obligaciones. Un estado fuerte para evitar payasadas y desmanes de intereses oscuros, se oculten detrás de un nacionalismo, de una religión, de una empresa o de un lobby. La España Mameluca es, pues, una utopía, pero que en condiciones adecuadas podría aproximarse. Pero no creo que ni la OTAN, ni la UE, ni el FMI, ni USA quieran países libres de polvo y paja. Países que normalicen su pasado sin aspavientos, que miren el presente con cierto raciocinio y el futuro se construya sin unas bases de confrotación. Un país que se lleve como un acuerdo de mínimos en temas importantes, porque la mayoría de las veces el trabajo tecnocrático de funcionarios de carrera es mil veces mayor que la de 76 asesores políticos puestos a dedazo. En fin, como digo, utopías…