El Mar Muerto, un caudal de riqueza


Por Esther Peñas



Su mero nombre nos fascina. Evoca, por algún extraño misterio, un imaginario antiguo, mágico. El Mar Muerto. En realidad, no es un mar, es un inmenso lago de 76 kilómetros de largo y unos 16 de ancho, que ocupa aproximadamente unas 62.500 hectáreas. Un lago endorreico, para ser más preciso. Es decir, que no evacua cantidades significativas de agua ni por desagüe superficial ni por infiltración. Evapora en su superficie toda el agua que colecta de su cuenca hidrográfica. No es el único. El Mar Caspio, el Mar de Aral o el Lago Chad también son endorreicos. Pero no son el Mar Muerto.


Conocido es por todos que cualquier cuerpo flota en sus aguas, debido a sus enormes concentraciones de sal. Es diez veces más salado que los océanos comunes. Háganse una idea: si la salinidad de los mares es de 35 gramos por litro, la del Mar Muerto asciende a 350 o 370. De ahí su adjetivo, muerto, porque ningún organismo vivo es capaz de vivir en él, salvo bacterias y algún microbio. No obstante, no es el más salado de todos, le superan el lago de Assal, en Yemen, y ciertos lagos antárticos.


Está ubicado en tierra sagrada, entre Israel, Jordania y Cisjordania, a 25 kilómetros de Jerusalen y 84 de Tel Aviv. Próximo a Jericó, su hegemonía se extiende por el lugar más bajo de la Tierra a cielo abierto, al situarse a más de cuatrocientos metros bajo el nivel del mar, lo que le confiere unas peculiaridades únicas, entre ellas filtrar mejor las radiaciones ultravioletas, las más nocivas para la piel, y disponer de un 8 por ciento de oxígeno más de lo habitual.





UN INSÓLITO PATRIMONIO MINERAL


Conocido como ‘Lago Asafatites’, por los depósitos de asfalto que deparan sus orillas, es rico en potasa, bromuro, yeso y otros productos químicos. Sus aguas poseen hasta 21 minerales diferentes, 12 de los cuales son desconocidos en otros lugares del planeta.


Por eso atraen más sus limos que sus aguas. Aunque también. El lodo negro que nos procura se considera sumamente beneficioso para la salud. Y para la belleza. Los poderes curativos de las sales minerales y barros del Mar Muerto son conocidos desde la Antigüedad. Cuentan las crónicas que la mismísima Cleopatra, reina de Egipto, pidió a su amado Marco Antonio que conquistase la baja Jordania para aprovechar así las propiedades naturales que la zona ofrecía. Los romanos, de hecho, ubicaron allí sus primeros balnearios.


Milenios después, esta zona, un colosal balneario natural, sigue acaparando el interés de afincados y profanos a tratamientos de belleza y salud. Enfermedades de la piel, reumáticas y respiratorias encuentran en este recinto un ambiente único que procura el perfecto reposo y recuperación.


Sus baños de fango (una mezcla de agua, materia orgánica y minerales) son considerados internacionalmente únicos, sin parangón posible, por sus elevadas proporciones de hierro, magnesio, cloruro de calcio, sodio y potasio. Ningún otro lugar en el mundo puede competir con él en propiedades terapéuticas. Con el Mar Muerto.


Decenas de millares de personas provenientes de cualquier recoveco del planeta viajan anualmente hasta esta región para rejuvenecerse, recuperarse, descansar. Y la industria cosmética no ha permanecido al margen de sus peculiaridades, ya que ha incorporado a sus productos las sales minerales autóctonas, que poseen efectos relajantes, antialérgicos, calmantes, hidratantes y supernutritivos.


En el campo terapéutico, se han contrastados sus resultados positivos en procesos reumáticos crónicos, artrosis, mialgias, neuralgias, ciática, dorsalgias, desgarros y contracturas musculares.


A ello se une la perfecta temperatura, que no suele bajar de los diez grados, y que el índice de humedad es mínimo, alrededor del 35 por ciento. La zona cuenta con un promedio de 325 días de sol al año y el aire que la recorre tiene efectos relajantes y calmantes, por su riqueza en magnesio y bromuros.





EL SANADOR ENFERMO


Pero se muere. El Mar Muerto. Si en 1945 su tamaño era de 1.025 kilómetros cuadrados, hoy en día apenas supera los 600, y los expertos calculan, en esas previsiones aciagas con las que desayunamos, que en cien años su extensión quedará reducida a la mitad. En determinados puntos, la costa se halla a 600 metros de donde se encontraba solo veinte años atrás. A veces, veinte años, al contrario que canta el tango, son un mundo.


Y no sólo que se aleja. Los turistas sortean serias dificultades hasta adentrarse en sus aguas, ya que se crean áreas secas que se convierten en barrizales imposibles de atravesar. Además, el agua proveniente de las montañas corre con tal fuerza, por el descenso del nivel del mar, que horada la tierra hasta provocar desmoronamientos y, en el mejor de los casos, huecos de hasta diez metros de profundidad.


Según los ecologistas, la principal causa de los problemas del Mar Muerto es la falta de agua procedente del río Jordán, su principal y casi único dador. Tanto Israel como Jordania utilizan sus aguas bien para irrigar enormes cantidades de cultivos agrícolas, bien para consumo doméstico. Según la ONG ‘Amigos de la Tierra’, el desierto en la región ha florecido con cultivos que sobreviven gracias a las aguas que deberían alimentar al Mar Muerto.


Algunas de las propuestas para atajar esta dramática situación son la creación de una reserva ecológica de la zona controlada por la UNESCO, limitar el turismo de la región, detener la construcción de carreteras innecesarias y asegurar que continúe el flujo de agua a las zonas naturales de la zona. De momento, estamos a la espera de que alguno de ellos fructifique y detenga su inexorable camino hacia la perdición.





LO QUE ESCONDÍA EN SUS CUEVAS


El Mar Muerto tiene multitud de propiedades expuestas a la vista. O a la lente del microscopio. Sin embargo, albergaba un tesoro que, a día de hoy, todavía da de qué hablar: los conocidos como ‘Manuscritos del Qumram’ o ‘Rollos del Mar Muerto’, descubiertos en 1947.


Resultan la colección de textos hebreos más antigua y completa jamás encontrada. Pergaminos de hasta 2.500 años de antigüedad, descubiertos en tinajas de arcilla ocultas en once cuevas de la parte noroccidental del Mar Muerto, en una zona conocida como ‘El paraje en ruinas’, por ser un espacio desértico e inhóspito.


El hallazgo hay que agradecérselo a tres pastores beduinos que, cuando trataban de alcanzar a las cabras desmandadas del redil, descubrieron dos pequeñas aberturas en una de las miles de cuevas en aquellas roquerías. Más de seiscientos textos y miles de fragmentos fueron encontrados en las once cuevas del área de Qumran, que contienen capítulos de todos los libros bíblicos, a excepción del de Ester, así como otros no canónicos.


Sólo una mención, los siete manuscritos originales de la primera cueva contenían una copia bien conservada de la profecía de Isaías completa, la copia más antigua de un libro del Antiguo testamento jamás localizada; otro fragmento de Isaías; el ‘Manual de la disciplina’ o ‘Norma de la comunidad’, la más importante fuente de información acerca de la hermandad religiosa de Qumran; una colección de salmos; el libro del ‘Génesis’ parafraseado en arameo y la ‘Norma de guerra’, relato que trata de la lucha de los ‘hijos de la luz’ y ‘los hijos de las tinieblas’. Estos manuscritos son uno de los mayores hallazgos arqueológicos del siglo XX. En el Mar Muerto.