DESAPARECIDAS



Beatriz Alonso Aranzábal 




Sale a la calle, todos los días, con nosotras, sus muñecas. Unas son de trapo, otras de plástico y las hay de porcelana, como yo. Cuando nos saca de paseo nos pone una tirita en la boca y explica a los viandantes que nos protege del catarro. A mi compañera le clava agujas (son vacunas, menciona sonriente a sus perplejos vecinos). La gente del barrio lamenta su grotesca afición. Me gustaría gritar que somos prisioneras de su maldad, pero me estrellaría contra el suelo y mi rostro se rompería en pedazos. Antes fuimos sus sirvientas, ahora nadie sabe dónde estamos.