«Es difícil que nos vean como una canción de ABBA»
Cuanto más (creo que) amo
más (siento que)
respeto.
Cuanto más respeto
más me cuesta
decir TE QUIERO
porque
¿acaso quiero
lo bastante para decirlo
sin que suene a paripé,
a manipulación,
a retórica de
culebrón?
Hay quien me ve frío
o distante
por evitar ese verbo.
Lo más
ME GUSTAS MUCHO,
ME SIENTO BIEN A TU
LADO,
ME ACOMPAÑA TU
PRESENCIA
pero decir TE QUIERO
con ese aplomo noble de
Benito Moreno,
se me atraganta,
se me hace nudo
como pronunciar el
nombre de un Dios en vano.
REGALO DE NO CUMPLEAÑOS
«Soy tan pobre… ¿qué
otra cosa puedo dar?»
Llegaste
y te fuiste.
No me diste tiempo
ni a ti te lo diste.
Pero es lo que hay y sólo puedo
regalarte en el día cualquiera de tu no cumpleaños
el silencio y la
distancia,
es mi única manera
de luchar por lo
nuestro,
por eso nuestro que
apenas si llegó
a tener entidad.
de no pensar en ti,
de no darle vueltas
a lo que casi no
rodó.
Y la procesión
que va tan por dentro
que parece no ser
procesión.
Y mi ¿aceptación?
de ser para ti como un
apeadero
entre dos destinos.
Y la sonrisa perenne,
enmascarando orfandades
de tus besos,
besos de trago largo,
epifanía húmeda,
aporía gozosa,
delicia interminable.
de cuánto significas
para mí.
OUT OF THE BLUE
«Buenos días... y por
si no volvemos a vernos: Buenos días, buenas tardes y buenas noches.»
Arcadia puede explicarse
como regreso al
origen,
a un origen de
mentira,
a un origen que no
es eso,
a un origen que
está lejos
disecado en los espejos
(máscaras de
niños viejos
-hologramas y pellejos
asombrando resplandores,
difuminando colores,
alegrándonos horrores-):
un origen tan
penoso
que siempre echamos
de menos.
Arcadia puede
perderse
por un problema de
celos
del demiurgo con su
árbol
(árbol del conocimiento,
serpiente del crecimiento,
incubando aburrimientos
cuando llegamos al
límite
de la calle
principal
-el vértigo que
arrebata
si miramos hacia
fuera,
si mordemos la
rosada
corteza del exterior
acabará por trocarse
en dolorosa
nostalgia
de lo que fue sólo
a medias
pero tanto nos
llenó-).
A Arcadia puede
volverse
cuando los grandes
momentos
que un día nos contuvieron
hoy apenas si
atisbamos
con la ayuda de una
lente
como escenas
apresadas
en su bola de
cristal
y esa pequeñez nos
duele:
de ahí que nos
ovillemos
en noches sin
esperanza
grávidos de pensamientos
apeteciendo la horrible,
bendita, ¿liberadora?
lobotomía prefrontal.