LA INSOPORTABLE GRAVEDAD DE DECIR TE QUIERO

 

 

«Es difícil que nos vean como una canción de ABBA»

(autocita)

 

Cuanto más (creo que) amo

más (siento que) respeto.

Cuanto más respeto

más me cuesta

decir TE QUIERO

porque

¿acaso quiero lo bastante para decirlo

sin que suene a paripé,

a manipulación,

a retórica de culebrón?

 

Hay quien me ve frío

o distante

por evitar ese verbo.

 

Lo más

ME GUSTAS MUCHO,

ME SIENTO BIEN A TU LADO,

ME ACOMPAÑA TU PRESENCIA

pero decir TE QUIERO

con ese aplomo noble de Benito Moreno,

TOMA YA, PUM, EN SECO,

se me atraganta,

se me hace nudo

como pronunciar el nombre de un Dios en vano.

 

 

 

REGALO DE NO CUMPLEAÑOS

 

 

«Soy tan pobre… ¿qué otra cosa puedo dar?»

(bolero)

Llegaste

y te fuiste.

No me diste tiempo

ni a ti te lo diste.

Pero es lo que hay y sólo puedo regalarte en el día cualquiera de tu no cumpleaños

el silencio y la distancia,

es mi única manera

de luchar por lo nuestro,

por eso nuestro que apenas si llegó

a tener entidad.

 

Te regalo el ejercicio que me impongo

de no pensar en ti,

de no darle vueltas

a lo que casi no rodó.

Y la procesión

que va tan por dentro

que parece no ser

procesión.

Y mi ¿aceptación?

de ser para ti como un apeadero

entre dos destinos.

Y la sonrisa perenne,

enmascarando orfandades

de tus besos,

besos de trago largo,

epifanía húmeda,

aporía gozosa,

delicia interminable.

 

Te regalo el que muy probablemente

nunca llegarás a tener conciencia

de cuánto significas para mí.

 

 

 

OUT OF THE BLUE

 

«Buenos días... y por si no volvemos a vernos: Buenos días, buenas tardes y buenas noches.»

(TRUMAN BURBANK)

 

Arcadia puede explicarse

como regreso al origen,

a un origen de mentira,

a un origen que no es eso,

a un origen que está lejos

disecado en los espejos

(máscaras de niños viejos

-hologramas y pellejos

asombrando resplandores,

difuminando colores,

alegrándonos horrores-):

un origen tan penoso

que siempre echamos de menos.

 

Arcadia puede perderse

por un problema de celos

del demiurgo con su árbol

(árbol del conocimiento,

serpiente del crecimiento,

incubando aburrimientos

cuando llegamos al límite

de la calle principal

-el vértigo que arrebata

si miramos hacia fuera,

si mordemos la rosada

corteza del exterior

acabará por trocarse

en dolorosa nostalgia

de lo que fue sólo a medias

pero tanto nos llenó-).

 

A Arcadia puede volverse

cuando los grandes momentos

que un día nos contuvieron

hoy apenas si atisbamos

con la ayuda de una lente

como escenas apresadas

en su bola de cristal

y esa pequeñez nos duele:

de ahí que nos ovillemos

en noches sin esperanza

grávidos de pensamientos

apeteciendo la horrible,

bendita, ¿liberadora?

lobotomía prefrontal.