DAÑO NO HACÍA


Beatriz Alonso Aranzábal


En el cementerio no paran de preguntar por mí. No es por enfado, ni por rencor. Siguen agradecidos en su tumba. Yo les llenaba la botella cuando me la traían, o la cantimplora, o solo un vaso. Luego me daban la voluntad, que era proporcional al tamaño del envase. Mi remedio para su enfermedad, unas gotas de lejía mezcladas con agua del grifo, les insuflaba fe ciega y les sabía a gloria.


Ahora, cuando me dispongo a dormir, me llegan sus voces, que me piden más, y más. Esos incautos, ni muertos, han perdido la esperanza.