Cuento escatológico ecologista

 

Cerca de un estanque

de aguas cristalinas

vivía un viejo.

Todos los días,

excepto el domingo,

jornada en la que honraba

a la Santa Compaña,

el anciano meaba en el río

y cagaba en la orilla.

Cierta mañana,

mientras hacía de vientre,

una voz le llamó desde el agua.

Viejo, anciano!

Era una trucha arcoiris de formidables colores.

En realidad un hada buena del bosque.

-¿No te das cuenta

que haciendo eso

contaminas el agua

en la que vivo?              

El viejo,

limpiando su trasero

con un junco gordo,

le contestó.

-Pues no veo que tú cagues

en una troje.

 

El viejo esa noche cenó pescado.

 

FIN

 

Cuento

 

Un día al despertar Gregorio Samsa

no se convirtió en una cucaracha

inventó un artefacto

que ponía en resonancia

al universo.

Pasaron los años

un día volvió a despertar

y como no se había convertido

en el coleóptero anhelado

puso en marcha el mecanismo

y aquel mismo día el universo

entró en resonancia

explotó

e involuciono

hasta ser como una pelota

de ping-pong

más tarde como una canica

que es como lo conocemos hoy en día.

 

FIN

 

Cuento del hombre lógico

 

Un hombre al ver

su sombra sobre la

hierba fresca de la pradera

pensó que quizá,

si él desapareciese

del mundo,

no ocurriría nada.

Al día siguiente

se tiró delante del tren,

y aun arrepintiéndose

de haberlo hecho,

murió.

Efectivamente,

no pasó nada.

 

FIN

 

Cuento de la mosquita muerta

 

Érase una vez que se era,

una mosquita verde

que era tan delicada

y primorosa

que solo picaba

en las mierdas de los

niños más guapos del barrio.

Un día, desobedeciendo

a su mamá mosca,

rebasó los límites del descampado

donde la mosquita

vivía feliz,

pero intrigada por saber

que se hallaba

a la vuelta de la esquina.

Vio tiendas de golosinas

y una parada del rojo

autobús 33.

Una pescadería,

donde sus semejantes

se paseaban por los ojos muertos del pescado.

Un mojón de acre olor

que no probó,

por estar lleno de moscas corrientes,

sin la panza verde de la mosquita,

ni azul, tan siquiera.

Llegó al final de la calle

y quiso continuar.

Cuando llevaba un rato volando

entre árboles nuevos

y desconocidas farolas,

una luz violeta

la invocó,

y nuestra mosca,

nuestra mosquita verde

como la esperanza,

hipnotizada por el color y el zumbido,

se precipitó

a un extraño lugar enrejado.

La mosquita murió

electrocutada

cayendo sobre la sopa

de un señor con bisoñé.

Nuestra mosca, verde,

nuestra querida mosquita,

muerta.

 

 FIN