QUEDATE EN CASA: LA PARADOJA ZURDA


Siempre me han echado en cara que salía poco, que tenía que salir más, que era poco sociable, que me daba poco el aire. La verdad, casi nunca salgo si no es por algún imperativo, bien porque alguien me cita, porque tengo que hacer alguna compra o por alguna gestión (las salidas, éstas, que más temo, porque la burocracia me deja siempre hecho polvo: recuerdo una canción de Víctor y Diego de su segundo álbum, que va de un anciano el cual, en pleno frenesí kafkiano de ventanillas funcionariales, acaba fulminado ante una sin haber logrado concluir “su asunto”). Qué envidia le tenía a Sigourney Weaver por su casoplón en COPYCAT (he visto alguna película más con protagonista agorafóbica y siempre habitan en entornos muy amplios y apetecibles) o también pienso en mi fascinación por el estilo de vida recluido en caserón antediluviano de Edward Gorey (tan bien reflejado en sus dibujos). Sueño de manera recurrente con casas enormes, laberínticas, irracionalmente escherianas, que nunca acabo de recorrer y que son todo lo contrario del kippelizado cuchitril desde donde escribo estas líneas (ya que he mentado el kippel, el pisazo vintage de J.F. Sebastian, mi homólogo de BLADE RUNNER, para mí lo quisiera yo, con esos espacios solemnemente streamline tan de Gotham City).

De ahí que el ser testigo del machacón consejo/orden de las autoridades pertinentes y de las cadenas de tv “solidarias” en cuanto a no salir de casa me resulte tan paradójico: siempre me pregunté si alguna vez El Zurdo fuese norma y no anomalía ¿sería una señal apocalíptica? (en el año 83, con mi breve cuarto de hora de fama y fortuna, algo de eso hubo, si analizamos las ¿relaciones? de entonces entre superpotencias, los despliegues de misiles a cada lado del telón de acero, las películas de animación niponas en plan acabóse y el pesimismo general, brokers reaganianos aparte…).

Por acabar, la última vez que vi mi calle tan vacía fue el 12S de 2001: por la tarde salí a un cinestudio cercano a ver A.I. de Spielberg y Kubrick y los escasos transeúntes lucían una expresión contrita, como de cuadro de Munch. Y aquí estoy, evocando. Supongo que dentro de unos años, ante nuevos sustos y acabóses siempre antepenúltimos (la hipérbole final sólo es válida para demagog@s, chafarder@s y guionist@s de ficción biodegradable), alguien, igual yo mismo, evocará la situación presente hasta la próxima. Entreverando a Julio Iglesias con algún griego viejuno, podría decirse que LA VIDA SIGUE IGUAL PORQUE NUNCA DEJA DE CAMBIAR. No hay rectas ni círculos. La espiral es lo que cuenta.


(publicado originalmente en el volumen colectivo MUSICOS EN CUARENTENA)