COMPROMISO

 

 

“A veces, no comprometerse es lo que suele comprometer. Por eso, la mejor manera de no comprometerse es estar ya comprometido. En arte, como en todo, hay que empezar por comprometerse.” (JOSE BERGAMIN)

 

 

 

Compromiso, a estas alturas de mi película, ya no me es arbitrario y torpe ejercicio de un quijotesco demonio de la perversidad pero tampoco (y esto –lo digo con orgullo- nunca lo fue) actitud postmoderna (mamada de aquel maidanero 68 francés azuzado por la CIA para solventar el problema De Gaulle) de afirmación/regodeo en el ego juvenil so capa de ¿rebeldía? (juventud, ya se sabe = fascismo) ni de farisaica exhibición de plumaje (ese ostentóreo plumaje de las ¿buenas conciencias?). Compromiso, a estas alturas de mi película, me es desahogo, me es respirar por la boca si no me basta por la nariz, me es la antimateria del quijotismo entendido como impulso poesco de autodestrucción, precisamente todo lo contrario, imperativo de supervivencia, de vida con el aliciente de no perder mi realidad (esto es, mi dignidad). Si tragase, si me callase, si fuese merecedor del “YA VA ENTRANDO EN RAZON” de las gentes que desprecio, ahí sí que habría empezado a suicidarme (a contrasuicidarme –viéndolo desde un prisma japonés-), porque estaría aceptando el ponzoñoso vasito de medicina (el picahielos por vía nasal) de la enfermera jefe.