CALMA CHICHA

 

Beatriz Alonso Aranzábal

 

 

La serpiente estuvo tan quieta que durante años se mimetizó con la tranquilidad de la fábrica. Los empleados hacían su trabajo silenciosos, el jefe se asomaba y no recibía queja. El jefe, entonces, volvía a su despacho. Un día empezó a fluir un aroma amargo, muy sutil pero constante, y los empleados empezaron a enfermar sin tener ninguna dolencia. Los dedos, todos los dedos, apuntaron hacia la puerta del jefe, que cada vez se abría menos. Llegó la Policía sanitaria y precintó el despacho, tras llevarse al hombre esposado a un calabozo. El comisario, antes de marchar, preguntó a quién entregaba la llave de aquella puerta que guardaba el poder y los dineros, y en ese momento saltó la serpiente y la atrapó al vuelo, apretándola entre sus afilados dientes.