Lavrov, luego cabalgamos



nuevo raid de la intempestiva ANDREA BYBLOS



Una de las características de nuestra sociedad actual es la risilla de conejo para dar una puñaladita por la espalda, pero todo ello con una gran superioridad moral.

Es así como ha estado funcionando por aquí estos últimos años y está totalmente integrado en el paisaje.

Así, cuando, hace unos días, el pomposo Borrell se fue a Rusia a hacer el canelo con su sonrisilla de conejo, iba embutido en su halo de superioridad moral radiante hasta tal punto de que no se daba ni cuenta de dónde estaba ni con quién.

A los rusos Cataluña no les importa. Es tan insignificante como muchos otros lugares del planeta rebosantes de gente que se cree muy importante, pero que a nivel global cuentan poco. A los rusos les importa lo suyo: Rusia. Y sobre todo, les importa administrar ellos su territorio y sus recursos.

Desde el mundo de risillas de conejo esto no se comprende porque parece que tenemos la boca diseñada para pronunciar todo el día una palabra: “democracia”, que todos quieren llevar a su terreno y nadie sabe muy bien qué significa -lo que se ha arrastrado la palabrita desde que la inventaron los griegos...-.

A muchos rusos esto les da igual, la democracia no ha sido algo que haya dejado huella en su historia. Lo que no quieren es una situación como en los años 90, cuando se descompuso todo y muchos acabaron en la miseria, el alcoholismo (y pasando de ser un imperio a la risión del mundo), mientras Occidente tenía una gran satisfacción por haber ganado la partida con un presidente títere haciendo el oso borracho y ridiculizando así a su nación. Prefieren dar miedo antes que lástima y, además, ser la risión.

Y esto, que es comprensible, no parece muy comprendido en el mundo de las risillas de conejo. No sé por qué razón los extremadamente preparados diplomáticos y dirigentes no ven, o no quieren ver, que mientras más apoyen a Navalny, menos les va a gustar éste a los rusos de la calle. Simplemente, porque lo ven como una injerencia occidental en sus asuntos. Putin es malo, y lo saben, pero es de los suyos.






En 74 años de dictadura comunista, más una década de desastre total, más 20 años de “democracia”, los rusos están muy curtidos en saber como sobrevivir y arreglárselas sin necesidad de que les vengan a decir lo que tienen que hacer aquellos que tienen sus países en una franca decadencia.

Europa pondrá sanciones para que el oprimido pueblo ruso se acabe rebelando contra su dictador debido al hambre. Y son unas sanciones que perjudican a la gente de allí, pero que, supuestamente, tienen que agradecer. Deben pasar hambre para dar paso al salvador Occidente que va sin rumbo, para que les enseñe lo que es la verdadera democracia. Sospecho que va a ser que no.

Algo que saben hacer los rusos es sobrevivir en las condiciones más difíciles. Serán unas sanciones que lo único que sirven es para que vivan peor, pero no para que adoren a Occidente y se dejen arrastrar por todo lo que nosotros digamos.

Y, sonrisillas de conejo… ¿Acaso no es cruel poner sanciones para que la gente pase penurias? ¿Es menos cruel eso que las maldades antidemocráticas de Putin? Porque tanta superioridad moral no debería permitir la crueldad de hacer que la gente viva peor. Ah, bueno, ya sabemos que es una superioridad moral de sonrisillas de conejo y eso.

Como siempre, el ahora Moñas, anterior Coletas y futuro Calvas, ha intentado llevar la situación a su terreno rateando con lo de la democracia, como una rémora, aprovechando el revolcón que Lavrov le ha dado a Borrell y que, en estos tristes tiempos, al menos nos ha dado unas risas.

Es el intentar aprovecharse de un carisma ajeno, el de Lavrov, un viejo lobo bien curtido en batallas, con el fin de destruir lo que pueda para rascar unos votos con los que construir el hombre nuevo, o la hombra, que algo tendrá que decir Irene.

Pero, para Rusia, estos rateos conejiles son de echar unas risas. No es que vayan a tomar en serio como líder a un tipo como Pablo, tan flojo, con tantas teorías utópicas rayando en la subnormalidad profunda. Los rusos están ya de vuelta de todas esas teorías que tuvieron que probar en sus carnes. Más bien, lo usarán un rato, como el gato juega con sus presas y luego irán a lo que de verdad les importa: lo suyo.

Me imagino las risas de estos días en el Kremlin, con todo el barullo, antes de ponerse serios de nuevo e ir a degüello, como suelen. Lavrov, luego cabalgamos.