TENGO UNA MUÑECA VESTIDA DE AZUL


Beatriz Alonso Aranzábal


A las pocas semanas de perder a su madre, se le empezó a curvar la espalda. Había tirado el corsé a la basura y hecho desaparecer todos los espejos de la casa. Por fin se liberaba de la estricta disciplina materna, que nunca entendió que a los 60 años es difícil caminar como un maniquí, hacerse una trenza con cuatro pelos y colocarse un lazo. Los médicos no hicieron otra cosa que recetarle calmantes, y al cabo del año ya andaba escorado. Sin horarios y con un flamante ordenador ahora correteaba por el mundo virtual, ajeno a la deformidad de su cuerpo. Siempre fue el juguete roto que su progenitora no quiso recomponer.