El vampiro, un mito en plena vigencia

Pasión por la sangre

 

Por Esther Peñas

 

El vampiro es una de las criaturas que mayor fascinación han provocado en el ser humano a lo largo de los siglos. Es incombustible. Reaparece sin previo aviso y siempre seduce. Las últimas recreaciones sobre este icono han regresado en forma de romántico adolescente enamorado (la trilogía –a punto de convertirse en tetralogía- de ‘Crepúsculo’, escrita por Stephenie Mayer y llevada al cine por Catherine Hardwicke, reventando taquilla) o la más sugerente y modesta ‘Déjame entrar’, del director sueco Tomas Alfredson, con un toque de melancolía, frío nórdico y desasosiego.

 

El arquetipo del vampiro –quizás de ahí la atracción que provoca- concita la luz y la sombra, lo apolíneo y lo dionisíaco. Es un personaje oscuro, perverso, maligno, cruel e inmisericorde pero también sofisticado, aristócrata de espíritu, elegante y refinado. No está ni vivo ni muerto exactamente. No atiende a leyes. Las transgrede. Es Eros (absorbe vida bebiendo sangre, símbolo de la pasión por excelencia) y es Thanatos (causa la muerte de sus víctimas). Ama y destruye. Su ambigüedad moral es terriblemente cautivadora.

 

“Es un monstruo que fascina. La momia, o personajes de este estilo son muy reducidos, dan poco juego. El vampiro es mucho más versátil y, sobre todo, es muy ambiguo. Por un lado, se mueve entre la vida y la muerte; eso es algo que despierta el interés de mucha gente, vivir sin estar sujeto a las leyes por las que nos regimos. Asimismo, tiene esa faceta de ser un personaje crepuscular, un tanto nobiliario o aristocrático, lleno de glamour”, explica el físico y escritor Javier Arries, en su ensayo ’Vampiros’ (editorial Zenith).

 

Aunque el imaginario popular le concede por defecto origen eslavo, el rastro del vampiro es universal. En todas las épocas, extendido por los cinco continentes, asentado en todas las culturas, encontramos su huella. Ya el escritor Apuleyo en su obra ‘El asno de oro’ habla de él. Pero, aunque la del escritor romano es quizás la primera intervención literaria del vampiro, su germen es mucho anterior. En Mesopotamia los encontramos bajo los nombres de Utuhu y Maskin; en Egipto, como Srun; entre los fenicios responde al nombre Lilita… Tres son las encarnaciones hematófagas más primitivas: Lilith, las lamias y las empusas.

 

Lilith es la versión hebrea -y femenina- del vampiro. Fue la primera esposa de Adán y, pese a mencionarla de manera sucinta solo una vez en la Biblia (Isaías 34, 14-15), su perturbador recuerdo anida en las tradiciones talmúdicas y cabalistas. Dicen que Adán, cansado de estar solo, pidió a Yahvé una pareja. Dios la creó, pero en vez de utilizar barro puro, usó sedimentos y limo. Eso hizo una versión más imperfecta de la Eva que conocemos. Lilith se rebeló cuando Adán quiso tomarla y escapó del Edén. Tres ángeles la encontraron en el Mar Rojo, practicando cópulas con demonios y dando a luz más de cien monstruos diarios, los lillim. Se alimentaba de sangre. No en vano, el temor judeo-cristiano a los hematófagos, que ayudó a la propagación del mito, proviene de la prohibición explícita de su consumo: “sólo tendrás que abstenerte de comer la sangre, porque la sangre es la vida, y tú no debes de comer la vida junto a la carne” (Deuteronomio. Cap. 12, versículo 23).

 

De Grecia nos llegan las otras dos estirpes más populares de vampiros, las lamias y las empusas. Cuenta la mitología que al conocer la diosa Hera el romance que su esposo Zeus mantenía con Lamia, mandó asesinar a los hijos de ésta. Lamia, que enloqueció de dolor, se dedicó a chupar la sangre de cuantos niños encontraba a su paso. Además de esta Lamia, es conocida la reina africana del mismo nombre, que disponía de una cohorte de hermosas doncellas cuyo cuerpo, de cintura para abajo, era de serpiente, las lamias. Pese a ser mudas, sus siseos hipnotizaban a niños y viajeros, de los que bebían su sangre.

 

Las empusas, por su parte, forman parte del cortejo de Hécate, diosa infernal y de la muerte que invocan los hechiceros en los cruces de caminos. Beben la sangre de los incautos. Son, además, necrófagas. 

 

 

VAMPIROS BIZARROS

 

No hay una única nacionalidad para el vampiro. Los hay africanos (Asanbosam, que muerden en los dedos del pie), alemanes (Alp, que se aparece en las pesadillas de las doncellas), filipinos (Aswang), malayos (Polong, que se crean troceando a alguien y embotellándolo), portugueses (Bruxa), chinos (Ch’tang Shih), aztecas (Civatateo), rusos (Upyr, de los más viciosos), brasileños (Jararacas, que aparece en forma de serpiente), cretenses (Katalkanas, al que solo se destruye con vinagre hirviendo), japoneses (Kasha), italianos (Sbenefici benefici), australianos (Talamaur), babilónico (Utukku) o serbios (Vlokoslak, que visten de blanco). Pero la lista es extensa.

 

En España, los vampiros adquieren el aspecto de anciana (dicen que tan vieja que proviene de los tiempos de Adán), delgada en extremo, con la boca enorme y un inquietante colmillo que sobresale de la mandíbula superior. De entre sus víctimas, prefiere a mujeres jóvenes y a niños, a quienes va succionando poco a poco la sangre. Los visitan cada noche para alimentarse de ellos, hasta que los deja secos. Son las guaxas asturianas, las guajones cántabras y las meigas chuchos gallegas (haberlas, haylas, pero éstas son las más peligrosas de todas).

 

 

EL NO MUERTO EN LAS ARTES

 

Salvo en escultura, todas las disciplinas artísticas han centrado en algún momento de su evolución su atención en el mito. Por haber hay hasta musicales (‘El baile de los vampiros’, de Jim Steinman), óperas (‘El vampiro’, de Heinrich Marschner), obras de teatro, juegos de rol y vídeojuegos. Incluso personajes históricos relacionados con el vampirismo (la condesa Elizabeth Bathory o Gilles de Rais) y una enfermedad mental, caracterizada por la excitación sexual asociada con una necesidad compulsiva de ver, sentir o ingerir sangre, el síndrome de Renfield (nombre tomado del siervo del Drácula de Stoker).

 

En pintura, por ejemplo, el pasado año el cuadro de Munch titulado ‘Amor y dolor’ (conocido popularmente como ‘El vampiro’) fue sacado a subasta, alcanzando la friolera de treinta millones de euros. En cómic, mítica es la saga de ‘Vampirella’, de los años 60, ‘La tumba de Drácula’, de la Marvel, en los 70, de donde se desgajó uno de los personajes secundarios, Blade, para protagonizar su propia historia (spin-off exitoso interpretado en cine por Wesley Snipes), Morbius ‘el vampiro viviente’ (también de la Marvel, ya a finales de los ochenta) o ‘30 días de oscuridad’, con una factura cinematográfica, cuidada, moderna. Y por qué no recordar el vampiro manga, ‘Hellsing’.

 

Sin embargo, el arquetipo ha encontrado en el cine el más cómodo de sus ataúdes. Desde que, en 1922, Mornau lo recreara en ‘Nosferatu’, creando un ser inquietante, vestido con levita, calvo, con unas orejas puntiagudas y unos dedos desasosegadamente alargados, muchas han sido las apariciones vampíricas en la gran pantalla. Por cierto, los herederos de Bram Stocker –otra estirpe de chupasangre, más crematística que espiritual- denunciaron a Murnau por plagio, y consiguieron que un juez ordenase la destrucción de todas las copias de la cinta. Por fortuna, alguna se salvó.

 

Aparte de haber sido la primera que aborda el tema, ‘Nosferatu’ cuenta con el atractivo de verse envuelta en una macabra leyenda, la que afirma que Mornau contrató a un auténtico vampiro al que pagaba con la sangre fresca de algunos de los integrantes del equipo de rodaje. Esto ha sido, a su vez, recreado en otra película, ‘La sombra del vampiro’, de Elías Merhige (con John Malkovich y Willem Dafoe).

 

Tod Browning también dejó otro gran legado fílmico al escoger a Bela Lugosi –nacido, por cierto, en Transilvania- para interpretar al conde Drácula (la película fue estrenada el 14 de febrero de 1931, bajo el lema “la historia de amor más extraña de todos los tiempos”). Él nos mostró a un no muerto con el pelo engominado hacia atrás, sofisticado, soberbio y pecaminosamente sensual. Lugosi se encasilló tanto en el personaje que dejó escrito en su testamento que le incinerasen vestido con la capa con la que encarnó al mito.

 

Después llegó la Hammer (esa colosal factoría de películas de serie B), que apostó por Christopher Lee para interpretar al vampiro (en una de sus últimas entregas, dirigido por el español Jesús Franco), introduciendo numerosas escenas de sexo y sangre que marcarían las siguientes versiones –llegando a límites un tanto decrépitos, como el filme gore ‘El club de los vampiros’-.

 

Más tarde, ya en los noventa, Coppola. Con su productora al borde de la quiebra, el emblemático director apostó sobre seguro, creando el conde Drácula más ajado de la historia del cine, un anciano envuelto en una capa roja, con un peinado imposible y que llora al recordar su pasado. Gary Oldman pespunta a la perfección un personaje que inspira terror y lástima, que enternece y que estremece a la vez. Aunque se promocionó como el filme más fiel al libro de cuantos se hubieran hecho nunca, su fidelidad es más que cuestionable. Otra cosa es el resultado, impecable.

 

Más interesante es ‘Entrevista con el vampiro’, de Neil Jordan, que supuso una auténtica revisión del género, en la que se nos muestra qué sienten al ser convertido en seres inmortales, cómo viven a lo largo de los siglos, cómo se relacionaban entre sí, qué conflicto moral surge ante el asesinato de sus víctimas. Un goloso reparto (Brad Pitt, Tom Cruise, Christian Slater y Antonio Banderas, entre otros), la impoluta ambientación histórica, la fuerza dramática de los personajes y el intenso y decadente romanticismo del argumento quedaban rematados por una extraordinaria banda sonora (cuyo broche final corre a cargo del grupo rockero del momento, Guns N’ Roses, con una versión del clásico stoniano Sympathy for the devil).

 

Otras películas interesantes por la perspectiva que ofrecen sobre el mito son ‘El ansia’, de Tony Scott, (con David Bowie, Catherine Deneuve y Susan Sarandon); ‘El baile de los vampiros’, de Roman Polansky; ‘Abierto hasta el amanecer’, de Robert Rodríguez y Tarantino y ‘Vampiros’, de John Carpenter (que retrata el hematófago más punk, no en vano el protagonista afirma aquello de: “olvídate de todo lo que has visto en las películas. Los vampiros no son nada románticos. No tienen modales ceremoniosos. No hablan con acentos exóticos. No se transforman en murciélagos. Las cruces y los ajos nos les hacen ningún efecto. No duermen en ataúdes de terciopelos y, por supuesto, no son homosexuales…”)

 

Y es que no todos los vampiros tienen idénticas peculiaridades. Es más, los hay hasta con buen corazón. “Son los menos, pero hay casos de vampiros amables, no muertos que regresan de la tumba para ayudar a sus viudas y que suelen morir a causa de sus vecinos, a quienes no les hace nada de gracia ver a un ‘resucitado’ deambulando por las proximidades, aunque sea hacendoso”, explica Arries.

 

Actualmente los vampiros gozan de mayor popularidad en la televisión. Tras la popular serie ‘Buffy’, se han estrenado otras dos de gran impacto, ‘True Blood’ (HBO) y ‘Moonlight’ (Warner).

 

 

 

VAMPIROS DE PAPEL

 

La primera obra literaria de prestigio protagonizada por un no muerto es ‘La novia de Corinto’, de Goethe. El poema –de una belleza y una fuerza sobrecogedora-, escrito en 1767, habla de una empusa bebedora de sangre. No exento de polémica, ya que parecía una defensa del paganismo frente a la fe cristina, es una obra en la que se asientan las pautas de lo que será otro prototipo, el de femme fatal, el de la mujer que arrastra a los hombres a su perdición.

 

Sin embargo, el antecedente directo del ‘Drácula’ de Stoker es ‘Historia de un vampiro’. Aunque durante cierto tiempo se atribuyó a Lord Byron, la autoría pertenece a Polidori, que se suicidó poco después, con 26 años, ingiriendo ácido prúsico, un veneno inventado por Honrad Dippel, el alquimista en el que se inspiró Mary Shelley para escribir ‘Frankenstein’.

 

Poco después aparece ‘Carmilla’, para muchos la mejor historia de vampiros jamás escrita. Su autor, Sheridan Le Fanu, presenta a una hematófaga bella y seductora, con un toque lésbico más que evidente. Cuantos la contemplan quedan con el ánimo turbado, pero se siente atraídos por ella irremediablemente.

 

En 1897 Bram Stocker publica ‘Drácula’, historia en la que confluyen ecos de  personajes reales (Vlad, El Empalador o la condesa Elizabeth Báthory) y algunas referencias literarias (tanto del Lord Ruthven, protagonista de la obra de Polidori, como elementos de ‘Carmilla’), convirtiéndose en la novela gótica de vampiros por excelencia, y en la que se han basado la mayoría de las películas que se han rodado sobre el tema.

 

Casi un siglo ha tenido que esperar las Letras para encontrar una historia de vampiros a la altura de la de Stoker, escrita esta vez por una mujer, Anne Rice, que publicó las ‘Crónicas vampíricas’. Los vampiros de Rice son seres adaptados a las sociedades contemporáneas, con grandes dosis de inquietud moral, refinamiento sexual, elitistas, posmodernos y, a menudo, dubitativos. Lástima que, tras su reciente conversión al cristianismo, se negase a volver a retomar el género.

 

Una vuelta de tuerca, esta más decadente, es la del británico Brian Lumley que, con sus ‘Crónicas Necrománticas’, nos presenta un no muerto parásito, que utiliza a los humanos y animales para alimentarse mientras sustituye su personalidad.

 

Es imposible mentar a todos los escritores que han aportado su estilo y su visión sobre el tema. John Keats (‘Lamia y potros poemas’), Hoffmann (‘Vampirismus’), Poe (‘Bernice’) Prosper Mérimeè (‘La Guzla’), Gautier (‘La muerte enamorada’), Tolstoi (‘La familia del vourdalak’), Baudelaire (‘Las metamorfosis del vampiro’), Potocki (‘Manuscrito encontrado en Zaragoza’), Maupassant (‘El Horla’), Valle-Inclán (‘Beatriz’), Rubén Darío (‘Thanatopía’) u Horacio Quiroga (‘El almohadón de plumas’) son algunos de los grandes que hicieron del mito asunto de su escritura.

 

La última entrega de vampiros es la de Stephanie Meyer, ‘Crespúsculo’, con una exagerada carga romántica, protagonizada por un adolescente. ¿Cómo será el próximo vampiro, el vampiro ya entrado de lleno en el siglo XXI? “Como poco, tiene que ser más tecnificado, en cuanto que tiene que convivir con una sociedad mucho más tecnológica en todos los sentidos. ¿Será un ingeniero informático nuestro próximo hematófago?”, especula Arries.

 

 

LA CIENCIA SE PRONUNCIA

 

Reales o no, lo cierto es que la sucesión de plagas que asoló a Europa entre 1.300 y1.700 solía asociarse a la cercanía de vampiros. Por eso se desataron las cacerías, las exhumaciones y los exorcismos. Desde hace tiempo, la medicina formula explicaciones capaces de templar los ánimos de los más crédulos. He aquí algunas respuestas científicas a síntomas vampíricos, encontradas en el clásico ensayo de Juan López-Alonso, ‘Los vampiros a la luz de la medicina’:

 

1.     El cadáver aparece incorrupto. Los factores ambientales o meteorológicos podrían ser la causa: las bajas temperaturas, el estar enterrado a bastante profundidad o que el cuerpo tenga un bajo contenido en agua aclaran la demora prolongada de la putrefacción del cadáver. Si se entierra en un lugar excesivamente cálido, se origina una momificación del mismo y si, por el contrario, se da tierra al finado en un terreno con abundante humedad, se produce una saponificación, es decir, que parece que el muerto es una figura de cera.

2.     Cuando se le atraviesa con una estaca, el cadáver ‘grita’. A las 24 horas del deceso, el cuerpo comienza la fase enfisematosa (una especie de digestión a lo grande de las bacterias alojadas en las cavidades corpóreas). El resultado de este proceso es una gran cantidad de gases, lo que hace, a su vez, que el cuerpo se hinche. Por tanto, si a un cuerpo hinchado le clavamos una estaca es normal que emita un sonido recio que muchos podrían confundir con un grito. La fase enfisematosa explicaría asimismo el hecho de que se encuentre sangre en los orificios nasales, los labios y las orejas.

 

En cuanto a los síntomas en caso de duda ante un vivo, la razón más plausible hay que buscarla en una enfermedad de larga tradición: la rabia. Ésta explica los ojos inyectados en sangre, la mirada felina y agresiva, la espuma por la comisura de los labios (quien la padece no puede tragar saliva), la respiración entrecortada y penosa (la rabia obstruye la laringe), lo que origina, a  su vez, que el enfermo emita gruñidos similares a los aullidos. Además, la rabia provoca en quien la padece fuertes ataques de agresividad, llevando al sujeto a atacar a quienes le rodean.

 

Además, la rabia explica las cuatro características propias de todo vampiro. A partir de la enfermedad, es común que el enfermo desarrolle cuatro fobias: la hidrofobia (de ahí que el supuesto hematófago se aparte ante la emulsión de agua bendita y evite las concentraciones de agua como ríos o estanques), la fotofobia (que le produce terribles espasmos), aversión a los olores fuertes (ajo incluido) y  el pavor a los espejos.

 

Otro efecto importante es la alteración de los ciclos de sueño, por lo que un afectado por rabia puede estar activo durante la noche y descansar durante el día. Son esclarecimientos menos románticos que los sobrenaturales pero, al fin y al cabo, reales. Aunque, quién sabe… ¿tiene algún espejo cerca?