Bajo el estigma de la superstición



Por Esther Peñas



¿Un escalofrío le recorre el espinazo si en su camino se cruza raudo y siniestro un gato negro? ¿Es de los que se persigna si cae el pan al suelo y lo besa antes de depositarlo de nuevo sobre la mesa? ¿Una fuerza irracional le impide pasar bajo una escalera? ¿Acaso lleva siempre consigo amuletos, estampas de santos en la cartera? Tranquilo, no es grave, se llama superstición.

Los hay que acatan los cánones supersticiosos por creencia firme en ellos y quienes lo hacen por si acaso. En cualquier caso, se deposita una fe fuera de toda lógica en que determinados rituales influyen en nuestra vida. Por eso tocamos madera cuando escuchamos una desgracia ajena. Para que aleje de nosotros el mal fario que convocar verbalmente una desdicha.

La superstición es, según Covarrubias, ese delicioso filólogo que nos legó uno de los diccionarios más fascinantes jamás elaborados, “una falsa religión y error necio, que comúnmente suele caer en vejezuelas embaucadoras, que hace de las muy santas”. Para él, el hombre –o la mujer- supersticioso no es sino “alguien impertinente en materia de religión”.

Las hay sofisticadas y toscas, desde la adivinación, la astrología, la cartomancia, el feng-shui, la geomancia, quiromancia al tarot, pasando por todas las mancias imaginables y los supercherías aconsejadas por entendidos –es un decir- y estafadores.

Los supersticiosos atribuyen a un objeto externo, un ser superior o una fuerza cósmica concreta una causa efecto errónea. Creen que realizando determinado ritual pueden gobernar el curso natural de las cosas, su devenir”, nos explica Elvira Rodríguez, una psicóloga con más de veinte años de experiencia.

En ocasiones, las supersticiones están tan arraigadas en nuestra rutina que pasan inadvertidas. Por ejemplo, cuando alguien estornuda y le decimos “¡Jesús!” estamos incurriendo en un acto de superstición, ya que antiguamente, cuando alguien estornudaba se le presuponía poseído por un espíritu maligno que expulsaba mediante el estornudo. Por eso se le decía “¡Jesús!”, para ayudarle y, de alguna manera, protegerle y protegernos”, prosigue Rodríguez.

El cerebro humano tiende a funcionar de manera supersticiosa. No hay más que echar un vistazo a la cantidad de estudios norteamericanos sobre este respecto. Uno de los más citados es el que hizo Bruce Hood, profesor de Psicología del Desarrollo en la Universidad de Bristol. Durante unas jornadas científicas, ofreció diez libras a todo aquel que accediera a ponerse una chaqueta azul. El auditorio al completo alzó la mano en señal de asentimiento.

Cuando Hood anunció que la prenda en cuestión había pertenecido a Fred West, un afamado asesino en serie, el número de asistentes dispuesto a proseguir con el trato se redujo a la mínima expresión. Es decir, la mayoría consideró de mal agüero enfundarse una prenda que había sido usada por un criminal. Como si el instinto patibulario se contagiase a través del tejido.

La superstición no entiende de clases sociales, nivel económico, nacionalidades, edades, credos o tendencias políticas. Ni sexuales, claro está. Hagan la prueba: traten de cambiar el anillo de boda de cualquiera de sus amigos por uno nuevo y más grueso. No conseguirá que accedan. Aunque ganasen dinero. El valor sentimental que atribuimos a los objetos también se enmarca en la superstición.



SUPERSTICIONES MÁS COMUNES

Las hay para los acontecimientos más importantes en la vida de una persona (por ejemplo, el matrimonio, en el que hay que llevar algo nuevo, algo prestado y algo usado); para determinados oficios (los toreros arrojan la montera al albero. Si ésta cae hacia arriba, hay peligro de cogida); para ciertos eventos públicos (como la botadura de un barco, en cuya proa hay que romper una botella de champagne)… hay supersticiones para casi todo.

Algunas de ellas tienen su explicación. El que un gato negro nos depare mala suerte cuando nos sale al paso se debe a la creencia cristiana de que los mininos, con permiso de la serpiente, encarnaban a Belcebú. Y eso que, para los egipcios, representaban a los dioses.

Para los griegos, escupir era signo de buena suerte. El mismo Plinio lo dejó escrito en su ‘Historia natural’: “es sorprendente, aunque fácilmente comprobable, que si alguien ha sido golpeado y escupe en seguida en la mano de su agresor, el dolor de la víctima se alivia al momento”. Pero mejor no jugar con fuego, no sea que ‘nuestro agresor’ lo entienda como una provocación.

Dicen que encender tres cigarros con la misma cerilla o llama del mechero también es mal augurio. Dicen que en una guerra –la leyenda no especifica cuál- tres soldados encendieron sus cigarrillos con la misma llama. El enemigo vio la del primero, apuntó en la del segundo y disparó sobre el tercero.

Lo de pasar por debajo de una escalera tienen más intríngulis. Por el triángulo que forma, simbolizaba como toda forma triangular la Santísima Trinidad. Pasar por debajo suponía rechazar el dogma. También se relaciona esta superstición con el patíbulo, ya que se requería una escalera para colocar la soga y para retirar el cadáver. La muerte y la escalera van unidas. También en la Crucifixión de Cristo.

Con Cristo tiene que ver la superstición de no matar golondrinas so pena de grandes adversidades. Según la tradición ellas fueron las encargadas de retirarle las espinas tras el Calvario.

Dejar las tijeras abiertas es consabido que supone un reclamo a la desdicha. En Grecia se creía que la moira Atropos cortaba con las tijeras el hilo de la vida, así que, de alguna manera, este utensilio dirige el destino. Por ello mejor dejarlo cerrado que en posición de sesgar.

Evitar abrir el paraguas en casa proviene de una superstición inglesa. Se sabe que nadie como los ingleses para conferir al hogar un estatus único en cuanto a protección. Pero la casa propia no gusta ni tolera protección adicional. Y abrir un paraguas en un lugar en el que, por definición, se está a salvo de la lluvia es una provocación de primer grado.

El diablo colecciona pestañas, por eso hay que tener cuidado de dónde las dejamos caer; el perejil, que para los griegos era símbolo de triunfo y resurrección, anima a San Pancracio a que nos haga llegar algo de dinero; Petronio, en ‘El satiricón’, ya recoge el consejo de levantarse de la cama con el pie derecho’… la lista de supersticiones sería interminable.

Golpear las copas cuando brindamos es, en sí mismo, un acto supersticioso por el cual nos deseamos buena suerte. Técnicamente se denomina un acto apotropaico, resulta como un acto reflejo, como cuando nos santiguamos al ver un coche fúnebre”, explica la psicóloga Alicia Caballero.

La mayoría de las supersticiones son milenarias. O, por menos, antiquísimas. Incluso las que están más de moda en nuestros días, como el feng shui chino, esa creencia en que la disposición de los elementos que componen una casa (desde la orientación de cama hasta las cenefas del cuarto de baño) forjan nuestro estado anímico.

Tal vez sea hora de que alguien arroje nuevas supersticiones. Supersticiones del siglo XXI. Supersticiones que tengan que ver con el uso de Internet, los alimentos macrobióticos o transgénicos. Supersticiones no sólo a la orden del día sino contemporáneas. Todo un reto por delante.