Para Isabel González, de Esther Peñas







Beso de batracio para un coral



Desde cero se comienza a arar el bosque.

Cerrado en origen,

se dinamitan sus cercas imposibles

y se expande incorregible como el mercurio

enunciando la tabla periódica de los márgenes.

Desde cero el amor cincela una historia

con sus mismos trazos salvajes, de abajo a lo profundo,

con aperos de poeta y metralla en el cauce.

Hay labios que tejen.

Hay aguja, pero hilo.

Los mamíferos alumbran

su ceguera imprevisible.

Sus espiráculos

imprimen tu nombre en las líneas convexas

del espejo

mientras hablan de la fragilidad los agujeritos que te conforman

(en el claro de tu bosque, la luz los traspasa

y te convierten en una luciérnaga

de alto voltaje).

Peligro: llegas de nuevo

siendo tú misma en versión incontestable.

Hay quien cierra los ojos

(son los tiresias de espíritu, vivíparos de lo bello;

son, y no lo saben, huérfanos).

Pero tú existes.