¿Y tú, Conan, qué crees que es lo mejor de la vida?
Aplastar enemigos, verlos destrozados y escuchar el lamento de sus mujeres.
No sabemos –uso el plural mayestático porque puedo- si existe
la barbarie. La barbarie es algo si la comparamos con la civilización, y se
asimilaría a la no-civilización, más que de donde procede la palabra misma.
Barbarie. (Del lat. barbarĭes).
REVOLUCIÓN
NEOLÍTICA REAL YA
Civilización... antigua y malvada. ¿Habías visto alguna vez algo igual?
En la vida real, si es que podemos llegar a conocer dicha
realidad, la (pre)historia del hombre empezó a torcerse en lo que ha venido en
llamarse
—¿Serpientes? ¿Has
dicho serpientes?
—¿Qué es lo que buscas?
—Un
estandarte, un símbolo en un escudo: dos serpientes juntas, enfrentándose, pero
son una.
—¿Acaso con el sol, y la luna debajo? ¿Sol
negro, Luna negra?
—Sí.
—Eso tiene un precio, bárbaro.
Con la proliferación de las ciudades culmina de lo que
someramente se habían ocupado los señores del Paleolítico: la religión.
Curiosamente cuando uno mira fechas y las compara –por separado- la cronología
te da sorpresas. En este paso ya comentado del hombre cazador, y por lo tanto
nómada, al hombre sedentario que siembra y espera que el pedrisco no les
fastidie la temporada, también se sitúa la explosión del chamanismo en las
regiones euroasiáticas. La gente se empezaba a colocar focalizando en los
misterios del universo. La muerte, las estaciones, los espíritus que regían la
vida, todo el maremágnum de preguntas se resolvían a base de cornezuelo del
centeno –como Santa Teresa y todos esos molones místicos-, opio y demás
sustancias que aún hoy se consumen habitualmente. La religión, la
sistematización de creencias que explicaban el por qué de las cosas, ayudó
notablemente a instaurar civilización a troche y moche, ya fuera por los
meandros del Tigris o por los del Ganges. La fe única y verdadera es un
pegamento ideal para juntar batiburrillos. En la barbarie fabulada, la religión
queda en mal lugar, porque simboliza lo elaborado, aún más que la ciencia. Lo
aplicado, como forjar una espada o curtir una piel era caer en detalles, como
si la naturaleza te lo hubiese ofrecido y tú lo coges. Los sistemas de
creencias no cumplen ese patrón. Supongo que habrán visto el Conan de John
Milius; se habrán dado cuenta de la “sutil” diferencia entre los seres
míticos del bárbaro –Crom y su sempiterno secreto del acero- o los de Akiro, el
que vive en las dunas, entre restos de una batalla, comparados con los de
Thulsa Doom, el tío raro que se convierte en serpiente, que se rodea de ángeles
del infierno de la edad Hiboria. La religión ritualizada, con franquicias en
todas las ciudades, se expande desde Asia, unificando ciudades estado, forjando
imperios. Mesopotamia, Asiria, Egipto, Grecia, Roma... o sea, ya nos plantamos
en el día de hoy con nuestro derecho romano, con esa religión tamizada por un
gentil Saulo de Tarso, un griego nacido en Turquía, pero manteniendo intactas
esas cosas tan bonitas, que nunca pasan de moda, para mantener la paz en los
rebaños y entre las tribus: no matar, no robar, no fornicar, no pensar. Los
judíos que no tienen cielo lo cumplían... imagínense nosotros. Cualquiera le
quita al bárbaro las tres primeras acciones. Lo de pensar, más allá de una
nociones sobre sí mismo, si hace buen tiempo o que las serpientes pican, no da
para más. Así mismo, los sentimientos, eso de lo que tanto se abusa hoy, es
borrado por el instinto, por la mera supervivencia, y por hacerse el valiente de
vez en cuando delante de una damisela en pieles de lobo.
Le acompaño
en el sentimiento
Él es Conan, el Bárbaro, él no llorará...Yo lloro por él
Los sentimientos son, pues, con toda probabilidad, el
concepto más importante de la civilización occidental actual. Podría decirse,
dejándose llevar por el exceso de academicismo, por reducción al absurdo o por
eliminación por máximo común denominador, que bien podrían ser la economía y
leches de esas, pero como ya he venido abundando, la lucha de clases y los
medios de producción, únicamente mutan en fenotipo, siendo su genotipo
definitivo el de la más rastrera y sublimadas de las hijoputeces, basándose en
la esclavitud sensu stricto, o en modalidades más felices y favorables
para los siervos de la gleba, con ilusiones y quimeras sobre su capacidad de
decisión, y los grados de libertad necesarios para que se crea esta supuesto
poder. La hegemonía del reino de los sentimientos, de la emotividad y los
estados de humor del individuo corriente es un hito histórico, por encima de
otros más aparentes, como la invención de la imprenta, el descubrimiento de
América, la teoría cuántica o el internet. Me refiero, claro está, a parámetros
aplicables al mundo “desarrollado” donde el mecanismo más metaestablemente
consolidado, el capitalismo o liberalismo económico, han encontrado ahí un
filón para marear la perdiz. Como seres sensibles y postmodernos estamos
terriblemente preocupados por nuestros sentimientos, por ser empáticos,
tolerantes y tolerables, democráticamente y cretinamente correctos. La
retroalimentación de nuestras debilidades, que en épocas de barbarie eran dar
pistas al enemigo, a fecha de los corrientes, es el leitmotiv de sociedades
enteras. La razón quedó como un experimento fallido en la carrera hacia el progreso.
El bárbaro a su forma, tiene el “sentidiño común” de nuestros ancestros, que no
deja de ser una especie de inteligencia natural que les (nos) permite hacer
vasijas, liar cigarrillos de caldo gallina y escribir chupando un lápiz. El
ultramoderno espécimen del siglo XXI posee, sin embargo, la suficiente
inteligencia emocional (toma tecnicismo de libro de autoayuda) como para poner
un puesto y venderla en la plaza de abastos; lo cual quiere decir que comprende
y entiende, o eso pretende... porque la realidad es más triste: una manada de
egocéntricos psicóticos que de empáticos comprenden tanto a los demás que los
odian, porque son meros espejos de sí mismos, y la autoestima anda, camuflada
en oropeles hipsters, cerca de la discontinuidad de Mohorovicic (o sea,
muy honda por debajo tierra). Es moneda corriente, vaya. Todo esto es
relativamente nuevo, no se crean, pues la melancolía (del griego clásico
μέλας "negro" y χολή
"bilis") o bilis negra es lo que le daba a los poderosos y a los
frailes cuando se echaban a dormir la siesta; es un producto del ocio, un
artilugio bastante civilizado. Hay tiempo de sobras para hacer autoescáner. El
bárbaro, el antiguo, el mítico, el que jamás existió, no tiene ese tipo de
preocupaciones. La búsqueda de comida, vino, abrigo y de deslices peligrosos
con erótico resultado hace que el sencillo gañán precivilizado carezca de este
tipo de problemas.
Más feo que
el vicio
¿De qué sirven las vírgenes? ¡Tráeme las prostitutas!
Como contrapunto (o complemento) a este reino del
sentimiento, se presenta desde la antigüedad, unido a la ciudad como urbe
corrompido, la depravación. Como ya sabrán, los mitos del Diluvio se repiten a
lo largo y ancho del planeta. La fabulación que tenemos más cercana, como
referente cultural, es cuando Yahvé, viendo que los hombres eran rijosos y
lascivos y las mujeres concupiscentes, decían palabrotas y le daban al mollate,
manda 40 días de agua para que toda criatura terrestre perezca, salvo Noé, su
familia y una pareja por cada especie de bicho. Sí, ese mismo Noé que inventó
el vino a posteriori y que aprovecharon sus nueras que estaba ebrio para
amagarse con él. ¡Qué nueras más malas, pardiez! Otro ejemplo de como a Jehová
se le hincharon las narices son las bellas ciudades de Sodoma y Gomorra, que
fueron borradas de la faz de
Alternativas
bárbaras... o no
Nunca entenderé esta cosa llamada civilización,
en mi tierra natal cada uno se sienta en silencio y
bebe su copa sólo.
Aunque parezca que los modelos de vida sencilla
propuestos en los últimos siglos (cátaros, cuáqueros, jipis o perrosflauta)
acerquen al individuo al núcleo de un neobarbarismo, no deja de ser un remiendo
a los impulsos atávicos, a la garra natural de la edad perdida del hombre -que
lo más seguro es que jamás existiese-, de un ideal tan perfecto que sólo los
libres (los no apegados a nada) a través de las centurias, se han acercado. Es
verdad que han existido sistemas políticos o religiosos que han aplicado
medidas primitivistas o anticivilización (occidental, cabría añadir), pero no
deberían ser tenidos en cuenta. Un ejemplo (negativo desde mi punto de vista)
sería la implantación en Camboya del gobierno de los jemeres rojos con el
increíble líder Pol Pot a la cabeza. La vuelta a los campos, la
supresión de las costumbres burguesas como llevar gafas, hacer monedas, leer,
darse abrazos o cantar, y el abandono de la ciudad, no venía dictado por un
impulso bárbaro, sino por una planificación demasiado ad hoc para ser
una involución a la barbarie. Aunque también han salido de este experimento
totalitario montañas de cráneos, eso sí. Otro poner (en positivo) son los
poquísimos casos que se conocen de colectividades libertarias (en mi pueblo, Castro
del Río, en Córdoba, se produjo el dulce verano de la acracia). Pero para mi
entender este intento, muy al contrario de ser una involución primitivista, es
el culmen de la civilización, no siendo este clímax posible porque el hombre
civilizado es también muy mala persona, muy envidioso, muy cobarde, muy
avariento, muy gregario y sobre todo muy egoísta. Siempre caeremos en los
mismos vicios y en los mismos clichés.
En resumen, y para acabar este recorrido un
tanto absurdo sobre la barbarie y la civilización, me iré al principio y
repetiré, aunque sea para rellenar, que la barbarie no existe. Los bárbaros que
atacaron el Imperio Romano no eran nada más que extranjeros que tenían barba.
El estado del buen bárbaro tampoco ha existido en nuestra historia, a no ser en
la imaginación de algunos o en algunos juegos de rol (mal emulados, eso sí). La
barbarie como forma de vida no es ni primitiva ni moderna, simplemente actuar
por instinto, y sólo por instinto, no puede ser. Es el precio que pagamos por
ser listos. Ni siquiera los primates más cercanos utilizan el instinto al cien
por cien. Volviendo al significado oficial, la barbarie no nos ha abandonado
jamás. Garrulos, tróspidos, energúmenos, taxistas, gañanes, macarras. Todos
conocemos a alguno, y pregúntense si no lo son en cierta medida ustedes mismos.
La brutalidad no siempre es ejercida por el brazo, sino por la lengua y las
palabras escritas en un papel. Los tertulianos de radio y televisión son un
ejemplo ideal. Dan voces, insultan, pegan golpes con la mano en la mesa, y lo
más importante, saben que es un juego, un espectáculo, son crueles y les pagan
por lo que les gusta. Conan de Cimeria los habría partido en dos. Como
debe de ser.
En la
legendaria y ominosa urbe de Vaa Yeh Qash
en el año de
nuestro señor Cthulhu 459837843.
Todas las frases debajo de los
subtítulos son de Conan, la peli o de los libros de Howard
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