¿Y tú, Conan, qué crees que es lo mejor de la vida?

 Aplastar enemigos, verlos destrozados y escuchar el lamento de sus mujeres.

 

No sabemos –uso el plural mayestático porque puedo- si existe la barbarie. La barbarie es algo si la comparamos con la civilización, y se asimilaría a la no-civilización, más que de donde procede la palabra misma. Barbarie. (Del lat. barbarĭes). 1. f. Rusticidad, falta de cultura. 2. f. Fiereza, crueldad. Si analizamos lo que los sabios sentados en los butacones con nombres de letras –una cosa muy infantil, por otra parte, eso de llamarse Ñ mayúscula o p minúscula- la barbarie es sólo hacer el gañan, cosa que no está reñida para nada con lo que podríamos llamar civilización, con letras de molde. La crueldad no es exclusiva de la barbarie; de hecho, nuestra cultura se basa en gran medida en la brutalidad, ya sea de mercados, de mentes o de los grandes aparatos de la máquina. Esta dicotomía que aquí planteo está más cerca de lo que en los mundos épicos significa Conan, el bárbaro, y su autor Robert E. Howard. En su discusión, ya mencionada por mí por estos lares, quasi filosófica, bastante friki por otro lado, con Lovecraft, el tejano fornido defiende la pureza de la barbarie frente a la maldad del progreso. El histrión de Providence, siempre pensando por encima de sus posibilidades, adora la época colonial georgiana en las Américas, como manifiesto palpable del orden social, la mesura en las costumbres y la decencia desde todo punto de vista. Una aproximación, aún más inocente, al primitivismo, se da en el país gabacho durante la Ilustración, con ese mito bastante artificial del buen salvaje. Jean-Jacques Rousseau, en líneas generales pinta a las recién descubiertas tribus primitivas como idílicos mundos donde todo es feliz, porque el hombre es bueno y su naturaleza más buena todavía. Las cosas feas de la vida, como las artes o la ciencia, las tabernas o la religión, hacen que todo degenere en un miasma corrompido. Si bien el punto de partida puede ser semejante o parecido al de Howard, el hecho fundamental es que el bárbaro –se llame como lo llamen- no se preocupa gran cosa si es bueno o malo, si es cruel o deja de serlo, si hiere con la espada o con las pasiones: todo en él es instinto, puro y duro. La barbarie es primaria, hay cosas que no comprende, y que tampoco le llaman la atención, como las ciudades, el poder o las riquezas. No está mal para tipos que llegan a ser reyes y escriben su leyenda a base de mandobles. La verdad es que nos ponemos en un escenario tan falso como el de Rousseau, pero tengamos en cuenta que todas estas ideas vienen de un señor que era un chaco de pan y que se suicidó cuando su mamá se murió.

 

REVOLUCIÓN NEOLÍTICA REAL YA

Civilización... antigua y malvada. ¿Habías visto alguna vez algo igual?

En la vida real, si es que podemos llegar a conocer dicha realidad, la (pre)historia del hombre empezó a torcerse en lo que ha venido en llamarse la Revolución Neolítica. Esta revolución global, que se da con distintos grados de intensidad en el continente euroasiático, cuando el Holoceno llega de la manera más tonta por derretimiento (hace como 10000 años), supone un súper avance de la civilización como la conocemos hoy en día. Lo que Hoban denomina 1er Saver en su Dudo Errante, se convierte por cosas de la adaptación al medio en inteligencia de primera magnitud. La humanidad pierde la inocencia; llega el sistema que se perpetúa cruelmente, brutalmente, hasta nuestros días: LA CIVILIZACIÓN. Los felices cazadores recolectores pasan a ser los pringados gañanes agricultores y pastores. ¿Qué ganó el hombre con esto? Para empezar empezó lo malo. Es decir, de unos sanos y atléticos señores con una esperanza de vida que no estaba mal, se pasó a ser unos mierdas hambrientos y asustadizos que maldecían en silencio a sus dioses y que se morían bastante antes, bastante más hechos polvo y menos felices que sus ancestros. Al nacer la ciudad y el asentamiento, la corrupción pasa a ser lo que hoy es, el nexo de unión de todos los seres humanos. Unos empiezan a tener más que otros, con lo que en términos materialista-dialécticos da comienzo la lucha de clases. ¡Qué aburrimiento! El sometimiento de los de arriba (pocos) sobre los de abajo (muchos) es una cosa nueva en la naturaleza. Ningún animal había roto tanto las leyes naturales. Como buen geólogo, aplico el principio de actualismo de Hutton (con Lyell mirando de reojo). El presente es la clave del pasado. Aunque la historia no sea cíclica, se cumplen las mismas leyes estúpidas, con lo que se demuestra de una tacada que a lo mejor nos bañamos en el mismo río más de la cuenta y que el hombre tropieza en la misma piedra todo el rato. Toda evolución tiene sus efectos positivos y negativos. Los avances científicos y técnicos son bastante de provecho para el hombre civilizado, utilizando como paradigma un señor del primer mundo que cague en un W.C. y tenga muchos canales en la televisión. Sería absurdo negar los beneficios del progreso, pues todos –al menos los que van a leer esto- bien contentos que estamos de nuestra taza del excusado (me repito con esto, pues es síntoma inequívoco de estar imbuidos en la modernidad) y con nuestros cereales crujientes. Aclamamos los adelantos médicos, porque gracias a la bendita industria farmacéutica (hito de la crueldad) podemos tomar nuestros ansiolíticos favoritos, y pasar unas fiebres sin morir en una oscura cueva. Pero lo pagamos caro. Somos esclavos. La esclavitud empieza a darse precisamente justo después de la Revolución Neolítica. Y de ahí hasta ahora mismo. El bárbaro quiere ser libre. Es más, es libre. En su mente primaria no existen las cadenas. Parece una canción de Perales, pero no. Las frases y sentencias utilizadas tan alegremente en muros de Facebook y panfletos de movimientos sociales pacíficobuenrrollistas son una realidad en la cabeza del bárbaro. Pero sin interpretaciones. El mundo es suyo. Él no es un hipócrita, como los revoltosos, porque no tiene esa doblez, no tiene esa bisoñez del autoengaño, ni dice por decir; de hecho habla poco y actúa mucho. Otro mundo es posible. Con determinación y una hoja afilada hará que sea posible. O morirá en el intento. ¡Por Crom!

 

Theology / Civilization

—¿Serpientes? ¿Has dicho serpientes?

—¿Qué es lo que buscas?

 Un estandarte, un símbolo en un escudo: dos serpientes juntas, enfrentándose, pero son una.

—¿Acaso con el sol, y la luna debajo? ¿Sol negro, Luna negra?

Sí.

Eso tiene un precio, bárbaro.

 

Con la proliferación de las ciudades culmina de lo que someramente se habían ocupado los señores del Paleolítico: la religión. Curiosamente cuando uno mira fechas y las compara –por separado- la cronología te da sorpresas. En este paso ya comentado del hombre cazador, y por lo tanto nómada, al hombre sedentario que siembra y espera que el pedrisco no les fastidie la temporada, también se sitúa la explosión del chamanismo en las regiones euroasiáticas. La gente se empezaba a colocar focalizando en los misterios del universo. La muerte, las estaciones, los espíritus que regían la vida, todo el maremágnum de preguntas se resolvían a base de cornezuelo del centeno –como Santa Teresa y todos esos molones místicos-, opio y demás sustancias que aún hoy se consumen habitualmente. La religión, la sistematización de creencias que explicaban el por qué de las cosas, ayudó notablemente a instaurar civilización a troche y moche, ya fuera por los meandros del Tigris o por los del Ganges. La fe única y verdadera es un pegamento ideal para juntar batiburrillos. En la barbarie fabulada, la religión queda en mal lugar, porque simboliza lo elaborado, aún más que la ciencia. Lo aplicado, como forjar una espada o curtir una piel era caer en detalles, como si la naturaleza te lo hubiese ofrecido y tú lo coges. Los sistemas de creencias no cumplen ese patrón. Supongo que habrán visto el Conan de John Milius; se habrán dado cuenta de la “sutil” diferencia entre los seres míticos del bárbaro –Crom y su sempiterno secreto del acero- o los de Akiro, el que vive en las dunas, entre restos de una batalla, comparados con los de Thulsa Doom, el tío raro que se convierte en serpiente, que se rodea de ángeles del infierno de la edad Hiboria. La religión ritualizada, con franquicias en todas las ciudades, se expande desde Asia, unificando ciudades estado, forjando imperios. Mesopotamia, Asiria, Egipto, Grecia, Roma... o sea, ya nos plantamos en el día de hoy con nuestro derecho romano, con esa religión tamizada por un gentil Saulo de Tarso, un griego nacido en Turquía, pero manteniendo intactas esas cosas tan bonitas, que nunca pasan de moda, para mantener la paz en los rebaños y entre las tribus: no matar, no robar, no fornicar, no pensar. Los judíos que no tienen cielo lo cumplían... imagínense nosotros. Cualquiera le quita al bárbaro las tres primeras acciones. Lo de pensar, más allá de una nociones sobre sí mismo, si hace buen tiempo o que las serpientes pican, no da para más. Así mismo, los sentimientos, eso de lo que tanto se abusa hoy, es borrado por el instinto, por la mera supervivencia, y por hacerse el valiente de vez en cuando delante de una damisela en pieles de lobo.

 

 

Le acompaño en el sentimiento

Él es Conan, el Bárbaro, él no llorará...Yo lloro por él

Los sentimientos son, pues, con toda probabilidad, el concepto más importante de la civilización occidental actual. Podría decirse, dejándose llevar por el exceso de academicismo, por reducción al absurdo o por eliminación por máximo común denominador, que bien podrían ser la economía y leches de esas, pero como ya he venido abundando, la lucha de clases y los medios de producción, únicamente mutan en fenotipo, siendo su genotipo definitivo el de la más rastrera y sublimadas de las hijoputeces, basándose en la esclavitud sensu stricto, o en modalidades más felices y favorables para los siervos de la gleba, con ilusiones y quimeras sobre su capacidad de decisión, y los grados de libertad necesarios para que se crea esta supuesto poder. La hegemonía del reino de los sentimientos, de la emotividad y los estados de humor del individuo corriente es un hito histórico, por encima de otros más aparentes, como la invención de la imprenta, el descubrimiento de América, la teoría cuántica o el internet. Me refiero, claro está, a parámetros aplicables al mundo “desarrollado” donde el mecanismo más metaestablemente consolidado, el capitalismo o liberalismo económico, han encontrado ahí un filón para marear la perdiz. Como seres sensibles y postmodernos estamos terriblemente preocupados por nuestros sentimientos, por ser empáticos, tolerantes y tolerables, democráticamente y cretinamente correctos. La retroalimentación de nuestras debilidades, que en épocas de barbarie eran dar pistas al enemigo, a fecha de los corrientes, es el leitmotiv de sociedades enteras. La razón quedó como un experimento fallido en la carrera hacia el progreso. El bárbaro a su forma, tiene el “sentidiño común” de nuestros ancestros, que no deja de ser una especie de inteligencia natural que les (nos) permite hacer vasijas, liar cigarrillos de caldo gallina y escribir chupando un lápiz. El ultramoderno espécimen del siglo XXI posee, sin embargo, la suficiente inteligencia emocional (toma tecnicismo de libro de autoayuda) como para poner un puesto y venderla en la plaza de abastos; lo cual quiere decir que comprende y entiende, o eso pretende... porque la realidad es más triste: una manada de egocéntricos psicóticos que de empáticos comprenden tanto a los demás que los odian, porque son meros espejos de sí mismos, y la autoestima anda, camuflada en oropeles hipsters, cerca de la discontinuidad de Mohorovicic (o sea, muy honda por debajo tierra). Es moneda corriente, vaya. Todo esto es relativamente nuevo, no se crean, pues la melancolía (del griego clásico μέλας "negro" y χολή "bilis") o bilis negra es lo que le daba a los poderosos y a los frailes cuando se echaban a dormir la siesta; es un producto del ocio, un artilugio bastante civilizado. Hay tiempo de sobras para hacer autoescáner. El bárbaro, el antiguo, el mítico, el que jamás existió, no tiene ese tipo de preocupaciones. La búsqueda de comida, vino, abrigo y de deslices peligrosos con erótico resultado hace que el sencillo gañán precivilizado carezca de este tipo de problemas.

 

 

Más feo que el vicio

¿De qué sirven las vírgenes? ¡Tráeme las prostitutas!

Como contrapunto (o complemento) a este reino del sentimiento, se presenta desde la antigüedad, unido a la ciudad como urbe corrompido, la depravación. Como ya sabrán, los mitos del Diluvio se repiten a lo largo y ancho del planeta. La fabulación que tenemos más cercana, como referente cultural, es cuando Yahvé, viendo que los hombres eran rijosos y lascivos y las mujeres concupiscentes, decían palabrotas y le daban al mollate, manda 40 días de agua para que toda criatura terrestre perezca, salvo Noé, su familia y una pareja por cada especie de bicho. Sí, ese mismo Noé que inventó el vino a posteriori y que aprovecharon sus nueras que estaba ebrio para amagarse con él. ¡Qué nueras más malas, pardiez! Otro ejemplo de como a Jehová se le hincharon las narices son las bellas ciudades de Sodoma y Gomorra, que fueron borradas de la faz de la Tierra con azufre ardiendo, por la afición entre sus gentes de practicar el coito per vasum nefandum y adorar a unos dioses locos e idiotas, que parece ser que no eran tan poderosos como Dios. Se salvan los buenos, menos la esposa de Lot, que debía ser portera de finca urbana o cotilla de ventana, pues se convirtió en estatua de halita por curiosona. Al Altísimo no le gustan los metomentodos. Por eso los periodistas del corazón son así de feos. El vicio ha estado impregnando nuestros actos desde esos años de asentamiento y creación de grandes ciudades. Supongo que antes también habría bullengue, pero la vida sencilla y nómada deja menos tiempos para pensar en canalladas, aunque las ovejas y cabras a lo mejor no piensan lo mismo. Hoy en día, en el que el mundo espera con ansias la llegada de Eurovegas... mucho más que la segunda venida del Mesías, la civilización y el sistema gana. Nunca mejor dicho, gana la banca. Pero es que es tan irresistible... Como diría mi amiga Angélica, fumar bajo techao, sin congelarse, con un whisky en la mano y jugando al Bingo cuando suena Bertín Osborne en megafonía, debe ser lo más parecido al paraíso terrenal. Y es que esto último, aunque mediatizado por el capital, nos acerca al bárbaro y a sus instintos primordiales. Los placeres sencillos de la vida, sin ser enrevesados, son usados y reutilizados en un planeta sin civilizar. Es una puertecita dimensional a ese estado, pero minúscula, microscópica; entre otras cosas porque no podemos coger el martillo de batalla y reventarle los sesos a quien nos engaña con extraños sortilegios y letra menúa. No, desgraciadamente no nos es permitido decapitar al director de un banco o a un concejal de festejos; sufriríamos cárcel y multas en contante montante.

 

 

Alternativas bárbaras... o no

Nunca entenderé esta cosa llamada civilización,

en mi tierra natal cada uno se sienta en silencio y bebe su copa sólo.

 

Aunque parezca que los modelos de vida sencilla propuestos en los últimos siglos (cátaros, cuáqueros, jipis o perrosflauta) acerquen al individuo al núcleo de un neobarbarismo, no deja de ser un remiendo a los impulsos atávicos, a la garra natural de la edad perdida del hombre -que lo más seguro es que jamás existiese-, de un ideal tan perfecto que sólo los libres (los no apegados a nada) a través de las centurias, se han acercado. Es verdad que han existido sistemas políticos o religiosos que han aplicado medidas primitivistas o anticivilización (occidental, cabría añadir), pero no deberían ser tenidos en cuenta. Un ejemplo (negativo desde mi punto de vista) sería la implantación en Camboya del gobierno de los jemeres rojos con el increíble líder Pol Pot a la cabeza. La vuelta a los campos, la supresión de las costumbres burguesas como llevar gafas, hacer monedas, leer, darse abrazos o cantar, y el abandono de la ciudad, no venía dictado por un impulso bárbaro, sino por una planificación demasiado ad hoc para ser una involución a la barbarie. Aunque también han salido de este experimento totalitario montañas de cráneos, eso sí. Otro poner (en positivo) son los poquísimos casos que se conocen de colectividades libertarias (en mi pueblo, Castro del Río, en Córdoba, se produjo el dulce verano de la acracia). Pero para mi entender este intento, muy al contrario de ser una involución primitivista, es el culmen de la civilización, no siendo este clímax posible porque el hombre civilizado es también muy mala persona, muy envidioso, muy cobarde, muy avariento, muy gregario y sobre todo muy egoísta. Siempre caeremos en los mismos vicios y en los mismos clichés.

 

En resumen, y para acabar este recorrido un tanto absurdo sobre la barbarie y la civilización, me iré al principio y repetiré, aunque sea para rellenar, que la barbarie no existe. Los bárbaros que atacaron el Imperio Romano no eran nada más que extranjeros que tenían barba. El estado del buen bárbaro tampoco ha existido en nuestra historia, a no ser en la imaginación de algunos o en algunos juegos de rol (mal emulados, eso sí). La barbarie como forma de vida no es ni primitiva ni moderna, simplemente actuar por instinto, y sólo por instinto, no puede ser. Es el precio que pagamos por ser listos. Ni siquiera los primates más cercanos utilizan el instinto al cien por cien. Volviendo al significado oficial, la barbarie no nos ha abandonado jamás. Garrulos, tróspidos, energúmenos, taxistas, gañanes, macarras. Todos conocemos a alguno, y pregúntense si no lo son en cierta medida ustedes mismos. La brutalidad no siempre es ejercida por el brazo, sino por la lengua y las palabras escritas en un papel. Los tertulianos de radio y televisión son un ejemplo ideal. Dan voces, insultan, pegan golpes con la mano en la mesa, y lo más importante, saben que es un juego, un espectáculo, son crueles y les pagan por lo que les gusta. Conan de Cimeria los habría partido en dos. Como debe de ser.  

 

En la legendaria y ominosa urbe de Vaa Yeh Qash

en el año de nuestro señor Cthulhu 459837843.

 

Todas las frases debajo de los subtítulos son de Conan, la peli o de los libros de Howard

 

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