una vomitona de

ELDERLY

 

«Si un hombre de ochenta kilos de peso cayera por un extremo, saldría por el otro convertido en 17 kilos de petróleo, 3 kilos de gas y 3 kilos de minerales, así como 56 kilos de agua esterilizada». La empresa Changing World Technologies ha patentado el denominado Proceso de Depolimerización Termal (TDP), capaz de convertir toda clase de desechos (incluidos entrañas y vísceras de aves, estiércol, desechos médicos infecciosos o incluso armas biológicas con esporas de ántrax) en petróleo de altísima calidad, gas no contaminante y otros productos químicos especializados. La planta de Missouri transforma diariamente los restos sangrientos de 200 toneladas de pavo en barriles de aceite ligero. La novedad respecto de otros procedimientos que transforman sólidos en líquidos es que este acepta cualquier material con una base de carbono. El ingeniero Terry Adams, consultor del proyecto, exclama jovialmente: «No hay razón para no convertir las aguas negras y los excrementos humanos en glorioso petróleo». La planta de esta empresa en Filadelfia transforma los restos de una planta procesadora de pavos (plumas, huesos, pellejo, sangre, grasa y entrañas). Esa asquerosa masa se vierte en una potente trituradora de 350 caballos, de donde sale convertida en una masa grisácea. A partir de ahí, una serie de tanques y tuberías convierten al cabo de dos horas dicha mezcla en un fluido aceitoso, muy ligero, mitad aceite combustible, mitad gasolina.

Como ven, el progreso no parece tener límites. La ecuación lógica se traduce en cálculos rigurosos, enunciados terminantes: «El polvo de los huesos humanos deshidratados, rico en magnesio y calcio, es un perfecto fertilizante balanceado», dice uno de los promotores empresariales. El resto de la sopa orgánica puede servir muy bien para fabricar llantas, tinta para impresoras, limpiadores y disolventes. Una auténtica revolución. Auténtico Progreso.

En la tarde del 13 de diciembre de 1945, L. N. Smirnov, el fiscal soviético en los procesos de Nüremberg, presentó ante el tribunal una muestra de “jabón humano” (exhibición URSS-393) cuya receta era “cinco kilos de grasa humana, diez cuartos de agua y cincuenta gramos de soda cáustica”, elaborado presuntamente en una factoría de Danzig. Con ello se demostraba no la barbarie del régimen nazi, sino la absoluta racionalización y aplicación de los presupuestos científicos, en un proceso que a la par que servía para ocultar los cadáveres, convenientemente convertidos en jabón y sirviendo de base para manufacturas industriales. Smirnov aventuró también que en el Instituto Anatómico de Danzing se habían llevado a cabo experimentos de curtido de piel humana para fines industriales. Según la declaración jurada de un empleado del Instituto (archivo URSS-197), el jefe del mismo, el doctor Rudolf Spanner, ordenó la producción de jabón a partir de cadáveres en 1943. Quedaba así enunciado el corolario de la democracia liberal en sus términos fronterizos. El nazismo no era pues una delirante aberración sino la explicitud total del desarrollo demoliberal y su creencia en el Progreso y la Razón.

La performance artística se entremezcla aquí con el duelo. Una vez más el Arte vehicula más apropiadamente la denuncia. Es al término de la guerra cuando numerosas pastillas de jabón, confeccionadas presuntamente a partir de víctimas del holocausto, son enterradas en el cementerio judío de Haifa, mientras muchas otras barras jabonosas se muestran en espacios museísticos como Museo Stutthof de Danzig, el Instituto Judío de Varsovia, el Museo del Holocausto Judío de Melbourne o en el Museo del Holocausto de Filadelfia, ciudad donde tiene su sede una de las plantas de reciclaje de Changing World Technologies. El popular cazanazis Simon Wiesenthal relata cómo en la localidad romana de Folticeni se enterraron pastillas de jabón con el ritual y el ceremonial judaico completo. Vemos pues completarse aquí con exactitud la lógica racionalista y el cálculo científico. Y todo motivado por un rumor que relacionaba las iniciales inscritas en dichas pastillas de jabón (R.I.F. supuestamente Reind Jüdisches Fett, Pura Grasa Judía) y que cundió como anagrama de alarma ante la atrocidad. Hemos visto que dista de ser una aberración, sino la aplicación rigurosa de conocimientos científicos llevados al extremo.

Aunque Adorno manifestó que seguir escribiendo poesía después de Auschwitz era una brutalidad, una acto de barbarie, lo cierto es que el Arte se ha nazificado cada vez más y la Política se ha desvanecido. El Museo del Holocausto de Washington DC ofrece un viaje temático que así lo demuestra. En la entrada se nos provee de una tarjeta con la imagen y el nombre de un superviviente o víctima de un campo de concentración nazi. Recorriendo los tres pisos de Museo, e introduciendo nuestra tarjeta en diversos lectores ópticos dispuestos en sus salas, se puede saber qué suerte está corriendo nuestro personaje. Durante el recorrido podremos ver vídeos de fusilamientos, de cadáveres apilados en fosas, cámaras de gas reales o inventadas…

Lo cierto es que todos los museos judíos que reivindican la memoria del Holocausto han hecho del mismo un objeto al que aproximarse desde el Arte, desde el «ready–made». En Auschwitz-Birkenau tuvo lugar una exposición lacrimógena que respondía al nombre de Remain silent, del artista Jack Burman. Se trataba de una colección de ortopedias, gafas, prótesis y demás objetos personales pertenecientes a las víctimas del campo de exterminio. En Praga se exhiben carteras escolares, juguetes, dibujos…etc, de los niños judíos del ghetto asesinados por los nazis. En general allí nada mueve al pavor, sino a la contemplación curiosa que despierta una galería o museo de arte moderno. Los seres humanos quedan reducidos a pura metonimia: la sustitución del ser por su prótesis, la evocación del hombre por sus gafas.

Si todo el urbanismo moderno desde la Comuna francesa del XIX ha tendido a hacer desaparecer la calle (no ya ocultarla, lo cual no serviría más que a efectos de una grosera propaganda visual), lo cierto es que Auschwitz-Birkenau señala el horizonte final de la realidad concentracionaria. Antes cayeron por el camino el utopismo de la Bauhaus (antítesis del hábitat fourierista). Así, en 1972, antes del batacazo final de la izquierda occidental, se dinamitó el complejo residencial de Pruitt–Igoe, fecha de defunción del Estilo Internacional y de los edificios–máquina hechos para vivir. La ordenación del espacio ha obedecido desde entonces al impulso que anima Auschwitz o Treblinka. Frente a él, frente a la utopía urbana de la Ciudad Jardín o la Bauhaus, surge la caricatura grotesca del chalé fortificado, que no es otra cosa que el cocooning: el aislamiento estéril del amenazador mundo exterior.

La utopía liberal bebe del mismo origen que la utopía del falansterio fouriersita, de su modalidad de éxito, donde la individuación máxima se opone a la circulación máxima de lo social. No ha de extrañarnos tal conclusión pues. Baste reparar en la tiranía absoluta de la ética calvinista: su acento en la virtud santificadora del Trabajo es el mismo que anima el eslógan de Auschwitz: ARBEIT MACHT FREI («El trabajo os hará libres») con que se recibía a los inquilinos. A medida que prolifera el racionalismo, el control máximo tiene su contrapartida en la culta sociedad disciplinaria, donde el desenvolvimiento espectacular del Poder es reemplazado por la vigilancia cotidiana.

Hay un filamento cómico prendido de toda esta historia. La elaboración de jabón, un producto para la higiene personal, a partir de grasa humana judía, subvierte la tradición cristianoeuropea del asco. Es en los albores de la Edad Media cuando el universo emocional del asco se cimenta en torno a categorías sociales de exclusión: leprosos, judíos, herejes y mujeres, siendo los primeros los más manifiestamente asquerosos por su apariencia, y se los consideraba altamente contaminantes. No obstante el alto predicamento social de una persona, si era leprosa esto era suficiente para ser condenada a la exclusión social. Tal es así, el leproso debía ocupar una posición favorable al viento al hablar con alguien, debía evitar caminar por senderos estrechos para no rozar a nadie, con explícita prohibición de tocar a nadie. Su condición los hacía detentar una posición social más próxima a la de los cadáveres por su aspecto abominable y el olor de la carne putrefacta. Su tratamiento era el de muertos andantes, pero como aún no estaban muertos, debían anunciar su presencia con una campanilla o haciendo sonar un badajo. La necesaria edificación del Otro abominable para el mantenimiento del consenso social se extendía hasta el hedor judío (foetor judaicus), a los que  se asociaba con la pestilencia, la putrefacción y la voracidad sexual. Es clásica y recurrente la acusación de envenenadores de pozos, o de alianza con los leprosos, como en la Francia del siglo XIV. El propio Voltaire escribe en el siglo XVIII que los judíos “Eran más propensos que cualquier otro pueblo a la lepra por vivir en climas cálidos y no contar con baños domésticos ni lino”. Pero si el asco inspirado por la lepra se asociaba a la carne putrefacta y a los cadáveres, el judío se relaciona con la sangre menstrual y los excrementos. Un varón cristiano podía llegar a creer, por el temor inspirado por la circuncisión, que los varones judíos menstruaban. Era así como el hombre judío era mujerizado, pormenor no menos importante dada la exclusión a la que era sometida la mujer. El judío era un alma torcida y su olor era excrementicio, tal como el dinero que prestaban.

Porque la proyección de culpas y miedos propios en segmentos sociales postergados se muestra también aquí. La doctrina de la transustanciación (el hecho de que el pan y el vino se transforman durante la eucaristía en la sangre y el cuerpo de Cristo) inspiraba no poca repugnancia a los cristianos (numerosas herejías se oponían a este dogma), quienes trasladaron la acusación de canibalismo a los judíos. Si el leproso podía ser envidiado en una edad que santificaba el sufrimiento como promesa de una dicha post mortem, el judío era en cambio repudiado sin excepción. Cómo se ha pasado de una situación generalizada de aversión física a la elaboración de jabón a partir de los mismos cuerpos que inspiraban la vergüenza es uno de los pilares de explicación de los desarrollos democráticos contemporáneos. El hecho de lavarse uno mismo con el cuerpo de los repudiados, o manufacturar pantallas para lámparas a partir de su carne curtida, ¿no es un acto político de Amor?

Es evidente que el nazismo no supuso ninguna aceptación de los judíos, sino más bien todo lo contrario. Lo palmario es la adopción del proyecto moderno de integración, la asimilación a un paradigma de normalidad emprendido a finales del siglo XVIII y que en el XX se anuncia en su apogeo totalitario. El estatus del raro o apestado todavía confería una condición aurática al loco. El desarrollo progresivo de la ciencia moderna, al acotar las condiciones de normalidad psíquica o comportamental, va prefigurando el desarrollo democrático y sus enunciados igualitarios. Su recusación tiene un envoltorio salvaje, sea el pavor sadiano o el crispado aullido de Artaud –primos hermanos–, que nos hablan de la revuelta contra el mundo moderno. El economicismo llevado a su extenuación racionalizadora lleva a producir petróleo o jabón a partir de seres humanos. ¿Cómo oponerse a algo tan racional e incontestable, a lo que la eficiencia economicista hace deseable y aún lógico?

Paradójicamente, la rarefacción construida en torno al nazismo parece encubrir cuanto de nazi hay en los procesos políticos contemporáneos: producción industrial masiva de bienes de consumo (un alemán, un coche, en los antípodas del rechazo estalinista de la tercerización económica y su acento en la industria pesada), culto de la dieta sana, respeto a los animales, eugenesia (calcada de los postulados socialdemócratas nórdicos), importancia del complejo militar-industrial… Conviene recordar que Hitler inauguraba sus mítines y arengas con un «compañeros y compañeras», aunque hoy sea una chanza habitual entre conservadores y críticos con la paridad promovida por ZP. En plena guerra, los nazis legislaron sobre los cortes de pelo y las permanentes de las mujeres. Y los intentos del PSOE por dotar a simios y perros de derechos humanos son parejos de la legislación nazi sobre los perros.

 

 

ASCO Y DEMOCRACIA

Es incuestionable que el tema que estamos abordando es repugnante, sin embargo, este estadio terminal de la democracia liberal no hace sino robustecer la tesis que sostiene W. I. Miller en su Anatomía del asco, que no es otra que el asco es esencial para el mantenimiento de las instituciones sociopolíticas y las jerarquías inscritas en ellas. Si bien la democracia no aniquila las condiciones que alimentan el desprecio, sino todo lo contrario, sí es cierto que a pesar de la plétora de lenguajes y discursos igualitaristas, las clases sociales y la diferencia de status no han hecho sino florecer y multiplicarse en las sociedades democráticas. De este modo, podemos reconocer un desprecio bidireccional, de las clases inferiores hacia las superiores y viceversa, pero que está lejos de la lucha de clases, que se inscribe en el marco de una lucha histórica. En las llamadas sociedades heroicas el desprecio puede tener una base antagónica de rivalidad entre iguales. En las sociedades postheroicas, por usar la terminología de Kagan, o más sencillamente postmodernas, da pie a nuevas modalidades de desprecio distintas de las estrictamente propias de las clases superiores. Así, según el autor, «puede que se trate de que el carácter mutuo del desprecio forme parte de aquello en lo que consiste el pluralismo democrático. Las modernas sociedades democráticas se asientan en el Asco, en su circulación a todos los niveles, en una modalidad de desprecio interclasista acuñado por estas».

 

 

EL AMOR Y LA SUSPENSIÓN DE LAS REGLAS DEL ASCO

Siguiendo con las teorías de W.I. Miller, puede afirmarse que el amor es la circunstancia en que quedan en suspenso las reglas del asco. El comercio carnal conculca todas las prevenciones higiénicas, es claro: un simple beso conlleva un alto intercambio de bacterias. ¿Pudo haber en el jabón y los campos de concentración un móvil sexual? Así es si entendemos que la intimidad amorosa promueve el maridaje entre el asco y el placer sexual, vulnerando los territorios afirmativos del yo.

Mengele fue el primero en abordar con intensidad romántica la investigación científica y su rama eugenésica. La presunta idea, tan extendida, de que la Ciencia está exenta de ideología, es un error derivado de la propia ideología socialmente vigente. El vínculo entre progreso científico y racismo no ha hecho sino prosperar, hasta explicitarse cabalmente en los laboratorios nazis. El desciframiento del genoma humano será otro protestantismo laico, donde la predeterminación genética se cifra de acuerdo a patrones morales predefinidos (lo rubio será discriminado favorablemente en detrimento de lo moreno, es de prever), y el historial patológico (el curso de las enfermedades que hemos de sufrir) influirá decisivamente en la obtención de un trabajo, la suscripción de un plan de pensiones o un seguro de vida. En ello ahonda asimismo el perfeccionamiento mediante prótesis o cirugías estéticas. Y en último lugar se ha operado un desplazamiento. La belleza, de tanto predicamento nazi, se construye mediante potingues testados en animales. Cualquier laboratorio de cualquier firma cosmética de prestigio ha ido mucho más allá que el simpático Mengele. Se sabe que ciertos investigadores británicos cegaron a dos gatos recién nacidos cosiéndoles los párpados y la córnea. Después los colocaron en una plataforma especial y les fue inyectado peróxido de rábano picante en el cerebro. Finalmente fueron sacrificados. Otros introdujeron finísimos tubos de polietileno en el cerebro de varias ratas. Después dispusieron globos en los extremos de los tubos y los hincharon. Descubrieron que todas las ratas sufrían daños en el cerebro, pero también que los globos pequeños no eran tan nocivos como los grandes. La lista de atrocidades será prolija y nauseabunda y no nos anima aquí la gazmoña defensa de la dignidad animal. Mengele ya prefiguró en su laboratorio estas y otras estampas: niños gitanos cosidos para crear artificialmente siameses, inyectaba a sus víctimas diversas sustancias y vertía productos químicos en sus ojos para cambiar su color.

El proyecto ilustrado que arranca de la modernidad ha pretendido, y pretenderá, unificar el mundo. Ahí están las clasificaciones botánicas de Linneo, la craneometría, el enciclopedismo, el racismo vinculado a la utopía liberal. Hemos hablado de Linneo. Otro científico con marchamo ilustrado, el francés George Louis Leclerc también abundó en la catalogación de los seres vivos en razas y géneros. Habría de ser u holandés quien catapultara a los blancos a la cúspide la jerarquía racial. La frenología describe la predisposición hacia la moralidad de un individuo según la forma de su cráneo. La psicología moderna nace en ese instante: frenópatas, se dirán quienes la cultivan. A finales del siglo XIX las Sociedades Etnológicas crecen como hongos en el seno de las naciones industrializadas, y por tanto libres, al paso de la expansión colonialista. El conde de Gobineau es el primero en poner orden en este sindiós con un racismo explícito. Explicar la historia a la manera de los ilustrados, prescindiendo de supersticiones religiosas o mitos de fe, apoyándose sólo en la Razón ya hemos visto a qué nos lleva. Baste decir que la eugenesia (el mejoramiento de la raza) fue abrazada en su momento jovialmente por gentes de izquierda. Esa misma Razón les llevó a algunos a decir que las antiguas tribus germánicas ejercían la democracia merced a su superioridad racial, de la cual, sobra decirlo, carecía el resto. Hasta alguien tan libre de sospechas como el educado Comte se jacta de la habilidad civilizadora de los blancos.

Bienvenidos a la barbarie demoliberal.

 

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