La necrópolis de La Almudena,

un emplazamiento con solera 

 

 

testimonio ultratumbao de EPD

 

ilustraciones tratadas por Eugene Prionesco

 

Supongo que me han encargado que escriba yo este texto por ser el más antiguo del lugar. Se puede decir que inauguré oficialmente este cementerio, que recibe el nombre de la patrona de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena. Me dieron tierra el 13 de septiembre de 1884, después de la bendición solemne, a la que asistió el Rey Alfonso XII. Por mi humilde condición, me correspondía una sepultura temporal pero, dada la excepcionalidad del caso, y a petición regia, se me concedió una perpetua. Por cierto, me llamo Pedro Regalado Olmos.

 

El origen de este camposanto fue fortuito. Como saben, hasta finales del siglo XVIII se enterraban a los finados dentro de las iglesias, si eran pudientes, o en el exterior de las mismas, en el caso del pueblo llano. Carlos III quiso que los cementerios se trasladasen a las afueras de las ciudades, aunque la orden real apenas tuvo efectos prácticos. Fue con José Bonaparte cuando comenzaron a construirse las primeras necrópolis extramuros, ya bien entrado el XIX.

 

La idea original fue situar cuatro en Madrid, una en cada punto cardinal, aunque una epidemia de cólera dio al traste con estos planes. Entre 1884 y 1885 se destinó una inmensa explanada a modo de cementerio provisional, llamado ‘de epidemias’, que abrió sus puertas –perdón, sus fosas- el 15 de junio de 1884. En vista de que la provisionalidad inicial se tornaba en consolidación paulatina, las autoridades eclesiásticas decidieron consagrarlo de manera oficial, el mismo día de mi entierro. Suerte la mía. 

 

 

 

BALADA TRISTE DE TROMPETA

 

Los arquitectos Fernando Arbós, a quien también debemos el madrileño Panteón de Personajes Ilustres, y José Urioste fueron los encargados del diseño. Con influencias de los camposantos de Génova y Viena, dividieron la necrópolis en cinco bancales, cada uno cinco metros por debajo del anterior. En los muros de contención se ubicaron los nichos.

 

La capacidad inicial era de 62.291 sepulturas, contemplándose unos siete mil enterramientos al año. Desde entonces hasta el día de hoy, más de cinco millones de personas descansan en esta morada de más de ciento veinte hectáreas de amplitud, la mayor de España y una de las más grandes de Europa.

 

La fachada principal, situada en el vértice noroeste del recinto, tiene forma triangular. De estilo modernista con influencia neomudéjar, una colosal figura de Dios Padre la  preside. Tiene en el centro tres arcos de entrada, delimitados por columnas dobles que terminan en altos y estilizados pináculos, y están cubiertos por sendas cúpulas. 

 

La necrópolis tiene forma de cruz griega, al igual que la espléndida capilla de estilo modernista, que ocupa la zona más elevada del terreno y está coronada por un ángel cabizbajo con una trompeta entre las piernas. Cuenta la leyenda que la escultura original presentaba al ángel tocando el instrumento pero, como supersticiosos y agoreros afirmasen que por las noches se escuchaba la trompeta sonar, retocaron la figura y se la quitaron de los labios. La verdad sea dicha, yo jamás la oí sonar.

 

No puedo quejarme de compañía. Además de los millones de finados desconocidos, con los que he ido trabando cierta amistad, aquí descansan los restos de Alejandro Casona, Benito Pérez Galdós, la tonadillera Mari paz (aquella que cantase eso de “debajo de la capa de Luis Candelas”), Carmen Laforet, Dámaso Alonso, Estrellita Castro (quien, muriendo en la indigencia, tuvo que costearle el entierro Manuel fraga, gran admirador de la cantante), Francisco Pi y Margall, Juan Carlos Onetti, Alcalá-Zamora, Tierno Galván o Santiago Ramón y Cajal, entre otros.

 

Claro que los curiosos tienen sus preferencias: la tumba de Dolores Ibárruri, ‘La Pasionaria’, la del cantante Enrique Urquijo, la del torero ‘El Yiyo’, la de Pablo Iglesias o el panteón donde reposa Lola Flores, su hijo, Antonio, y su marido, ‘El Pescaílla’. Aunque yo, puestos a recomendar alguna parada indispensable, les aconsejaría la tumba de Quintana, nuestro honroso militar que luchó contra la invasión napoleónica, amigo de Jovellanos. Es un sepulcro señorial, elevado, sobrio dentro de su grandeza, en un emplazamiento idílico.

 

También destacan los monumentos conmemorativos, como los dedicados a los Caídos por la División Azul, a los Héroes de Cuba, a los de Filipinas, a los Fallecidos en el Teatro Novedades (tragedia acaecida en 1928, en la que murieron 200 personas)  y el de las Trece Rosas. Este mismo año un grupo de rock llamado ‘Barricada’ vino a perturbar el silencio del lugar presentando su último disco junto a la placa que recuerda el asesinato de las trece mujeres republicanas.

 

A mí, sinceramente, lo que más me gusta es perderme entre las miles de tumbas que se esparcen con un orden notable, discreto, entre las que uno puede encontrar auténticos monumentos al mal gusto, a la serena elegancia, al minimalismo más radical (‘A Charito’, reza  escuetamente una de mis lápidas favoritas) o al barroco más incisivo.

 

Dentro del camposanto se sitúa el cementerio civil, donde están enterrados judíos, evangelistas, ortodoxos o musulmanes, pero también ateos convencidos (una de las tumbas afirma, desafiante: “después de la muerte no hay nada”), comunistas y no pocos masones que hacen gala de su condición con sepulcros plagados de simbología (compases, escuadras) Una suicida estrenó este apartado, Maravillas Leal, al que también asistió cariacontecido Alfonso XII.

 

 

 

LA MUERTE TIENE UN PRECIO

 

Morirse, lo que se dice morirse, no es oneroso. Lo gravoso lo asumen quienes se quedan, es decir, la familia del finado. Dejando aparte precios de ataúdes, coronas de flores, traslados, etc., nos encontramos con la morada en sí. Para que se hagan una idea, un nicho temporal en La Almudena se cotiza a unos ochocientos euros. Diez años de descanso. Uno perpetuo, los llamados ‘nichos de párvulo’, unos dos mil. Pero hay trampa. Aunque se llama nichos perpetuos, en realidad su propiedad expira a los 99 años. La cremación, más modesta, y permitida por la Santa Madre Iglesia desde 1964, aunque la desaconseja, ronda los cien euros. Una alternativa mucho más asequible, sin duda. Y dicen que ecológica.

 

Pero, de momento, sigue triunfando lo tradicional. Así como se prefiere la inscripción latina ‘RIP’ (requiescat in pace) frente a la castellanizada ‘EPD’ (en paz descanse), así los madrileños se decantan por la sepultura. Cada vez hay menos. De hecho, hasta la casa Durán últimamente se dedica a subastar sepulturas perpetuas aquí. Las hay de tres clases, y su precio oscila entre los tres mil euros a los siete mil. Si hablamos de panteones o mausoleos, la cosa se dispara, y podemos estar hablando ya de dieciocho mil euros en adelante. Quiá.

 

Bien es cierto que, en el 60 por ciento de los casos, los enterramientos están cubiertos por las distintas sociedades que han ido cobrando en vida, en cuotas más o menos dispendiosas, este coste de la muerte.

 

Pasado el plazo de los emplazamiento temporales, bien nichos, bien sepulturas, la familia puede trasladar los restos a otra ubicación temporal, a una perpetua o pedir una reducción de los restos para afincarlos en un columbario, una pequeña caja fija en la que quedan guardados per secula seculum. En el 80 por cierto de los casos, los familiares no reclaman, por lo que los restos del finado terminan en un osario común.

 

Los fallecidos cuyos familiares no pueden hacerse cargo del coste que supone el nicho pueden solicitar un ‘entierro de beneficencia’. El Ayuntamiento los costea, previo justificante de Hacienda de que realmente no hay de dónde rascar. Son esos nichos que sólo lucen un número en la placa, aunque algunos muestran un nombre escrito a mano, una cruz improvisada con dos tiras de cinta aislante Unos diez muertos al año quedan sin identificar. También a ellos el consistorio los brinda un nicho.

 

Para los que prefirieron la cremación, a las tres horas a las que se pueden recoger las cenizas, pueden esparcirlas en el ‘Jardín del olvido’, diseñado a tal fin, ya que cuenta con un sistema de riego que hace en aquéllas se absorban rápidamente. Después, se inscribe el nombre en unas placas de mármol situadas como muro fronterizo.

 

Creo que no me he olvidado nada importante por contarles acaso mencionarles un curioso museo no abierto al público, de momento, el de carruajes funerarios. Yo sí lo conozco, claro, los que aquí moramos tenemos ciertos privilegios Son vehículos tremendamente sorprendentes, en especial uno al que llamamos ‘La llorona’, porque una figura reclinada sobre el féretro llora desconsolada.

 

Bueno, un placer hacerles esta rápida visita más o menos guiada por el cementerio de La Almudena. Si superan el resquemor y no son aprensivos, les sugiero un paseo por este inmenso recinto sembrado de árboles. No sólo cipreses, abundantes por sus respetuosas raíces que, al ser verticales, evitan extenderse y provocar movimientos indebidos. Aunque los árboles, en general, se aconsejan en este tipo de emplazamientos, ya que desecan el suelo y absorben el agua, haciendo oficio de cañerías naturales. Se prefieren, eso sí, los resinosos, puesto que producen más ozono y el aire ozonado disuelve con celeridad las materias orgánicas pero eso, quizás, sea ya otra historia.  

 

 

 

Horario

Invierno (de octubre a junio): lunes a domingo, de 8 a 19 horas

Verano (Julio a septiembre): lunes a domingo, de 8 a 19.30 horas

Transporte: metro La Elipa o autobuses 15, 28, 106, 109, 110, 113 y 210