La necrópolis de
un emplazamiento con solera
testimonio ultratumbao de EPD
ilustraciones
tratadas por Eugene Prionesco
Supongo
que me han encargado que escriba yo este texto por ser el más antiguo del lugar.
Se puede decir que inauguré oficialmente este cementerio, que recibe el nombre
de la patrona de Madrid, Nuestra Señora de
El
origen de este camposanto fue fortuito. Como saben, hasta finales del siglo
XVIII se enterraban a los finados dentro de las iglesias, si eran pudientes, o
en el exterior de las mismas, en el caso del pueblo llano. Carlos III quiso que
los cementerios se trasladasen a las afueras de las ciudades, aunque la orden
real apenas tuvo efectos prácticos. Fue con José Bonaparte cuando comenzaron a
construirse las primeras necrópolis extramuros, ya bien entrado el XIX.
La
idea original fue situar cuatro en Madrid, una en cada punto cardinal, aunque
una epidemia de cólera dio al traste con estos planes. Entre 1884 y 1885 se
destinó una inmensa explanada a modo de cementerio provisional, llamado ‘de
epidemias’, que abrió sus puertas –perdón, sus fosas- el 15 de junio de 1884.
En vista de que la provisionalidad inicial se tornaba en consolidación
paulatina, las autoridades eclesiásticas decidieron consagrarlo de manera
oficial, el mismo día de mi entierro. Suerte la mía.
BALADA TRISTE DE
TROMPETA
Los
arquitectos Fernando Arbós, a quien también debemos
el madrileño Panteón de Personajes Ilustres, y José Urioste fueron los
encargados del diseño. Con influencias de los camposantos de Génova y Viena,
dividieron la necrópolis en cinco bancales, cada uno cinco metros por debajo
del anterior. En los muros de contención se ubicaron los nichos.
La
capacidad inicial era de 62.291 sepulturas, contemplándose unos siete mil
enterramientos al año. Desde entonces hasta el día de hoy, más de cinco
millones de personas descansan en esta morada de más de ciento veinte hectáreas
de amplitud, la mayor de España y una de las más grandes de Europa.
La
fachada principal, situada en el vértice noroeste del recinto, tiene forma
triangular. De estilo modernista con influencia neomudéjar,
una colosal figura de Dios Padre la
preside. Tiene en el centro tres arcos de entrada, delimitados por
columnas dobles que terminan en altos y estilizados pináculos, y están
cubiertos por sendas cúpulas.
La
necrópolis tiene forma de cruz griega, al igual que la espléndida capilla de
estilo modernista, que ocupa la zona más elevada del terreno y está coronada
por un ángel cabizbajo con una trompeta entre las piernas. Cuenta la leyenda
que la escultura original presentaba al ángel tocando el instrumento pero, como
supersticiosos y agoreros afirmasen que por las noches se escuchaba la trompeta
sonar, retocaron la figura y se la quitaron de los labios. La verdad sea dicha,
yo jamás la oí sonar.
No
puedo quejarme de compañía. Además de los millones de finados desconocidos, con
los que he ido trabando cierta amistad, aquí descansan los restos de Alejandro
Casona, Benito Pérez Galdós, la tonadillera Mari paz
(aquella que cantase eso de “debajo de la capa de Luis
Candelas…”),
Carmen Laforet, Dámaso Alonso, Estrellita Castro
(quien, muriendo en la indigencia, tuvo que costearle el entierro Manuel fraga,
gran admirador de la cantante), Francisco Pi y Margall, Juan Carlos Onetti,
Alcalá-Zamora, Tierno Galván o Santiago Ramón y Cajal,
entre otros.
Claro
que los curiosos tienen sus preferencias: la tumba de Dolores Ibárruri, ‘
También
destacan los monumentos conmemorativos, como los dedicados a los Caídos por
A mí,
sinceramente, lo que más me gusta es perderme entre las miles de tumbas que se
esparcen con un orden notable, discreto, entre las que uno puede encontrar
auténticos monumentos al mal gusto, a la serena elegancia, al minimalismo más radical (‘A Charito’,
reza escuetamente una de mis lápidas
favoritas) o al barroco más incisivo.
Dentro
del camposanto se sitúa el cementerio civil, donde están enterrados judíos,
evangelistas, ortodoxos o musulmanes, pero también ateos convencidos (una de
las tumbas afirma, desafiante: “después de la muerte no hay nada”), comunistas
y no pocos masones que hacen gala de su condición con sepulcros plagados de
simbología (compases, escuadras…) Una suicida estrenó este apartado, Maravillas Leal, al que también
asistió cariacontecido Alfonso XII.
Morirse,
lo que se dice morirse, no es oneroso. Lo gravoso lo asumen quienes se quedan,
es decir, la familia del finado. Dejando aparte precios de ataúdes, coronas de
flores, traslados, etc., nos encontramos con la morada en sí. Para que se hagan
una idea, un nicho temporal en
Pero,
de momento, sigue triunfando lo tradicional. Así como se prefiere la
inscripción latina ‘RIP’ (requiescat in pace) frente a la castellanizada ‘EPD’ (en paz
descanse), así los madrileños se decantan por la sepultura. Cada vez hay menos.
De hecho, hasta la casa Durán últimamente se dedica a subastar sepulturas
perpetuas aquí. Las hay de tres clases, y su precio oscila entre los tres mil
euros a los siete mil. Si hablamos de panteones o mausoleos, la cosa se
dispara, y podemos estar hablando ya de dieciocho mil euros en adelante. Quiá.
Bien
es cierto que, en el 60 por ciento de los casos, los enterramientos están
cubiertos por las distintas sociedades que han ido cobrando en vida, en cuotas
más o menos dispendiosas, este coste de la muerte.
Pasado
el plazo de los emplazamiento temporales, bien nichos, bien sepulturas, la
familia puede trasladar los restos a otra ubicación temporal, a una perpetua o
pedir una reducción de los restos para afincarlos en un columbario, una pequeña
caja fija en la que quedan guardados per secula seculum. En el 80 por
cierto de los casos, los familiares no reclaman, por lo que los restos del
finado terminan en un osario común.
Los
fallecidos cuyos familiares no pueden hacerse cargo del coste que supone el
nicho pueden solicitar un ‘entierro de beneficencia’. El Ayuntamiento los
costea, previo justificante de Hacienda de que realmente no hay de dónde
rascar. Son esos nichos que sólo lucen un número en la placa, aunque algunos
muestran un nombre escrito a mano, una cruz improvisada con dos tiras de cinta
aislante… Unos
diez muertos al año quedan sin identificar. También a ellos el consistorio los
brinda un nicho.
Para
los que prefirieron la cremación, a las tres horas a las que se pueden recoger
las cenizas, pueden esparcirlas en el ‘Jardín del olvido’, diseñado a tal fin,
ya que cuenta con un sistema de riego que hace en aquéllas se absorban
rápidamente. Después, se inscribe el nombre en unas placas de mármol situadas
como muro fronterizo.
Creo
que no me he olvidado nada importante por contarles… acaso mencionarles un curioso
museo no abierto al público, de momento, el de carruajes funerarios. Yo sí lo
conozco, claro, los que aquí moramos tenemos ciertos privilegios… Son vehículos tremendamente
sorprendentes, en especial uno al que llamamos ‘La llorona’, porque una figura
reclinada sobre el féretro llora desconsolada.
Bueno,
un placer hacerles esta rápida visita más o menos guiada por el cementerio de