Miguel Albero, escritor



«El ruido de un programa de telebasura es infinitamente más dañino que el de unas obras de construcción»





Por Esther Peñas

como banda sonora para leer esta entrevista,aquí va una sugerencia



Algarabía, estrépito, escándalo, barahúnda, tiberio, alboroto, bataola, bullicio, griterío, bulla, estruendo, jaleo… son solo algunas de las palabras de las muchas que existen para referir, en definitiva, ruido. Así titula su último ensayo el poeta, diplomático y escritor Miguel Albero (Madrid, 1967), Ruido (Abada), en el que no se escatima (o no insonoriza) ningún aspecto del mismo, desde la falsa creencia de la naturaleza silenciosa, hasta el origen etimológico del vocablo, pasando por distintas radiografías del ruido: musical, electrónico, el de las urbes, el de distintas civilizaciones, la longitud de onda subjetiva, los decibelios objetivos...



La lluvia, el discurso de un río, una carcajada imparable, las campanas de una iglesia… Los hay muy bellos, ¿tiene demasiada mala prensa el ruido?

El ruido no tiene la mala prensa que debiera, siendo uno de los males de nuestro tiempo, porque ha ido invadiendo nuestra realidad hasta convertir nuestras vidas en puro ruido. Y si partimos de la definición de ruido como sonido no articulado y desagradable, cuando son bellos entonces no son ruido, deben ser desagradables para que los califiquemos así, una carcajada no es ruido si la compartes y pasas a reírte tú, lo será si padeces gelotofobia, ese miedo patológico a la risa, que aquí el que no tiene una fobia es porque no quiere.



A su juicio, ¿cuál es el ruido más insoportable?

El de la fiesta a la que no te han invitado, el del terco grifo mal cerrado de tu vecina dentista.



¿Cuánto de subjetivo (pienso en la música Noise, en ciertas canciones punk o electrónicas, que desquician, pero para otros hacen mil delicias) y cuánto de objetivo (situarse cerca de un martillo hidráulico, por ejemplo) tiene el ruido?

Pues un poco de cada uno, hay ruidos que son objetivos, a partir de un número de decibelios todo es ruido y es ruido para todos, pero en muchos casos son subjetivos, cuanto es ruido para uno puede no serlo para otros. Depende de si es fuerte o no pero también de la frecuencia, hay sonidos que para un niño son un ruido insoportable pero el adulto ni los percibe. Hablando del Noise, uno de sus máximos exponentes afirmaba que, si el ruido es un sonido desagradable, para él el pop era ruido; el reguetón puede ser música para algunos, el peor de los ruidos para otros.



Según la OMS, el ruido causa cada año en Europa 16.600 muertes prematuras y más de 72.000 hospitalizaciones. ¿Es, la nuestra, la época más ruidosa de cuantas ha conocido el hombre?

Sin duda. Tampoco hay que idealizar el pasado, porque aunque el futurista Russolo, autor de El arte de los ruidos, afirmaba mentiroso que en el mundo antiguo no había ruido, Roma era un estruendo constante. Hay, de hecho, una primera versión mesopotámica del diluvio universal, recogida en Atrhasis, del año 1600 a.C., exhibido en el British Museum, donde el Dios Enlil envía el diluvio no porque el hombre le hubiera defraudado con su vida amoral, sino por el ruido que hacía: el diluvio es un castigo por el ruido. Señal de que en las ciudades mesopotámicas ruido había. Pero el ruido de la ciudad contemporánea es el ruido por excelencia, el silencio se ha convertido en un artículo de lujo, como los bolsos de Prada, y aquí no te sirve la imitación.



Sánchez Ferlosio hablaba en Alfanhuí de esa flauta que, al tocarla, producía silencio. ¿Hasta qué punto depende de uno mismo el hallazgo y disfrute del silencio?

Depende y mucho, puedes pensar como John Cage que, si te sumerges en los ruidos, terminas disfrutando de ellos, pero el caso es que una de las definiciones de ruido es la de un sonido desagradable del que no te puedes librar. Y, como vivimos rodeados de ruidos, se necesita una actitud muy proactiva para llegar al silencio. En el silencio nunca estás si no lo buscas.



El ruido, ¿es un estado, un lugar, un tiempo?

Pues si la RAE define el silencio como falta de ruido y añade tres ejemplos, dos espaciales uno temporal, el silencio de los bosques, del claustro, de la noche, el ruido tendría también esos dos elementos, aunque en verdad el antónimo del silencio no es el ruido, es el sonido. Diría que son las tres cosas, es el estado, aquél en el que te ubicas tú cuando escuchas un sonido no articulado y desagradable; es el lugar, oídos que no oyen ruido que no hay, y es el tiempo, hasta que la vecina cierra al fin ese grifo insoportable.



¿El silencio es ruido, como decía Miles Davis?

El silencio es un ruido ensordecedor, porque nos deja solos ante nuestros demonios.



Hay quienes necesitan de ruido blanco (sonido de lavadoras en acción, de secadores de pelo en marcha, de la niebla —extinta— del televisor… ¿somos adictos al ruido?

Sin duda, porque aunque Di Benedetto sostiene que del silencio fuimos y al polvo del silencio volveremos, entre medias todo es ruido, nacemos con ruido, nuestra madre grita y lloramos nosotros, y morimos con ruido, los estertores nos anuncian esa muerte y el doblar de las campanas la certifica. Pese a detestarlo no podemos vivir sin él, hay aplicaciones para escuchar ruido de extractor y así poder dormir a tu hijo pequeño: si eso no es síntoma de una patología grave no sé qué lo será. Y va en aumento, por ese proceso que ya señalaba Kundera: las personas se están quedando sordas porque la música se escucha cada vez a mayor volumen, pero como se están quedando sordas, tiene que reproducirse más fuerte todavía. Y así ad nauseam, o mejor, hasta quedarnos sordos.



¿Cómo se resuelve ese oxímoron que usted plantea de que necesitamos ruido para vivir, pero no podemos vivir con él?

Se resuelve mal porque no queremos que se resuelva. La tesis de mi libro es esa, cada vez soportamos menos el ruido, pero no podemos estar sin él. Lo soportamos cada vez menos porque estamos expuestos a cada vez más ruido, pero cuando tenemos tiempo libre lo llenamos de actividades con ruido. ¿Por qué? Porque no soportamos el silencio, que implica tener que mirarnos en el espejo, enfrentarnos a nuestra terrible mismidad.



Etimológicamente, «ruido» emparenta con la naturaleza. «El ruido que hace el viento en los álamos mojados puede compararse con el quedo murmullo del agua», escribió Peter Handke. ¿El ruido en la naturaleza es menos ruido o más placentero que el urbano?

Al hablar de la naturaleza, tendemos a confundir silencio y soledad, el hombre urbanita alaba la naturaleza como un lugar sin ruido, cuando la naturaleza es ruidosa toda ella. Lo que hay es menos gente, por eso se huye, como propone Fray Luis, del mundanal ruido, pero no del ruido a secas, cambias el mundanal por el animal. Y puede ser placentero pero también ominoso. La noche en un bosque lluvioso es un festival de ruidos que no sabemos procesar, el de la ciudad lo tienes ya incorporado casi a tu rutina, el de la naturaleza nos inquieta por desconocido.



Hay un refrán que nos recuerda que «el silencio del envidioso está lleno de ruidos». ¿Cómo es el ruido interior?

El ruido interior es el ruido como interferencia, ese que no te deja pensar, el que produce cabrón el desasosiego. Y el envidioso lo conoce porque lo que tiene puede no hacerle feliz, pero lo que le falta le hace inevitablemente desdichado, y eso sin haber leído a Schopenhauer. Pero ese desasosiego puede venir de la envidia o de la culpa, también del odio, del amor o de la ira, fuentes infinitas generadoras de ruido interior. Si la salud es el silencio de los órganos, la serenidad, mucho mejor que su prima la felicidad, es ese silencio interior.



¿Si, como usted sostiene, es imposible un silencio absoluto, también es inalcanzable un silencio interior?

John Cage fue a una de esas cámaras anecoicas, esos lugares para producir silencio, parecidos a las discotecas de los setenta o a los envases de los huevos frescos, y comprobó que el silencio absoluto no existe, porque escuchaba dos ruidos, los dos provenientes de su mismo cuerpo. Y además no lo soportaríamos, si estás más de quince minutos en esas cámaras te vuelves loco. Existía, eso sí, Silencio absoluto, grupo de rock de la Rioja, que cambió su nombre por Silencia2, quizás para demostrar que el silencio posterior a sus discos no fue una despiadada forma de crítica musical sino una orquestada estrategia de censura. En cuanto al silencio interior, si logras la serenidad lo tendrás, no me preguntes cómo.



Recopila los distintos ruidos corporales, escatológicos y no. Zambrano escribió que, en caso de duda, siempre había que fiarse del corazón porque es el único órgano que hace música (que no ruido). ¿Es tan poderoso este ruido cardiaco como el trueno, uno de los pocos sonidos que el humano no puede imitar?

El trueno es el ruido esencial de la naturaleza, esa caída de un baúl por las escaleras del cielo, como lo definió Ramón. Y no podemos imitarlo por su naturaleza descomunal; Joyce lo hizo en Finnegans Wake con la onomatopeya más larga que la literatura recuerda, aunque el libro sea una onomatopeya todo él. A Zambrano le apasionaban los ritmos del mundo, esos ritmos plurales enlazados, así los llamaba, pero el ritmo del corazón no hace ruido salvo si media arritmia, si está en compás forma parte de esos ritmos enlazados del mundo, si no es puro ruido.



¿El ruido de las paparruchadas es más nocivo que el de unas obras de construcción?

El ruido de un programa de telebasura es infinitamente más dañino que el de unas obras de construcción, claro que el primero lo evitas cambiando de canal y para el segundo tienes que hacer como Proust y forrarte de corcho la habitación.