Abrazo, poema



Esther Peñas



Es el poema

el decir por el que transita la vida,

aliento casi herido de tan bello,

herida misma,

espliego infinitesimal,

noble espiga de sol abierto

espiando entrañas amanecidas

por entre un deseo no domesticado

hambriento de cuanto no podrá nombrar

jamás

(jamás, nunca, siempre, vocablos

extraños que hacen agua

por las grietas empíricas,

vocablos sobre los que colocar andamios para no caerse,

que requieren

arbotantes para decirse,

cinturones de hormigón para sostenerse;

nunca, jamás, siempre,

nos vinculan al cosmos,

nos besan el vértigo,

se nos alzan en ángulo

irresoluble).

El deseo no domesticado

ensancha el hilo de la narración

y la nombra con cada silencio que construye.

Hay zarzas y catedrales en el poema,

geografías íntimas,

pedregales de acero



(¿cuál es el metal del verso,

su tabla periódica,

su silabario?)

luz de cobre



(¿cuál es el metal del verso,

su indómito múltiplo,

su exponencial terrestre?)



rugosidad de ortigas

y escalera de olivos,

manglar de abejas,

abejas de huestes desterradas,

abejas en divisiones acorazadas

de zumbido,

trino de lluvia,

corazón capaz de lluvia,

lluvia que se revela y asciende

cuestas y caminos de pastores,

lluvia que ennoblece el llano,

lluvia que arrastra la pena

y la devuelve a la tierra en simiente convertida,

lluvia que descarga el pulso

de la tormenta

(está lloviendo).

Es, el poema, sustancia extraña que nos llega

y reconoce (nos-re-conoce)

nos nombra (nos-nace).

Es y no nuestro.

Aleteo del universo,

traza la línea geométrica

de arco peraltado y merienda sin espejos,

lleva imágenes como huida de bisontes

que proclaman.

Yo te proclamo.

Es y no es nuestro el poema,

es, y no nos pertenece el poema,

nos trasciende.

Galería de evocaciones que arrastra

lo vivido y su tormenta

(tormenta distraídamente traída

desde dentro),

lo vivido y su olor de mayo en templo,

lo vivido y sus huellas de nieve,

la nieve y su fulgor,

la nieve en grito y resorte,

la nieve, bisagra del astrónomo

con pasos de labores colmeneras

en lo alto del silencio

que se postra y adormece

por ver cuánto emerge del abrazo.

Poema como abrazo sin pronombre definido,

abrazo del arado a la tierra

fecundando surcos,

abrazo cual ofrenda del pobre de espíritu,

abrazo dispuesto,

desnudo,

abrazo, poema.

Requiere de la ternura del almendro

que florece

y del cuidado de la vida que inaugura

(oración).

Es, y no es nuestro.

El poema.

Las palmas lo llenan de ritmo,

las palmas con sus semillas mendicantes

mientras el galope lo desborda sin lazos que anuden

sino que comprometan.

No lleva discurso a deshora,

lo suyo es sagrario a la intemperie,

canto que brota y deshace el nudo.

Porta ceniceros que sospechan

que hubo humo

(lo suponen),

reniega del discurso, de los dogmas,

sabe cuándo y quién se miente,

trepa por la reja, la revienta,

asalta celosías, las astilla,

exige todo

(todo, nunca, siempre)

porque se juega en la vida que entrega

convocándose misterio.

Abandona la apariencia en dictado

para alzarse, majestuoso como

bandada de vencejos,

entre los brazos

(abrazo)

de cuantos, como ramas ensortijadas,

se mantienen en los márgenes.