Lope de Aguirre fue un vasallo del rey Felipe II de España, cristiano viejo, hijodalgo en tierras vascongadas, en el Reino de España, vecino de la villa de Oñate, y a los 24 años había hecho ya muchos servicios a la Corona en Perú, en conquista de indios y en poblar pueblos.

(Enciclopedia.us.es)

 

"Uno deste apellido de Aguirre, llamado Pedro de Aguirre, que fue vecino del valle de Aramayona, en tienpo del emperador Carlo quinto nuestro señor de gloriosa memoria, se levantó con una parte de la India, porque deseando venir de allá a su tierra de acá porque estava muy rico y valido, aunque pidió licencia para ello dibersas veces, no se la quisieron dar, por lo cual se amotinó y, juntándose con algunos de su cuadrilla y allegados, se apoderó de una gran parte de la tierra, de tal suerte que se llamava rey. Y a cavo de poco tienpo, no le suçedieron las cosas conforme su voluntad deseaba, fue preso juntamente con una hija suya, a la cual él mató con una daga, diçiéndola que más valía que muriese siendo hija de rey y que no que la llamasen después hija de traidor. Este Pedro de Aguirre, como digo, fue vecino e natural del valle de Aramayona, de la antes iglesia de Sant Estevan de Urívarri, y como su padre tuviese otros hijos en quien dejó su casería y açienda, le puso a este moço a çer çapatero en la çiudad de Vitoria, donde forçó una donçella, por lo cual fue condenado a pena de horca y açer cuartos. [fol.16r.] Y haciéndose diligençias defensibas sobre ello, y habiendo contentado a la parte, se tuvo horden e modo como el carçelero se descuidase, y con esto el moço huyó e pasó en Indias, donde se casó y enriqueció. E por su sobervia le suçedió lo que abéis oido, donde pagó con la vida lo que escusó en Vitoria. Éste tomó el apellido de Aguirre sólo porque él se crio en la casa de Aguirre de Urívarri de Aramayona, e no por que fuese deçendiente de ninguna casa de Aguirre, porque su madre, después de muerto su padre, fue y se casó segunda vez a esta casa de Aguirre con Estívaliz de Aguirre, dueño desta casa, siendo ella primero casada en el barrio de Saola en la anteiglesia de San Joan de Ascoaga. Y este Pedro de Aguirre, porque la casa de su dependençia donde naçió y la casa de Aguirre donde se crio, por ser anbas a dos deudoras y tributarias al señor de Aramayona, por esto allá en las Indias sienpre dixo e publicó que hera natural vizcaíno e dependiente legítimo de la casa y solar de Aguirre del lugar de Gabiria del prinçipado de Areria, siendo al contrario la berdad, por pasar el cuento deste caso como está referido"

 

Ibargüen-Cachopín, Crónica del siglo XVI

 

Prolegómenos

Mi primer conocimiento acerca de Lope de Aguirre vino de la mano del Círculo de Lectores. En 1988, Carlos Saura, un cineasta que gusta mucho de gustar y epatar —a la sombra de los dineros del V Centenario— hizo su particular visión sobre el conquistador y líder de los marañones (El Dorado, 1988). Se sacó un libro y llegó a mis manos porque mi padre estaría ocupado y pidió el recomendado del trimestre. Ahí, con la cara de Omero Antonutti, se hizo presente el de Oñate. Después cuando anunciaron a bombo y platillo su estreno en TVE —creo que como miniserie— ya vi la obra. La he visto esa vez y dos más. La última escasamente hace un par de días a la hora de corregir esto —primero de Octubre del anno de nuestro Señor Corona y virus— y como la describí en mi instagram a la nada de verla: una película con muchos peros y algún que otro acierto. En tanto en cuanto que de plantel actoral, fotografía y localizaciones están bien para hacer una película demasiado convencional y desbravada. Ocurrirá lo mismo muchos años después con Oro (2017) de Díaz Yánez donde lo bello de las ambientaciones y vestuarios queda deslucido por una historia poco convincente.

Y Lope de Aguirre quedó en mi memoria latente durante muchos años. A mediados de los 2000 andaba yo haciendo un  pirateo sistemático de toda la filmografía de Herzog gracias al mítico VideoClub Hollywood de la Plaza de Gracia en la capital alhambreña, y vi y copié con el legendario DVD Shrink la de Aguirre. Claro, el binomio Herzog-Kinski sumado al personaje solo puede dar una película rara, minimalista, extraña, desquiciada y excesiva. Aguirre, der Zorn Gottes (Aguirre, la cólera de Dios, 1972) se basa ligeramente en la historia de Pedro de Ursúa y su asesinato por unos levantiscos de la jornada en pos de El Dorado. Ceñirse lo que es ceñirse a los hechos históricos, como digo, no es lo primordial para el director alemán. Entre los muchos adjetivos que Lope de Aguirre ha tenido a través de la historia —el príncipe de la libertad, el peregrino, el tirano— Kinski borda el de loco. Los aconteceres del rodaje de esta cinta se pueden ver en el fabuloso documental Mein Liebster Feind (Mi enemigo íntimo, 1999) que fue en donde primero oí hablar de Aguirre, der Zorn Gottes.

Dióse la casualidad que poco después de esto viese en la librería de mi primo una novela de Ramón J. Sender La aventura equinoccial de Lope de Aguirre —junto a La Taza de Oro de Steinbeck—, libro que me poseyó por así decirlo, por lo bien escrito que está, y es cuando el tirano Aguirre y sus marañones adquirieron para el que esto escribe un sitio en mi imaginario definitivamente. Sender, con gran número de personajes, es el que da a cada uno un papel determinado, siendo mi preferido Pedrarias de Almesto —no lo es tanto en la realidad histórica—.

A lo largo de estos años me he encontrado su carta a Felipe II colgada en Facebook en muchos sitios, y como suele ocurrir en este medio, siempre mentada para arrimar el ascua a su sardina. Este septiembre pasado, cuando releí el libro por tercera vez, me dio por enterarme de cuál es la verdad de los hechos acaecidos, si es que esto pudiera ser, y mi sorpresa fue mayúscula cuando el relato está escrito en primera persona por varios de los participantes en aquella jornada y que quedan muchos documentos de la época, además de la dicha carta. También me fijé en la repercusión que la rebelión tuvo en la historia posterior, llegándose a mentar al guipuzcoano  como precursor de la independencia de los países de Hispanoamérica —Simón Bolívar dixit— y como protoabertzale. He querido conocer los hechos y he aquí lo que saqué en claro en donoso escrutinio.

 

La jornada de Omagua y El Dorado. Sinopsis sin muchos nombres.

Resumiendo mucho la historia, que es bastante complicada y para no aburrir, los hechos anteriores a la jornada de El Dorado, fueron luchan intestinas en el recién instaurado virreinato del Perú. Las primeras guerras civiles en las Españas de las colonias fueron éstas. Los de la Encomienda contra la instauración de las Leyes Nuevas. Los que conquistan los territorios e imponen el suelo español a hierro y fuego se oponen a las leyes de buen trato a los indígenas y la extinción de los encomendadores, aquellos que imponían rígidos pagos en especie a los sometidos.

Cuando más o menos están pacificados los territorios del Perú, la expedición en busca de El Dorado fue una excusa del tercer virrey Andrés Hurtado de Mendoza para librarse de levantiscos que habían quedado ociosos tras las distintas guerras intestinas. Para ello nombra en 1559 a un joven navarro del valle de Baztán, Pedro de Ursúa —o Orsúa según la fuente y antigüedad de la misma— para comandarla. Tuvo esta jornada grandes preparativos y todo se iba retrasando. Las fabulosas historias sobre EL DORADO, ciudad fabulosa hecha de oro, donde el rey era cubierto de polvo áurico y sumergido en un lago lleno de grandes tesoros. A día de hoy se sabe que el ritual lo hacen en la tribu de los Moicas y se realiza en el lago Guatavita, en Colombia —entonces Nueva Granada—. La bola se va haciendo más gorda a medida que pasan los años y en la de Ursúa  se ve azuzada por unos indios brasiles que remontaron el río desde la orilla del mar en Brasil hasta Perú y dijeron que vieron tesoros inimaginables en una región llamada Omagua.

Bueno, que me lío, tras laboriosos trabajos de astilleros y búsqueda de financiación que duran cerca de una año y medio, el día que se necesitaban las naves había pasado tanto el tiempo que cuando las botaron se partieron por la mitad las más, quedando solo un bergantín y unas cuantas barcazas chatas —en los manuscritos las llaman a la manera cordobesa—. Me recuerda a cierto suceso bastante sonado en el lago España de los preparativos de la Expo 92. —Un político tenía fama de gafe por aquel entonces— Esa mala suerte en los astilleros de Santa Cruz de Saposoa  y en el resto de lo que aconteció, fue causa, según algunos hombres de la expedición, de la presencia de Doña Inés de Atienza, bella mestiza amancebada con Ursúa. Este navarro no escuchó nada de lo que le dijeron antes de partir. Le dieron una lista de indeseables que no llevara. No hizo caso. Le recomendaron que no fuera con la moza, tampoco hizo caso alguno. En vez de esperar a reparar los barcos se hacinaron como pudieron en los que había y dejaron en Santa Cruz desde donde partían mucho ganado y lastre, que según cuentan las crónicas había costado sus buenos dineros el veintiséis de Septiembre del año 1560.

Empezaban a bajar por el Marañón a las tierras bajas —Aguirre da el nombre de Marañón a todo el Amazonas—. Trescientos soldados españoles, tres clérigos, siete casadas y cinco casaderas, más de trescientos indios y algunos negros —esto varía según fuentes y algunas indican que podrían ser hasta  novecientas almas— pues, empezaron la búsqueda de la maravillosa ciudad del cacique bañado en oro. Iban pasando las semanas. Las distintas avanzadillas que mandó el gobernador para buscar víveres se perdieron o fueron encontradas después diezmadas por enfrentamientos con los indígenas. La expedición pasa hambre y han de matar a los caballos —y perros—. El descontento era generalizado. Además, Ursúa estaba lánguido, irritable, no quería ver a nadie, se desentendía el mando, se mantenía aparte en la barcaza de Doña Inés. Los expedicionarios se lo acachaban a la chola y a sus ansías eróticas que le tenían embebido el seso. Lo más seguro, por los datos que nos han llegado —y que he leído en su mayoría— es que el hombre estuviese bastante enfermo, aparte de con una severa depresión por la falta de resultados tangibles. Y que el equinoccio, como decían en lo de Sender aturullaba.

Sería complicado contar los sucesos a lo Juego de Tronos que se desencadenaron a continuación. Aparece la figura de Lope de Aguirre desde las sombras. Uno de los levantiscos de la lista negra. Va sembrando las intrigas entre sus amistades y los que ve más fácilmente manipulables. Algunos, como La Bandera y Zalduendo, por la lujuria que les corroe por la tal Atienza. Al final, el uno de Enero de 1561 matan al Gobernador Pedro de Ursúa. Ponen de gobernador a Fernando de Gúzman, un jovenzuelo sevillano de noble cuna y hacen un documento que firman casi todos los soldados. Casi todos. Algunos no firman y otros lo hacen con nombres falsos. Se explica que la situación era insostenible y que lo hacen por dar mayor gloria al Rey de España, por aquel entonces Felipe II. Aguirre firma con el añadido de traidor para revuelo de algunos y ahí quedo la cosa. Después, tras otros sangrientos desencuentros con garrote vil de por medio, Lope de Aguirre habla lo que había callado en la firma del documento: el rey jamás perdonará a los que mataron a uno de sus gobernadores, su representante en la toma de las nuevas tierras y dice que todos son traidores, y que porqué le iban a tener que prestar servicio al Rey de España cuándo este ha sido tan ingrato. Con el tiempo, entre dimes y diretes, nombran a Guzmán —o se autonombra, según versiones, pero seguro que le susurraban al oído— Príncipe de Tierra Firme y Pirú, y Gobernador de Chile.

Los de Aguirre y sus partidarios creen que es una tontería seguir buscando El Dorado y lo que hay que hacer es llegar al mar y volver al Perú a conquistar el virreinato a sangre y fuego. Esto tiene partidarios y detractores y la jornada avanza entre indeterminaciones, hambrunas y más muertes, entre ellas la del rey Fernando (de Guzmán), al que sustituye Aguirre ya como tirano absoluto. Agarrota a unos por hablar bajito —sic— y abandona a los indios de la expedición en un poblado por no tener que darles de comer —ni a ellos ni a ninguno—, cosa que es mal vista por parte de los españoles pues eran indios, pero acristianados y los caribes de esa zona se alimentaban de carne humana. La idea fija del nuevo gobernante, es llegar al mar, hecho que consiguen tras muchos esfuerzos y penurias. Así se convierten en la segunda expedición tras la de Orellana en recorrer el Amazonas desde los nacimientos de los subsidiarios en los Andes  hasta la Mar Océana.

Después se dirigen a Isla Margarita por provisiones y gente.  Allí el tirano Aguirre, el príncipe de la libertad, somete al territorio a una tiranía bastante, por así decirlo, arbitraria. Es entonces cuando los hombres empiezan a desertar. Hemos de decir que en las últimas semanas de las jornadas por el río no se paraban a dormir en tierra para evitar precisamente la deserción y el motín. Ajusticia en el rollo de la plaza a diferentes personajes de la isla y a alguno de los suyos. Desde el Gobernador hasta señoras que no habían hecho nada para evitar que los hombres se escapasen. Un barco hostil llega para someterlo y los que manda para hacerles frente se pasan en masa a las huestes de la Corona de España. Tras cuarenta días aprovisionándose en Isla Margarita se dirigen a Tierra Firme.

A la llegada, una vez más, en la tradición más española, Aguirre quema las naves. Están en  Borburata —actual Venezuela—, solicitan a la ciudad ayudas y hombres y las gentes huyen a los campos. Mientras tanto se va preparando una milicia para hacerle frente a los marañones. Tras varias luchas, escaramuzas y cambios de localidad a través de Nueva Valencia del Rey hasta Nueva Segovia de Barquisimeto, donde hacen grandes daños. Allí ofrecen una amnistía a los marañones que abandonen a Lope de Aguirre. Tiene ya comportamientos de completo desnorte, pidiendo incluso la muerte en alguna ocasión y llegando a apuntarse con un puñal en el pecho diciendo que no derramaría más sangre marañona. Herido finalmente se ve ya vencido. Y hace lo que le ha de procurar aún más enemistades post mortem: acuchilla a su hija de 15 años Elvirica de Aguirre. Razones: no quiere que sea “colchón de bellacos”. Cuando es capturado poco después pide las 48 horas que se le conceden a los condenados a muerte, mas uno de sus propios arcabuceros le dispara —que habían sido una especie de guardia pretoriana del tirano—, suponiendo algunos cronistas para que no le dé tiempo a escribir su confesión ni otras cartas al Rey de España. Era veintisiete de Octubre de 1561 cuando fue muerto el tirano, el loco Aguirre, príncipe de la libertad, peregrino, soldado, conquistador español de Guipúzcoa. En Diciembre de ese mismo año el Juez Bermúdez emite la sentencia contra la memoria y fama de Lope de Aguirre. En Octubre del año siguiente  Felipe II firma la cédula de castigo a los marañones. Quisieron borrar la huella de Aguirre y por los hechos acaecidos en más o menos año y medio se le ha recordado —y escrito sobre— más que a la mayoría de conquistadores.

 

Aguirre, el hombre.

En las crónicas manuscritas de personas directamente relacionadas con los hechos que he contado por lo alto, o en las declaraciones ante el proceso contra los marañones se cargaron mucho las tintas para poner a Lope de Aguirre de hoja de perejil. Eso, y su rebelión a España, hicieron de él el archienemigo estelar, el traidor —así había firmado, como hemos mentado— ideal contra todo lo bueno y sagrado. Pero ¿fue tan horrible Lope de Aguirre? ¿Hizo algo distinto a sus contemporáneos? ¿Es el tirano un hombre de su tiempo? Pues no y sí. Vamos a verlo. En cuanto se lee un poco del personaje se percata uno que tiene una mentalidad más medieval que renacentista, más arcaica que otros hombres que lo acompañaban. Eso no le hace más cruel ni expeditivo, ojo, pues cosas igual de cruentas fueron hechas por sus coetáneos siendo más “modernos”.  Caro Baroja da las claves en su capítulo dedicado a Lope de Aguirre en su libro El Señor Inquisidor y otras vidas por oficios de 1968 (Caro Raggio): el bien valer y la desnaturalización. El primer término define un rasgo fundamental del honor a finales del medievo, dentro de un sistema de bandos y linajes (las banderías) que se daba bastante en el Norte de España. La dicotomía valer y no valer —no valer nada escribía Aguirre— se correspondía a la valía de la persona en sus actos y como estos determina lo que se prometió o se hizo por propia convicción acorde con un proceder dentro del honor. Este término que repetiría, como hemos dicho,  en las cartas y escritos es muy importante y parece ser que es la transcripción al castellano de un modismo vasco, que aún se utilizaba en el siglo XX en el campesinado euskaldún (deusik ez du balio). Y de ahí, el de la minusvaloración de las empresas de los que bien valían viene la desnaturalización de Aguirre, queja a Felipe II, donde bachilleres procedentes de España se llevaban los cargos beneficiosos en rentas de lo que duramente habían conquistado los hombres de acción, dejándose la vida y los miembros —hay que recordar que Aguirre era cojo y tenía un brazo fastidiado— por ese Rey que les fue ingrato. Al no cumplir con ellos, los marañones, y poniendo forma y letra el vasco, se desnaturalizan de España y su Rey. Este tipo de acción, que estaba contemplado incluso en las Partidas de Alfonso X el Sabio significaba que los omes ricos —señores feudales e hidalgos— podían desligarse de un rey si este no había sido justo con ellos. Cuando lo aplica Lope de Aguirre sabe que no tiene vigencia alguna este tipo de conducta, pero va a lo que él conoce, al sentirse que  a sus hombres y a él se le debe algo que le corresponde. Y también, sobre todo, porque se sabe muerto. Sabe irremediablemente que matar a Ursúa es irreversible, al menos para los maquinadores directos. En los escritos de Aguirre se nota un razonamiento en todo lo que dice, aún desde la rabia y el desamparo; entonces ¿dónde queda lo del loco Aguirre? Aunque algunos autores hayan buscado un mecanismo patológico para su devenir, el caso es que Lope de Aguirre, aunque impulsivo y ya en su última época, totalmente desesperado, no actúa nunca sin pensar. O sea, uno no pone en un documento Lope de Aguirre el traidor sin haberlo meditado. Es más, no lo explica en su momento, pero sí más tarde, cuando se habla de hacer Rey a Guzmán. Y así, esto pone más en entredicho aquello de libertador de América y bla bla bla, porque lo que realmente pide Aguirre es el poder para los hombres que sometieron a los indios. En cuanto a su reivindicación por parte de los vascos, quizás esté más cercano a la realidad, pues el núcleo duro de sus marañones, los que le siguieron hasta casi el final fueron vizcaínos, y mejor dicho, vascongados: navarros y vascos, pues era abundantes en este tipo de aventuras. El mismo Ursúa, aunque acusado de francés —la historia de Navarra es bastante complicada— por el mismo Aguirre en repetidas ocasiones, era un navarrico del Valle del Baztán. Pero de ahí a las veleidades republicanas que he leído por algún sitio queda muy alejado. Por una sencilla cosa, porque se nombra Rey el mismo, y otorga lo que en derecho corresponde a Felipe II, — Y pues, esclarecido Rey, no pedimos mercedes en Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio, duélete, Señor, de alimentar los pobres cansados en los frutos y réditos desta tierra, y mira, Rey y Señor, que hay Dios para todos, igual justicia, premio, paraíso e infierno. —. La leyenda negra es, en este caso, construida por los españoles para hacer escarmiento a futuras intentonas de rebelión. Aguirre es un hombre poliédrico, tan cruel como cualquier otro de su tiempo, pero en el sentido contrario a los que cuentan la Historia; tan inteligente o más que muchos de los conquistadores, pues su estrategia de eliminación de contrincantes —reales o figurados— fue por maniobras orquestadas en la oscuridad, cual jugador de ajedrez; tan patriarcal o amante padre en su concepción del término —un hombre del s. XVI con mentalidad del s. XIV— que mata a su hija para que no sea violada una vez el ya no esté, ni que la puedan estigmatizar como la hija del traidor. Este horrible episodio es quizás el más incomprensible para muchas mentes, pero imaginen la soldadesca que iba en esas expediciones, capaces de dar muerte por intereses de otros. No había casi criba en ninguna expedición, y menos en esta, que era purga de sediciosos.

Y acabo esto el martes y trece de Octubre del año de nuestro Señor de dos mil veinte, año maldito, año que vino con pandemias de Oriente y donde la peste se hizo fuerte en Las Españas o la Expaña. Un día después de la fiesta nacional por el Descubrimiento de las Américas hace 528 años y que saca las simplezas y las tonterías del que construye la historia a su medida por todos los bandos habidos y por haber, siendo mejor andar por las cenagosas aguas de los grises que abrazar al blanco y negro como causas por las que guerrear en las redes y en los bares. Al final uno bucea para acercarse a una verdad más o menos aproximada y solo encuentra más disyuntivas, dudas y mitos sobre Aguirre, sobre España y sobre el mundo.