Un día soñé con la selva que luchaba contra el asfalto
después todo fue páramo
edificios percodidos
agrietados herrumbrosos
eran nuestro hogar
luces  crepusculares en los pasillos
el polvo asfixia
los bichos campan  ya a sus anchas
las facultades llenas de camas y terror
inundadas por helechos gigantes
y productos químicos que manaban de las juntas del techo
siniestras estalactitas de parduzcos colores
y charcos donde los más desesperados
bebían
muertos de sed y de angustia
algunos eran felices porque siempre era vacaciones
el cielo siempre encapotado
cúpula ambarina de luces de extrarradio
ocultaba el sol
mosquitera translucida de ceniza
se podía sentir el estertor de los hombres
sabedores de su propia extinción

ante este caos siempre optaba por dormir largas siestas
sueños dentro de sueños
preliminares torpes del Apocalipsis
arrullado por el rugir de unas bestias
y la suave música del inminente futuro salvaje.

 

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Tuve esta serie de sueños a principios y mediados de los años 10 de este siglo. En ellos casi siempre tenía que hacer exámenes entre cascotes, nieves repentinas o inundaciones. Jamás pararon de pasar coches por la carretera —que correspondía a la arteria de Granada denominada Camino de Ronda— aunque todo estuviese abandonado, ya fuese selva, desierto, páramo o ambiente periglaciar.

 

 

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