El calor vuelve y vuelve y cada día antes, hasta que se una un extremo con el otro y ya sea todo fuego. Llegan las seras battiatas...
Para mí ha muerto el viejecito que vi una noche de calor en Cartagena, quizá no en el mejor de los marcos. Battiato. aquel 20 de Julio de 2017, estaba feliz y tranquilo, o eso me transmitió a mí. El hombre que cantaba ya las canciones en octava baja, o más bien hablaba ya algunas, haciendo quizás que te llegará más adentro aún. Estaba yo ese día terriblemente cansado, en el apogeo de un síndrome de abstinencia —que me sumió en un abismo durante algunos meses y que duró años— acalorado, ansioso, sudando como pocas veces por aquello del calor húmero, una de las plagas no mentadas en las de Egipto. Pero si cerraba los ojos, la brisa corría un poco y ese sudor aplacaba el calor y con mis propias acciones secretas ayudaban a alcanzar un estado pseudomístico raro en mí. No recuerdo bien cuanto duró, muy poco y mucho a la vez. Cuando salimos y bajamos en un ascensor bastante raro y claustrofóbico —o fue subir— sabía ya que en esa Cartagena marinera, donde los piratas atacaban, en esa colina donde está el Castillo de la Concepción, muy cerca del Teatro Romano, en un auditorio a la manera clásica, había percibido fugazmente la presencia de algo único. Pocas veces en la vida puede sentirse eso. En ese momento estaba enfurruñado porque el cansancio, la enfermedad, yo mismo, la gente, no me habían dejado tener mi momento mágico en condiciones. Mirando en retrospectiva es indiferente. Esa presencia es la que murió el otro día. Ya lo sabíamos... Esa viejo catanés era al que refería el día que salía Torneremo Ancora, su última canción en su último disco. Merece la pena leer su letra, como testamento musical y vital.
El día de su muerte un amigo, Antonio T., un paisano que también disfruta del genio italiano, me lo contentaba vía Whatsapp, y es que como decía mi amiga Elvira Infante: hay gente que me ha dado el pésame por privado. Así era la cosa. Esto más que un pésame era un recuerdo mutuo; ambos estuvimos de acuerdo que algo único que había desaparecido, pero pocas personas tan preparadas para la muerte. Es una suposición que hicimos ambos, y creo ahora, una vez pasado el primer momento, que teníamos razón. Uno que es manriquiano de antiguo —tan renacentista en algunas cosas, tan barroco en otras— se acuerda de la vida de la fama, y lo relaciona con eso que dijo Castilla del Pino, una reelaboración más cercana y desencantada... Vivimos mientras nos recuerden. Mientras alguien se acuerde de fracciones de nosotros mismos se puede decir que nuestra memoria está viva, ergo nosotros. Tenemos sus discos y palabras para recordarlo y podríamos decir, en un alarde de jactancia, que Battiato será eterno. A él simplemente le parecería hablar por hablar a lo que ahora me refiero. Como bien vemos y escuchamos en Torneremo ancora, para él su desaparición física solo ha sido un borrón y cuenta nueva. Hay muchas vías, pero solo una conduce a la verdad es un hostia con la mano abierta a todo relativismo. Pero yo, que sigo anclado a esta vida como iceberg que se derrite poco a poco antes de caer al sedimento del fondo, veo ese legado de la memoria. Quizá no todos hayan escuchado detenidamente al brujo siciliano, como he comentado en un alarde de pedantería gafapasta al principio, pero supongo que a alguien que está en el inconsciente colectivo de algunas generaciones de personas se le puede echar de menos, aún sin saber nada de él. Yo sigo sin comprender, eso sí. Es totalmente indiferente al desarrollo de los hechos, lo que yo comprenda o no.lo que ellos sientan. El poder curativo de la música de Battiato es universal, aunquehaya que percibirlo de uno en uno para que realmente funcione como bálsamo tonificador de oreja y seso. Como chamán, como derviche levógiro, como uno de esos hechiceros locos al que diera vida Sean Connery haciendo de Daniel Dravot, ese pícaro que quiso ser rey de Kafiristán, y por el Gran Batracio Verde, que lo consiguió. Volviendo una y otra vez a esa infancia, mil veces glosada en donde han querido oírme o leerme, el eterno retorno a esas estepas del Asia Central, a Samarkanda, al Egipto Mameluco, a la Estambul prodigiosa. A esa Bagdad a la que nos referíamos, una vez capital del mundo, cuando una cultura que ahora no me dice nada ofrecía toda la sapiencia del mundo como un faro, esa Damasco, e incluso a la escisión de los Omeyas —esa Córdoba donde nací, justo al lado de la Puerta de Almodóvar—, que tengo tan cerca, tan lejos.
La muerte se viene tan callando. Y así parece que ha sido con Battiato. Se fue desvaneciendo poco a poco en la intimidad que le ha acompañado en el último segmento de esta vida, sito en su atalaya de Milo. He estado tentado tantas veces a escribir esta segunda parte cuando algún acontecimiento discográfico me sacudía un poco, pues estos últimos años han sido propicios en retrospectivas y conciertos que han ido apareciendo por Spotify como quien no quiere la cosa para sacarme de laúdes y sacabuches, de órganos y cornettos, pero al final ha quedado la cosa en el ídem. Creo que hasta que yo mismo desaparezca la necesidad de escuchar al genio de Catania... esa provincia parte de Regno delle Due Sicilie que nos remonta a siglos anteriores, que nos une en reyes y en historia a nosotros mismos, aún súbditos de los mismos Borbones que formaron ese reino amparándose en el Congreso de Viena y... me voy por las ramas. Es lo que tiene hablar de Battiato, esa capacidad de ensoñación y de desplazamiento a otros ejes es tan evidente que he de agarrar el pensamiendo para que no huya del todo. Sea este panegírico mi elegía en prosa y prosaica sobre el hombre que ha muerto. Ese viejito donde esa nariz era aún más patente —ahora sé que por jugar al fútbol—y ese pelo gris que ya blanqueaba, pero que seguía siendo hipnótico. Sentado en una alfombra imaginaria trenzada en el Irán más extático ahora quizás mire al mundo ya con total desapego, si es que lo mira acaso... el constante devenir en la rueda de Samsara ya no dejará tiempo para mirar atrás salvo en ensoñaciones y trances. ¿Habrá alguien en un pasado futuro lejano, que a la manera de esos seres monstruosos interdimensionales constructores de los ciclópeos edificios de basalt creados por Lovecraft —que pueden saltar de una vida a otra— recuerde que fue o será en algún momento la entidad Franco Battiato que hizo feliz a tanta gente muerta aún sin nacer, o eso entra dentro de la vanidad un tanto cínica del que habla de estas cosas siendo un mecanicista sin remedio? No sé.
Viva Franco Battiato. Eso sí lo sé.
Amén. لو شاء الله.
|